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LA BARRERA HISTÓRICA DE LA LEY DEL VALOR: MANIFESTACIONES DE MARX ACERCA DEL ORDEN SOCIAL SOCIALISTA por Román Rosdolsky
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Según el plan originario de Marx, el último libro de su obra debía concluir con la investigación de aquellos factores que señalan «la superación de [ese] supuesto» y que «impulsan a la asunción de una nueva forma histórica». En consecuencia, debía ocuparse de la «disolución del modo de producción y de la forma de sociedad fundada en el valor de cambio» y de su transición al socialismo.1 Naturalmente, lo que ocupaba aquí el centro mismo de la atención era la interrogante acerca de las vicisitudes de la ley del valor; y a dicho problema dedicaremos preferentemente nuestra atención en este capítulo.
1. MANIFESTACIONES DE MARX ACERCA DEL DESARROLLO DE LA INDIVIDUALIDAD HUMANA EN EL CAPITALISMO
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Se sabe que el fundador del marxismo rechazaba toda especulación acerca de un futuro socialista en la medida en que se tratara de inventar sistemas acabados, derivados de los «principios eternos de la justicia» y de las «leyes inmutables de la naturaleza humana». Por muy necesarios y justificados que hayan sido tales sistemas en la época de su origen, se convirtieron en un obstáculo del movimiento obrero en ascenso en cuanto dentro de la concepción materialista de la historia se fundaron bases científicas ampliamente superiores a las doctrinas de los socialistas utópicos, y desde las cuales había que dar un enfoque totalmente diferente al problema de la constitución del futuro orden socialista. El socialismo ya no aparecería como un mero ideal, sino como una fase necesaria del desarrollo de la humanidad hacia la cual la misma historia tiende, y por ello sólo podía hablarse de una futura nueva formación de la sociedad, de orden socialista, en tanto pudieran descubrirse ya visiblemente gérmenes de esa nueva formación en la historia transcurrida hasta el momento y en sus tendencias evolutivas. Esto no significa, desde luego, que Marx y Engels (tal como a menudo se lo han endilgado epígonos oportunistas) no hayan tenido idea alguna acerca del orden económico y social socialista, dejando simplemente esta tarea a nuestros nietos, como si propiamente en ello consistiese el carácter científico de sus teorías. Por el contrario; precisamente esas ideas desempeñaron un papel descollante en el edificio doctrinaria del marxismo, como es posible convencerse a partir del estudio de las obras fundamentales de sus fundadores. Así ocurre también en El Capital de Marx, surgido igualmente del anhelo de investigar la estructura interna y las leyes del movimiento del modo de producción capitalista así como de aportar las pruebas de la posibilidad y necesidad de la «gran revolución» destinada a suscitar la derogación de la «autoalienación» humana y gracias a la cual los hombres se convertirían en «verdaderos amos conscientes de la naturaleza y de su propia organización social» (Engels). Por eso, en El Capital y en los trabajos preliminares a esa obra encontramos una y otra vez digresiones y observaciones que se ocupan de los problemas del orden social socialista, y que permiten reconocer con peculiar claridad tanto el parentesco con las doctrinas de los socialistas utópicos como también la profunda diferencia respecto de éstas.
Esas digresiones se hacían necesarias ya en razón del método materialista dialéctico de Marx, que aspira a comprender toda manifestación social en el flujo de su devenir, su existencia y su expiración. Por eso, este método señala de por sí «modos históricamente anteriores de la producción»,2 y, por otra parte:
«puntos en los cuales, prefigurando3 el movimiento naciente del futuro, se insinúa la abolición de la forma presente de las relaciones de producción. Si por un lado las fases preburguesas se presentan como supuestos puramente históricos, o sea abolidos, por el otro las condiciones actuales de la producción se presentan como aboliéndose a sí mismas y por tanto como poniendo los supuestos históricos para un nuevo ordenamiento de la sociedad»4
La consideración materialista dialéctica de las relaciones de producción capitalistas conduce, pues, directamente hacia la contraposición entre este modo de producción y las formaciones sociales precapitalistas por una parte y el ordenamiento social socialista que releva a este modo de producción por la otra.
«El cambio privado de todos los productos del trabajo, de las capacidades y de las actividades, está en antítesis tanto con la distribución fundada en las relaciones de dominación y de sujeción […] (sean ellas de carácter patriarcal, antiguo o feudal) de los individuos entre sí […] como con el libre cambio entre individuos asociados sobre la base de la apropiación y del control común de los medios de producción.»5
De este modo se produce una división de toda la historia de la humanidad, que posee la forma de una triada dialéctica, en tres etapas:
«Las relaciones de dependencia personal (al comienzo sobre una base del todo natural) son las primeras formas sociales, en las que la productividad humana se desarrolla solamente en un ámbito restringido y en lugares aislados. La independencia personal fundada en la dependencia respecto a las cosas es la segunda forma importante en la que llega a constituirse un sistema de metabolismo social general, un sistema de relaciones universales, de necesidades universales y de capacidades universales. La libre individualidad, fundada en el desarrollo universal de los individuos, y en la subordinación de su productividad colectiva, social, como patrimonio social, constituye el tercer estadio. El segundo crea las condiciones del tercero.»6
Por tanto, aquí se capta la historia de la humanidad en su resultado esencial: como un proceso necesario de formación de la personalidad humana y de su libertad. Pero lo que importaba sobre todo desde el punto de vista de Marx no era tanto demostrar la necesidad de ese proceso (que ya había reconocido la filosofía alemana clásica), sino liberar más bien esas nociones de toda ilusión ideológica y ponerlas sobre la base firme de la historia real, es decir del desarrollo de las relaciones sociales de producción. Y esa tarea sólo podía resolverse con ayuda del método materialista.
«Cuando se consideran relaciones sociales –se dice en los Grundrisse– que producen un sistema no desarrollado de cambio, de valores de cambio y de dinero» (es decir, relaciones precapitalistas), «[…] es claro desde el principio que los individuos, aun cuando sus relaciones aparezcan como relaciones entre personas, entran en vinculación recíproca solamente como individuos con un carácter determinado, como señor feudal y vasallo, propietario territorial y siervo de la gleba, etc., o bien como miembro de una casta, etc., o también como perteneciente a un estamento, etc. En las relaciones monetarias, en el sistema de cambio desarrollado (y esta apariencia es seductora para los demócratas) los vínculos de dependencia personal, las diferencias de sangre, de educación, etc., son de hecho destruidos, desgarrados […] y los individuos parecen independientes7 […], parecen libres de enfrentarse unos a otros y de intercambiar en esa libertad. Pero pueden aparecer como tales tan sólo ante quien se abstrae de las condiciones de existencia bajo las cuales estos individuos entran en contacto […] El carácter determinado que en el primer caso aparece como una limitación personal del individuo por parte de otro, en el segundo caso se presenta desarrollado como una limitación material del individuo resultante de relaciones que son independientes de él y se apoyan sobre sí mismas. (Dado que el individuo no puede eliminar su carácter determinado personal, pero puede superar y subordinar a él las relaciones externas, en el segundo caso su libertad parece ser mayor. Pero un análisis más preciso de esas relaciones externas, de esas condiciones, muestra la imposibilidad por parte de los individuos de una clase, etc., de superar en masse tales relaciones y condiciones sin suprimirlas. Un individuo aislado puede accidentalmente acabar con ellas, pero esto no ocurre con la masa de quienes son dominados por ellas, ya que su mera persistencia expresa la subordinación, y la subordinación necesaria de los individuos a sus propias relaciones.) Hasta tal punto estas relaciones externas no son una remoción de las “relaciones de dependencia”, que más bien constituyen únicamente la reducción de éstas a una forma general; son ante todo la elaboración del principio general de las relaciones de dependencia personales[…].8
«Se dijo y se puede volver a decir –leemos en una observación marginal de los Grundrisse en el marco del análisis del “poder objetivo del dinero”– que la belleza y la grandeza de este sistema residen precisamente en este metabolismo material y espiritual, en esta conexión que se crea naturalmente, en forma independiente da saber y de la voluntad de los individuos, y que presupone precisamente su indiferencia y su dependencia recíprocas. Y seguramente esta independencia material es preferible a la ausencia de relaciones o a nexos locales basados en los vínculos naturales de consanguinidad, o en las [relaciones] de señorío y servidumbre. Es igualmente cierto que los individuos no pueden dominar sus propias relaciones sociales9 antes de haberlas creado. Pero es también absurdo concebir ese nexo puramente material como creado naturalmente, inseparable de la naturaleza de la individualidad e inmanente a ella […] El nexo es un producto de los individuos. Es un producto histórico. Pertenece a una determinada fase del desarrollo de la individualidad. La ajenidad y la autonomía con que ese nexo existe frente a los individuos demuestra solamente que éstos aún están en vías de crear las condiciones de su vida social en lugar de haberla iniciado a partir de dichas condiciones. Es el nexo […] entre los individuos ubicados en condiciones de producción determinadas y estrechas.»
Por otra parte, «en estadios de desarrollo precedentes, el individuo se presenta con mayor plenitud precisamente porque no ha elaborado aún la plenitud de sus relaciones y no las ha puesto frente a él como potencias y relaciones sociales autónomas. Es tan ridículo sentir nostalgias de aquella plenitud primitiva como creer que es preciso detenerse en este vaciamiento completo»10 que caracteriza la época actual11
«La visión burguesa jamás se ha elevado por encima de la oposición a dicha visión romántica, y es por ello que ésta lo acompañará como una oposición legítima hasta su muerte piadosa.»12
Ahora vemos claramente de qué adolece más el concepto burgués de la libertad: del modo de pensar ahistórico de sus voceros, que absolutizan una evolución de la individualidad propia de una época y de un modo de producción determinados, confundiéndola con la realización de la «libertad lisa y llana». («Exactamente como un sujeto que cree en una religión determinada, ve en ella a la verdadera religión y fuera de ella no ve sino religiones falsas».)13 Lo que no comprenden es que la libertad burguesa, muy lejos de representar la encarnación de la «libertad en general», es, antes bien, el producto más originariamente exclusivo del modo de producción capitalista, por lo cual comparte todas las limitaciones de éste. Pues, liberados de sus barreras anteriores, en el capitalismo los hombres fueron sometidos a una nueva atadura, al dominio objetivo de sus propias relaciones de producción, que los excedían en estatura, al ciego poder de la competencia y de la casualidad,14 de modo que se tornaron más libres en un aspecto y menos libres en otro.
