El Sudamericano
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PRÓLOGO por Iñaki Gil de San Vicente
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«El esquema de negociación del Gobierno con la guerrilla es idéntico a como lo ha hecho con las organizaciones sociales, acude al diálogo, dilata soluciones para agotar las protestas y cuando se ve obligado a aceptar acuerdos, los firma; pero luego que las protestas se calman se olvida de lo acordado y no cumple. Así es año tras año y protesta tras protesta; ya los gobiernos tienen callo en la conciencia y perdieron la sensibilidad. El Gobierno espera que la guerrilla se desmovilice y entregue las armas con solo firmar un acuerdo, pero el cumplimiento de los demás acuerdos puede dilatarse y no cumplirse; lo lógico sería que hubiese una gradualidad de cada parte en el cumplimiento de los acuerdos y si el Gobierno desconfía que la guerrilla va a cumplir, a la guerrilla debe permitírsele también desconfiar del Gobierno.»
Estas palabras proceden del séptimo capítulo titulado «Cobrar deudas pendientes», del libro La paz con el ELN y los regateos del Gobierno, escrito por Antonio García, primer comandante del ELN. He titulado esta presentación del libro como Lecciones de un supuesto fracaso porque es precisamente de eso de lo que se trata. Un supuesto fracaso que analizado con rigor saca a la luz lecciones muy necesarias para cualquier forma de resistencia defensiva o de lucha ofensiva contra la explotación en cualquier parte del mundo.
¿Cómo es posible que una negociación supuestamente fracasada mantenida entre una organización revolucionaria que se ve en la necesidad de practicar la violencia defensiva y un Estado ultraviolento como el colombiano, armado hasta los dientes por Estados Unidos que ocupa el país con sus bases militares y su dominación económico-financiera, reforzado además con grupos narcoparamilitares incrustados en sus entrañas que extorsionan, torturan y asesinan impunemente en defensa del narcocapitalismo, pueda aportar lecciones esperanzadoras a la humanidad oprimida? O más concretamente ¿cómo definimos si una negociación de esta categoría es un fracaso o una victoria, y para quienes? Comenzamos por esta pregunta porque de su respuesta depende todo lo que sigue. En efecto:
Primero: La guerra para recuperar derechos básicos en Colombia es parte singular de un largo conflicto particular que se libra en toda Nuestramérica y especialmente en la región estratégica de lo que el libertador Bolívar llamó la Gran Colombia. A su vez, esta guerra social múltiple es parte de la guerra social universal que libra la humanidad contra el imperialismo. Como se aprecia, empleamos la categoría de lo singular-particular-universal para descubrir la línea roja que recorre e identifica este choque esencial en todo el mundo, de modo que lo que se avanza o retrocede en una de ellas repercute mediante mil y un vericuetos en la totalidad, aunque nunca automática y directamente sino con ritmos diferentes que pueden ser incluso contrarios, de tal modo que lo que es victoria parcial en un sitio en otro es parcial derrota.
Segundo: Lo universal viene marcado por el hecho objetivo, y por ahora cada vez más asumido subjetivamente, de que desde hace decenios la contradicción entre el desarrollo potencialmente liberador de las fuerzas productivo/reproductivas ha entrado en antagonismo inconciliable con, y está siendo frenado deliberadamente, las relaciones sociales de propiedad burguesa. Desde hace tiempo el potencial socioeconómico, científico y cultural frenado o destruido por el capital podría acabar fácilmente con muchos de los grandes problemas que azotan a la humanidad si existiera una decisión política radical, con lo que se avanzaría rápidamente en la solución de otros y se planificaría la resolución de los demás problemas: la experiencia actual de China Popular y otros pueblos así lo demuestra. Esta contradicción antagónica entre el potencial de las fuerzas productivas y las relaciones burguesas de propiedad, determina a todas las demás contradicciones y es la base práctica y teórica que explica las lecciones positivas que extraemos del supuesto fracaso de las negociaciones entre el ELN y el Gobierno de Colombia.
Tercero: En medio de una crisis nunca vista, el imperialismo hace todo lo posible para impedir que los pueblos recuperen o amplíen su poder para planificar su desarrollo socioeconómico, cultural y democrático. La propiedad burguesa de las fuerzas productivo/reproductivas está protegida por el imperialismo occidental dirigido por Estados Unidos, por el Pentágono y la OTAN, que tiene bases en Colombia. Llegamos así a lo particular y a lo singular. La sobreexplotación imperialista de Nuestramérica, en la que participa también el ente sionista llamado «Israel» y subimperialismo español dirigido ahora por PSOE, condena al hambre y al empobrecimiento a la región entera, y en lo singular hace de Colombia una terrible base militar cuyo único fin es fortalecer la dictadura del dólar en el país, amenazar directamente Venezuela y a corta distancia al Caribe y en especial a Nicaragua y Cuba. Esa amenaza se ha fortalecido por el verdadero y real fracaso de la negociación entre un sector de las FARC-EP con el Gobierno de Colombia.
