Los viajeros ya no quieren subir a bordo de un avión de Boeing

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Los repetidos incidentes aéreos han destruido la confianza de los viajeros en los aviones de Boeing. En enero la empresa fue noticia porque su avión 737 Max 9 perdió una puerta en pleno vuelo. Unos días más tarde el parabrisas de uno de esos aparatos se rompió, a pesar de que se encontraba a una altitud de 8.500 metros.

Los viajeros ya no quieren subir a bordo de esos aviones. Hay mucha gente asustada. En las redes sociales una joven reveló que logró evitar abordar un 737 Max 9 de United Airlines. Todo empezó cuando hizo su reserva. La joven compró un billete de avión para un avión que no era un 737 Max 9, apoyada en su elección por las conversaciones que pudo mantener con los asistentes de vuelo. Pero una notificación de un cambio de avión trastocó todos sus planes.

Afortunadamente, es posible cambiar de vuelo a través de la aplicación de United Airlines. Sin embargo, hay que pagar una determinada cantidad, a veces varios cientos de dólares estadounidenses. Pero es posible obtener un reembolso. Para ello, simplemente llamó a United Airlines y pidió que le compensaran por el cambio improvisado y no deseado.

En las redes sociales, la joven volvió a hacerlo y contó que su socio, ingeniero de Boeing, le recomendó recurrir a la competencia, concretamente a los aviones Airbus, que para él son mucho más seguros. Para su denuncia, la joven también estudió las estadísticas de supervivencia de cada asiento.

La estrategia industrial de los grandes monopolios, como Boeing, ha cambiado en las últimas décadas. Este tipo de grandes empresas apenas fabrican nada. Son meros subcontratistas, por lo que el trabajo recae sobre terceros… lo mismo que la seguridad. A veces ni siquiera ensamblan las piezas de los aviones. Los gigantes como Boeing son meros intermediarios entre los verdaderos fabricantes y las aerolíneas que compran los aviones.

Un suicidio bajo sospecha

El 9 de marzo apareció suicidado en el aparcamiento de un hotel de Charleston, Carolina del Sur, un antiguo trabajador de Boeing, John Barnett. Murió por lesiones “autoinfligidas”, dice el informe oficial del médico forense.

Barnett había sido controlador de calidad de Boeing y tenía un pleito con su antigua empresa. Dos años después de su jubilación en 2017 reveló problemas de seguridad en la fabricación de los aviones. Presentó una demanda contra Boeing el mismo año en que se jubiló, exponiendo su preocupación por la seguridad del Boeing 787 Dreamliner.

Estos aviones, cuyo lanzamiento se anunció en 2007, tuvieron un éxito inmediato entre las aerolíneas que buscaban aparatos que consumieran menos combustible. La fábrica de Carolina del Sur donde trabajaba Barnett, tuvo una escasez de mano de obra cualificada y retrasos en la producción, agravados por el volumen de pedidos.

Desplegada en 2011, la flota mundial del 787 quedó en tierra por primera vez, poco más de un año después, después de que una batería se incendiara en un avión de Japan Airlines.

Después de haber pagado indemnizaciones a sus clientes por este bloqueo en tierra y temiendo ser superado por Airbus, que estaba a punto de lanzar su A350, Boeing empezó a presionar sobre su fábrica, en detrimento de la calidad de los aviones.

Desde entonces los aparatos padecen averías constantes.

Barnett descubrió en particular fragmentos de metal (producidos cuando los trabajadores atornillaban los fijadores) que podrían cortar los cables de control de vuelo, lo que, según dijo, podría tener consecuencias catastróficas si los fragmentos penetraran el cableado.

Más tarde afirmó haber visto a trabajadores uniendo piezas de contenedores de chatarra a aviones. También destapó que hasta una cuarta parte de las mascarillas de oxígeno habían fallado durante una prueba de emergencia.

Finalmente, en enero informó de casos en los que los inspectores sólo tenían dos horas para encontrar defectos en las piezas utilizadas, tiempo insuficiente para garantizar su calidad.

A pesar de que Boeing niega las acusaciones, un control de la Administración Federal de Aviación (FAA) realizado en 2017 finalmente demostró que Barnett tenía razón en algunas de ellas.

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