Donde con mayor claridad se nos revela este modo de pensar ahistórico es en la manera en que los economistas burgueses (y la ideología burguesa en general) juzgan la competencia capitalista. Pese a que la competencia, dice Marx:
«históricamente se presenta como disolución de las coerciones corporativas, reglamentaciones gubernamentales, aduanas internas e instituciones similares en el interior de un país, y en el mercado mundial como supresión de obstrucciones, vedas o proteccionismos»,[jamás ha sido considerada] «en su aspecto puramente negativo, en su aspecto puramente histórico»; [y] «por otra parte, esa consideración ha llevado a la necedad aún mayor de ver la competencia como la colisión de los individuos desaherrojados, determinados tan sólo por sus propios intereses; como repulsión y atracción de los individuos libres, recíprocamente relacionados, y, de ahí, como la forma absoluta de existencia de la libre individualidad en la esfera de la producción y del intercambio.»
«Nada puede ser más falso», añade. Pues en primer lugar, «si bien la libre competencia ha disuelto las barreras que se oponían a relaciones y modos de producción anteriores, debe tenerse en cuenta ante todo15 que lo que para ella era barrera, para los modos de producción anteriores eran límites inmanentes dentro de los cuales se desarrollaban y movían de manera natural. Esos límites no se tornaron en barreras sino cuando las fuerzas productivas y relaciones de intercambio se desarrollaron de manera suficiente como para que el capital en cuanto tal, pudiera empezar a presentarse como principio regulador de la producción. Los límites que el capital abolió eran barreras para su movimiento, desarrollo, realización. En modo alguno suprimió todos los límites, ni todas las barreras, sino sólo los límites que no se le adecuaban, que para él constituían barreras.16 Dentro de sus propios límites –por cuanto desde un punto de vista más elevado se presentan como barreras a la producción […]– se sentía libre, ilimitado, esto es, limitado sólo por sí mismo, sólo por sus propias condiciones de vida. Tal como la industria corporativa, en su período de esplendor, encontraba plenamente en la organización gremial la libertad que le era menester, es decir, las relaciones de producción que le eran correspondientes. Ella misma las puso a partir de sí misma y las desarrolló como sur condiciones inmanentes y, por tanto, en modo alguno como barreras externas y opresivas. El aspecto histórico de la negación del régimen corporativo, etc., por parte del capital y a través de la libre competencia, no significa otra cosa sino que el capital, suficientemente fortalecido derribó, gracias al modo de intercambio que le es adecuado, las barreras históricas que estorbaban y refrenaban el movimiento adecuado a su naturaleza.»
Sin embargo, la competencia dista mucho de tener meramente ese significado histórico, negativo; también es, por su naturaleza, la realización del modo de producción capitalista.17 Por lo tanto, si se dice que:
«en el marco de la libre competencia los individuos, obedeciendo exclusivamente a sus intereses privados, realizan los intereses comunes o más bien18 generales»,19 [ello es sólo una ilusión, pues] «en la libre competencia no se pone como libres a los individuos, sino que se pone libre al capital. Cuando la producción fundada en el capital es la forma necesaria, y por tanto la más adecuada al desarrollo de la fuerza productiva social, el movimiento de los individuos en el marco de las condiciones puras del capital se presenta como la libertad de los mismos, libertad que, empero, también es afirmada dogmáticamente en cuanto tal, por una constante reflexión sobre las barreras derribadas por la libre competencia».20
[De ahí] «la inepcia de considerar la libre competencia como el último desarrollo de la libertad humana, y la negación de la libre competencia = negación de la libertad individual y de la producción social fundada en la libertad individual. No se trata, precisamente, más que del desarrollo libre sobre una base limitada, la base de la dominación por el capital. Por ende este tipo de libertad individual es a la vez la abolición más plena de toda la libertad individual y el avasallamiento cabal de la individualidad bajo condiciones sociales que adoptan la forma de poderes objetivos, incluso de cosas poderosísimas […] La exposición de lo que constituye la libre competencia es la única respuesta racional al endiosamiento de la misma por los profetas de la clase media21 o a su presentación como demoníaca por parte de los socialistas».22
En realidad:
«la aseveración de que la libre competencia = forma última del desarrollo de las fuerzas productivas y, por ende, de la libertad humana, no significa sino que la dominación de la clase media es el término de la historia mundial; ciertamente una placentera idea para los advenedizos de anteayer».23
Vemos que lo que aquí estamos leyendo es sólo una continuación de los razonamientos que ya conocemos de La Ideología Alemana, a saber, que en el transcurso de la historia de la humanidad el desarrollo de las fuerzas productivas llevó a la sustitución de las relaciones de, dependencia originarias, personales, por otras meramente objetivas, y el vínculo local y nacional de los hombres por otro universal. Ya en La Ideología Alemana destacan Marx y Engels el carácter contradictorio y dicotómico del progreso social ocurrido hasta el presente: por un lado tuvo como consecuencia la creación de un individuo social más capaz de desarrollarse y más rico en necesidades, mientras que, por el otro, se convirtió en la más amplia «alienación» y «vaciamiento», de ese individuo. Y finalmente se encuentra también allí el razonamiento de que la liberación de los hombres producida por el capitalismo con respecto a las barreras feudales y otras equivaldría a una libertad aparente, y que la libertad plena, el «desarrollo original y libre de los individuos», sólo podría convertirse en realidad en el comunismo.
«Idealmente –leemos en La Ideología Alemana– bajo el dominio de la burguesía los hombres son más libres que antes, porque sus condiciones de vida les son fortuitas; pero en la realidad son, naturalmente, menos libres, ya que se hallan más subsumidos bajo la coerción objetiva».
Y precisamente a:
«ese derecho de poder gozar sin perturbaciones de la contingencia dentro de ciertas condiciones, se lo denominó libertad personal hasta el presente». 24
Justamente esa concepción se sigue desarrollando en los Grundrisse de Marx, sólo que en él se manifiesta con mucha mayor intensidad y nitidez el otro aspecto, positivo, de la contradicción: el progreso real producido por la «pseudo libertad burguesa».
Donde mejor se ve esto es en el notable pasaje que trata del «infantil mundo antiguo» en contraste con el mundo moderno del capitalismo.
«Nunca encontraremos entre los antiguos –dice allí Marx– una investigación acerca de cuál forma de la propiedad de la tierra, etcétera, es la más productiva, crea la mayor riqueza. La riqueza no aparece como objetivo de la producción, aunque bien puede Catón investigar qué cultivo del campo es el más lucrativo, o Bruto prestar su dinero al mejor interés. La investigación versa siempre acerca de cuál modo de propiedad crea los mejores ciudadanos […]»
Muy distinto es lo que sucede en el mundo moderno. En éste, la riqueza aparece:
«en todas formas […] con la configuración de cosa, trátese de una cosa o de relación por medio de las cosas, que reside fuera del individuo y accidentalmente junto a él. Por eso, la concepción antigua según la cual el hombre, cualquiera que sea la limitada determinación nacional, religiosa o política en que se presente, aparece siempre, igualmente, como objetivo de la producción, parece muy excelsa frente al mundo moderno donde la producción aparece como objetivo del hombre y la riqueza como objetivo de la producción. Pero, en realidad,25 si se despoja a la riqueza de su limitada forma burguesa, ¿qué es la riqueza sino la universalidad de las necesidades, capacidades, goces, fuerzas productivas, etc., de los individuos, creada en el intercambio universal? ¿[Qué, sino] el desarrollo pleno del dominio humano sobre las fuerzas naturales, tanto sobre las de la así llamada naturaleza como sobre su propia naturaleza? ¿[Qué, sino] la elaboración absoluta de sus disposiciones creadoras sin otro presupuesto que el desarrollo histórico previo, que convierte en objetivo a esta plenitud total del desarrollo, es decir al desarrollo de todas las fuerzas humanas en cuanto tales, no medidas con un patrón preestablecido? ¿[Qué, sino una elaboración como resultado de] la cual el hombre no se reproduce en su carácter determinado sino que produce su plenitud total? ¿[Como resultado de] la cual no busca permanecer como algo devenido sino que está en el movimiento absoluto del devenir? En la economía burguesa –y en la época de la producción que a ella corresponde– esta elaboración plena de lo interno, aparece como vaciamiento pleno, esta objetivación universal, como enajenación total,26 y la destrucción de todos los objetivos unilaterales determinados, como sacrificio del objetivo propio frente a un objetivo completamente externo. Por eso el infantil mundo antiguo aparece, por un lado, como superior. Por otro lado, lo es en todo aquello en que se busque configuración cerrada, forma y limitación dada. Es satisfacción desde un punto de vista limitado, mientras que el [mundo] moderno deja insatisfecho o allí donde aparece satisfecho consigo mismo es vulgar»27
Aquí se manifiesta con particular claridad el contraste entre la crítica marxiana y la crítica romántica del capitalismo. Pues lo que reprochaba Marx a los románticos no eran sólo sus «lágrimas sentimentales»28 ni la circunstancia de que, con intenciones demagógicas, «agitan en su mano su proletaria alforja de mendigo como una bandera», ocultando al mismo tiempo tras sus espaldas «los antiguos blasones feudales»,29 sino especialmente que los románticos eran totalmente incapaces de comprender «el andar de la historia moderna», es decir la necesidad y carácter histórico progresivo del orden social que criticaban, limitándose en lugar de ello a una condena de tipo moral.
