Fuente: https://www.eldiario.es/caballodenietzsche/Marruecos-pais-animales_6_978562142.html
Destino turístico que logra fascinar con su diferencia, en Marruecos los principios de quien viaja se dan de bruces contra la realidad social, máxime si se es consciente de la situación de los otros animales
La mítica plaza Jemaa el Fna, en Marrakech, es un duro y triste muestrario de explotación y maltrato a los animales
Me pregunto qué pensará Leo Messi cuando se entere de que en la plaza Jemaa El-Fna de Marrakech hay un mono vestido con una camiseta del Barça que lleva impreso su nombre. Puede que a alguno le entre la risa al imaginarse al simio de esa guisa, pero lo cierto es que está siendo explotado y que lo de la camiseta es solamente un reclamo publicitario, un gancho para que los turistas piquen y hagan caja.
El mono tira con fuerza de la cadena de hierro que le mantiene preso y que manipula el hombre que se lucra con él. Con sus ojos parece que pide un poco de piedad al amaestrador (este es, al menos, el nombre que le dan a su deleznable oficio). Es un macaco de Berbería. Si en 1974 Marruecos contaba con 17.000 individuos de esa especie, hoy no son más de 8.000.
«10 dirham foto, 10 dirham foto», repite el hombre que explota al mono, dirigiéndose a los curiosos y a las personas que, como yo, pasan de largo con cara de aborrecer el espectáculo. Tan solo basta con mirar el siguiente vídeo para darse cuenta del sufrimiento de este y otros macacos. Animales que, por cierto, han sido cazados ilegalmente.
Una familia -turistas, a juzgar por su aspecto- se detiene e intercambia una moneda con el hombre que hace negocio utilizando al mono. Pagando el equivalente a un euro en moneda local, el pequeño de la casa presumirá de una fotografía con el animal sobre su cabeza cuando regrese al cole en su país de origen. «Vaya ejemplo dan a los niños», se lamenta mi acompañante, «qué pena de padres».
Cerca de donde estamos sucede lo mismo con otra especie animal. El sonido rítmico de las flautas te hace mirar unos pocos metros más allá, justo donde los encantadores de serpientes despliegan alfombras de terciopelo rojo y negro sobre las que se contonean cobras y víboras por una propina. «Las serpientes van drogadas», nos informa un guía local, «les han arrancado los colmillos y les han extraído el veneno». Es decir, han sido mutiladas para que no muerdan a nadie y la música, en vez de relajarlas, les causa estrés.
Explotación a cambio de fotos exóticas
Aprovechándose de la indefensión de los reptiles, los hombres que los explotan te asaltan en un descuido y, aunque no quieras, te los cuelgan del cuello como si de peluches se tratase. Pero la crueldad con los animales en la plaza Jemaa El Fna de Marrakech no acaba ahí. Se venden como mascotas polluelos recién salidos del cascarón que han sido bañados en pintura. Esos pequeños no tienen defensas contra los agentes externos y las pinturas tóxicas, y lo más probable es que no vivan más de 10 días. «Y eso teniendo en cuenta que sean alimentados correctamente», me cuenta desde España el veterinario Mikel Atienza.
Existen numerosas formas de visitar ciudades y pueblos marroquíes, pero siempre elegimos las peores y, la verdad, es una pena porque no hay nada como dar un buen paseo a pie para descubrir las tradiciones locales y, al mismo tiempo, ahorrar inútiles sufrimientos a los animales. En Marrakech, choca caminar por las calles esquivando las carrozas de caballos que circulan por la ciudad a 20 euros la vuelta. Los caballos son utilizados como medio de transporte y las condiciones en las que se encuentran hacen santos -por decir algo- a los cocheros sevillanos.
Una española acusa a otra, que ha subido a una carroza junto a su marido y su hijo, de estar «subvencionando» estas prácticas. «¡Qué bonito!», le afea, «¡si montáis van a seguir explotando y maltratando a los animales!». La de la carroza hace caso omiso a la paisana y mira hacia adelante con arrogancia. A golpe de látigo del conductor, los caballos se ven obligados a correr con la boca llena de espuma, en una carrera sin fin y bajo un sol abrasador, a una temperatura media de 47 grados a la sombra. No es la romántica actividad que imaginan muchas personas.
Los caballos no son los únicos animales que los turistas usan para ir de un lado a otro: desgraciadamente, las excursiones en camello están en la cima de las actividades turísticas más demandadas por los foráneos, incluso hay lista de espera y se reservan con meses de antelación en páginas web especializadas.
Y si en Occidente echamos de menos la presencia de burros, en Marruecos los encontramos por todas partes porque cuestan menos que un coche y sirven para acceder a lugares estrechos, escarpados o accidentados. Casi nunca los verás pastando bajo la sombra de un árbol. «Trabajan hasta la extenuación», llega a decir Tarik, un taxista que domina el español a la perfección. Se utilizan también para el trabajo agrícola y para el transporte de enseres, de agua, de piedra y de otros materiales. Debido al exceso de trabajo al que son sometidos, los burros marroquíes están famélicos, sufren carencias nutricionales y enfermedades, están llenos de heridas y de garrapatas.
