Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/998-estudiantes-en-las-carceles-mexicanas-por-defender-la-gratuidad-de-la-unam-a-20-anos Gilberto Enrique Ramírez Toledano 15/03/2020
998 estudiantes en las cárceles mexicanas por defender la gratuidad de la UNAM… a 20 años
Publicamos la cuarta parte del estudio de Gilberto Enrique Ramírez Toledano sobre la huelga general de 1999 de la UNAM, una institución central de la vida intelectual, académica y política de México. La primera parte puede consultarse aquí, la segunda aquí y la tercera aquí.
A 20 años parece difuso, pero los rastros del conflicto siguen vivos en la UNAM.
La ultraderecha recalcitrante que gobernaba la UNAM, del tipo Barnés de Castro siempre déspota y autoritario, el porro Brígido Navarrete que controlaba grupos de choque internos, los directores Serrano Migañón de Derecho o Pérez Correa en Ciencias Políticas y Sociales, pasaron a la sombra. Desde el rompimiento de la huelga el viejo priísmo universitario de mano dura tuvo que ceder espacios a una nueva burocracia más allegada a círculos del PRD, con quienes desde entonces se estableció un nuevo equilibrio de fuerzas. Este PRD-PRI, con diferentes tendencias, hoy se reparten los huesos de poder de la universidad más grande de América Latina, con un nada despreciable presupuesto que hoy suma más de 45 mil millones de pesos (más de 2 mil 300 millones de dólares)
Los grupos porriles, antes todopoderosos que controlaban varias facultades y escuelas de bachillerato en la Universidad, hoy aparecen y desaparecen a conveniencia de los grupos de poder que los financian, pero con clara debilidad en comparación con lo que se vivía en los años 90. Antes de 1999, se levantaban actas y se consignaba ante el ilegal Tribunal Universitario a profesores y estudiantes, por motivos tan ridículos como “hacer una reunión”, o “pegar un periódico mural”.
El sueño de modificación al reglamento general de pagos ni se menciona. Desde el año 2000 ningún rector en turno se ha atrevido siquiera a mencionar el tema. Aunque cobros por trámites, seminarios, diplomados se han venido incrementando poco a poco en los lugares donde la correlación de fuerzas se los permite. Es decir, donde no hay estudiantes organizados y luchando.
De las reformas neoliberales de 1997 y los vínculos con el CENEVAL, hay altibajos. Los reglamentos que decían que serías dado de baja si no terminas tus estudios en tiempo y forma (ver la primera entrega de esta serie de artículos) están suspendidos, pero las autoridades se las arreglan para decirle a los estudiantes, sobre todo de bachillerato que han tardado más de 4 años en egresar que “es mejor que te des de baja voluntaria, porque si no, no se te asignará la carrera de tu elección”, y de esta forma miles de alumnos inscritos pierden su lugar en la UNAM y vuelven a hacer el examen de admisión para la licenciatura. De igual forma, los vínculos con el CENEVAL están rotos, pero la Universidad sigue haciendo los injustos y discriminatorios exámenes estandarizados de selección, incluso con las mismas reglas del CENEVAL que se implementan en el famoso examen único de ingreso al bachillerato (formalmente organizado por la Comipems), donde participa la UNAM.
Por tanto, dos cosas quedan claras: por un lado, que hay mucho por qué seguir peleando, pero por otro, que la huelga valió mucho la pena y que su victoria sigue siendo patente, a 20 años de distancia. Después del asalto a la UNAM por más de 2 mil 500 militares, algún universitario decía: “somos la generación del alma desgarrada y la huelga rota”, y así fue, pero ¿cómo fue que se llegó a este punto? ¿cómo fue la táctica, diseñada desde la Presidencia, la Secretaría de Gobernación y la Rectoría de la UNAM, para dar fin a la tenaz huelga del CGH?