Es verdad que también el dominio del capital se basa en exprimir plustrabajo con la mayor desconsideración, en explotar y oprimir las masas populares. En este aspecto, supera ciertamente «en energía, desenfreno y eficacia a todos los sistemas de producción precedentes basados en el trabajo directamente compulsivo».30 Pero sólo el capital «es el que primero ha capturado el progreso histórico poniéndolo al servicio de la riqueza»,31 la forma de producción capitalista es la primera que:
«se transforma en un modo de explotación que inicia una época, en un modo que en su desarrollo histórico ulterior, mediante la organización del proceso de trabajo y el perfeccionamiento gigantesco de la técnica, revoluciona toda la estructura económica de la sociedad y supera, de manera incomparable, todas las épocas anteriores».32
Es, pues, su carácter universal, su impulso hacia una constante revolución de las fuerzas productivas materiales, lo que distingue fundamentalmente a la producción capitalista de todos los modos de producción anteriores. Pues así como las etapas precapitalistas de la producción nunca estuvieron en condiciones –a consecuencia de sus métodos de trabajo primitivos, no desarrollados– de acrecentar considerablemente el trabajo por encima de lo exigible para el mantenimiento inmediato de la vida, así «el gran sentido histórico del capital» consiste precisamente en «crear este trabajo excedente, trabajo superfluo desde el punto de vista del mero valor de uso, de la mera subsistencia»; y cumple esa misión desarrollando en una medida sin precedentes las fuerzas productivas sociales, por una parte, y las necesidades y capacidades de trabajo de los hombres, por la otra.
El «cometido histórico» del capital, se dice en un pasaje particularmente expresivo de los Grundrisse:
«está cumplido, por un lado, cuando las necesidades están tan desarrolladas que el trabajo excedente que va más allá de lo necesario ha llegado a ser él mismo una necesidad general, que surge de las necesidades individuales mismas; por otra parte, la disciplina estricta del capital, por la cual han pasado las sucesivas generaciones, ha desarrollado la laboriosidad universal como posesión general de la nueva generación»;33 [y finalmente] «por el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo, a las que azuza continuamente el capital –en su afán ilimitado de enriquecimiento y en las únicas condiciones bajo las cuales puede realizarse ese afán–, desarrollo que ha alcanzado un punto tal que la posesión y conservación de la riqueza general por una parte exigen tan sólo un tiempo de trabajo menor para la sociedad entera, y que por otra la sociedad laboriosa se relaciona científicamente con el proceso de su reproducción progresiva, de su reproducción en plenitud cada vez mayor: por consiguiente, ha cesado de existir el trabajo en el cual el hombre hace lo que puede lograr que las cosas hagan en su lugar […] En su aspiración incesante por la forma universal de la riqueza, el capital, empero, impulsa al trabajo más allá de los límites de su necesidad natural y crea así los elementos materiales para el desarrollo de la rica individualidad, tan multilateral en su producción como en su consumo, y cuyo trabajo, por ende, tampoco se presenta ya como trabajo, sino como desarrollo pleno de la actividad misma,34 en la cual ha desaparecido la necesidad natural en su forma directa, porque una necesidad producida históricamente ha sustituido a la natural. Por esta razón el capital es productivo; es decir, es una relación esencial para el desarrollo de las fuerzas productivas sociales. Sólo deja de serlo cuando el desarrollo de estas fuerzas productivas halla un límite en el capital mismo».35
En otras palabras: mientras que todos los modos de producción anteriores eran compatibles con un estado de las fuerzas productivas que avanzaba sólo muy lentamente, o que incluso permanecía estacionario durante prolongadas épocas,36 el capital parte precisamente del «constante revolucionamiento de sus premisas existentes como premisas de su reproducción».
«Aunque por su propia naturaleza es limitado, tiende a un desarrollo universal de las fuerzas productivas y se convierte en la premisa de un nuevo modo de producción, que no está fundado sobre el desarrollo de las fuerzas productivas con vistas a reproducir y a lo sumo ampliar una situación determinada, sino que es un modo de producción en el cual el mismo desarrollo libre, expedito, progresivo y universal de las fuerzas productivas constituye la premisa de la sociedad y por ende de su reproducción; en el cual la única premisa es la de superar el punto de partida.»37
Pero sólo sobre esta nueva base será posible:
«la universalidad del individuo, no como universalidad pensada o imaginada, sino como universalidad de sus relaciones reales o ideales. De ahí, también, comprensión de su propia historia como un proceso y conocimiento de la naturaleza (el cual existe asimismo como poder práctico sobre ésta) como su cuerpo real».38
Así, merced al desarrollo del capitalismo se prepara incluso la solución del problema de la personalidad humana y su libertad, planteado por la historia. Pero desde ese punto de vista, nunca podrá estimarse suficiente el logro histórico del capitalismo, que tan a menudo destaca Marx con tanto énfasis.
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2. EL PAPEL DE LA MAQUINARIA COMO PRESUPUESTO MATERIAL DE LA SOCIEDAD SOCIALISTA
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«Si la sociedad tal cual es –dice Marx en los Grundrisse– no contuviera, ocultas, las condiciones materiales de producción y de circulación para una sociedad sin clases, todas las tentativas de hacerla estallar serían otras tantas quijotadas.»39
¿Cuáles son, entonces, las condiciones materiales de producción que tornan posible y necesaria la transición a una sociedad sin clases?
La respuesta a este interrogante debe buscarse ante todo en el análisis que hace Marx del papel de la maquinaria. Este análisis nos demostró, por una parte, cómo el desarrollo del sistema de las máquinas automáticas denigra al trabajador individual al nivel de herramienta parcial, a mero elemento del proceso laboral; pero por otra parte nos demostró cómo el mismo desarrollo crea al mismo tiempo las condiciones previas para que el gasto de esfuerzos humanos se reduzca a un mínimo en el proceso de la producción y para que el lugar de los trabajadores parcializados de hoy lo ocupen individuos polifacéticamente desarrollados, para quienes las «diversas funciones sociales sean modos de ocupación que se releven recíprocamente». Todo eso podrá encontrarlo el lector tanto en los Grundrisse como en el tomo I de El Capital. Pero hay en los Grundrisse manifestaciones acerca de la maquinaria que se hallan ausentes en El Capital; manifestaciones que, aunque escritas hace más de una centuria, sólo pueden leerse actualmente conteniendo la respiración, porque abarcan una de las visiones más audaces del espíritu humano.
«El intercambio de trabajo vivo por trabajo objetivado, es decir el poner el trabajo social bajo la forma de la antítesis entre el capital y el trabajo asalariado –escribe allí Marx– es el último desarrollo de la relación de valor y de la producción fundada en el valor. El supuesto de esa producción es, y sigue siendo, la magnitud de tiempo inmediato de trabajo, el cuanto de trabajo empleado como el factor decisivo en la producción de la riqueza. En la medida, sin embargo, en que la gran industria se desarrolla, la creación de la riqueza efectiva se vuelve menos dependiente del tiempo de trabajo y del cuanto de trabajo empleados, que del poder de los agentes puestos en movimiento durante el tiempo de trabajo, poder que a su vez –su poderosa eficacia–40 no guarda relación alguna con el tiempo de trabajo inmediato que cuesta su producción, sino que depende más bien del estado general de la ciencia y del progreso de la tecnología, o de la aplicación de esta ciencia a la producción […] La riqueza efectiva se manifiesta más bien –y esto lo revela la gran industria– en la enorme desproporción entre el tiempo de trabajo empleado y su producto, así como en la desproporción cualitativa entre el trabajo, reducido a una pura abstracción, y el poderío del proceso de producción vigilado por aquél. El trabajo ya no aparece tanto como recluido en el proceso de producción, sino que más bien el hombre se comporta como supervisor y regulador con respecto al proceso de producción mismo […] El trabajador ya no introduce el objeto natural modificado, como eslabón intermedio, entre la cosa y sí mismo, sino que inserta el proceso natural, al que transforma en industrial, como medio entre sí mismo y la naturaleza inorgánica, a la que domina.
