María Casares, cuando tu verdadera patria es el teatro

Fuente: http://loquesomos.org/maria-casares-cuando-tu-verdadera-patria-es-el-teatro/                                                                               Carlos Olalla                                                                                                                            

Carlos Olalla*. LQS. Junio 2020

Y nunca supe si era de Valle-Inclán de donde mis padres habían sacado lo que me contaban o si fue Valle el que se había adueñado de mis antepasados para servirse de ellos como modelo

Había nacido en Galicia. No había cumplido los nueve años cuando sufrió su primer exilio al tener que irse a vivir a Madrid porque a su padre le habían nombrado ministro de la República. Sin siquiera cumplir los catorce partió a su segundo y definitivo exilio a Francia porque estalló la guerra de España. Allí aprendió una lengua y unas costumbres nuevas y decidió ser actriz. En solo cinco años llegó a protagonizar su primera obra en uno de los principales teatros de París. El público francés no dudó en hacerla suya y siempre la ha considerado la mejor actriz francesa de teatro del siglo XX. Tuvo una vida de película y dos grandes amores: el teatro, a quien dedicó su vida, y Albert Camus, con quien compartió 16 años de esa vida.

Maria Casares y Albert Camus

“Residente privilegiada” es el título que escogió para la autobiografía que escribió poco después de regresar a España tras 40 años de exilio. En esa autobiografía pueden leerse cosas tan bellas, auténticas y profundas como:

“… Nací en ese rincón de tierra que vuelve la espalda al continente pero que recibe a los peregrinos de Santiago de Compostela…Tal vez la mejor manera de contar la historia de una vida consista en buscar y seguir muy de cerca los juegos solitarios de la infancia…La infancia, la primera, la verdadera, la que es siempre nacimiento y prodiga privilegios y prohibiciones que nos acompañan durante toda una vida, se acababa. La dejaba en las tierra húmedas, verdes y sombrías, agridulces de Galicia, su cielo cambiante, rápido, inesperado, la lluvia menuda, fina, indefinida, máscara de polvo de agua que cubre con velos de melancolía gris azulada los bosques de hayas, pinos y eucaliptos, las colinas lejanas, los prados diseñados con tojos y retamas, los vergeles silvestres, las “corredoiras”, las azarosas carreteras, las vastas extensiones salvajes, los campos cercados trabajosamente labrados, las viejas piedras que alzan sus cruces a la revuelta del camino, las capillas agazapadas por todas partes y en cualquier lugar, las fuentes, los lavaderos, los olorosos montones de estiércol, las vacas que nunca llegan a formar rebaño, los perros errabundos, los cerdos que chapotean en el barro de senderos y encrucijadas en torno a una cuna que guarda una mujer mientras pela castañas, vieja como el mundo, vestida de negro de pies a cabeza, con un pañuelo negro atado sobre su pelo invisible en torno a una cara de arcilla resquebrajada por misteriosos surcos. Galicia, viuda que canta suavemente con lluvia su nostalgia… La luz del crepúsculo acuna los barcos de pesca al abrigo. Y las “corredoiras” hormiguean de torrentes, de reflejos rubios de niños con ojos claros, castaños, azules, verdes, nacidos de ese vaivén de mareas, de esos paisajes cambiantes, de esa larga mirada vuelta hacia los barcos que parten, hacia ese horizonte suntuoso, hacia esas aguas marinas interiorizadas cuya intimidad se arrulla con sueños, leyendas, temores ancestrales, visiones llameantes, tinieblas, nostalgias, “morriña”… Tierras de campesinos iletrados, desconfiados, tacaños (según se decía) reservados, astutos, católicos y profundamente paganos, trabajadores, borrachos, sensuales e imaginativos… Mis padres, alimentando mi infancia con cuentos y anécdotas que les concernían, me abrían sin que nadie lo supiera las puertas del mundo valle-inclanesco, en el que entré del modo más natural del mundo tan pronto pude leer. Y nunca supe si era de Valle-Inclán de donde mis padres habían sacado lo que me contaban o si fue Valle el que se había adueñado de mis antepasados para servirse de ellos como modelo… La presencia de mi padre traía también consigo la música… y el silencio. Aunque español, detestaba el ruido, el estrépito que la vitalidad y la vehemencia ibéricas ponen en boca de mis compatriotas… ”

María Casares fue una hija del exilio, siempre se sintió hija de esa Galicia que llevó en lo más hondo, nunca renunció a su nacionalidad española a pesar de adoptar también la francesa como agradecimiento a todo lo que Francia le dio, y siempre reconoció una única patria: el teatro.

En este vídeo puedes verla y escuchar la semblanza que hacen de ella algunas de las personas que la conocieron. Pocas vidas tan intensamente poéticas como la de María Casares:
https://www.rtve.es/alacarta/videos/imprescindibles/imprescindibles-maria-casares/5474470/

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