Renuncia de Barnés e imposición de De la Fuente (llegado directamente del gabinete de Ernesto Zedillo)
Habían experimentado de todo: violencia, secuestros, amedrentamiento, campañas intensas en medios, el engaño de las “cuotas voluntarias”, la trampa de la “propuesta de los profesores eméritos”, clases extramuros que los paristas llamaban “extraburros”, pero nada les salía bien. Incluso el ala moderada de la huelga había echado ya toda la carne al asador con su “victoria” del “replanteamiento del pliego petitorio”, que el gobierno y la rectoría desdeñaron. El CGH, a pesar de los meses de lucha, seguía adelante, mostrando fuerza con sus grandes movilizaciones, convenciendo al pueblo con sus incansables brigadas. Pero a los de arriba les quedaba su última carta, y la trabajaron con cautela, con tiempo, se trataba del rompimiento de la huelga por la vía de la fuerza, con la irrupción a los planteles de la recién creada Policía Federal Preventiva (PFP, de mayoritaria extracción militar, por lo que el CGH le llamaba a sus miembros “los militares disfrazados de gris”)
El primer paso para el desenlace final se orquestó desde el 5 de noviembre de 1999 en la marcha sobre periférico, donde los medios por primera vez mostraban una movilización de los estudiantes, transmitiéndola en vivo a nivel nacional, haciendo presión para la salida del Dr. Barnés, desgastado y repudiado, que finalmente presentó su renuncia el 12 de noviembre, cuando la UNAM cumplía ya 207 días de paro. Unos días después fue designado el nuevo rector, Juan Ramón de la Fuente, ex secretario de Salud del presidente Zedillo, que de inmediato fue presentado por todos los medios como un “conciliador”, “más político”, “amable”, etc. Llegó de la mano de José Narro, subsecretario de salud y viejo conocido de los grupos de poder priístas dentro de la Universidad. Al movimiento le costó trabajo adaptarse al cambio y entender que se debía modificar su táctica. Pero el gobierno se movía con agilidad. De inmediato De la Fuente convocó al diálogo con el CGH (que nunca había sido reconocido como interlocutor válido del conflicto por las autoridades pasadas)
Hay que decir que, en un principio, el rector recién llegado convocó a que los estudiantes no paristas fueran a las asambleas a votar por el regreso a clases, pero cuando vieron que más bien los alumnos discutían, se convencían de la justeza de la lucha y se nutría más la huelga, echaron marcha atrás y se concentraron en el plan original.
Sembrar la desconfianza dentro del CGH y encumbrar al ala opuesta al diálogo.
Una vez anunciado el diálogo se torpedeó la unidad interna del CGH. En el periódico El Día y otros, apareció a finales de noviembre una nota, en primera plana, diciendo que Leticia Contreras, Mario Benítez y Javier Fernández, los tres pertenecientes al ala “ultra” del CGH, estaban pactando con José Narro el levantamiento de la Huelga. Dicho periódico se repartió persona por persona en una plenaria que se encontraba sesionando dentro del auditorio Che Guevara (entonces muy representativo del movimiento estudiantil, no lo que es hoy en día)
Ya para entonces, las fuerzas se habían decantado. El ala moderada estaba prácticamente extinta y en el CGH debatían dos grandes tendencias, la “ultra” y lo que se denominó “megaultra”, cada una con muchos colectivos y matices internos. Frente al diálogo, estas dos grandes tendencias tenían posiciones encontradas. La mega, en general, opinaba que “no tenemos nada que negociar” por lo que no había que ir al diálogo sino “hacer acciones contundentes” que presionaran al gobierno para el cumplimiento del pliego petitorio, a diferencia de la ultra (entonces con más fuerza en la mayoría de las asambleas) que exigía el diálogo público “no para pactar nada”, sino para usarlo de tribuna, para que por fin todos los universitarios y toda la población “vea que tenemos la razón”. En realidad, el diálogo público fue una demanda del CGH desde hacía varios meses, votada y ganada en la gran mayoría de las asambleas como una táctica para “derrotar políticamente a las autoridades”.
Un bloque grande del ala mega creyó en las difamaciones, acusó de “traidores” a los implicados y a todos los que se organizaran con ellos. La Corriente en Lucha, CLETA y varias agrupaciones más, fueron arrinconadas y sacadas de muchas representaciones. El diciembre de la huelga, fue muy difícil, con muy poca participación de la base estudiantil, poca masa que pusiera orden. Las asambleas salían pequeñas en prácticamente todas las escuelas y las guardias se mantenían apenas con algunas decenas de estudiantes por escuela. A esto, se sumó la desconfianza interna.