Se presenta al lado del proceso de producción, en lugar de ser su agente principal. En esta transformación lo que aparece como el pilar fundamental de la producción y de la riqueza no es ni el trabajo inmediato ejecutado por el hombre ni el tiempo que éste trabaja, sino la apropiación de su propia fuerza productiva general, su comprensión de la naturaleza y su dominio de la misma gradas a su existencia como cuerpo social; en una palabra, el desarrollo del individuo social. El robo de tiempo de trabajo ajeno, sobre el cual se funda la riqueza actual, aparece como una base miserable comparado con este fundamento, recién desarrollado, creado por la gran industria misma. Tan pronto como el trabajo en su forma inmediata ha cesado de ser la gran fuente de la riqueza, el tiempo de trabajo deja, y tiene que dejar, de ser su medida y por tanto el valor de cambio [deja de ser la medida] del valor de uso. El plustrabajo de la masa ha dejado de ser condición para el desarrollo de la riqueza social, así como el no-trabajo de unos pocos ha cesado de serlo para el desarrollo de los poderes generales del intelecto humano.41 Con ello se desploma la producción fundada en el valor de cambio, y al proceso de producción material inmediato se le quita la forma de la necesidad apremiante y el antagonismo. Desarrollo libre de las individualidades, y por ende no reducción del tiempo de trabajo necesario con miras a poner plustrabajo, sino en general reducción del trabajo necesario de la sociedad a un mínimo, al cual corresponde entonces la formación artística, científica, etc., de los individuos gracias al tiempo que se ha vuelto libre y a los medios creados para todos»42
Y en otro pasaje de los Grundrisse se dice:
«La creación de mucho tiempo disponible»43 aparte del tiempo de trabajo necesario, para la sociedad en general y para cada miembro de la misma (esto es margen para el desarrollo de todas las fuerzas productivas del individuo y por ende también de la sociedad), esta creación de tiempo de no-trabajo, se presenta desde el punto de vista del capital, al igual que en todos los estadios precedentes, como tiempo de no-trabajo o tiempo libre para algunos. El capital, por añadidura, aumenta el tiempo de plustrabajo de la masa mediante todos los recursos del arte y la ciencia, puesto que su riqueza consiste directamente en la apropiación de valor de plustrabajo; ya que su objetivo es directamente el valor, no el valor de uso. De este modo, malgré lui [a pesar suyo], sirve de instrumento para crear las posibilidades del tiempo disponible social,44 para reducir a un mínimo decreciente el tiempo de trabajo de toda la sociedad y así, volver libre el tiempo de todos para el propio desarrollo de los mismos. Su tendencia, empero, es siempre por un lado la de crear tiempo disponible, por otro la de convertirlo en plustrabajo.45 Si logra lo primero demasiado bien, experimenta una sobreproducción, y entonces se interrumpirá el trabajo necesario, porque el capital no puede valorizar plustrabajo46 alguno.47 Cuanto más se desarrolla esta contradicción, tanto más evidente se hace que el crecimiento de las fuerzas productivas ya no puede estar confinado a la apropiación de plustrabajo ajeno, sino que la masa obrera misma debe apropiarse de su plustrabajo. Una vez que lo haga –y por ello el tiempo disponible cesará de tener una existencia antitética– , por una parte el tiempo de trabajo necesario encontrará su medida en las necesidades del individuo social y por otra el desarrollo de la fuerza productiva social será tan rápido que, aunque ahora la producción se calcula en función de la riqueza común, crecerá el tiempo disponible de todos. Ya que la riqueza real es la fuerza productiva desarrollada de todos los individuos. Ya no es entonces, en modo alguno, el tiempo de trabajo, la medida de la riqueza, sino el tiempo disponible. El tiempo de trabajo como medida de la riqueza pone la riqueza misma como fundada sobre la pobreza y al tiempo disponible como existente en y en virtud de la antítesis con el tiempo de plustrabajo, o bien pone todo el tiempo de un individuo como tiempo de trabajo y consiguientemente lo degrada a mero trabajador, lo subsume en el trabajo.»48
Tal es el análisis que realiza Marx de las transformaciones históricas surgidas del papel de la maquinaria en el proceso de producción capitalista. Hoy en día –en la corriente de una nueva revolución industrial– difícilmente sea necesario aún destacar la trascendencia profética de esta concepción inmensamente dinámica y radicalmente optimista. Pues lo que el solitario revolucionario alemán soñaba en 1858 en su exilio londinense, ha ingresado hoy –pero sólo hoy– al ámbito de lo inmediatamente posible. Sólo hoy están dadas, gracias al desarrollo de la técnica moderna, las condiciones para la supresión total y definitiva del «robo de tiempo de trabajo ajeno»; y sólo hoy pueden impulsarse tan poderosamente las fuerzas productivas de la sociedad que, de hecho, y en un futuro no demasiado lejano, la medida de la riqueza social no sea ya el tiempo de trabajo sino el tiempo disponible, el tiempo de reposo. Mientras que hasta el presente todos los métodos en virtud de los cuales se elevaba la productividad del trabajo humano se revelaron al mismo tiempo, dentro de la práctica capitalista, como métodos de una degradación, subordinación y despersonalización cada vez mayores del obrero, actualmente el desarrollo tecnológico ha llegado a un punto en el cual los obreros podrán ser finalmente liberados de la «serpiente de sus tormentos», de la tortura de la cinta sin fin y del trabajo a destajo, y convertirse de meros apéndices del proceso de producción en sus verdaderos directores. Por lo tanto, nunca estuvieron tan maduras las condiciones para una transformación socialista de la sociedad, nunca fue el socialismo tan imprescindible y económicamente viable como hoy. Recordamos la trillada objeción burguesa, según la cual el orden social socialista tendría que estrellarse ante la necesidad de los trabajos duros y desagradables, trabajos que cada cual se preocuparía de sacarse de encima y endilgárselos a los demás.49 En vista del fabuloso desarrollo actual de las fuerzas productivas, ¡cuán ridículo debe parecer este reparo que se origina en la naturaleza del hombre burgués medio! Ciertamente, mientras había que arrastrar el agua en baldes hasta las viviendas, no eran pocas las personas que trataban de endosarle a otros ese ajetreo; sin embargo, con la instalación de cañerías de aguas corrientes, el oficio de aguateros especializados se ha tornado superfluo. El desarrollo de la tecnología nos impulsa, evidentemente, hacia una situación en la cual puede desaparecer la división del trabajo imperante hasta el presente, que mutila al hombre, y con ella todos sus tormentos, siendo ocupado su lugar por el trabajo como ocupación libre de las fuerzas físicas e intelectuales. Y así como sería un disparate –para echar mano nuevamente a la ingeniosa comparación de Trotsky–50 que los comensales de una buena pensión de mesa abundantemente servida se escatimaran mutuamente el pan, la manteca o el azúcar, así de absurdo y de económicamente insensato aparecería también en la nueva sociedad el «robo de tiempo de trabajo ajeno», la explotación del hombre por el hombre. Pero sólo entonces estará asegurada la construcción de un orden social realmente sin clases, verdaderamente socialista.
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3. LA EXTINCIÓN DE LA LEY DEL VALOR EN EL SOCIALISMO
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Entonces tampoco desaparecerá evidentemente el trabajo como tal, sino solamente el plustrabajo de las masas en beneficio de unos pocos y a las órdenes de éstos. Pues en cuanto «eterna condición natural de la vida humana», destaca Marx, el trabajo es «independiente de toda forma de esa vida, y común, por el contrario, a todas sus formas de sociedad»:51
«¡Trabajarás con el sudor de tu frente!, fue la maldición que Jehová lanzó a Adán. Y de esta suerte, como maldición, concibe A. Smith el trabajo. El “reposo” aparece como el estado adecuado, como idéntico a la “libertad” y a la “dicha”. Que el individuo “en su estado normal de salud, vigor, actividad, habilidad, destreza”,52 tenga también la necesidad de su porción normal de trabajo, y de la supresión del reposo, parece estar muy lejos de su pensamiento. A no dudarlo, la medida misma del trabajo se presenta como dada exteriormente, por medio del objetivo a alcanzar y de los obstáculos que el trabajo debe superar para su ejecución. Pero que esta superación de obstáculos es de por sí ejercicio de la libertad –y que además a los objetivos exteriores se les haya despojado de la apariencia de necesidad natural meramente exterior, y se les haya puesto como objetivos que no es sino el individuo mismo el que pone–, o sea como autorrealización, objetivación del sujeto, por ende libertad real cuya acción es precisamente el trabajo,53 [de todo esto] A. Smith no abriga tampoco la menor sospecha. Tiene razón, sin duda, en cuanto a que en las formas históricas del trabajo –como trabajo esclavo, servil, asalariado– éste se presenta siempre como algo repulsivo, siempre como trabajo forzado, impuesto desde el exterior, frente a lo cual el no-trabajo aparece como “libertad y dicha”.»
«Esto es doblemente verdadero: –prosigue Marx–. lo es con relación a este trabajo antitético54 y, en conexión con ello, al trabajo al que aún no se le ha creado las condiciones, subjetivas y objetivas […] para que el trabajo sea travail attractif,55 autorrealización del individuo, lo que en modo alguno significa que sea mera diversión, mero entretenimiento, como concebía Fourier con candor de costurerita. Precisamente los trabajos realmente libres, como por ejemplo la composición musical, son al mismo tiempo condenadamente serios, exigen el más intenso de los esfuerzos.»56
Y más adelante Marx vuelve a hablar de la concepción de Fourier:
«Al contrario de lo que quiere Fourier, el trabajo no puede volverse juego […] El tiempo libre –que tanto es tiempo para el ocio como tiempo para actividades superiores– ha transformado a su poseedor, naturalmente, en otro sujeto, el cual entra entonces también, en cuanto ese otro sujeto, en el proceso inmediato de la producción. Es éste a la vez disciplina –considerado con respecto al hombre que deviene– y ejercicio, ciencia experimental, ciencia que se objetiva y es materialmente creadora –con respecto al hombre ya devenido, en cuyo intelecto está presente el saber acumulado de la sociedad.»57
Por lo tanto, también en el socialismo la actividad humana crea, dora, el trabajo, tendrá importancia decisiva. Por cierto que experimentará inmensas modificaciones cualitativas y cuantitativas. En el aspecto cualitativo se diferenciará de la forma capitalista del trabajo –que Smith concibió tan acertadamente como un «sacrificio de libertad y dicha»– por la circunstancia de que, en primer lugar, convertirá al obrero en director consciente del proceso de producción, limitando su trabajo cada vez más a la mera supervisión de las gigantescas máquinas y fuerzas naturales intervinientes en la producción; y en segundo término, en virtud de su carácter de trabajo colectivo, directamente socializado, cuyo producto ya no enfrentará al productor en la forma de objeto alienado y que lo domina.58 De esta manera, en el socialismo, el trabajo, liberado de las escorias del pasado, perderá las características repelentes del trabajo forzado para convertirse en travail attractif, en el sentido que le daban Fourier y Owen.59 Por su parte, en el aspecto cuantitativo, esta transformación del trabajo se manifestará en una limitación fundamental del tiempo de trabajo y en la consecuente creación y extensión del tiempo disponible. Pues aunque tampoco >la sociedad socialista podrá renunciar en modo alguno al «plustrabajo»,60 estará no obstante en condiciones –gracias al pleno despliegue de sus fuerzas productivas– de reducir a un mínimo la cantidad de trabajo para cada uno de los miembros de la sociedad. Pero con eso no sólo caducará la tradicional división del trabajo, con su separación de los hombres en trabajadores «manuales» e «intelectuales», sino que la diferencia entre tiempo de trabajo y tiempo de esparcimiento perderá el carácter antitético que posee en la actualidad, puesto que el tiempo de trabajo y el tiempo libre se acercarán y complementarán cada vez más en forma recíproca.61
Por supuesto que también el trabajo así modificado y reducido al mínimo necesario tendrá que ser repartido entre las diversas ramas de la producción y los diferentes individuos, y habrá que compararla con los resultados de la producción alcanzados, por lo cual necesitamos una constante medición con auxilio de una medida unitaria.
