Ignacio Cembrero El Confidencial, 30/12/24
Ante el acoso judicial del Reino alauí el periodista puede blindarse psicológicamente. Ante el apoyo que brindan a Rabat los gobiernos de España, sobre todo el del PSOE, es imposible hacerlo. Torpedean la defensa del periodista. Su actuación duele
Eran casi las doce de la noche del jueves 19 de diciembre. Hacía ya 12 horas que mi abogado, Javier Sánchez Moro, me había comunicado la gran noticia: El Reino de Marruecos no recurriría al Tribunal Supremo la sentencia de la Audiencia Provincial de Madrid que desestimaba su demanda contra mí por “acción de jactancia”, por haberle señalado como responsable del espionaje de móviles con el programa malicioso Pegasus.
Hacía ya 12 horas que a través de listas de distribución y redes sociales había distribuido la noticia que ponía fin a dos años y medio de persecución judicial precedidos por otros ocho en los que Gobierno de Marruecos logró que estuviera imputado en la Audiencia Nacional durante meses por enaltecimiento del terrorismo. Su querella quedó finalmente archivada y no hubo juicio.
Desde el mediodía del pasado jueves 19, recibí cientos de mensajes felicitándome por el desenlace. Compañeros periodistas, asociaciones de la prensa, altos cargos en instituciones del Estado, políticos de todo el arco parlamentario, amigos o meros lectores a los que no conocía me los enviaron en privado, pero también a través de redes sociales. Entre los que me escribieron había incluso algún que otro miembro del PSOE, el partido cuyo secretario general, Pedro Sánchez, se alineó, en marzo de 2022, con la solución que propugna Marruecos para resolver el conflicto del Sáhara Occidental.
Eran casi las doce de la noche del jueves y ya no me aguanté más. No me había felicitado ningún miembro del Gobierno español. No es que conozca a muchos, pero sí a un puñado de ministros y secretarios de Estado con los que he compartido mesa o he departido un rato antes de que se incorporaran al Ejecutivo. Incluso con uno de ellos di una conferencia a dúo organizada por el Parlamento Europeo.
Ya no me aguanté más aquella noche y a todos aquellos que figuran en mi agenda les puse un breve mensaje privado. En un día como hoy, les dije, me hubiese alegrado recibir una felicitación de un miembro del Gobierno de España. Lo debieron de ver porque, al menos en WhatsApp, aparecieron las dos rayitas que confirman la entrega. Albares fue la excepción. No le escribí porque es un caso perdido a juzgar por las respuestas evasivas que siempre dio a las preguntas parlamentarias sobre las demandas que me puso Marruecos.
Debieron de ver el mensaje, pero todos, excepto una, me dieron la callada por respuesta. La que sí me contestó de inmediato me recordó que había tenido un día ajetreado, se disculpó y me trasladó una enhorabuena contundente. La estoy muy agradecido. Me alegré de sus palabras que no acaban, sin embargo, de compensar el disgusto ante el silencio de sus compañeros de Gobierno.
Ese mutismo amarga mi victoria, la cuarta en los tribunales en una década, frente a Marruecos, su Gobierno, sus espías y, últimamente, ya el Reino alauí sin más intermediarios. Tras una década de acoso judicial me hice casi psicológicamente resistente a sus acometidas. A lo que nunca me acostumbré es a que sean mis propios compatriotas, y más aún los socialdemócratas, con los que me he identificado, los que secunden a las autoridades del país vecino en su hostigamiento judicial.
Los primeros indicios del respaldo a Rabat frente al periodista español afloraron con el Partido Popular en el Gobierno. Desde la primera investidura de Pedro Sánchez se han acentuado. Pondré solo algunos ejemplos de una muy larga lista. Los eurodiputados socialistas españoles —no así el resto de su grupo— votaron en el Parlamento Europeo, el 19 de enero de 2023, en contra de una resolución que, entre otras cosas, instaba a las autoridades marroquíes a poner fin al hostigamiento judicial que padecía. Nunca explicaron su voto que coincidió con el de los “lepenistas”, la extrema derecha francesa.
