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Norman Finkelstein: una voz que no han podido silenciar
El profesor judío que lo perdió todo por criticar a Israel
Norman Finkelstein vive solo en un pequeño apartamento de Coney Island, un barrio obrero de población inmigrante a una hora de Manhattan.
Su último libro: Gaza, investigación sobre su martirio, ha sido aclamado por los grandes referentes en la materia, pero tras décadas combatiendo la narrativa que Israel y sus aliados propagan para seguir sometiendo a los palestinos, Finkelstein parece un hombre exhausto.
En Estados Unidos, denunciar sin eufemismos las políticas de Israel es un ejercicio de alto riesgo. Un campo de minas plagado de tabús y líneas rojas. Y este académico judío de 64 años, hijo de supervivientes del gueto de Varsovia y los campos de exterminio nazi, las ha pisado todas. «Tengo reputación de ser un inconsciente y un salvaje, pero hago las cosas de forma muy premeditada. Sé exactamente cuáles serán las consecuencias de cada palabra que digo», dice. Su estilo combina un rigor casi forense por los hechos con la indignación moral de los viejos intelectuales. En sus libros ha detallado las violaciones israelís de los derechos humanos en los territorios ocupados y ha impugnado lo que llama la ‘Industria delHolocausto’, su obra más polémica.
Así ha descrito a una serie de instituciones e individuos a los que acusa de haberse apropiado de las atrocidades nazis para enriquecerse y explotarlas con fines ideológicos para «victimizar a Israel», «justificar sus políticas criminales» y blindarlo ante la crítica. No ha dejado tótem sin descabezar. Ha acusado de «corrupción moral» al escritor Elie Wiesel, al historiador Bernard Lewis, al abogado Alan Dershowitz, a la Liga Antidifamación o el Congreso Mundial Judío. El precio ha sido altísimo. Le han llamado «veneno», «asqueroso judío que se odia a sí mismo» o «negacionista del Holocausto», cuando toda su familia (salvo sus padres) fue victima de los campos. Pero, sobre todo, han logrado condenarle al más profundo ostracismo.
Campaña demoledora
Tras una demoledora campaña de presión por parte del lobby proisraelí, la Universidad de DePaul (Chicago) en la que daba clases decidió cesarle en el 2007. De nada sirvió el apoyo mayoritario del resto de profesores o las huelgas de hambre de algunos estudiantes. La propia universidad llegó a reconocer tácitamente que el cese respondía a motivos políticos al describir a Finkelstein como un «académico prolífico y un extraordinario profesor».
Desde entonces no ha podido volver a enseñar en las universidades de su país y ha sido expulsado del circuito de conferencias. El que era junto a Noam Chomsky y Edward Said la voz más respetada de los derechos palestinos en EEUU ha acabado ninguneado como un paria. «He pagado un doble precio, llevo desempleado 11 años. Solo di clases durante cuatro semanas en Turquía, lo que moralmente es muy duro porque me encanta enseñar». El otro tiene que ver con su completa exclusión del debate público. Su libro sobre Gaza salió en enero y, aunque la situación en la Franja ha copado semanas de titulares por la matanza de palestinos desarmados en sus fronteras, la prensa estadounidense le ha ignorado completamente. «A tenor de las principales autoridades en la materia, mi libro es el mejor nunca publicado sobre el tema, pero no he recibido una sola reseña en los medios. La única llegó hace tres semanas. Tampoco me ha llamado un solo periodista para preguntarme mi opinión».
Gaza un campo de concentración
Lo más paradójico de todo es que las posiciones de Finkelstein sobre el conflicto no son particularmente radicales. Defiende los dos estados, critica la campaña de boicot contra Israel y promueve el uso de la no violencia contra la ocupación. «El problema no son mis posiciones políticas, sino mi rechazo a diluir los hechos para que sean más digeribles para el público. De ahí que no diga que Israel usa una fuerza desproporcionada en Gaza. Digo que dispara deliberadamente contra civiles, que no tiene derecho a encerrar a su población en un campo de concentración o que está envenenando a un millón de niños. Es así, son hechos».
Su análisis raramente aventura conclusiones gratuitas. Bebe de los informes de la ONU, el derecho internacional y las declaraciones de los protagonistas del conflicto. Finkelstein recuerda que fue el británico David Cameron quien definió Gaza como «una cárcel al aire libre» tras la imposición del bloqueo en el 2006, ilegal según la ONU por ser una forma de castigo colectivo. O que el 97% del agua de la Franja está contaminada, según varios estudios. La prestigiosa economista de Harvard, Sara Roy, ha escrito que, a consecuencia de la periódica destrucción israelí y el veto a la entrada de materiales para la reconstrucción, «seres humanos inocentes, la mayoría jóvenes, están siendo lentamente envenenados por el agua que beben».
Hechos como estos o que Gaza será «inhabitable» en el 2020 si no se abren las fronteras, pasan de puntillas o no se publican en la prensa norteamericana. Finkelstein lo atribuye a las mismas fuerzas que en gran medida han arruinado su carrera. «Hay un lobby proisraelí muy efectivo y bien financiado que es absolutamente despiadado. Es la vieja mafia que te rompía las rodillas, pero lo hace de una forma nueva. Destruye tu reputación, te calumnia, te difama y te humilla de la forma más abyecta».
Dejar de escribir
Dice que ha dejado de escribir. Y no hay que ser psiquiatra para adivinar el momento por el que atraviesa. «Lo más difícil es levantarte por las mañanas porque tienes que buscar una excusa para tu vida». Tampoco puede viajar a Palestina porque Israel le prohibió la entrada en el 2008 tras expresar su solidaridad con la milicia libanesa de Hizbulá. «Estoy muy afectado por lo que ha pasado, pero volvería a hacerlo. Me siento libre y digo lo que pienso», dice recuperando el fuego con el que se enfrentó a gigantes y fariseos sin achicarse ante las consecuencias.