El 29 de noviembre se realiza el primer diálogo con De la Fuente, que luego se replica el 2 y el 10 de diciembre. Ya para entonces la megaultra tiene mayor fuerza relativa y en los hechos se niega a dialogar. La representación de las autoridades, encabezada por el rector De la Fuente, hace su juego: muestra al CGH como irracional, opuesto al diálogo, sin argumentos… los medios multiplican los dichos de “son intransigentes, no quieren llegar a acuerdos, no tienen la razón”. En lugar de entrar al debate y derrotar con argumentos a la rectoría, varios representantes del CGH se dedican a quejarse porque la lona que pusieron en el Palacio de Minería donde se efectuaba el encuentro “hace mucho ruido”, o “queremos mil sillas para que los compañeros que están afuera puedan presenciar el diálogo”. Se trataba, claramente, de pretextos para andarse por las ramas, discutiendo sobre el formato del diálogo sin entrar de lleno en los puntos del pliego petitorio.
Ya para el 10 de diciembre se pactó lo siguiente con las autoridades: “El diálogo es la única vía para solucionar el conflicto”, “la agenda del diálogo serán los seis puntos del pliego petitorio como lo propone el CGH sin omisiones”, “el diálogo será transmitido íntegramente, en vivo por Radio UNAM y grabado por Tv UNAM, sin cortes para su posterior transmisión y sin ediciones”, “el CGH es el único interlocutor para la discusión y solución del pliego petitorio y del conflicto universitario”. Eran 4 puntos muy importantes arrancados por el CGH, pero que en el contexto descrito sirvieron para reforzar la táctica de la rectoría.
Al siguiente día, el 11 de diciembre, se monta una provocación. En marcha por la liberación de Mumia Abu-Jamal, a la que el CGH fue invitado, algunos asistentes empiezan a arrojar piedras a la embajada de Estados Unidos. Se desata la represión. Granaderos emprenden las pesquisas, gases lacrimógenos, golpes. Al menos 98 estudiantes son aprendidos. Más de 70 son enviados al reclusorio norte. La megaultra impulsa, y de hecho gana en la plenaria, que el CGH anuncie su negativa a sentarse a dialogar con las autoridades universitarias hasta que los compañeros detenidos recuperen su libertad. De la Fuente emite un comunicado en el que llama a “avanzar en lo ya acordado”, en “no romper el diálogo”, etc. Es un escenario desesperante, el movimiento va cayendo paso a paso en la trampa del gobierno.
“Propuesta institucional” y plebiscito para preparar la intervención militar.
Tras el rompimiento del diálogo el rector se dedica a cabildear, agrupar sectores de académicos, investigadores, estudiantes, asegurando que tiene voluntad de diálogo y de resolver el conflicto, y así llegó el 6 de enero, donde se presentó la llamada “propuesta institucional” con la que “se daba cumplimiento al pliego petitorio”, respaldada por una avalancha de cartas y pronunciamientos de apoyo. Decía De la Fuente: 1. Se dejará sin efecto el Reglamento General de Pagos aprobado el pasado 15 de marzo y las modificaciones del 7 de junio; 2. El Congreso Universitario analizará y definirá lo relativo a los Reglamentos Generales de Inscripciones y Exámenes, aprobados en 1997; 3. Las Facultades y Escuelas establecerán, cada una a través de sus Consejos Técnicos, los mecanismos y procedimientos que permitan a todos los alumnos, sin excepción, regularizar su situación escolar; 4. El Congreso Universitario analizará y definirá lo relativo a la relación entre la UNAM y el CENEVAL, mientras no haya una nueva definición al respecto quedarán sin efecto las relaciones previamente establecidas; y 5. Las autoridades universitarias gestionarán, en el ámbito de su competencia, el retiro de las actas en contra de los Universitarios participantes en el movimiento y harán, en el mismo sentido, la solicitud que proceda en relación a las denuncias presentadas ante las instancias legales correspondientes.
Por supuesto, estos puntos no respondían a ninguno de los puntos del pliego petitorio, pero como quedaba suspendido el reglamento general de pagos (RGP), se aceptaba la realización de un “congreso universitario” donde serían dirimidas las Reformas del 97 y la relación con el Ceneval, la autoridad empujó una campaña de “ya ganaron”, “ya no hay por qué luchar”, “liberen la universidad”. Hay que recordar que la exigencia del CGH no era ninguna necedad, se trataba de abrogar el RGP, que desapareciera no que fuera suspendido, porque ya varias veces antes las habían suspendido para volver a arremeter contra los estudiantes en cuanto bajaba la intensidad del movimiento.
