El objetivo central de la acción de Donald Trump es reformar la economía occidental dando fin a la “globalización estadounidense”, en la que los componentes de los productos complejos debían fabricarse en múltiples países para ser finalmente ensamblados. Trump quiere traer de vuelta a Estados Unidos la mayor cantidad posible de fábricas para que su país vuelva a ser capaz de asumir todo el proceso de fabricación de productos complejos, desde la producción de sus componentes hasta el producto final.
De hecho, aunque parezca lo contrario, la “Primera Guerra Mundial comercial” no es un enfrentamiento entre Estados Unidos y China sino entre dos formas de capitalismo.
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Después de haber explicado las acciones de Donald Trump contra el “imperialismo estadounidense” y la burocracia federal [1], esta vez quiero abordar su acción económica y particularmente su concepción de los aranceles.
Inicialmente Donald Trump no era un político sino un empresario y fue como empresario que abordó el mundo de la política en los años 1980. En aquel momento, Trump publicó en 3 grandes diarios estadounidenses una página publicitaria de denuncia contra el desequilibrio en los intercambios entre Estados Unidos y China. Trump se oponía así a la globalización estadounidense, en la que Estados Unidos era el centro del “Imperio”, con China como “taller del mundo”.
Pero no fue hasta mucho después que Donald Trump entró en el mundo de la política, al principio junto a los Clinton, más tarde apoyando al Tea Party y finalmente apoderándose del Partido Republicano.
Para entender a Donald Trump tenemos que recordar constantemente el camino, la evolución del personaje: Trump no es demócrata ni republicano sino “jacksoniano” [2]. Y su caballo de batalla es traer de regreso a Estados Unidos la producción de los bienes de consumo. Resulta ciertamente mucho más fácil entender a sus adversarios estadounidenses porque casi todos, en vez de basarse en su propia experiencia, actúan en función de una ideología única: “el imperialismo estadounidense”.
También tenemos que conservar en mente el hecho que, generalmente, los universitarios confunden las ideologías económicas y el funcionamiento de la economía real –disertan sobre la primera pero ignoran la segunda.
Al convertirse en presidente de Estados Unidos, Donald Trump reforma la economía. Proclama como su objetivo Make America Great Again (MAGA), o sea que Estados Unidos vuelva a ser una gran potencia. Pero no piensa hacerlo emprendiendo guerras sino, como Andrew Jackson –el 7º presidente de Estados Unidos (1829-1837)– sustituyendo las guerras por el comercio internacional. Por consiguiente, MAGA no significa restaurar la “grandeza” de Estados Unidos mediante la fuerza militar sino convirtiendo el país en una gran potencia económica.
El presidente Andrew Jackson no fue partidario del libre intercambio ni proteccionista. No veía los aranceles como una herramienta para proteger los productos estadounidenses frente a los competidores internacionales sino como el único medio de financiar el Estado federal. Esa es exactamente la posición actual de Donald Trump: quiere suprimir todos los impuestos federales y financiar su administración únicamente mediante el cobro de aranceles. En cambio permite que los diferentes Estados que componen el país establezcan los impuestos que crean indispensables.
Partiendo de esa visión, Donald Trump organiza el paso del antiguo sistema al nuevo siguiendo su método, el que describe en su libro The Art of the Deal, desestabilizando a sus interlocutores. Fue por eso que inicialmente anunció derechos prohibitivos para todo el mundo y después los redujo (por 3 meses) al 10% para todos… menos para China.
De inmediato, todos se pusieron a sus pies, para agradecerle su demostración de bondad como “amo del mundo” y para implorarle además que no les suba demasiado los aranceles.
El ejemplo más claro de ese comportamiento sumiso lo dio Giorgia Meloni. La jefa del gobierno de Italia corrió a Washington, donde hizo el papel de un “fan” ante su ídolo, el ogro que puede imponerle lo que sea [3].
Pero el ejemplo contrario lo ha dado China, que al principio reaccionó imponiendo aranceles equivalentes a los anunciados por Washington. Pero Pekín optó después por una respuesta más “a lo chino”, o sea en un terreno inesperado, interrumpiendo su cooperación con los dos gigantes mundiales de los semiconductores, las firmas ASML et TSMC, y frenando considerablemente sus exportaciones de las tan mencionadas “tierras raras” singularmente necesarias en la fabricación de dispositivos de alta tecnología, tanto civiles como militares. Pekín prohibió también la importación de aviones Boeing.
Si China mantiene su desafío, en pocas semanas Estados Unidos no dispondrá de más semiconductores ni de piezas de repuesto para los motores de sus misiles, para sus sistemas de radares, sensores de sistemas de puntería, láseres de designación de blancos, drones tácticos, sistemas de guerra electrónica o para la producción de revestimientos anticorrosión, etc.
