Los bagaudas (Breviario de ecología libertaria)

11/08/25

Capítulo 16 del «Breviario de ecología libertaria» de Carlos Taibo (Editorial Catarata, 2024).

Cuando escribí Colapso decidí incluir en sus páginas un capítulo dedicado a estudiar colapsos registrados en el pasado. Mi contacto con la bibliografía especializada me condujo a extraer una conclusión: a los ojos de la mayoría de los historiadores, esos colapsos habían tenido por lo común tres consecuencias a las que, sorprendentemente, atribuían una condición negativa. Hablo –ya me he referido a ello en otro momento de esta obra– de la desjerarquización, de la rerruralización y de las ganancias en materia de autonomía local. Creo yo que, muy al contrario, esas tres consecuencias vienen a ilustrar la tesis de que, aunque el colapso en sí mismo es una indisputable tragedia, no todos sus efectos son negativos.

Con alguna frecuencia me he encontrado en los actos públicos con personas que recelaban de la presencia de esos tres rasgos y que, de manera más precisa, se preguntaban dónde estaban en el caso de un colapso muy connotado: el del imperio romano. La pregunta tiene su miga, y la tiene ante todo –supongo– porque parte del endiosamiento de un imperio que en nuestro imaginario está en un grado u otro en el origen de la civilización occidental. No sé si por detrás no operará subterráneamente el contenido de un jocoso intercambio de pareceres que se desarrolla en La vida de Brian. Y con él la idea de que todo lo que vino después de los romanos fue un genuino desastre. No es mi tarea revisar aquí semejantes percepciones. Me limitaré a recordar, eso sí, que años atrás cayó en mis manos un libro inglés que aseveraba que, de otorgar al adjetivo el uso coloquial que tiene hoy entre nosotros, los verdaderos bárbaros eran los romanos, y no quienes –los vándalos y los alanos, por ejemplo– la historia ha etiquetado como tales. No sin subrayar que, hablando en propiedad, el bárbaro no era, etimológicamente, el salvaje, sino el extranjero que ignoraba las reglas de la civilización romana.

Pero no quiero esquivar la pregunta que en más de una ocasión –lo repito– se me formuló: la relativa a cómo, en el caso del desfondamiento del imperio romano, se abrieron camino fórmulas de desjerarquización, rerruralización y autonomía local. Es extremadamente difícil encontrar en nuestras librerías monografías que se interesen por el mundo de los bagaudas. Cito aquí varias veces al respecto un número casi monográfico de una revista francesa y sé de la existencia de una obra, inencontrable, de Juan Carlos Sánchez León publicada hace un cuarto de siglo por la Universidad de Jaén. A buen seguro que en los ensayos de carácter general se hallarán, dispersas, apreciaciones relativas a un grupo humano que la historia parece haberse tragado, una circunstancia relevante a efectos de calibrar quién construye esa historia y conforme a qué patrones e intereses lo hace.

Si así se quiere, la presencia de los bagaudas se hizo valer en dos etapas distintas, no sin que convenga aclarar que en los años que separaron la una de la otra el fenómeno pareció conservar alguna entidad. La primera etapa cobró cuerpo entre 235 y 284 [94] y asumió la forma de una guerra social anticipada por el bandidismo y por una convulsión muy honda que afectaba a las villae, a las ciudades y los pueblos. Tras una crisis general del poder romano, acompañada de invasiones varias, ese poder se reconstruyó dictatorialmente, al amparo de una centralización extrema, con Maximiano y Diocleciano. En adelante los colonos apenas se distinguieron de los esclavos en un escenario en el que los grandes señores salieron fortalecidos. La segunda etapa se abrió camino en virtud de la quiebra del esquema dictatorial recién mencionado, a partir de mediados del siglo IV, de la mano de lo que en algunos casos parece haber sido cierta connivencia entre bárbaros y esclavos. De por medio se cruzaron, claro, las invasiones bárbaras de principios del siglo V. La crisis general del imperio vino a ensanchar el radio de acción de los bagaudas, que se revelaron en un amplio espacio geográfico en el que se dieron cita el conjunto de lo que hoy llamamos Francia, buena parte del norte de la península Ibérica, la actual Suiza y, eventualmente, otros lugares (así, Sicilia en el siglo III).

Nunca se subrayará lo su ciente, en lo que hace a los bagaudas, el peso del bosque (un recinto de libertad “salvaje” y de igualdad “primitiva”) [95] como refugio, acompañado, verdad es, de cierta presencia, también, del llano y de las ciudades. En el fenómeno de los bagaudas se reunieron, por lo demás, varios elementos. Constituyó una sublevación de trabajadores rurales frente al despotismo del imperio y configuró una alianza de siervos, colonos y campesinos que colaboraban entre sí [96]. Se tradujo a la postre en lo que cabe entender que fue una abolición de la esclavitud y, con ella, en una limitación de las prácticas coactivas que pervivió hasta la llegada de los carolingios. En muchos casos cobró cuerpo como una reacción ante el deterioro de la vida cotidiana y ante la represión. En la segunda de las etapas mencionadas se reveló, de manera más precisa, el ascendiente de antiguos propietarios expoliados, de campesinos dependientes, de colonos y de esclavos de las villae, pero también el de ciudadanos libres arruinados por el fisco y la justicia [97]. Hablo, en suma, de gentes que se vieron obligadas a abandonar sus campos, sus casas, sus aldeas o sus ciudades frente a la represión desarrollada por romanos y bárbaros.

Entiendo que la historiografía dominante ha procurado retratar a los bagaudas como fugitivos entregados a todas las formas imaginables de delincuencia, y entre ellas, en lugar principal, la protagonizada por los saqueadores de caminos. Se ha prestado menor atención, en cambio, a otra dimensión que encaja mejor con el espíritu de este texto: la de rebeldes que, forzados o de manera voluntaria, decidieron vivir al margen de la ley romana [98] y, al amparo de un espíritu comunitario, se dotaron de una justicia propia. Esta última bien puede estar en el origen de lo que a partir del siglo VIII fueron las asambleas de hombres libres, empeñadas en fusionar viejas costumbres autóctonas con la justicia procedente de un bosque [99] que trae a la memoria, también en su dimensión autonomista, el mundo del maquis manifiesto muchos siglos después. En el buen entendido de que el universo de los bagaudas algo tuvo de nebuloso frente a lo ocurrido con instituciones de perfil razonablemente claro y asentado como las romanas.

A duras penas puede sorprender el olvido, visiblemente premeditado, con que la historia oficial ha obsequiado a los bagaudas. Un olvido del que han hecho gala muchos movimientos de vocación revolucionaria que han buscado con denuedo símbolos en el pasado. Como suele suceder en estos casos, hay una única voz que no se hizo sentir en la documentación de la época: la de los propios bagaudas.

Carlos Taibo
Fuente: https://catarata.org/libro/breviario-de-ecologia-libertaria_150258

NOTAS:

[94] Dockès (1980: 155).

[95] Dockès (1980: 147).

[96] Dockès (1980: 175).

[97] Dockès (1980: 208).

[98] Dockès (1980: 214).

[99] Dockès (1980: 218).

BIBLIOGRAFÍA:

DOCKÈS , Pierre (1980): “Revoltes bagaudes et ensauvagement”, Analyse, epistémologie, histoire économique, nº 19, Lyon, Presses Universitaires de Lyon, pp. 143-262.

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