El CGH rechaza la propuesta institucional, pero las autoridades continuaron con su plan: se echó a andar la propuesta del plebiscito, donde se invitaba a la comunidad universitaria a votar a favor o en contra de la propuesta institucional como vía para levantar la huelga. Dicho plebiscito se realizaría el 20 de enero. En respuesta el CGH convoca a una consulta abierta a los universitarios y al pueblo para el día 18 de enero, preguntando si debe o no cumplirse el pliego petitorio para poder levantar la huelga.
Entre tanto, un número bastante significativo de intelectuales, artistas, escritores, profesores universitarios, sacaron un pronunciamiento muy desafortunado, respaldando el plebiscito de De la Fuente, que era la antesala de la represión. El CGH fue bastante claro al respecto, alertó que se trataba de la ocupación de la UNAM por militares para romper la huelga y de la cárcel para los miembros del movimiento. Aun así, dichos intelectuales manifestaron: «Frente a las graves circunstancias por las que atraviesa la UNAM, los escritores abajo firmantes apoyamos la propuesta aceptada por el Consejo Universitario y exhortamos a la comunidad a participar en el Plebiscito que tendrá lugar el próximo día 20, para superar el conflicto y abrir la vía a la reforma universitaria”, y firmaron personajes como Héctor Aguilar Camín, Carlos Fuentes, Enrique Krauze, Ángeles Mastretta, Carlos Monsiváis, Cristina Pacheco, Fernando del Paso, Elena Poniatowska, Juan Villoro, Javier Sicilia, entre otros. Nuevamente “la crema y nata” de la intelectualidad, varios de ellos con posiciones progresistas como Poniatowska y Monsiváis, usados para aislar y reprimir la huelga. Con la propuesta de los eméritos, se había dado un golpe, pero esta vez el efecto fue mucho mayor.
El 20 de enero, miles de universitarios acudieron al llamado, engañados, cansados de tantos meses de huelga, pero no fueron tantos como el gobierno quería hacer creer. Las preguntas fueron: 1. ¿Apruebas la «Propuesta Institucional»?, 2. ¿Se debe o no concluir la huelga con la mencionada propuesta? Según la rectoría asistieron al plebiscito más de 150 mil universitarios, 89% de los cuales querían que se levantara la huelga sobre la base de dicha propuesta. En la consulta del CGH, participaron más de medio millón de personas (universitarios y no universitarios), en donde más del 80% se manifestaron por la resolución del pliego petitorio para levantar la huelga.
Barnés nunca pudo cumplir el único requisito que le pidió Ernesto Zedillo para la intervención militar: “acreditar la mayoría”. A finales de agosto de 1999, en reunión con académicos y estudiantes, el entonces presidente de la república dijo que “para resolver el conflicto en la Universidad Nacional la aplicación de la ley es necesaria pero insuficiente, se requiere acreditar de manera sistemática y cuantificable la voluntad de la mayoría en favor del retorno a clases” (periódico Reforma, 1 de septiembre de 1999) Ahora, De la Fuente cumplía a cabalidad con la orden dada.
Cinco días después del plebiscito, el 25 de enero, Juan Ramón de la Fuente visita una Ciudad Universitaria tomada y custodiada por el CGH, llegó a dos cosas: entregar los resultados de su “ejercicio democrático” y pedir que se reanude el diálogo pero “ya con la universidad abierta”. Se dan empujones entre la multitud presente, nadie recibe los resultados, se exige diálogo al rector antes de levantar el paro. El rector logra abrirse paso entre la gente, reclama que hubo actos de provocación, sube a su camioneta y sale de las inmediaciones de CU.
El 28 de enero, el movimiento convoca a una marcha del Casco de Santo Tomás, en el IPN, al Zócalo. La movilización se citó explícitamente para detener la amenaza de intervención militar y la cárcel a los estudiantes. Lo que no se vio en todo diciembre y lo que se llevaba de enero, se volvió a vivir: miles de estudiantes regresaron al movimiento, la marcha generó confianza en que se podrían rehacer las fuerzas. El gobierno también observó la situación, y decidió actuar cuanto antes, y no esperar a que el CGH se fortaleciera.