«Una vez supuesta la producción colectiva, la determinación del tiempo, como es obvio, pasa a ser esencial. Cuanto menos es el tiempo que necesita la sociedad para producir trigo, ganado, etc., tanto más tiempo gana para otras producciones, materiales o espirituales. Al igual que para un individuo aislado, la plenitud de su desarrollo, de su actividad y de su goce depende del ahorro de su tiempo. Economía del tiempo: a esto se reduce finalmente toda economía. La sociedad debe repartir su tiempo de manera planificada para conseguir una producción adecuada a sus necesidades de conjunto,62 así como el individuo debe también dividir el suyo con exactitud para adquirir los conocimientos en las proporciones adecuadas o para satisfacer las variadas exigencias de su actividad. Economía del tiempo63 y repartición planificada del tiempo del trabajo entre las distintas ramas de la producción resultan siempre la primera ley económica sobre la base de la producción colectiva. Incluso vale como ley en mucho más alto grado. Sin embargo, esto es esencialmente distinto de la medida de los valores de cambio (trabajos o productos del trabajo) mediante el tiempo de trabajo.»64
Llegamos así al problema tantas veces planteado de la vigencia de la ley del valor en el socialismo. Todo el mundo sabe (o lo sabía en su momento, mejor dicho) que para los fundadores del marxismo, el valor se consideraba como una categoría «que es la expresión más amplia de la esclavización de los productores por parte de su propio producto» (Anti-Dühring). De esto sólo se desprende ya que en modo alguno podían extender también a la sociedad socialista (o comunista) la vigencia de la ley del valor. Por el contrario, combatían cualquier perpetuación del concepto del valor, una y otra vez, como una utopía pequeñoburguesa.
«Cuando el trabajo es comunitario –leemos en las Teorías– las relaciones de los hombres en su producción social ya no se presentan como “valor” de “objetos”.»65
«La necesidad misma de transformar el producto o la actividad de los individuos ante todo en la forma de> valor de cambio, en dinero, [...] demuestra dos cosas distintas: 1) que los individuos siguen produciendo sólo para la sociedad y en la sociedad; 2) que su producción no es inmediatamente social, no es el fruto de una asociación66 que reparte en su propio interior el trabajo.»67
Por lo tanto, en una sociedad productora de mercancías:
«el trabajo es puesto como trabajo general sólo mediante el cambio, […] la mediación tiene lugar a través del cambio de las mercancías» (se refiere a la mediación entre los trabajos privados individuales), «a través del valor de cambio, del dinero, que son todas expresiones de una única y misma relación».
En cambio, en el socialismo:
«el trabajo del individuo es puesto desde el inicio como trabajo social […] No tiene entonces producto particular alguno para cambiar. Su producto no es un valor de cambio. El producto no debe ser ante todo convertido en una forma particular para recibir un carácter general para el individuo. En lugar de una división del trabajo, que se genera necesariamente en el cambio de valores de cambio, se tendrá una organización del trabajo que tiene como consecuencia la porción que corresponde al individuo en el consumo colectivo».68
Por eso, la medición del trabajo por el tiempo de trabajo sólo será, en este caso (por muy importante que, por lo demás, pueda parecer para la sociedad socialista), un medio de planificación social69 y naturalmente ya nada tendrá en común con el «famosísimo valor» (Engels) y con la ley del valor.
De lo dicho resulta que, en la sociedad socialista, la medición del trabajo por el tiempo de trabajo podrá cumplir, evidentemente, dos funciones diferentes. En primer lugar servirá, dentro del propio proceso de la producción, para establecer la cantidad de trabajo vivo necesario para la producción de diversos bienes, y poder administrarla en forma tanto más económica; y en segundo lugar, esta medición también puede tenerse en consideración como un medio de distribución, con cuya ayuda se adjudicarían a los diversos productores individuales participaciones en el producto social destinado al consumo.
Puede tenerse en cuenta, hemos dicho; pero no es imprescindible que así sea. Pues que la futura sociedad socialista acuda o no a este modo de distribución dependerá obviamente del grado de desarrollo de las fuerzas sociales productivas, es decir sobre todo de «cuánto hay para repartir».70
«El tipo de esa atribución –leemos en El Capital– variará con el tipo particular del propio organismo social de producción y según el correspondiente nivel histórico de desarrollo de los productores. A los meros efectos de mantener el paralelo con la producción de mercancías –añade Marx–, supongamos que la participación de cada productor en los medios de subsistencia esté determinada por su tiempo de trabajo […]»71
Por otra parte, es evidente que en este último caso Marx pensaba en una sociedad socialista:
«no tal como se ha desarrollado sobre sus propias bases sino a la inversa, precisamente como surge de la sociedad capitalista; es decir, que aún sobrelleva en todos los aspectos –económico, moral, intelectual– las características de la antigua sociedad, de cuyo seno proviene».
Por cierto que esta sociedad ha expropiado a los capitalistas, transformando los medios de producción en comunitarios, en propiedad del pueblo; pero aún distaba mucho de estar en condiciones de concretar en la realidad el principio comunista de la distribución:
«De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades.» Por eso, su modo de distribución aún sigue estando dominado por el «derecho burgués» que, «al igual que todo derecho, es, por su contenido, un derecho de la desigualdad».72
Por lo tanto, aquí «el productor individual recibe –luego de las deducciones73 exactamente» lo que da a la sociedad.
«Lo que le ha dado es su cantidad de trabajo individual […] La sociedad le da un certificado de que ha entregado tanto y tanto trabajo, […] y con ese certificado extrae de las reservas sociales de medio de consumo una cantidad tal como la que cuesta igual cantidad de trabajo.»74
Es decir, simples certificados de trabajo, cuya única finalidad consiste en regular la distribución social según el principio del trabajo. Tampoco en una sociedad semejante puede haber lugar para una ley del valor, porque en ella nos hallamos en presencia de una forma de producción totalmente diferente de la producción de mercancías, y porque en ella la regulación de la producción y de la distribución no queda librada al ciego juego del mercado, sino que se halla sometida al control consciente de la propia sociedad.
Sería ciertamente tentador entrar a considerar, en este contexto, el problema de la vigencia de la ley del valor en la Unión Soviética y en las denominadas democracias populares. Pero este tema excede el marco de nuestro trabajo. Y, por otra parte, no creemos que podamos decir nada acerca de este tema que se pueda parangonar, en materia de claridad y profundidad, a la conocida obra del más renombrado de los economistas de la revolución rusa, Evgeni Preobrazhenski.75 El tenor de sus manifestaciones consistía en que cualquier revolución anticapitalista en un país industrialmente atrasado debe llevarse a cabo bajo las condiciones de una lucha constante entre la ley del valor legada por el pasado capitalista y el principio diametralmente opuesto a éste de la planificación socialista, y que las vicisitudes del socialismo dependen precisamente del resultado de esa lucha. Y si hoy en día numerosos economistas del bloque soviético elevan precisamente a la ley del valor –a la manera del marxismo vulgar– al rango de principio socialista de distribución, ello no sólo demuestra el profundo abismo teórico que los separa de Preobrazhenski y sus contemporáneos, sino que también nos indica de alguna manera a qué distancia se han alejado ya las condiciones económico-sociales imperantes en la Unión Soviética de las metas originariamente fijadas por la revolución de octubre de 1917.
Resumiendo: lo que distingue la concepción del socialismo de Marx de la de sus predecesores es, ante todo, su carácter científico, vale decir el modo en que derivó su imagen del futuro socialista a partir del conocimiento del orden social imperante, del análisis de las relaciones de producción capitalistas. El objeto de la investigación era el mismo en ambos casos: la sociedad capitalista moderna; sólo que en un caso se trataba de su forma presente, y en el otro de la sociedad del futuro que brotaba de ella. Vemos así hasta qué punto las vinculaciones económicas investigadas por Marx deben concebirse como leyes dialécticas de la evolución (y cómo de hecho sólo pueden, en realidad, concebirse como tales). El tantas veces mencionado «historicismo» de la crítica marxiana de la economía política se revela, sólo gracias a ello, en su verdadero sentido, esto es, como un método que pretende investigar tanto las condiciones de la existencia del capitalismo como también sus límites históricos,76 y cuyas conclusiones socialistas, orientadas hacia la subversión del capitalismo,77 parecen no menos fundamentales para el conjunto del sistema de Marx que su investigación y crítica de las propias categorías económicas.
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LA OBJETIVACIÓN DE LAS CATEGORÍAS ECONÓMICAS Y LA «VERDADERA CONCEPCIÓN DEL PROCESO DE PRODUCCIÓN SOCIAL»
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«Así como el sistema de la economía burguesa para nosotros se ha desarrollado tan sólo poco a poco, otro tanto ocurre con la negación del sistema mismo –afirma Marx–, negación que es el resultado último de esa economía.»78
Pero ¡cuán remoto, arduo y fatigoso ha revelado ser ese camino! Pues no sólo hubo que investigar y exponer la historia del capital hasta llegar a sus conformaciones concretas, sino también las formas mistificadas en las que se manifestaba debieron descifrarse paso a paso y remontarse a su verdadero contenido. Desde ese punto de vista, el sistema de la economía burguesa constituía al mismo tiempo una historia de la «autoalienación» humana, y se trataba no de descubrir el carácter alienado de las categorías económicas, sino de entender también esa «inversión de sujeto y objeto»79 propia del modo de producción capitalista como necesaria y condicionada por causas. Tarea ésta que el joven Marx ya se había planteado en los Manuscritos económico-filosóficos de 1844, pero que sólo con el término de El Capital habría de llegar a su plena solución.
