Fuente: https://cazadebunkers.wordpress.com/2023/07/17/negacionista-por-bea-talegon/ CIENCIA Y ESPÍRITU EN Madrid. Domingo, 16 de julio de 2023. 5h30’.
El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define negacionismo como «la actitud que consiste en la negación de determinadas realidades y hechos históricos o naturales relevantes, especialmente el holocausto».
Precisamente, de la negación del Holocausto surge este término. En el libro de Donatella Di Cesare, Si Auschwitz no se nada: contra el negacionismo, la filósofa italiana analiza las diferentes formas en que el negacionismo ha mirado de rechazar la existencia del Holocausto. Los negacionistas primigenios, por decirlo de alguna manera, son aquellos que consideraban los judíos forjadores de una conspiración mundial. Una idea que todavía hoy continúa viva entre algunos, sobre todo en círculos de la extrema derecha, que se niegan a reconocer la brutal masacre cometida contra el pueblo judío, entre otros.
En el ensayo de Di Cesare se pone el foco sobre los mismos perpetradores de los crímenes y matanzas, que serían los primeros negacionistas de la historia. Serian ellos quienes, a base de retorcer el relato, llegarían incluso a cambiar la historia, considerando las víctimas como culpables de los hechos. Según esta investigadora, además de exonerarse de responsabilidad, los negacionistas originarios sustentan sus teorías para mirar de explicar que los judíos justificarían en el Holocausto la base fundamental para la creación del Estado de Israel.
Que estas primeras líneas sirvan como establecimiento del origen del término, para comprender la magnitud que tiene en la mayoría social un término como es el del negacionismo: una connotación negativa, incluso inhumana y desprovista de sensibilidad. Así es como se considera, en general, un negacionista: alguien que se empecina a «negar el que es evidente, sustentándolo en teorías de la conspiración».
Un término que en el siglo XXI ha pasado a usarse prácticamente para todo: hoy se habla de negacionistas de la pandemia, negacionistas del cambio climático, negacionistas de la diversidad de género. Todo es negacionismo. Y poniendo cualquier persona que no comulgue con la tesis oficial en el mismo saco, se simplifica la ecuación por, en definitiva, silenciar, ridiculizar y despreciar otros pareceres que no vengan marcados por las tendencias dominantes.
Di Cesare habla de la «genealogía del negacionismo», considerando que todas las teorías negacionistas tienen un cordón umbilical que las une. Que todas forman parte de un mismo fenómeno de «propaganda política», que consiste en «el rechazo de una verdad considerada oficial y el de la inversión de roles entre víctimas y verdugos». La filósofa ubica la primera fase del negacionismo entre 1944 y 1945, que tuvo por objetivo exonerar y exculpar el fascismo y el nacionalismo de los crímenes cometidos durante la Shoah. Y esto deriva, según la escritora, a considerar que el totalitarismo alemán de aquel momento se igualaría con otros.
Surge en este punto el término totalitarista, cosa que no tendríamos que dejar de lado, puesto que si no paramos atención, podría estar instalándose en nuestras sociedades sin darnos cuenta.
Porque el problema que, según mi opinión, tenemos hoy en día es que usar el término negacionista ahorra el debate y sirve de atajo. Un término gastado que ya se usa para todo, para cualquiera que no esté de acuerdo con toda una serie de cosas que vienen impuestas. Y evidentemente, el vínculo que tiene el concepto con aquellos que negaban la comisión de crímenes atroces, documentados y evidentes, es una estrategia potente (y peligrosa en una democracia).
Puede servir como ejemplo el titular reciente donde se cita al actual presidente del gobierno español: «Sánchez dice que los españoles tienen que elegir entre un «gobierno negacionista, antifeminista» y el progreso». Macarena Olona también usa el término con asiduidad, señalando que su objetivo es «acabar con la violencia contra las mujeres y con el negacionismo».
No son los únicos políticos que protagonizan titulares posicionándose contra el negacionismo. Y la cuestión es que el negacionismo se ha convertido en un cajón de sastre en el cual entra absolutamente todo aquello que no se quiera abordar desde un debate honesto.
Hoy se habla de desnacionalistas pandémicos, desnacionalistas del cambio climático, desnacionalistas de la diversidad de género. Todo es negación. Y poner a cualquiera que no se comprometa con la tesis oficial en la misma bolsa, la ecuación se simplifica para finalmente silenciar, ridiculizar y despreciar.
Suele decirse que las teorías oficiales son las que están sustentadas por los «expertos» en la materia. Durante la pandemia hemos leído, visto y escuchado muchos «expertos» que fundamentalmente se han encargado de recomendarnos productos de industrias con las cuales tenían conflicto de intereses. Un hecho que no ha transcendido cómo habría hecho falta a la opinión pública, pero que tendría que hacernos dudar de la condición de «expertos» de estos sujetos, que han recibido abundantes beneficios de las farmacéuticas, de organismos e instituciones vinculados, para mirar de convencer de la necesidad de proveernos de productos, pagados con el dinero de todos. En el momento en que alguien se ha atrevido a hacer preguntas, a pedir un debate, el hashtag de «negacionista» ha sido impuesto y no se ha dado la opción de ser escuchado. Recuerdo el ejemplo del Señor Joan-Ramon Laporte, un verdadero experto en el campo de la farmacovigilancia, sin conflicto de intereses, que exigió la necesidad de plantear debates públicos y aportar información transparente y libre ante las medidas tomadas durante la pandemia y los productos administrados. Recuerden la comparecencia de este experto y de como los titulares lo tildaban de «negacionista» y se quedaban tan anchos.