Cuarto: En Nuestramérica es obvia y se agrava por momentos la incompatibilidad entre el desarrollo potencialmente liberador de las fuerzas productivo/reproductivas y la propiedad burguesa garantizada por el imperialismo. Los innegables logros sociales de Cuba, Nicaragua y Venezuela, así como los avances relativos pero palpables de otros países que lograron implementar políticas reformistas más o menos radicales y contrarias a la burguesía, también son innegables, como lo son pero de signo contrario los desastrosos retrocesos en la calidad de vida de sus pueblos una vez derrotadas esas políticas alternativas: la ferocidad irracional de Milei en Argentina es por ahora el ejemplo más reciente.
Por tanto, la existencia de un Estado socialista es la única garantía de que se apliquen planes que liberen las fuerzas productivas de las cadenas burguesas y orienten sus enormes potencialidades hacia la libertad y la justicia. Si por lo que fuera, no se ha podido crear un Estado socialista sino solo un gobierno democrático radical, este tiene que planificar la economía y debilitar lo máximo posible las cadenas imperialistas sabiendo que más temprano que tarde Estados Unidos intentará derrocarlo sin reparar en crímenes.
Quinto: Sobre este fondo objetivo de una constante histórica que se agrava día a día, cualquier proceso de negociación que entable la izquierda revolucionaria tiene que partir del criterio de que se trata de un combate más en la guerra social abierta, un combate con sus reglas concretas pero insertas a su vez en la lucha de clases mundial. Precisamente este es el criterio fundamental del imperialismo, para el que toda negociación es un arma destructiva más o menos efectiva según sea la correlación de fuerzas. Es aquí donde aparece todo el poder teórico-político de las palabras del comandante Antonio García reproducidas arriba que, en sí mismas, sirven para cualquier negociación, fuere esta la que se mantiene entre obreras y patronal, vecinos y ayuntamientos, estudiantes y universidades, u otras muchas, de hecho todas, hasta llegar a las más complejas entre la insurgencia armada y el Estado y el imperialismo. Por tanto, conviene releer con atención al comandante del ELN.
Sexto: La estrategia del Gobierno es sencilla: perder tiempo para hacer creer al pueblo explotado que se están conversando cosas muy importantes que exigen detalle y minuciosidad, aunque de hecho solo sean circunloquios que buscan desorientar y cansar. Sin entrar en concreciones que desbordarían este espacio, lo más frecuente es que mientras el bando popular, el que fuera, pone en la mesa objetivos precisos y reivindicaciones claras, el bando del poder explotador buscar alargar las horas con cualquier excusa intentando crear confusión y división en el bando popular. El bando del poder explotador, el que representa y defiende al capital, recurre a argucias y trucos, promesas y mentiras, esperando encontrar signos de cansancio, nerviosismo y hasta diferencias en el bando popular, el que defiende y representa al proletariado, atacando por esa brecha para crear confusión, duda y desánimo que lleven a rupturas y escisiones entres los negociadores que representan al pueblo obrero.
Séptimo: Como en cualquier negociación, es vital que el bando popular asuma y exprese la voluntad de las bases sociales a las que representa y a las que no sustituye ni suplanta. Muchas negociaciones han sido derrotas severas para el pueblo y victorias para la burguesía porque sus representantes se han separado de sus representados, los han sustituido y han aceptado cosas que sus bases rechazarían con toda seguridad si lo supieran. Las burocracias político-sindicales y los partidos electoralistas y parlamentaristas son expertos en estas traiciones. Mientras que el bando del poder explotador tienta al bando popular para que se separe de su pueblo y actúe por su cuenta, en beneficio suyo, el bando popular lo rechaza contundentemente, lo que le honra. El bando del poder, el gobierno, la CIA y los servicios imperialistas prometen de todo al bando popular para separarlo de las bases obreras y campesinas, que confían en sus representantes. Aquí, como en todo, lo decisivo es que el bando popular asuma conscientemente ser servidor de su pueblo, que es el verdadero agente director de la lucha sobre todo una vez que los acuerdos negociados en su nombre y con su confianza deban ser llevados a la práctica.
Octavo: Entre otros objetivos y para lograr esta sustitución del pueblo explotado por los miembros del bando popular que dicen actuar en su nombre pero sin consultarlo, el gobierno intensifica la propaganda manipuladora en la calle, mintiendo, haciendo circular rumores falsos o difíciles de verificar y desmontar, lanzando medias verdades cuando no tiene más remedio que reconocer algo inocultable que le debilite de tal modo que pueda anular o minimizar el efecto concienciador que la media verdad tiene en el pueblo luchador. La eficacia psicológica de la media mentira, de la guerra psicopolítica elaborada por sus técnicos del engaño de masas, es decisiva en estos momentos.