Sin embargo, esa tarea jamás hubiese podido cumplirse sin el minucioso trabajo preparatorio de los grandes clásicos, y el propio Marx fue el primero en reconocerlo.
«Ricardo, como todos los economistas de importancia –leemos en las Teorías– destaca el trabajo como una actividad del hombre aún más humana que socialmente determinada […] Se distingue precisamente por la consecuencia con la que concibe el valor de las mercancías como meros “representantes” del trabajo socialmente determinado, frente a los demás economistas.»
Pero todos los clásicos (en la medida en que merezcan ese nombre)
«están dispuestos (con mayor o menor claridad, mayor en Ricardo que en los otros) a concebir el valor de cambio de los objetos como mera expresión, como una forma específicamente social de la actividad productiva de los hombres, como algo de los objetos y de su uso como tales, sea en el consumo industrial o en el no-industrial, toto genere diferente. Para ellos, y de hecho, el valor es sólo una relación objetivamente expresada de las actividades productivas recíprocas de los hombres, de los trabajadores.»80
Y esto se destaca con mayor decisión aún en la sección de esa misma obra, dedicada a Richard Jones: «Ya en David Ricardo», se dice allí, el análisis teórico va:
«tan lejos, que en primer lugar> desaparece la forma material autónoma de la riqueza,> la cual ya sólo aparece como actividad del hombre. Todo cuanto no sea resultado de la actividad humana, cuanto no constituya trabajo, es naturaleza y, como tal, no es riqueza social. El fantasma del mundo de los bienes se desvanece, y sólo aparece ya como una objetivación constantemente evanescente y constantemente regenerada del trabajo humano. Toda riqueza materialmente fijada es sólo objetivación transitoria del trabajo social, cristalización del proceso de producción, cuya medida es el tiempo, la propia medida del movimiento.»
Pero en segundo lugar, en Ricardo también:
«las formas más variadas en las que las diversas partes componentes de la riqueza afluyen a diversas partes de la sociedad, pierden su autonomía aparente. El interés es sólo una parte de la ganancia, la renta es sólo plusganancia. Por ello, ambos se hunden confluyendo en la ganancia, que se resuelve a su vez en plusvalor, vale decir, en trabajo no pagado»,81
Sin embargo, es precisamente en la «trinidad económica»:
«capital-interés, suelo-renta de la tierra, trabajo-Salario» donde culmina la objetivación de las relaciones sociales de producción, donde el modo de producción capitalista aparece como un «mundo encantado, invertido y puesto cabeza abajo, donde Monsieur le Capital y Madame la Terre rondan espectralmente como caracteres sociales y, al propio tiempo de manera directa, como meras cosas».82
En tal medida corresponde a los clásicos, y principalmente a Ricardo:
«el gran mérito […] de haber disipado esta falsa apariencia y este engaño, esta independización y anquilosa>mi>ento recíprocos de los diversos elementos sociales de la riqueza, esa personificación de las cosas y objetivación de las relaciones de producción, esa religión de la vida cotidiana».83
Sin embargo, destaca Marx al mismo tiempo, inclusive los mejores clásicos:
«como no podría ser de otra manera desde el punto de vista >burgués, siguen siendo prisioneros, en mayor o menor medida, del mundo de la apariencia críticamente disuelto por ellos, y por ende todos incurren más o menos en inconsecuencias, semiverdades y contradicciones no resueltas».84
Y sin embargo, añadimos, a todos estos economistas les falta la conciencia clara de que la economía trata, en general, de categorías objetivadas, que el modo revertido en que se presentan las relaciones sociales en la producción capitalista surge necesariamente de la naturaleza esencial de esa misma producción. Pero si tuvieran esa conciencia, ya no, hubiesen hecho «economía política» como tal, sino más bien, a la manera de Marx, una «crítica de la economía política», es decir que habrían llevado a cabo lo que cabía consumar sólo desde el punto de vista del proletariado socialista.
En otras palabras: sólo Marx logró superar sin reservas el modo de pensamiento fetichista de la economía burguesa; sólo a él le debemos la prueba de que cuanto más se desarrolla el modo de producción capitalista, tanto más se alienan las relaciones sociales de producción de los propios hombres, enfrentándolos como potencias externas que los dominan.
A este proceso de alienación corresponde la progresiva objetivación de las categorías económicas.
«Al examinar las categorías más simples del modo capitalista de producción –se lee en la parte del tomo III de El Capital dedicada a la “enajenación del plusvalor”–,85 e incluso de la producción mercantil, al examinar la mercancía y el dinero, hemos puesto ya de relieve el carácter mistificador que transforma las relaciones sociales a las que sirven en la producción, como portadores, los elementos materiales de la riqueza, en atributos de esas mismas cosas (mercancía) y que llega aún más lejos al convertir la relación misma de producción en una cosa (dinero). Todas las formas de la sociedad, en la medida en que conducen a la producción mercantil y a la circulación dineraria toman parte de esa distorsión.»86
(De ahí que no sea casual que el célebre capítulo sobre el «carácter fetichista de la mercancía» se encuentre ya en la sección primera del tomo I, que trata acerca de la circulación de las mercancías.)
Sin embargo, en el modo de producción capitalista, este proceso de objetivación «va mucho más lejos aún»:
«Si se considera primero el capital en el proceso directo de producción, como extractor de plustrabajo, esa relación todavía es muy simple, y la conexión real se impone al portador de ese proceso, al capitalista mismo, y aún está en su conciencia. Lo prueba contundentemente la violenta lucha por los límites de la jornada laboral.»87
En efecto:
«Es muy sencillo: si con 100 £ (el trabajo de 10 hombres) compramos el trabajo dé 20 hombres, y el valor de su producto es igual a 200 £, el plusvalor de 100 £ es igual al trabajo impago de 10 hombres. O bien que, si trabajan 20 hombres, cada uno de ellos lo hace sólo medio día para sí, y medio día para el capital. Es lo mismo que si sólo se hubiese pagado a 10 hombres y otros 10 trabajasen gratuitamente para el capitalista. Aquí, en este estado embrionario, la relación es aún muy comprensible o, más bien, inconfundible. La dificultad estriba solamente en hallar cómo surge esa apropiación de trabajo sin equivalente de la ley del intercambio de mercancías, del hecho de que las mercancías se intercambian en relación con el tiempo de trabajo contenido en ellas, y en primera instancia cómo no contradice a esta ley.»88
«El proceso de circulación ya desdibuja, ya enturbia la vinculación.»89 [Pues] «cualquiera que sea el plusvalor que el capital extrajo en el proceso inmediato de producción y que representó en mercancías, el valor y el plusvalor contenidos en las mercancías no han de realizarse sino en el proceso de circulación. Y tanto la restitución de los valores adelantados en la producción como, ante todo, el plusvalor contenido en las mercancías no parecen realizarse meramente en la circulación, sino surgir de ella, apariencia que consolidan en especial dos circunstancias: primero, la ganancia sobre la enajenación, que depende de la estafa, la astucia, la pericia, la habilidad y mil coyunturas de mercado; luego, sin embargo, la circunstancia de que aquí, junto al tiempo de trabajo, se añade un segundo elemento determinante: el tiempo de circulación. Por cierto que éste sólo funciona como barrera negativa de la formación de valor y de plusvalor pero tiene la apariencia de ser una causa tan positiva como el trabajo mismo y de aportar una determinación proveniente de la naturaleza del capital e independientemente del trabajo».90
Un grado más elevado de objetivación, prosigue Marx, exhibe «el capital acabado, tal como aparece como una totalidad, como la unidad del proceso de circulación y el proceso de producción».91 Pues el «capital acabado» engendra nuevas conformaciones:
«donde se pierde cada vez más el hilo de la conexión interna, las relaciones de producción se autonomizan unas con respecto a otras y los componentes de valor se petrifican unos frente a otros en formas autónomas».
En primer lugar:
«el plusvalor, en la forma de ganancia ya no es referido a la parte del capital desembolsada en trabajo, de la que deriva, sino al capital global. La tasa de ganancia se regula por leyes propias que admiten e incluso condicionan un cambio de la misma aun con una tasa permanentemente igual de plusvalor. Todo esto vela cada vez más la verdadera naturaleza del plusvalor y por ende el verdadero mecanismo motor del capital. Y esto sucede aún más por obra de la transformación de la ganancia en ganancia media y de los valores en precios de producción […]»
«Aquí interviene un complejo proceso social, el proceso de nivelación de los capitales, que a los precios medios relativos de las mercancías los separa de sus valores y, [por otra parte], a las ganancias medias en las diferentes esferas de la producción […] las aísla de la real explotación del trabajo por los capitales particulares. No sólo parece serlo, sino que aquí, de hecho, el precio medio de las mercancías es diferente de su valor, esto es, del trabajo realizado en ellas, y la ganancia media de un capital particular diferente del plusvalor que ese capital extrajo de los obreros ocupados por él. El valor de las mercancías ya sólo se manifiesta directamente en la influencia de la fluctuante fuerza productiva del trabajo sobre la baja y el alza de los precios de producción, sobre su movimiento, y no sobre sus últimos límites. La ganancia tan sólo se manifiesta accesoriamente determinada por la explotación directa del trabajo, en la medida en que ésta permite al capitalista, con los precios reguladores del mercado –que existen de modo aparentemente independiente de esa explotación– realizar una ganancia divergente de la ganancia media.»