Poco se habla una vez que, pasado el tiempo, las teorías de «negacionistas» como Laporte han demostrado tercamente ser ciertas. Como tantas advertencias de científicos, médicos y expertos sin conflictos de interés que han avisado de los graves riesgos y peligros que suponía para la salud inocular toda la población con productos experimentales.
¿Quienes han sido los negacionistas, entonces, en esta pandemia? Hemos escuchado hasta la saciedad que las vacunas han salvado millones de vidas (asumiendo que las inoculaciones contra la covid pudieran denominarse vacunas, cosa muy cuestionada por los expertos más rigurosos), una afirmación que está basada en meros datos estadísticos, sin base científica que lo sustente. La realidad ha ido por su lado, demostrando que las inoculaciones no han evitado los contagios, ni las UCI ni las muertes. De hecho, en un primer momento, se llegó a negar la existencia de la inmunidad natural, usando este argumento como una razón de peso para empujar a la inoculación. Muchos meses después, otra vez la realidad ha demostrado que la inmunidad natural ha estado clave porque ahora hablamos de una situación endémica y para que buena parte de la población pueda responder a la infección causada por un virus el origen del cual no se ha querido hablar.
Del origen del virus también ha habido negacionistas: todos aquellos que tuvieron dudas y se preguntaron qué estaba pasando en el laboratorio de Wuhan, donde precisamente se estaba experimentando con la «ganancia de función», prohibida y limitada en territorio norteamericano. Todo aquel que quisiera averiguar, investigar y saber qué había pasado en este laboratorio, quien había financiado estas investigaciones con el SARS, y habría planteado dudas razonables a la teoría del pangolín, del mercado de marisco y posteriormente de unos perros, ha sido tildado de negacionista. Aun así, cada vez cobra más peso, a causa de las evidencias y pruebas que van saliendo a la luz, que los «negacionistas del origen del virus» no estaban, en absoluto, desencaminados. Pero aquellos fueron apartados de investigaciones, universidades, medios de comunicación.
Lejos de cancelar las voces disidentes, lo más inteligente sería escucharlas atentamente e intentar aclarar las incógnitas desde el profundo respeto hasta las diferentes opiniones
Que te acusen de negacionista implica cancelación, censura y desprestigio. Así de sencillo y así de eficaz. Por eso en política lo usan a todas horas. También en la ciencia, donde, sorprendentemente, plantear dudas y querer debates es, precisamente, la base del método científico. Aun así, la enorme influencia de los intereses económicos y de control ha conseguido que la ciencia se convierta en dogma de fe, y quien no se trague sin masticar aquello que proviene de la industria farmacéutica y de organismos como la OMS (que es financiada por aquellas empresas fundamentalmente), madriguera en el ostracismo. Por muchos estudios y pruebas que tenga.
Pasa el mismo con el cambio climático. Plantear debates y probar de resolver dudas vuelve a ser considerado negacionismo. Y que no se hable más. Pretender entender qué está pasando (y que no está pasando) ahora se ha convertido en un acto peligroso. Tener dudas es despreciable. Buscar otras explicaciones, diferentes de las oficiales, es ser conspiranoico.
La cuestión ha llegado hasta el punto tan absurdo como este titular publicado por Diario Público: «El Colegio de Geólogos publica un artículo negacionista y carga contra el dogma climático». La publicación del Colegio de Geólogos, señala Público, «rechaza que el ser humano esté detrás del calentamiento del planeta y cita autores polémicos».
Este, para mí, es un ejemplo del dicho popular: aquel que dice que el cántaro se rompe de tanto ir a la fuente. O sea, que al final, resulta que cualquiera es negacionista.
Y seguro que entiendo que me parezca peligroso. Porque, en una democracia, se tendría que poder hablar de todo, hacer preguntas y buscar respuestas. En el ámbito de la ciencia, es la base fundamental; pero no podemos olvidar que el término se usa, hoy en día, para cualquier otro ámbito. Y supone, en definitiva, una manera muy sencilla de acabar con los debates. Un atajo simplista y cobarde de quienes no quieren analizar la realidad desde diferentes puntos de vista.
Si no fuera porque se pretende perseguir el negacionista, no habría drama. Pero cuando todos estamos expuestos a ser etiquetados como tal, y esto comporta pérdida de trabajos, cancelación y censura, habría que tomarse con más cautela los hashtags. Sobre todo porque, lejos de cancelar las voces discrepantes, lo más inteligente sería escucharlos con detenimiento y tratar de aclarar las incógnitas desde el respeto profundo a las opiniones diferentes.
Seguramente usted, en alguna de las cuestiones que se ponen en la actualidad sobre la mesa, puede ser considerado negacionista. Y como siempre pasa cuando algo se usa sin conocimiento, acaba perdiendo su sentido.
No caigamos en la trampa y procuremos mantener siempre el interés por el conocimiento, escuchando las diferentes opciones de pensamiento que se presentan. Solo así nos mantendremos, en la medida posible, lejos del totalitarismo, que, sin duda, es el verdadero negacionista: de libertades y derechos de todos. Y este, por desgracia, ya se está instalando.
Muchas gracias por compartir esta información.
Fuente: https://www.elnacional.cat/ca/opinio/negacionista-beatriz-talegon_1062357_102.html