No es sólo gas: Europa también depende de Rusia para el suministro de uranio

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La empresa rusa Rosatom siempre ha quedado fuera de las sanciones europeas por razones obvias: porque Europa no sólo dependía del gas ruso sino también del uranio ruso. Lo primero lo ha podido paliar, hasta el momento, pero lo segundo no.

Las empresas europeas Orano y Urenco planean aumentar su capacidad de suministro de uranio a las centrales nucleares, pero no será suficiente para sustituir a los rusos. Sobre todo porque Rosatom también monopoliza la fabricación de combustible nuclear destinado los reactores de diseño ruso desplegados en Europa central.

En la medida en que la Agenda 2030 y demás políticas seudoecologistas de Bruselas tratan de sustituir las energías convencionales por la nuclear, la transición energética pende de un hilo atado al pie del Kremlin.

Según datos de Euratom, el organismo responsable de coordinar los programas europeos de investigación sobre energía nuclear, entre el 25 y el 30 por cien de las centrales nucleares en Europa dependen de Rusia.

Parece poco, pero no es así. A diferencia del gas, a corto y medio plazo no es posible sustituir al uranio ruso. No hay gasoductos que lo transporten. Deshacerse del peso estratégico que Rusia tiene en la energía nuclear europea llevará mucho más tiempo… si es que eso es posible.

Las consecuencias son evidentes: en Bruselas ya van por su decimotercer paquete de sanciones contra Rusia, pero Rosatom sigue fuera y sigue el comercio con los estados miembros de la Unión Europea, a pesar de la guerra y a la máxima velocidad. Los datos recopilados en febrero del año pasado por el Royal United Services Institute, un equipo británico de análisis, mostraron que en 2022 las compras de tecnologías y combustible nucleares rusos por parte de la Unión Europea alcanzaron su nivel más alto en tres años.

Por lo tanto, Europa no lo puede evitar y Rusia no lo quiere evitar. Es un fenómeno muy interesante de analizar un poco más despacio.

Europa fue antinuclear y ahora quiere ser lo contrario

Tras la caída de la URSS, en 1994 la legislación europea impuso cuotas de suministro. La Declaración de Corfú estipula que un Estado miembro de la Unión Europea no debe tener más del 20 por cien de su combustible nuclear procedente de un país de la antigua URSS. Pero también en Europa las normas están para olvidarse de ellas.

Rusia no sólo impone su peso en el suministro de una materia prima sino en toda la cadena. El uranio natural se extrae primero en las minas, pero luego debe convertirse y enriquecerse antes de ensamblarlo en un reactor.

Pero en los países occidentales han cerrado muchas plantas de enriquecimiento de uranio en los últimos 15 años, especialmente en Estados Unidos, dejando a Rusia en una posición dominante en el mercado. Rosatom cuenta con alrededor del 30 por cien de cuota de mercado en Europa, un porcentaje que esconde niveles de dependencia extremadamente dispares entre los Estados miembros de la Unión Europea. En Hungría es casi el 100 por cien y en España el 30 por cien.

Los países occidentales y, en particular los europeos, están pagando el desastre de sus políticas económicas de hace 40 años, de las que las verdes y ambientalistas no son más que un pálido reflejo. Empezaron a ser antinucleares y ahora pretenden convertirse en todo lo contrario, cuando las empresas del sector se encuentran en un estado lamentable. La francesa Orano y la anglo-alemana-holandesa Urenco se han quedado desfasadas. No están en condiciones de implementar la transición energética.

Quieren pero no pueden. A finales del año pasado el gobierno francés ordenó a Orano aumentar un 30 por cien la capacidad de una planta de enriquecimiento, con una inversión de 1.700 millones de euros. Por su parte, Urenco prevé incrementar ligeramente la capacidad de producción de cada una de sus cuatro fábricas, ubicadas en Reino Unido, Alemania, Países Bajos y Nuevo México (Estados Unidos). Sin embargo, vivimos en los tiempos del capitalismo monopolista de Estado: como la empresa depende de tres gobiernos diferentes, los acuerdos son complicados.

Como también hemos expuesto varias veces, el precio del uranio en los mercados mundiales se ha disparado después del accidente de Fukushima en 2011. Si antes la libra de lal materia prima costaba 30 dólares, ahora cuesta 100.

Además en Europa del este (Finlandia, República Checa, Eslovaquia, Hungría y Bulgaria) hay centrales nucleares que sólo funcionan con el uranio enriquecido procedente de Rusia. También es posible paliar esa situación, siempre a costa de sustituir a Rosatom por Westinghouse, es decir, a Rusia por Estados Unidos.

En cualquier caso, a las empresas europeas les va mucho mejor con los rusos. Por ejemplo, la francesa Framatome tenía un acuerdo con Rosatom, firmado antes del inicio de la Guerra de Ucrania. Con la licencia de Rosatom en la mano, quiere suministrar combustible a las empresas nucleares eslovacas y búlgaras. Quiere pero no puede. Por lo menos, aún no ha empezado a hacerlo, a pesar de que tiene los contratos firmados.

Por razones estratégicas, es decir, de supervivencia, Rusia domina el sector nuclear mundial: exporta la materia prima, el enriquecimiento y, finalmente, la tecnología. Es el único país del mundo que vende centrales nucleares “llave en mano” a cualquier país del mundo. Su estrategia comercial es como la de los viajes turísticos: va todo incluido, hasta la financiación. Un cliente quiere un reactor nuclear, pero además Rosatom se puede comprometer a suministrarle el uranio de por vida. ¿El cliente quiere desprenderse de los residuos de la central? No tiene que preocuparse; Rosatom también puede encargarse de ello.

Es lo más cómodo, y para muchos países del Tercer Mundo, es la única solución.

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