Fuente: https://www.grupotortuga.com/No-me-llama-ni-Cristo-El-resurgir José Mendiola Zuriarrain Domingo.22 de octubre de 2023
Los móviles más básicos se perfilan como una forma de resistirse a la hiperconexión.
Uno casi lo recuerda como si fuera ayer: los primeros Nokia, los Alcatel, los Ericsson… Aquellos móviles, inicialmente de Moviline, con tecnología analógica, apenas hacían llamadas y enviaban mensajes. Luego, con el paso de los años, los expertos nos enseñaron que los inteligentes eran los auténticos móviles: la llegada del iPhone y el imperio de las BlackBerry convirtieron en polvo los primeros móviles, que no tenían grandes pretensiones: servían para comunicarse y lo hacían muy bien.
Los smartphone crearon una necesidad no existente hasta que se descubrió: la de la hiperconectividad. Primero fue el correo electrónico, luego la mensajería instantánea y, por último, las redes sociales. La necesidad de estar permanentemente conectados convirtió al móvil en amo, y a su propietario, en esclavo. Esta alteración en la jerarquía no ha salido gratis: los expertos hablan ya de “epidemia de mala salud mental” que está sacrificando a toda una generación de adolescentes y preadolescentes, no preparados para la inmediatez de las redes sociales. El fenómeno tiene un nombre: nomofobia, o dicho de otra manera, cuando el móvil se convierte en una droga, en una fuente de placer. Pero esta hiperconectividad ha provocado un movimiento en reacción: el de un creciente número de usuarios que está retornando a los móviles ‘tontos’. En Estados Unidos se está abriendo paso una contracultura que renuncia a esta sobredosis de conexión y reivindica una vuelta a lo simple, a los orígenes del teléfono, un dispositivo que se utilizaba para hablar nada más.
“Necesitaba tiempo para mí”, explica el escritor Jesús Terrés, tras hacer pública en redes sociales su intención de pasar por una dieta detox de móvil inteligente y volver a un móvil simple, en su caso, del fabricante suizo Punkt. Terrés no ha dado un salto al vacío, sino que emplea el smartphone como móvil principal, pero sí usa el dumbphone (teléfono tonto) en los fines de semana y durante el tiempo que pasa con su familia. En este paso está echando en falta Google Maps, pero no tiene ningún problema en haber sacrificado la esclavitud de las redes sociales, a las que describe como “pedir esa tercera copa en la coctelería: en aquel momento parecía buena idea, pero casi nunca lo es”.
Pero este camino hacia la desconexión es para valientes. Sergio Barranco es un profesor de música en el conservatorio de San Sebastián que ha resistido durante muchos años la presión, aferrado a su móvil básico. Ha sido una resistencia numantina que, finalmente, ha terminado por ser derribada. “Mi entorno se alegró de mi cambio”, explica, “ahora ya no tenían que comunicarse conmigo de forma específica vía SMS o llamada; era mucho más cómodo para ellos.” Este músico ha claudicado, pero se ha dejado muchos pelos en la gatera y mira con nostalgia su viejo ladrillo: “Una vez que te metes en el mundo del WhatsApp, la cosa no es sencilla”, afirma con resignación, “por otro lado, desde un punto de vista social, hablabas más con la gente”.
Nokia, propiedad de HMD, advierte de que los móviles básicos no tienen un perfil cerrado de cliente: “Estamos viendo que los teléfonos básicos resuenan con múltiples demografías y generaciones”, explica a EL PAÍS Lars Silberbauer, director de marketing de la firma. Este directivo se refiere a un “agotamiento digital” entre los jóvenes, que “están dando un paso atrás” en el mercado de los móviles y mirando con buenos ojos los móviles básicos.
Los fabricantes son muy reticentes a ofrecer cifras concretas de ventas, pero los suizos Punkt confirman un incremento en ventas, en especial entre el público más joven: “ha habido un incremento de ventas superior al 30 % en 2022 en comparación con el año anterior”, explica Adam Thomas, responsable de prensa, “y esperamos que este crecimiento aumente todavía más con el lanzamiento de un modelo con pantalla táctil a finales de año”. En la misma línea se sitúa HMD (fabricante de los Nokia) que confirma “se han duplicado las ventas” en 2022 con respecto al año anterior, y esperan que este crecimiento se sostenga en 2023, según explica a este medio Hayley Dodd, director de comunicación de la compañía.