Provocación en Prepa 3 y entrada de la PFP a Ciudad Universitaria.
Lo demandado por Ernesto Zedillo estaba cumplido, el gobierno tenía el papel donde, mañosamente, se “acreditaba” “cuantitativamente” que la “mayoría” quería retornar a clases.
El 1 de febrero porros, golpeadores y personas contratadas en la calle con 100 pesos, se hacen presentes en la Preparatoria 3 de la UNAM, comienzan la agresión, rompen las cadenas e ingresan a la prepa, se apoderan de las instalaciones. El CGH convoca de inmediato a todas sus fuerzas a recuperar la escuela. Se concentran cientos de estudiantes y entre empujones y pedradas, logran abrir las puertas e ingresar. Hay actos de provocación, golpes, sangre. Lo que nunca hubo fue “un fallecido” como alertaban los medios de comunicación para generar alarma entre la población.
Ya con el CGH dentro, se hacen presentes los cuerpos represivos, primero los granaderos del entonces Distrito Federal (hoy Ciudad de México), pero muy pronto la PFP toma el control del lugar. Esperan a que se haga de noche para actuar, los estudiantes se concentran en el estacionamiento -quien esto escribe, es uno de los más de 400 estudiantes que se encuentran dentro del lugar-. Al anochecer, comienzan los jaloneos, del núcleo compacto de estudiantes son arrancados poco a poco los que se encuentran en los contornos. El profesor Mario Benítez, señalado como uno de los principales “líderes del movimiento”, entonces estudiante de posgrado, enfrenta un zafarrancho, lo intentan capturar violentamente pero logra escapar ayudado por estudiantes, profesores e incluso algunos reporteros. Algunos otros corren con la misma suerte y escapan.
Cientos de alumnos son llevados a tres autobuses, retacados de estudiantes, para ser trasladados al Ministerio Público (MP) de Camarones, y luego al tutelar de menores o al reclusorio norte, según fuera el caso (ya habrá momento para narrar específicamente este tema, el de los testimonios de los presos políticos de la UNAM, su lucha en los tutelares y el reclusorio norte, donde también se generaron grandiosas batallas)
Unos 300 alumnos resultan presos ese día, pero no serían los únicos. Cinco días después, el 6 de febrero, la PFP asalta Ciudad Universitaria, cerca y captura a la plenaria del CGH que se reunía en el auditorio Che Guevara, y detiene a cerca de 700 estudiantes más. Imágenes del Mosh, Mario Benítez, Leticia Contreras, Jorge Martínez, y todos los que los medios de comunicación consideraban líderes del CGH, comienzan a circular a nivel nacional, custodiados por elementos de élite, atrapados por fin y llevados a prisión. En total, 998 cegehacheros están ahora detenidos con cargos que van desde terrorismo y asociación delictuosa, hasta despojo, motín, robo y daño en propiedad ajena; además de la estrenada condición de “peligrosidad social” que le impusieron a los alumnos huelguistas para que no salieran de la cárcel, aun cuando sus cargos fueran disminuyendo.
Lo que no logra el gobierno ni la rectoría, es que disminuya la presión, al contrario. Desde la detención de los estudiantes, con todo y su cabeza organizativa que era la plenaria del CGH, el descontento se fue multiplicando. El mismo 6 de febrero hubo una manifestación espontánea en la avenida Insurgentes, y para el 9 de febrero se realizó una de las marchas más grandes en la historia contemporánea de México. Cientos de miles de padres de familia, colonos, estudiantes de todas las universidades públicas (algunas de ellas en paro en solidaridad con el CGH), miembros de organizaciones sociales, intelectuales y artistas de todo tipo, colmaron el Zócalo de la ciudad, en una impresionante demostración de fuerza y de repudio a la intervención militar. En el discurso del orador del CGH, un estudiante de la FES Zaragoza, le dice al rector y al presidente: “la lucha no termina… estamos de pie, no nos amedrentan”, exigiendo la solución inmediata de los, ahora, 7 puntos del pliego petitorio, es decir, los 6 que surgieron desde el principio del conflicto, más la libertad de todos los presos políticos de la UNAM.
