Fuente: Umoya num. 101 – 4º trimestre 2020 Noemi Ferrero Avedillo
En 1960 Níger se independizaba de Francia, la prosperidad que se atisbaba a lo lejos se vio socavada por los conflictos internos y la explotación por parte de empresas extranjeras de su principal recurso mineral: el uranio.
Níger ocupa el quinto puesto como productor mundial de este mineral para la generación de energía nuclear. Desde su independencia, la industria nuclear francesa ha estado explotando minas de uranio en Níger. La abundancia de los recursos se convierte en una trampa para la mayoría de los países del continente africano. La explotación del uranio se superpone a las necesidades de la población de manera que su inestabilidad política y la dependencia económica de los organismos internacionales cultiva una fragilidad aprovechada por las industrias nucleares.
La extracción de mineral atómico sigue siendo un desastre medioambiental y sanitario silenciado por los intereses económicos y políticos en Francia. Tras la descolonización del África Occidental Francesa se llevó a cabo un programa nuclear muy dependiente del uranio que intentaba prolongar la influencia y grandeza del imperio francés. En 1968, la Compañía General de Materiales nucleares (Cogema)- en 2001 renombrada como Areva y en 2018 como Orano- comenzó a comprar a bajos precios el uranio de los depósitos de Níger.
Para finales de 2016, Areva había extraído 130.000 toneladas de uranio y, como explica Raphaël Granvaud, “todavía leemos en los informes parlamentarios que la energía nuclear ofrece a Francia su “independencia energética”. O “el Estado francés considera que el uranio es un elemento insignificante de fisión atómica y, por tanto, no debemos preocuparnos por su origen, o, y esto es más probable, considera, a través de Areva, que el suelo de donde proviene, Níger, uranio le pertenece, y que todavía ve a este país africano como su colonia.” La dependencia energética de Francia se tradujo en la necesidad de mantener la dominación económica, política y militar convirtiendo a Níger en un régimen vasallo.
¿Qué sucede cuando los líderes políticos nigerinos tensan las relaciones comerciales con Francia?
En 1974 Hamani Diori, jefe de Estado en funciones, sufrió un golpe de estado tras exigir un aumento de precio de venta del uranio. Treinta años después, Mamadou Tandja reclamó nuevamente un aumento de los precios. Acabó derrocado por los militares.
Desde su independencia, Níger ha sufrido cuatro golpes de estado, de los cuales dos fueron provocados por el intento de alterar el flujo comercial nuclear francés.
Los acuerdos coloniales, por su parte, situaron a las empresas
privadas en una situación ventajosa respecto a la explotación de las minas de uranio. Mientras los mineros franceses estaban sujetos a medidas de control y seguimientos médicos, los nigerinos no eran considerados trabajadores nucleares y, por ende, no tenían protección ni seguimiento médico. Tras el accidente de Fukushima la población nigerina sufrió un doble golpe: además de soportar la contaminación por uranio, que les hacía enfermar de cáncer, se sumaron los despidos por la pérdida de rentabilidad de las empresas francesas. El accidente disminuyó la demanda del metal.
Amina Weira, en su documental La Colère dans le vent, relata cómo durante su investigación, descubrió el alcance de la contaminación radiactiva y los problemas de salud.
A los trabajadores no les proporcionaban ropa protectora,
la cual estaba reservada para ejecutivos blancos. Además, los médicos pagados por las empresas afirmaban que no
existían enfermedades profesionales. Las enfermedades que
padecían los trabajadores “no tenían nombre”, así evitaban una mayor responsabilidad sobre los enfermos.
Arlit, una ciudad construida en 1960, está rodeada de montañas provocadas por la acumulación de residuos radioactivos. Tiene 140.000 habitantes, pero se encuentra dividida entre los trabajadores ejecutivos y expatriados, que cuentan con una central eléctrica que les abastece, y las zonas marginales, que se
ven privadas de ella. Amina explica que es la ciudad que extrae la riqueza del país, Arlit, levantada en medio del desierto, es la “Petit Paris”.
Francia, que se denomina un país energéticamente independiente, consume tres cuartos de la producción de uranio, mientras que solo un 16% de los nigerinos tienen acceso a la electricidad. Raphaël Granvaud analiza la paradoja de un pequeño país de Occidente dotado de energía atómica, cuyo nivel de desarrollo siempre requiere más energía eléctrica que un país saheliano dos veces y medio más grande que el primero, penúltimo del mundo en la lista del índice de desarrollo humano.