«Así, merced a la transformación de los valores en precios de producción, parece estar suprimida la propia base, esto es, la determinación del valor de las mercancías por el tiempo de trabajo contenido en ellas.»92
La apariencia fetichista se consolida aún más:
«por el hecho de que el mismo proceso de nivelación del capital, que da a la ganancia esta forma de ganancia media, separa de él una parte bajo la forma de la renta, crecida independientemente y en otro terreno, la tierra. Por cierto que, originariamente, la renta se presenta como una parte de la ganancia que el arrendatario paga al terrateniente. Pero como ni él, el arrendatario, embolsa este excedente, ni el capital que emplea se diferencia de alguna manera de otro capital en cuanto capital» (porque el arrendatario debe entregar el excedente mencionado al terrateniente),
En relación a la renta del suelo
«la tierra aparece como la propia fuente de esta parte del valor de la mercancía (de su plusvalor) […] En esta expresión en la cual se manifiesta una parte del plusvalor –la renta– en relación con un elemento natural particular, independientemente del trabajo humano, no solamente se halla extinguida por completo la naturaleza del plusvalor –por estarlo la del valor mismo– sino que la propia ganancia aparece ahora endeudada con el capital como con un instrumento de producción objetivo particular, tal como la renta lo está con la tierra. La tierra está allí por naturaleza y produce una renta. El capital consta de productos, y éstos producen ganancias. El hecho de que un valor de uso que ha sido producido produzca ganancia, y el que otro que no ha sido producido produzca renta, son sólo dos formas diferentes en las que los objetos crean valor, en forma tan comprensible la una como incomprensible la otra».93
Por otra parte, sólo:
«la escisión de la ganancia en ganancia empresarial e interés (para no hablar en absoluto de la interposición de la ganancia comercial ni de la ganancia derivada del tráfico dinerario, que están fundadas en la circulación y parecen surgir por entero de ella y no del proceso mismo de producción) consuma la autonomización de la forma de plusvalor, el esclerosamiento de su forma con respecto a su sustancia, a su esencia. Una parte de la ganancia», [la ganancia empresarial[, «[…] se desprende totalmente de la relación de capital en cuanto tal y se presenta como si se originara no en la función de la explotación del trabajo asalariado, sino en el trabajo asalariado del capitalista mismo.94 En antítesis con ello, el interés aparece entonces como independiente, ya sea del trabajo asalariado del obrero, ya del propio trabajo del capitalista, y mana del capital como de su propia fuente independiente».95
Por eso, en el capital que rinde intereses, el fetiche del capital aparece en su forma más perfeccionada y, al mismo tiempo, más «desatinada».96
El esbozo sobre la «enajenación del plusvalor» que tan detalladamente hemos citado ofrece no sólo un excelente panorama del contenido de los tres tomos de El Capital. Demuestra, además, en qué consistió el resultado fundamental de la Crítica de la economía política de Marx: en la demostración de que la economía no trata «sobre objetos sino acerca de relaciones entre personas y, en última instancia, entre clases»; pero que esas relaciones «siempre están ligadas a objetos y aparecen como objetos» (Engels). La revolucionaria significación de éste descubrimiento salta a la vista. Pues sólo de este modo le resultó posible a Marx poner, en lugar de las categorías objetivadas de la economía burguesa, una «concepción verdadera del proceso social de producción»,97 en el sentido de la hermosa frase de Galiani: «La verdadera riqueza[…] es el hombre mismo».98 Y sólo así podía transformarse la ciencia de la economía política en una verdadera ciencia social. Como ya se dice en los Grundrisse de Marx:
«Si consideramos la sociedad burguesa en su conjunto, aparece siempre, como último resultado del proceso de producción social, la sociedad misma, vale decir el hombre mismo en sus relaciones sociales. Todo lo que tiene forma definida, como producto, etc., se presenta sólo como momento, momento evanescente en ese movimiento. El mismo proceso inmediato de producción se presenta aquí sólo como momento. Las mismas condiciones y objetivaciones del proceso son uniformemente momentos del mismo, y como sujetos del proceso aparecen sólo los individuos, pero los individuos en relaciones recíprocas a las que tanto reproducen como producen por vez primera. Tanto su propio proceso constante de movimiento, en el que asimismo se renuevan, como el mundo de la riqueza creada por ellos.»99
*
Roman Rosdolsky, Génesis y Estructura de El Capital. Parte VI: Conclusión, cap. 28 y 29, pp. 457-488. (1968) Ed. Siglo XXI. México, 1978
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NOTAS:
1. Grundrisse, pp. 139 y 175.
2. Cf. capítulo 20, nota 3.
3. En el original «foreshadowing».
4. Grundrisse, pp. 364-365.
5. Ibid., pp. 76-77.
6. Ibid., pp. 75-76.
7 «Esta independencia –añade Marx en una fraile entre paréntesis– que en sí misma es sólo una ilusión y que podría designarse más exactamente como indiferencia.»
8. Grundrisse, pp. 80-81. «Estas relaciones de dependencia materiales, en oposición a las personales –proseguimos leyendo en el texto– (la relación de dependencia material no es sino [el conjunto de] vínculos sociales que se contraponen automáticamente a los individuos aparentemente independientes, vale decir, [al conjunto de los] vínculos de producción recíprocos convertidos en autónomos respecto de los individuos) se presentan también de manera tal que los individuos son ahora dominados por abstracciones, mientras que antes dependían unos de otros. La abstracción o la idea no es sin embargo nada más que la expresión teórica de esas relaciones materiales que los dominan. Como es natural las relaciones pueden ser expresadas sólo bajo la forma de ideas, y entonces los filósofos han concebido como característica de la era moderna la del dominio de las ideas, identificando la creación de la libre individualidad con la ruptura de ese dominio de las ideas. Desde el punto de vista ideológico el error era tanto más fácil de cometer por cuanto ese dominio de las relaciones (esta dependencia material que, por otra parte, se transforma de nuevo en relaciones de dependencia personales determinadas, pero despojadas de toda ilusión) se presenta como dominio de ideas en la misma conciencia de los individuos, y la fe en la eternidad de tales ideas, es decir de aquellas relaciones materiales de dependencia, es of course [por supuesto] consolidada, nutrida, inculcada de todas las formas posibles por las clases dominantes.» Ibid., pp. 81-82. (Cf. Die deutsche Ideologie, p. 47 ss. [p. 48 ss.].)
9. Es decir, que no pueden pasar al orden social socialista
10 En ese mismo sentido escribía Marx en El Capital sobre el trabajador maquinista moderno: «Hasta el hecho de que el trabajo sea más fácil se convierte en medio de tortura, puesto que la máquina no libera del trabajo al obrero, sino de contenido a su trabajo […] La habilidad detallista del obrero mecánico individual, privado de contenido, desaparece como cosa accesoria e insignificante ante la ciencia, ante las descomunales fuerzas naturales y el trabajo masivo social que están corporificados en el sistema fundado en las máquinas y que forman, con éste, el poder “del patrón”.» (Das Kapital, I, pp. 445-446 [t. I/2, p. 516].)
11 Cf. Zur Kritik, p. 76 [p. 110]: «Hay tan pocas relaciones puramente individuales que se expresan en la relación de comprador y vendedor, que ambos sólo asumen esa relación en tanto se niega su trabajo individual, es decir, porque se convierte en dinero, porque no es el trabajo de ningún individuo. Por eso es tan insensato imaginar estos caracteres económicos burgueses de comprador y vendedor como formas sociales eternas de la individualidad humana, como erróneo es llorarlos en tanto supresión de la individualidad.»
Resulta interesante el hecho de que encontramos un pasaje de texto similar en el joven Hegel. Así escribía éste en su trabajo sobre Die Verfassung Deutschlands [La constitución alemana] (1798-1799), del cual sólo se han conservado fragmentos y cuya publicación es de reciente data, acerca del estado de la «libertad alemana» preestatal originaria: «Así como es cobardía y debilidad calificar de repudiables, desdichados y tontos a los hijos de aquella situación y considerarnos infinitamente más humanos, dichosos e inteligentes, así de pueril y disparatado seria aforar una situación semejante –como si sólo ella fuese natural– y no saber apreciar como necesaria la situación en la cual imperan las leyes (y como una situación de libertad).» (Citado según György Lukács, Der junge Hegel, p. 192 [p. 158].)
12 Grundrisse, pp. 79-80.
13 Theorien, II, p. 529 [452].
14 Cf. el «Sankt Max» [«San Max»] (Stirner) de Marx: «Ya se le ha señalado que en la competencia la propia personalidad es una casualidad, y que la casualidad es una personalidad.» (Die deutsche Ideologie, p. 360 [p. 446].)
15. En el original «d’abord».
16 También en este caso (la relación recíproca de «límite» y «barrera») se trata, como ya destacáramos anteriormente, de la aplicación de conceptos hegelianos.
17. Cf. pp. 73-74 de este trabajo.
18 En el original «rather».
19 En la terminología marxiana (esto vale especialmente para el joven Marx), el concepto de «Allgemein» (común, general, universal) no es de ninguna manera idéntico al de «Gemeinschaftlich» (comunitario, social), sino que, por el contrario, designa aquello que –en una sociedad de propietarios privados atomizados– surge de la colisión entre el interés «comunitario» y el «particular». (Cf. Die deutsche Ideologie, p. 34 [p. 35]: «Precisamente porque los individuos sólo buscan su interés particular, que para ellos no coincide con su interés comunitario, y en general porque lo común es una forma ilusoria de la comunidad, se lo considera como un interés “común” que le es “ajeno” e “independiente” de ellos, que es nuevamente particular y propio […]»)
20 «Por lo demás –agrega Marx– no bien se desvanece la ilusión sobre la competencia como presunta forma absoluta de la libre individualidad, es ello una prueba de que las condiciones de la competencia, esto es, de la producción fundada sobre el capital, son sentidas y concebidas ya como barreras, y por tanto que ya son y devienen tales, cada vez más.»