La guerra mediática y psicopolítica es crucial y, según el desarrollo del conflicto tanto en su generalidad como en la negociación concreta, el bando explotador intentará movilizar a su gente en las calles, en la llamada «sociedad civil», no solo para presionar en ese instante sino fundamentalmente para acumular fuerzas reaccionarias que activará en un futuro, cuando decida aplastar a la clase trabajadora. Frente a esto, es suicida la pasividad o la débil movilización en la calle del bando popular porque la represión directa sigue golpeando al pueblo, o si no es así la represión indirecta y preventiva crece en sus formas de chantaje, de advertencia, de amenaza e intimidación. Si el bando popular, si el proletariado, no demuestra su fuerza y determinación, está perdido.
Noveno: En estas situaciones en las que el bando del poder, el gobierno y Estados Unidos en el caso de Colombia, comprende que sus trucos no han sido efectivos, suele recurrir al rodeo, a buscar otro punto de negociación menos importante para que el bando popular se embarre en ese charco y se hunda en el lodo de la palabrería dando tiempo al bando del poder a reconsiderar sus errores y buscar nuevas trampas. Una de ellas es decir que aún no tiene el apoyo total de otras facciones del poder burgués en su conjunto, de partes del gobierno, del ejército, de la gran banca y del imperialismo, por lo que pide «comprensión» al bando popular para que acepte dejar para más tarde los temas decisivos, los más espinosos que requieren de un apoyo mayoritario del capital. Mientras, este pide al bando popular que se pase a resolver puntos secundarios, de menos calado, los que por su menor importancia puede permitirle al bando explotados hacer promesas de futuras reformas que la prensa ensalza, cuando en realidad son promesas huecas pata engañar a crédulos e incautos.
Décimo: Llegados a este momento, es casi seguro que el bando del poder empiece a exigir al bando popular muestras de su buena voluntad: por ejemplo, que cesen sus movilizaciones en las calles, sus demostraciones de masas mientras que la patronal, en este caso, sigue protegida por policías, jueces, cárceles, prensa, bancos y ministerios del Estado, y por el imperialismo… Se trata de que el bando popular acepte que el monopolio de la violencia por parte del Estado del capital es un dogma incuestionable por la izquierda revolucionaria, junto con el de la sacrosanta propiedad burguesa, dogma que debe respetar siempre. La exigencia del desarme incondicional de la insurgencia, del bando popular, es presentada por el Estado como un «deber democrático» que afecta únicamente a la izquierda revolucionaria porque solo la burguesía tiene el monopolio de la violencia.
Para mostrar su buena voluntad, el bando popular ha de aceptar las leyes opresoras, ha de traicionar sus reivindicaciones esenciales, para que sean recortadas o directamente prohibidas por la burocracia judicial, por los aparatos del Estado «neutral, y hasta debe desarmarse unilateralmente aceptando que el explotador no se desarme. Mientras la izquierda no demuestre su «pacifismo» con su rechazo público del inalienable derecho humano a la rebelión contra la injusticia, mientras no se arrodille ante el verdugo confiado en su clemencia, el bando del poder seguirá retrasando la negociación hasta que decida desencadenar el terrorismo represivo.
Undécimo: Pero ya que no puede resolverse todavía el debate sobre el derecho humano a la rebelión, el bando popular dice con toda lógica que se negocie la doctrina militar del Estado capitalista, que ni siquiera del gobierno porque este no tiene el poder real, decisorio, sino que el poder militar y más aún los aparatos especializados en la represión sistemática radican en las cloacas del Estado, siendo inaccesibles en lo esencial al gobierno y sobre todo al Parlamento.
En el capitalismo occidental actual, la doctrina militar de los Estados «amigos» de Estados Unidos está dictada por Washington, armada por su industria de la matanza humana y financiada por los préstamos onerosos y leoninos con los que Walt Street multiplica sus ingentes ganancias. De la misma forma que la patronal en este caso se niega a debatir con los y las obreras sus planes de enriquecimiento y explotación, tampoco el gobierno acepta negociar la doctrina militar del Estado con el bando popular porque la doctrina militar es la que dirige la contrainsurgencia en todas sus formas, sus etapas, sus métodos y en especial la cuantía y calidad de la militancia revolucionaria que debe ser detenida, torturada, encarcelada, desaparecida o asesinada directamente. Negociar la doctrina militar es un derecho/necesidad incuestionable del pueblo obrero y por ello es negada una y otra vez por el bando del poder, porque la burguesía nunca renunciará a su monopolio de la violencia, a ser la propietaria única de su ejército. En ello le va la vida, es decir, su banca y su propiedad de las fuerzas productivo/reproductivas.