Un comisario europeo al que conozco dejó caer el año pasado a Nasser Bourita, el ministro de Asuntos Exteriores marroquí, que por múltiples razones era deseable que Rabat retirase su demanda contra mí. Bourita rechazó la sugerencia y se extrañó de que un comisario europeo se interesara por el periodista español cuando no lo hicieron los ministros españoles con los que él se había entrevistado.
Era ingenuo, por mi parte, esperar que Albares intercediera por mí. El Gobierno español aceptó reconciliarse con Marruecos, en marzo de 2022, sin que se retirasen las querellas, inspiradas desde Rabat, contra la exministra de Asuntos Exteriores, Arancha González-Laya, y su jefe de gabinete, Camilo Villarino, por organizar la acogida en España de Brahim Ghali, el líder del Polisario enfermo de Covid. Así lo atestiguan los informes del CNI publicados por El País.
Todo aquello que tiene un vínculo con el Ministerio de Asuntos Exteriores de España es, para mí, territorio vetado. Nunca se me invitó a los briefings que los colaboradores de Albares dieron, por ejemplo, para explicar el cambio sobre el Sáhara Occidental. Casa Árabe en Madrid, pero eso sucedió en tiempos de José Manuel García-Margallo como ministro, no me permitió presentar mi libro La España en Alá en su sede. El veto abarcó incluso, ya con Albares al frente de Exteriores, a mi primer abogado, Javier Sánchez Sánchez, que publicó una preciosa novela ambientada en los últimos años de la colonización española del Sáhara.
El Real Instituto Elcano dejó también de invitarme a las reuniones a puerta cerrada que solía organizar con personalidades del mundo islámico que pasaban por Madrid. Lo justificó ante los demás asistentes alegando que me había saltado un “off de the record”. Años después, uno de los presidentes me reconoció en un mensaje privado que “con Marruecos de por medio era muy complicado”. Le agradezco su franqueza, como también aprecio la sinceridad de aquellos que en la Escuela Diplomática me confesaron que no volveré a dar allí charlas a sus estudiantes porque “hay instrucciones de arriba”.
Peor aún que el veto son las trabas. Exteriores las llegó a poner en 2015, también con García-Margallo al timón, cuando el cónsul de España en París rehusó admitir un acta de manifestaciones de un periodista de Le Monde que yo iba a utilizar para defenderme de la demanda que me puso, en Madrid, Ahmed Charai, relaciones públicas del servicio secreto exterior marroquí (DGED). El cónsul, atendiendo órdenes de Madrid, le dijo al periodista que acudiera a un notario francés. Aun así, gané el juicio.
El Departamento de Seguridad Nacional de Moncloa proporcionó, por su parte, munición a los abogados del Reino de Marruecos con su informe del año 2023. En él señala a dos potencias —Rusia y China— por las actividades hostiles que desarrollan en España, pero omite a Marruecos. Los letrados del Reino de Marruecos se apresuraron a remitir el documento a la Audiencia Provincial para demostrar la “inocencia” de su cliente señalado por espiar con Pegasus. A ese informe se agarró, por ejemplo, el diario marroquí “Barlamane”, afín al aparato de seguridad, para sostener que la sentencia que desestima la demanda contra mí es casi irrelevante ante las conclusiones del equipo de Moncloa.
En voz baja, algún que otro cuadro socialista, algún colaborador de Albares, ha explicado que el acoso judicial que padezco es por ser “antimarroquí”. Quiero decirlo alto y claro: No soy antimarroquí como tampoco los antifranquistas eran antiespañoles, por mucho que la propaganda de la dictadura se empeñase en presentarles como tales.
Paso mucho tiempo online con marroquíes residentes en su país y en varios lugares de Europa. Algunos son amigos desde hace años. Les debo algunas de mis exclusivas periodísticas. Conozco al vecino y por eso, cuando en 2021 la tensión estuvo al rojo vivo entre España y Marruecos, se me incorporó un par de veces a reuniones a puerta cerrada para recabar mi opinión sobre las intenciones de la Casa Real marroquí, donde de verdad reside el poder.
Eran otros tiempos. Ahora que los dos vecinos son grandes amigos, analizar en artículos periodísticos el comportamiento de Rabat, incluido el uso masivo que hizo de Pegasus para espiar sin desembolsar un dólar, es incordiar a ambas partes.