21 En el original «middle-class».
22 Es decir, los proudhonistas entre otros.
23 Grundrisse, pp. 542-545.
24 Die deutsche Ideologie, pp. 76 y 74 [pp. 89 y 88].
25 En el original «in fact».
26 «¿En qué consiste la alienación del trabajo? En primer lugar, en que el trabajo es exterior al obrero, es decir, no pertenece a su esencia, y por lo tanto que el obrero no se realiza sino que se niega en su trabajo, no se siente bien sino desdichado, no desarrolla sus energías físicas e intelectuales libres sino que desgasta su físico y arruina su intelecto. Por lo tanto, el obrero se halla fuera del trabajo en sí mismo y fuera de sí en el trabajo. De esta situación imperante en la sociedad capitalista se origina la reversión de todos los valores humanos. Lo animal se convierte en lo humano y lo humano se convierte en lo animal. Por cierto que comer, beber y reproducirse, etc., son también funciones humanas. Pero en la abstracción que las separa del círculo restante de la actividad humana, y que las convierte en metas finales últimas y generales, son animales.» (Ökonomisch-philosophische Manuskripte, pp. 54-55 [pp. 78-79].
27 Grundrisse, pp. 387-388.
28 Ökonomisch-philosophische Manuskripte, p. 46 [pp. 63-64].
29 Das Kommunistische Manifest, p. 483 [p. 131].
30 Das Kapital, I, p. 328 [t. I/1, p. 376].
31. Grundrisse, p. 484.
32 Das Kapital, II, p. 42 [t. II/4, p. 43].
33 «El propio capital, debidamente interpretado –leernos en otro pasaje de los Grundrisse– se presenta como condición para el desarrollo de las fuerzas productivas, hasta tanto las mismas requieran un acicate exterior, el cual al mismo tiempo aparece como su freno. Para las mismas es una disciplina que, a determinada altura de su desarrollo, se vuelve superflua e insoportable, ni más ni menos que las corporaciones, etc.» (Grundrisse, p. 318.)
34 «El trabajo –dice Marx en La Ideología Alemana– es libre en todos los países civilizados; no se trata de liberar el trabajo, sino de derogarlo.» (Die deutsche Ideologie, p. 186 [p. 235].) Cf : al respecto Herbert Marcuse, Reason and Revolution, p. 293: «Marx […] consideraba que el modo futuro del trabajo sería tan diferente del modo imperante, que vacilaba en emplear el mismo término “trabajo” para designar de igual manera el proceso material de la sociedad capitalista y de la sociedad comunista […]»
35 Grundrisse, p. 231.
36 «Todas las formas de sociedad, hasta el presente, han sucumbido por el desarrollo de la riqueza o, lo que es lo mismo, de las fuerzas productivas sociales […] El solo desarrollo de la ciencia –id est, de la forma más sólida de la riqueza, tanto producto como productora de la misma– era suficiente para disolver esa comunidad […]» (Ibid., pp. 438-439.)
37 Ibid., p. 438.
38 Ibid., p. 440.
39 Ibid., p. 77.
40 En el original «powerful effectiveness».
41 Cf. el capítulo 17 de este trabajo.
42 Grundrisse, pp. 592-593.
43 En el original «disposable time».
44 En el original «instrumental in creating the mean of social disposable time»
45 En el original «to convert it into surplus labour».
46 En el original «surplus labour».
47 Cf. Das Kapital, III, p. 266 [t. III/6, p. 328]: «Una sobreproducción de capital jamás significa otra cosa que una sobreproducción de medios de producción –medios de trabajo y medios de subsistencia– que puedan actuar como capital, es decir que puedan ser empleados para la explotación del trabajo con un grado de explotación dado; pues la disminución de ese grado de explotación por debajo– de un punto dado provoca perturbaciones y paralizaciones del proceso de producción capitalista, crisis y destrucción de capital».
48 Grundrisse, pp. 595-596.
49 Ya Blanqui subrayaba con malignidad que la objeción de los críticos burgueses, «¿Quién sacará las escupideras en el socialismo?», puede reducirse, en el fondo, a esta simple pregunta: «¿Quién sacará mi escupidera?»
50 Cf. The Revolution Betrayed, p. 46.
51 Das Kapital, I, p. 198 [t. I/l, p. 223].
52 Marx se refiere aquí al siguiente pasaje de la obra de Smith: «Puede decirse que iguales cantidades de trabajo son de igual valor para el obrero en todos los tiempos y lugares. En su estado normal de salud, fortaleza y ánimo, en su grado habitual de pericia y destreza, siempre debe deponer la misma porción de su descanso, de su libertad y de su dicha.» (Adam Smith, An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations, Nueva York, 1937, p. 33 [p. 33].)
53 Cf. Theorien, III, p. 253 [p. 212]: «Pero el tiempo libre, el tiempo del cual se dispone es la riqueza misma –en parte para gozar los productos, en parte para las actividades libres, que a diferencia del trabajo no están determinadas por la coerción de una finalidad externa que debe cumplirse–, cuyo cumplimiento es una necesidad natural o un deber social, como se quiera.»
54 Es decir, condicionado por una antítesis de clases.
55 Trabajo atractivo.
56 Grundrisse, pp. 504-505.
57 Ibid., pp. 599-600.
58 «No se pone el acento –se dice en los Grundrisse– sobre el estar-objetivado sino sobre el estar-enajenado, el estar-alienado, el estar-extrañado, el no-pertenecer-al-obrero sino a las condiciones de producción personificadas, id est, sobre el pertenecer-al-capital de ese enorme poder objetivo que el propio trabajo social se ha contrapuesto a sí mismo como uno de sus momentos. Por cuanto a nivel del capital y del trabajo asalariado la creación de este cuerpo objetivo de la actividad acontece en oposición a la capacidad de trabajo inmediata –in fact este proceso de la objetivación se presenta como proceso de enajenación desde el punto de vista del trabajo, o de la apropiación del trabajo ajeno desde el punto de vista del capital–, esta distorsión e inversión es real, esto es, no meramente mental, no existente sólo en la imaginación de los obreros y capitalistas.» Pero «los economistas burgueses están tan enclaustrados en las representaciones de determinada etapa histórica de desarrollo de la sociedad, que la necesidad de que se objetiven los poderes sociales del trabajo se les aparece como inseparable de la necesidad de que los mismos se enajenen con respecto al trabajo vivo». (Grundrisse, p. 716.)
59 «Se comprende por sí solo –dice Marx en las Teorías– que el propio tiempo de trabajo, al limitarse a una medida normal, ya no transcurre para algún otro sino pata mí mismo, y al mismo tiempo que contradicciones sociales entre amos y siervos, etc., quedan abolidas, adquiere un carácter totalmente distinto, más libre en cuanto trabajo realmente social, y finalmente como base del tiempo libre; el trabajo de un hombre que es al mismo tiempo un hombre con tiempo libre debe poseer una calidad muy superior al de la bestia de carga.» (Theorien, III, p. 253 [p. 212].)
60 «La supresión de la forma capitalista de producción –se dice en el tomo I de El Capital– permite restringir la jornada laboral al trabajo necesario. Este último, sin embargo, bajo condiciones en lo demás iguales, ampliaría su territorio. Por un lado, porque las condiciones de vida del obrero serían más holgadas, y mayores sus exigencias vitales. Por otro lado, porque una parte del plustrabajo actual se contarla como trabajo necesario, esto es, el trabajo que se requiere para constituir un fondo social de reserva y de acumulación.» (Das Kapital, I, p. 552 [t I/2, pp. 642-643]. Cf. Ibid., III, p. 883 [t. III/8, p. 1045].)
61 «Ni qué decir tiene, por lo demás, que el mismo tiempo de trabajo inmediato no puede permanecer en la antítesis abstracta con el tiempo libre –tal como se presenta éste desde el punto de vista de la economía burguesa–.» (Grundrisse, p. 599.)
62 «Sólo cuando la producción se halla bajo un control predeterminado real de la sociedad, ésta crea la relación entre el volumen del tiempo de trabajo social aplicado a la producción de determinados artículos, y el volumen de la necesidad social que ese artículo debe satisfacer.» (Das Kapital, III, p. 197 [t. III/6, p. 237].)
63 Marx también considera desde otro punto de vista esta «economía del tiempo»: «La economía efectiva […] consiste en el ahorro de tiempo de trabajo; […] pero este ahorro se identifica con el desarrollo de la fuerza productiva. En modo alguno, pues, abstinencia del disfrute, sino desarrollo de power [poder], de capacidades para la producción, y, por ende, tanto de las capacidades como de los medios de disfrute. La capacidad de disfrute es una condición para éste, […] y esta capacidad equivale a desarrollo de una aptitud individual, fuerza productiva. EL ahorro de tiempo de trabajo corre parejo con el aumento del tiempo libre, o sea tiempo para el desarrollo pleno del individuo, desenvolvimiento que a su vez reactúa como máxima fuerza productiva sobre la fuerza productiva del trabajo. Se puede considerar a ese ahorro, desde el punto de vista del proceso inmediato de producción, como producción de capital fijo, este capital fijo being man himself [siendo este capital fijo el hombre mismo].» (Grundrisse, p. 599.)
64 Ibid., p. 89. Precisamente en el sentido citado debe entenderse también el pasaje del tomo III (p. 859 [t. III/8, p. 1081]) de Das Kapital, tan frecuentemente citado y dirigido contra Storch: «Segundo: después de la abolición del modo capitalista de producción, pero no de la producción social, sigue predominando la determinación del valor en el sentido que la regulación del tiempo de trabajo y la distribución del trabajo social entre los diferentes grupos de producción, y por último la contabilidad relativa a ello, se tornan más esenciales que nunca.» Éste, dicho sea de paso, es el único pasaje de Marx al cual pueden remitirse, con algún atisbo de justificación, economistas tales como Leontiev, Lange o Joan Robinson, quienes pretenden imputarle la idea de una «ley del valor en el socialismo». