mpr21 Redacción
La estrategia general de Estados Unidos señala que no está en condiciones enfrentarse a dos enemigos simultáneamente, por lo que mientras el partido demócrata la emprende con Rusia, el republicano pone a China en el punto de mira. Los primeros ponen la política al frente y los segundos prefieren la economía.
En 2018 Trump desató la guerra comercial con China y ahora se trata de averiguar si sigue con el mismo planteamiento. La respuesta la encontramos en un artículo de opinión de Robert Lighthizer para el Financial Times publicado unos días antes de las elecciones.
Lighthizer será el próximo ministro de comercio internacional de Estados Unidos y su artículo es un ataque mordaz contra eso que llamaron “neoliberalismo”. Por lo tanto, es un defensor del proteccionismo y los aranceles. Su enemigo no puede ser otro que China.
Naturalmente, aunque se trate de un gobierno del maldito Trump, los medios de comunicación no van a presentar así el asunto. No pueden admitir la derrota comercial de Estados Unidos. Lo mismo que los caciques de Bruselas, dirán que la competencia de China es desleal.
Lighthizer ya utilizó el argumento de la competencia desleal para atacar a Japón en la década de los ochenta, cuando era subsecretario de comercio de Reagan. Luego lo reformuló para defender la política proteccionista de Trump y atacar a China.
Los manipulares como Lighthizer ocultan que no sólo se importan mercancías, sino también capitales y que un país endeudado, como estados Unidos, necesita que otros, como China y Japón, le presten dinero para no ir a la quiebra.
Con la boca pequeña Lighthizer reconoce que “el déficit comercial es, por supuesto, igual a la diferencia entre la inversión y el ahorro de un país”, pero luego disculpa la ruina de Estados Unidos al afirmar que “la causalidad va en sentido contrario”. Estados Unidos nunca ataca; siempre es la víctima de los atroces ataques de terceros. La culpa del déficit estadounidense es de las “políticas industriales depredadoras” de países como China.
Por lo demás, cualquiera que entienda lo que es el capitalismo monopolista de Estado sabe que todas las potencias desarrolladas impulsan el desarrollo de sus grandes empresas de manera diversas, empezando por Estados Unidos y los aranceles impuestos por McKinley desde 1890.
Desde que Trump disparó la primera bala en 2018, la guerra comercial se ha convertido rápidamente en una guerra tecnológica, que se ha sumado a la nueva Guerra Fría surgida en 2022 en Ucrania.
Durante su campaña electoral, Trump ha defendido una “solución arancelaria” para salir de la derrota industrial, con un sector manufacturero agotado, una falta de ingresos fiscales y una absoluta incapacidad para hacer frente a sus rivales, tanto en el mercado como en el campo de batalla. Los aranceles son “la palabra más hermosa del diccionario”, dijo Trump en su campaña.
Actualmente dos tercios de las mercancías procedentes de China tienen unos aranceles del 19 por ciento y Trump propone aumentarlos hasta el 60 por cien, lo que tendrá consecuencias obvias: China impondrá represalias y la guerra comercial subirá otro peldaño, más allá del mercado tecnológico.
Como bien dijo en 2017 Jack Ma, presidente de Alibaba, el proteccionismo económico de Trump conduce a la guerra. Al año siguiente el Fondo Monetario Internacional repitió la misma advertencia: el proteccionismo es la antesala de la guerra.
En otras palabras, con la guerra Estados Unidos trata de solucionar por las malas lo que los aranceles no han logrado por las buenas.