Los proyectos europeos de hidrógeno ‘verde’ en África son una nueva forma de colonialismo

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Los proyectos europeos para fabricar hidrógeno “verde” en África son una versión energética de la colonización de toda la vida. Europa planea grandes infraestructuras para importar el hidrógeno desde el Continente Negro.

Las gigantescas inversiones no se están diseñando en función de los intereses de la población africana, sino de las necesidades europeas de contar con una energía “limpia”. Es lo mismo que ocurre con la basura: Europa está limpia porque arroja la basura en África.

Las corrientes seudoecologistas que justifican este tipo de políticas forman parte del viejo colonialismo. Para que las fábricas de hidrógeno sean “verdes”, los europeos necesitan instalar gigantescos parques eólicos y solares. Por ejemplo, el suministro de energía previsto para el proyecto de Boegoebaai, en Cabo Norte, es muy superior a la suma de toda la capacidad eléctrica instalada actualmente en Sudáfrica.

Además de fábricas, los europeos tendrán que construir en África puertos y oleoductos que transporten el hidrógeno a su destino, el Viejo Continente, que respirará aliviado por la reducción de los gases de efecto invernadero. El Continente Negro exportará grandes cantidades de energía “limpia” mientras la población seguirá padeciendo cortes de luz intermitentes.

Las infraestructuras vinculadas al proyecto del complejo de hidrógeno Hyphen en Namibia se extenderán a lo largo de unos 4.000 kilómetros cuadrados, una superficie cuatro veces superior a la de Berlín. Para ello hay que expropiar grandes superficies de terreno a la población local, que se verá obligada a desplazarse a otros lugares para sobrevivir.

Para suministrar energía a la futurista megaciudad de Neom, en Arabia saudí, las comunidades locales tuvieron que ser desalojadas y sólo entonces la multinacional alemana Thyssenkrupp pudo construir una planta de hidrógeno “verde”. Las protestas fueron reprimidas britalmente por la policía y los manifestantes condenados a muerte.

En Sudáfrica ya han comenzado las movilizaciones por la tierra en la región de Boegoebaai debido a la expropiación de 160.000 hectáreas de terreno para un complejo de producción y exportación de hidrógeno “verde” y amoníaco.

Hay previstas varias plantas en países con escasez de agua como Túnez, Marruecos y Argelia. El agua es la materia prima en la elaboración de hidrógeno, por lo que las multinacionales “verdes” competirán con las necesidades de la población y la producción agrícola local, lo que se supondrá en un foco de conflictos.

En las regiones áridas el agua también hay que fabricarla. Los complejos de producción de hidrógeno “limpio” necesitarán plantas desalinizadoras que, a su vez, tienen un elevado consumo energético y generan residuos de salmuera que se vierten al mar.

Si los planes coloniales salen adelante en el futuro la situación será la siguiente: Europa tendrá la conciencia tranquila porque consumirá una energía limpia, mientras que África se quedará con la energía “sucia” convencional. Entonces Europa aplicará a África el impuesto que grava la importación de mercancías fabricadas con energía “sucia”.

Queda la alternativa de calcular al revés: ¿qué ocurrirá si el cuento de la lechera del hidrógeno “verde” fabricado en África no sale rentable?, ¿quién pagará las pérdidas? En Marruecos el dinero público está cubriendo las pérdidas de la planta de Ouarzazate, el mayor parque solar del mundo, cuya construcción contó con el apoyo de Alemania. Las pérdidas ascienden a 86 millones de dólares al año.

El gobierno namibio financia el 24 por cien del gigantesco proyecto de hidrógeno “verde” de Hyphen, cuyo coste asciende a 9.400 millones de dólares. Es casi igual al PIB de Namibia: 12.310 millones de dólares. Una obra faraónica es tan importante como el resto de la economía, que difícilmente podrá pagar ninguna cantidad de dinero si el proyecto no resulta finalmente rentable.

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