Counterpoint Research confirma estos tiempos dorados para los “teléfonos tontos”, asegurando que solo en Estados Unidos se esperan vender 2,8 millones de terminales en 2023. La consultora apunta también a que este resurgimiento en ventas es debido a que tanto los “millenials” como la conocida como ‘generación Z’, persiguen cada vez más la ‘desintoxicación digital’.
“Es como vivir en 1999″
Se trata de comunicación, de relaciones, de estar conectado… O eso es lo que creíamos. “No me llama ni Cristo”, reconoce Terrés tras haber dado el salto al vacío. Este escritor ha vivido en carne propia la crudeza de la dictadura del plan de datos: la gente ya no quiere hablar (a lo sumo, enviar audios). El ostracismo voluntario tiene, por contra, una derivada muy positiva: “ahora leo muchos más libros”. Pero… ¿por qué renunciar voluntariamente a los placeres de los WhatsApp y TikTok?
Además de una evidente cuestión de salud mental, la tendencia minimalista está contribuyendo a que cada vez sean más los que miren con buenos ojos este aterrador aislamiento. “Es como vivir en 1999″, escribió Gregory Alvarez describiendo su desconexión ya —casi— definitiva. Como no podía ser de otra manera, hay todo un subforo en Reddit en el que se comparten consejos sobre cómo dar el paso hacia los móviles básicos. Curiosamente, la primera recomendación de este foro consiste en no cambiar de móvil, sino mantener el smartphone y limitar sus funciones. Tanto Android como el iPhone cuentan con modos de control parental que limitan las funciones de los dispositivos hasta convertirlos casi en viejos Nokia.
Las otras ventajas de los móviles ‘tontos’
Un aspecto innegable de este tipo de teléfonos es su robustez y fiabilidad. ¿Quién no recuerda las dramáticas caídas de los primeros Nokia? Aquellos móviles saltaban por los aires, pero al recomponerlos de nuevo, nada, ni un rasguño. Un vídeo que supera el millón de visualizaciones intenta destruir un viejo Nokia 3310 sometiéndole a todo tipo de torturas, y sale prácticamente indemne. Los smartphones actuales, por su parte, muestran su vulnerabilidad con cada caída: la pantalla resquebrajada, el chasis arañado… Y son reparaciones que no son baratas precisamente.
La otra gran ventaja de este tipo de terminales reside en que, al no contar con pantallas táctiles en color y procesadores muy básicos, sus baterías duran mucho. Aquello de cargar el teléfono todas las noches es un mal sueño para quienes han decidido dar el salto a los móviles básicos: una carga puede durar toda una semana, dependiendo de su uso. Por otro lado, estos terminales son menos susceptibles de ser ciberatacados, una característica no menor para quienes estén preocupados por su privacidad. Y por último, la cuestión económica. Un móvil de estas características puede costar poco más de 20 euros y las tarifas de voz, en torno a los 2 euros mensuales.
“Las redes sociales buscan que pasemos mucho tiempo en ellas mediante tácticas como el scroll infinito y vídeos cortos que nos incitan a pensar ‘venga, solo uno más’”, advierte el psicólogo Joan Salvador Villalonga, “nos privan de momentos de ocio saludables, generando intolerancia al aburrimiento”. Esto está provocando una tensión insostenible para cada vez, más personas, según este experto: “nos presionamos a nosotros mismos para gustar a los demás con publicaciones que acaban teniendo una vida útil de unas pocas horas y todas estas circunstancias hacen que muchas personas opten por abandonar estas redes sociales y recuperar la sensación de libertad”, sostiene. En definitiva, el movimiento dumbphone le quita importancia al mundo virtual y se la devuelven al mundo real.
José Mendiola Zuriarrain
Es colaborador en la sección de Tecnología de EL PAíS. Licenciado en Ciencias Económicas por la Universidad de Deusto, escribe desde 2007 sobre nuevas tendencias y tecnología.
El País