La organización no se desactiva, desde días antes del golpe los estudiantes se prepararon para mantener “al CGH en el exilio”, y ya todos sabían, en caso de intervención militar, a qué lugar acudir para continuar la resistencia. Por ejemplo, los estudiantes del CCH Oriente debían acudir a la UAM Iztapalapa para rehacer su asamblea, y la plenaria del CGH se reuniría en la UAM Xochimilco… así fue.
El 14 de febrero, se programa el regreso a clases. Los medios saturan toda la prensa con imágenes de la policía limpiando CU, acondicionando las instalaciones, “ordenando” todo para la reapertura de la universidad. Ese día una gran marcha entra a Ciudad Universitaria, se dan enfrentamientos con porros y estudiantes de derecha. En la Facultad de Derecho grupos de antiparistas gritan a los exhuelguistas “reclusorio público y gratuito” y queman banderas rojinegras. Algunas asambleas logran reinstalar el paro, otras cierran direcciones, oficinas, pero manteniendo los salones abiertos. La universidad es un polvorín, con una gran agitación política en todos los rincones, en todas las bibliotecas, en salones, explanadas y auditorios, miles de estudiantes mantienen la resistencia. Padres de familia se plantan en la explanada de rectoría, se sacan sangre con jeringas y escriben con ella “presos políticos libertad”, “hijos, ¡no están solos!”.
Las autoridades no pueden ni siquiera pisar la mayoría de las escuelas “liberadas”. La correlación de fuerzas, sin duda es diferente, pero la indignación permanece en la medida en que siguen estando presos, con cargos absurdos, cientos de universitarios que las autoridades van liberando poco a poco, a cuentagotas, para ir bajando la presión social e intentando volver a la normalidad. Ésta, la de la “normalidad” fue la batalla central de los meses posteriores a la toma militar de la UNAM, las autoridades hacían todo lo que podían para que hubiera clases normales, y que el movimiento fuera perdiendo fuerza. Los estudiantes cegehacheros hacían todo lo que podían para que, con acuerdo de asambleas, actos públicos, cierre de oficinas, movilizaciones, etc., se mantuvieran las acciones de resistencia. Fue emblemática la resolución de la Facultad de Ciencias, en donde los alumnos acordaron “levantar una pared” con ladrillos y cemento, para cerrar definitivamente la dirección de la escuela hasta que fueran liberados todos los presos políticos.
Lo que no se pudo hacer en diciembre, ocurrió en febrero y marzo: se tuvo una nueva ronda de diálogo con las autoridades donde por fin se pudo entrar al debate sobre el pliego petitorio, primero ganando internamente, dentro de la plenaria del CGH a una fracción de la megaultra que se oponía al diálogo, y luego a las autoridades, públicamente, con argumentos y la razón que asistía al movimiento. Hubo intervenciones de antología de diferentes estudiantes que dejaron en ridículo a la rectoría ante los ojos y oídos de miles de universitarios y pueblo en general que estaba pendiente de las discusiones. Estos diálogos fueron muy importantes para la derrota de las autoridades.
El Estado tuvo más fuerza militar, obviamente, pero no tuvo más razón ni más legitimidad. Pudo romper la huelga, porque la de los estudiantes no era una lucha de fuerza bruta, sino de ideas, de razones, de dignidad, de firmeza y de inteligencia. Su músculo estaba en su palabra, en sus volantes, en sus brigadas, en el apoyo de la población. Si durante 9 meses y medio la PFP no pudo entrar a la UNAM fue por la enorme muralla que se tendió alrededor de la Huelga, no física, sino moral, política y social; fue porque los estudiantes supieron ganarse la simpatía del pueblo.
Terminaron con la huelga, pero no pudieron imponer sus cobros, y muchas de sus reformas neoliberales quedaron congeladas. Los porros, cuerpos de choque y de represión, sufrieron un descalabro. Los grupos de poder priístas y de ultraderecha, ya no pudieron controlar la UNAM a sus anchas como lo hacían hasta entonces, dieron paso a una burocracia con muchos rasgos de antidemocracia pero sin duda menos agresiva y déspota como la que había antes de 1999. La Universidad no volvió a ser la misma. Pero como hemos dicho, la más grande muestra de la victoria del CGH son los más de un millón de estudiantes que, desde el año 2000, han ingresado a la UNAM gratuitamente. Por todos ellos y los miles más que seguirán ingresando, esta huelga valió muchísimo la pena.