Carne de mercado
Gran parte de los animales que salen de las granjas acaba en los zocos o mercados. Los venden vivos pero no todos sobreviven al viaje. Llegan desde lejos, en cubículos donde no pueden respirar bien ni hay un techo que los proteja del sol intenso. Los transportan en muy malas condiciones, mezclando animales grandes que pisan a los pequeños, y en vehículos inadecuados (ni siquiera furgonetas sino, muchos de ellos, coches particulares), que no tienen habilitadas rampas por las que pueden bajar o subir los animales.
Me pongo a fotografiar estos traslados para ilustrarlo. Tres o cuatro personas tiran pollos desde lo alto de un monovolumen, los empotran contra el suelo, los despluman entre los gritos de dolor inequívocos de las aves. Otros animales más grandes son levantados agarrándolos por los cuernos, tirando de sus colas o inmovilizándoles las patas, lo que les provoca un mayor tormento.
Mientras llega la clientela, los animales esperan a ser comprados y matados en instalaciones poco adecuadas. Pueden pasar varias horas con ataduras muy ajustadas y con los ojos vendados, sin poder hacer ningún movimiento. Para completar su agonía, no se les permite beber agua y sufren a consecuencia de calor.
No es de extrañar que, a pesar de que la tomaran por una loca, una turista que paseaba por Tánger estallase hace unos meses al ver pollos atrapados en una jaula, listos para ser vendidos en el mercado de Sidi Bouabid, algo que la indignó hasta el punto de encararse con el vendedor, gritándole e intentando liberar a los animales. Pollos, pavos, corderos y becerros esperan su turno mientras observan cómo son sacrificados congéneres con los que antes compartían el exiguo espacio.
Al ser un país con un 99% de población musulmana, la carne consumida en Marruecos tiene que ser halal y por eso la matanza de los animales se hace en pequeñas carnicerías, ante la gente y sin aturdir a los animales. La religión musulmana exige que el animal muera de un corte limpio en la garganta, de una sola incisión muy precisa y mirando a la Meca. Por desgracia, son mayoría las ocasiones en que esto no se cumple: muchas veces, el carnicero tiene incluso que sentarse encima del animal y ponerle los dedos en los ojos para mantenerlo quieto y serrarle la yugular.
Se buscan protectoras
No es fácil encontrar en Marruecos una protectora animal con la que debatir sobre estos temas. Basta con escribir ‘refugio animal’ en Google para comprobar que no es tarea fácil. La mayoría de los voluntarios son particulares que no reciben ningún tipo de ayuda de un gobierno que hace la vista gorda, y las protectoras se financian al 100% a través de donativos y ayudas que, la mayor parte de las veces, llegan desde el exterior.
Nadia [nombre ficticio] es voluntaria de un santuario de animales de Tánger y admite que al país le queda mucho para abrir los ojos respecto al bienestar animal. «Cuidarles no es aquí una prioridad», se queja, indignada, en un cuidado francés. «Si ya es difícil combatir la subordinación de las mujeres ante el supremacismo religioso y cultural de los hombres, imaginaos lo complicado que resulta reivindicar derechos para los otros seres vivos del planeta».
Animales en el hogar
A diferencia de Europa, en Marruecos no se da en general tanta importancia al hecho de tener animales de familia y se prefiere a los gatos antes que a los perros. Encontraréis felinos por doquier: en las terrazas de los restaurantes pidiendo comida con su internacional miau miau, en las puertas de las tiendas, apoyados en los monumentos, vigilando a los turistas, subidos al capó de los coches etc. Solos o en compañía, más sociables o más tímidos, la cultura musulmana prefiere a los gatos porque los cree más limpios.
El Corán menciona la obligación de respetar a todos los animales, sean de la especie que sean, llegando a considerarse su maltrato un pecado mayor. Pero la realidad es bien distinta. Aunque su presencia en las casas va en aumento, a muchos marroquíes no les agrada que los perros dependan excesivamente del cuidado familiar. En el campo, es habitual ver perros en los huesos; en las ciudades, su presencia es casi nula y los perros que hay suelen acabar abandonados, están sin chip, no reciben atención veterinaria y no son esterilizados. «Nos ha dicho el dueño del riad donde nos alojamos que los niños se suelen divertir apedreándolos», nos comenta una pareja cordobesa que conocemos en el viaje. «Nosotros tenemos un galgo y no podemos dejar de dar comida y agua a todos los perros que nos encontramos», añaden.
Hace tres años, Marruecos fue noticia porque en menos de una semana fueron sacrificados alrededor de 300 perros en Ksar el-Kébir, al Norte de Rabat. Entre risas, haciendo caso omiso a los quejidos de los animales, disparados contra ellos en plena calle y de manera indiscriminada, y sus cuerpos fueron trasladados en camiones donde fueron amontonados.
Destino turístico que logra fascinar con su colorido y su diferencia, en Marruecos tus principios se darán de bruces contra la realidad social. Si eres amante de los animales, tendrás que hacer de tripas corazón o, por lo menos, desear que exista Alá para que cuide de esos seres que están aún en mayor desigualdad de condiciones que el resto. Porque, no, Marruecos no es país para animales.