Nicaragua: ¿no intervención o golpe suave?/I

Fuente: La Jornada                                                                    José Steinleger                                                                                  07.07.21

El principio del fin de la tiranía somocista (1937-79) llegó cuando el pueblo de Nicaragua respaldó masivamente el espíritu de unidad política del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional (JGRN). En el archivo, conservo documentos de las tres tendencias del FSLN (insurreccional, guerra popular y proletaria), y del variopinto arco ideológico de la JGRN.

A un costo de 35 mil vidas en un país habitado entonces por 3.5-4 millones (mitad de la población actual de la CDMX), el FSLN alcanzó una suerte de empate técnico en su lucha contra la feroz Guardia Nacional, sostenida por Washington. El 17 de julio de 1979 Anastasio Somoza huyó a Miami, delegando el cargo en un monigote: Francisco Urcuyonuevo presidente constitucional.

Entonces, el FSLN lanzó la ofensiva final, y el monigote huyó a Guatemala. El 18 de julio la JGRN (exiliada en Costa Rica) se desplazó a León, ciudad a la que ambas fuerzas proclamaron capital provisional de Nicaragua. Y el 19 de julio, el FSLN entró en Managua, envuelto en el grito de Sandino recuperado por la multitud: ¡Patria libre o morir!

Vanidades, inconsistencias, dogmatismos, narcisismos, traiciones, sectarismos, oportunismos y otras miserias de la lucha quedaron atrás. Pueblo de poetas y guerreros, los sandinistas regalaban al mundo esperanzas, vigores renovados, optimismo, desprendimiento, amores, música y gran alegría colectiva. Los buenos habían ganado.

Simultáneamente, en otros escenarios, las cosas eran menos claras: intervención militar de la ex Unión Soviética en Afganistán (1978) y, al año siguiente, con el lema el error está en la izquierda, China daba inicio a las cuatro modernizaciones. El sha de Irán era derrocado por un movimiento teocrático antimperialista y en Gran Bretaña la ideología de Margaret Thatcher (la sociedad no existe; sólo existe el individuo) ganaba las elecciones.

La felicidad sandinista duró, exactamente, 18 meses. Porque en enero de 1981, un actor mediocre de Hollywood, el republicano Roland Reagan, llegó a la Casa Blanca. Y lo primero que hizo fue dar luz verde a la CIA en Nicaragua y América Central.

Por ende, el pueblo nicaragüense se vio obligado a pelear en dos frentes: de un lado, las tareas de la reconstrucción; por el otro, la defensa de la soberanía nacional y popular. La guerra “contra la contra” también se ganó (1981-89). Pero otros 25 mil nicaragüenses cayeron en la lucha. Un desangre que, innegablemente, gravitó en la derrota electoral del FSLN en los comicios presidenciales de 1990.

En 1992, volví a Nicaragua contratado por Unicef para escribir un libro sobre la infancia de América Latina. Invitaciones, rencuentro con amistades, periodistas, poetas. No fue muy agradable que digamos. A medida que bajaba el nivel del ron Flor de Caña en casa de amigos, se imponía la típica expresión nica hijueputa para desacreditar a otros compañeros.

No obstante, en los recorridos por barrios y pueblos carenciados del país, observé algo interesante: a pesar de la derrota electoral, el pueblo seguía enarbolando sus banderas sin abjurar de su identidad sandinista. Impresiones que volqué en una de mis primeras crónicas para La Jornada. A continuación, transcribo tres párrafos de una de ellas:

“Cuando el periódico sandinista Barricada publica algo que cae mal en el gobierno, doña Violeta Barrios de Chamorro llama personalmente a la redacción, y exclama: ¡Habla la presidenta de la república! ¡Exigo hablar con Carlos Fernando Chamorro!. En cambio, si las cosas son más llevaderas, cualquier empleado del matutino que atienda el teléfono, oye una voz maternal: ¿Está Carlos Fernando? Si lo ve, dígale que esta noche lo espero a cenar en casa.

“Hijo de Pedro Joaquín Chamorro (1924-78, director del periódico La Prensa, asesinado por orden de Somoza), Carlos Fernando había sido el solterón de la familia, hasta sus 37 años. Pero a finales del año pasado, sufrió su mayor derrota personal: se casó. Mamá al fin, doña Violeta se sintió aliviada: ‘Podés invitar a tus amigos. Yo me encargo de todo’.

Pero claro, los amigos de Carlos Fernando eran los comandantes del FSLN. No hubo problema. Doña Violeta invitó a los suyos, acérrimos enemigos del sandinismo. Y así, entre Flor de Caña va, Flor de caña viene, la fiesta se desarrolló como todas las fiestas ricachonas de este mundo ( La Jornada, 22/11/1993).

Para Washington, tampoco había problema. Con doña Violeta, la democracia retomaba su camino, recorrido por familias oligárquicas gerenciales, prebendarias, rentistas, meritocráticamente inútiles para ser capitalistas, y alineadas con el modelo neoliberal del llamado Consenso de Washington: saqueo y entreguismo (1990-2006).

Por debajo de la agridulce realidad, 65 mil nicaragüenses dormían el sueño de los justos. Nicaragua ya no era somocista ni sandinista. Era color violeta. Una mezcla de rojo y negro.

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