De inmediato, el presidente Trump eximió del arancel los productos de consumo de alta tecnología (ordenadores personales, teléfonos celulares, etc.) pero no las materias primas y los componentes indispensables para el complejo militaro-industrial. Y esa es la situación actual, las industrias bélicas –no sólo las de Estados Unidos sino también las de todas las potencias occidentales– podrían verse obligadas a parar sus fábricas.
Desde el punto de vista de Donald Trump, Estados Unidos dejó de ser una economía vigorosa porque ya no produce bienes de consumo sino sobre todo armas y “productos financieros”. En la práctica, Estados Unidos se convirtió en una economía “de guerra” y Donald Trump trata de meter en cintura el complejo militaro-industrial y desarrollar las producciones locales, principalmente las que dependen de las “tierras raras”, y también trata de desarrollar las energías fósiles indispensables en la producción moderna.
A pesar de lo que sugiere su denominación, las “tierras raras” no son precisamente poco comunes. Lo que no abunda son las capacidades de refinación que permiten obtener esos elementos en los volúmenes necesarios para su uso industrial. Y el 90% de esas capacidades están… en China. Eso quiere decir que la situación actual ofrece a Donald Trump el mejor argumento para desarrollar la explotación de las “tierras raras” en Estados Unidos, rechazada por todo tipo de grupos ecologistas. Es cierto que resulta difícil obtener esos elementos sin recurrir a las reservas de agua y contaminar los terrenos.
Tras el libertarianismo del Departamento de Eficacia Gubernamental (DOGE), bajo la dirección de Elon Musk, se esconde la voluntad de Donald Trump de devolver a las autoridades de los Estados ciertas funciones que estaban en manos de Washington. De la misma manera, tras las posiciones del consejero presidencial para el comercio, Peter Navarro, se esconden las concepciones económicas propias de Trump. Navarro, quien fue profesor de Economía en Harvard, es un polemista, conocido por haber alertado –exagerándolo– sobre el desequilibrio en las relaciones con China. Precisamente en estos días, el 13 de abril, Peter Navarro declaraba al programa de televisión Meet the Press (NBC) que el equipo de Trump no estaba sorprendido por las reacciones que su política arancelaria había suscitado, ni siquiera por las respuestas de China [4]. Pero eso no debe llevarnos a creer que el presidente Trump es “antichino”.
La senadora demócrata Elizabeth Warren, quien evidentemente no trata de entender a sus adversarios políticos y los ve sólo como multimillonarios capaces de cualquier cosa por dinero, acaba de acusar a Trump y sus colaboradores de haber inventado toda su política arancelaria únicamente para disponer de la información privilegiada que les permitiría enriquecerse vendiendo y comprando acciones en el momento adecuado. Partiendo de ese principio, la senadora Warren exhortó la Securities and Exchange Commission (SEC) a abrir una investigación sobre las fortunas personales de Trump y de Elon Musk. Incluso declaró al programa de televisión State of the Union (CNN) que la exención que Trump anunció para los teléfonos celulares, ordenaros portátiles y otros dispositivos electrónicos era el resultado de un «acuerdo especial» con el director ejecutivo de Apple, Tim Cook, quien previamente había donado a Trump un millón de dólares, en el momento de su investidura. «¡Como si no bastara el caos, [Trump] agrega una capa de corrupción bien visible!», dijo la senadora Elizabeth Warren a CNN [5].
Independientemente de lo que pueda pensar la senadora Warren, quien también fue profesora de Economía en Harvard, lo que estamos viendo no es un caso de corrupción, ni una maniobra financiera para enriquecerse a costa de los pobres. Es una guerra. Y tampoco es una guerra entre Estados Unidos y Chino, sino entre dos formas de capitalismo que se enfrentan a escala global: la de los productores contra la de los “ensambladores” [6].
[1] «Los “trabajos” de Donald Trump (1/2)», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 15 de abril de 2025.
[2] «¿Será Donald Trump un Andrew Jackson 2.0?», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 19 de noviembre de 2024.
[3] «Cero aranceles… y ¡cero soberanía!», por Manlio Dinucci, Red Voltaire, 20 de abril de 2025.
[4] “Peter Navarro says U.S. ‘has no defense other than tariffs’: Full interview”, Meet the Press, NBC, 13 de abril de 2025.
[5] “Warren explains why she called on the SEC to investigate Trump”, State of the Union, (CNN), 13 de abril de 2025.
[6] «La guerra de los multimillonarios», por Manlio Dinucci, Red Voltaire, 15 de abril de 2025.
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