Duodécimo: De la misma forma en que la patronal o cualquier otro sector de la burguesía, aconseja a los movimientos con los que negocia que aprendan de otras negociaciones en las que sus compañeros no han sido tan radicales, no han pedido tanto ni tan importante, han aceptado acuerdos intermedios, han renunciado a la lucha de calle, en las fábricas, escuelas y universidades, domicilios, etc., y han aceptado la primacía de la ley burguesa en sus respectivas áreas; en esa misma medida el bando del poder, el imperialismo, aconseja y hasta pregunta con suficiencia al bando popular, la insurgencia del ELN en este caso, por qué no se comporta como el sector oficial de las FARC-EP en las negociaciones en La Habana: ¿si ellos han sido realistas y han sabido ceder en algunas cuestiones para ganar en otras, como en una partida de naipes en un garito, por qué no seguís su ejemplo, os desarmáis y confiáis en la benevolencia del Estado?
Decimotercero: La patronal, el decano de la universidad, los directores de hospitales, los hoteleros, los transportistas, etc., han comprendido que no pueden engañar en las negociaciones a sus obreros, a las trabajadoras domésticas, a los estudiantes, a los y las sanitarias, a asociaciones de consumidores…, con sus promesas y sus raquíticas concesiones chantajistas y se levantan de la mesa a la espera de la respuesta obrera. Pero antes de ese teatro han preparado la represión, los despidos, los juicios y los esquiroles. Más aún, si el proceso negociador es de mayor trascendencia, como entre la insurgencia revolucionaria y la burguesía, el Estado aprovecha el teatro de la espera para preparar los sicarios a sueldo, a narcoparamilitares y/o a sus unidades especializadas para asesinar rápida o dosificadamente según la pedagogía del miedo a los y las revolucionarias.
Por su parte, las clases y naciones explotadas han aprendido las lecciones de las derrotas y victorias en esta táctica específica que es la negociación inserta dentro de la estrategia revolucionaria, una táctica que es parte de la estrategia superior que la activa, dirige y termina cuando es necesario, con la victoria, antes de una autoderrota o simplemente dejándola morir según la estrategia revolucionaria, nunca según la reaccionaria. La independencia política del proletariado es decisiva en la dirección de las negociaciones, y esta es la síntesis de todas lecciones positivas extraíbles de tan larga experiencia.
Decimocuarto: Ha fracasado la trampa negociadora con la que el Gobierno colombiano quería destrozar al ELN forzando su desarme unilateral, rechazando sus propuestas y reforzando esa sensación de victoria política lograda tras la rendición de armas y autoderrota de un sector de las FARC-EP. Este fracaso del imperialismo refuerza la capacidad de resistencia de las clases y pueblos oprimidos porque demuestra que la coherencia teórica y ética es un factor central en la lucha de clases. El aumento de la confianza popular refuerza su autoorganización en sus reivindicaciones, justo lo contrario de la rendición de armas y autoderrota de un sector de las FARC-EP. Esta lección es universal y se agrava o suaviza en lo particular y singular, pero siempre se materializa: franjas de la militancia que confiaban en el sector que ha entregado las armas al enemigo sufren bajones de combatividad, de moral y hasta de solidez teórica y política. Por lo común, son los reformistas quienes entregan las armas según un plan de giro definitivo a la socialdemocracia, a la «paz», lo que les permite captar votos por el centro compensando electoralmente la fuerza política real de masas concienciadas que han perdido por la izquierda, pero a veces ni eso. Por lo general, la izquierda necesita años para recuperar su anterior solidez e implantación, un tiempo de oro para la burguesía.
Decimoquinto: La victoria del ELN consiste precisamente en que ha demostrado al mundo que el Gobierno y el imperialismo solo quieren la guerra, por lo que no hay más remedio que prepararse para ella. Los sociópatas y sádicos son los únicos a los que les gustan las brutalidades y la atrocidad. La izquierda sabe que ninguna clase dominante devuelve pacíficamente al pueblo las riquezas que ha amasado aterrorizándolo durante generaciones. La devastadora crisis actual así como el grado más alto posible de antagonismo entre el potencial liberador de la tecnociencia y de la economía, y la propiedad burguesa, dan alas al imperialismo para provocar guerras locales y regionales que pueden derivar sinérgicamente en una guerra apocalíptica. Es urgente que la humanidad trabajadora socialice las fuerzas productivo/reproductivas y planifique la activación máxima de las ingentes potencialidades liberadoras que tienen en su seno, logro alcanzable solo con un poder político basado en el pueblo en armas, nunca postrándose frente al amo: la historia no miente.
Iñaki Gil de San Vicente
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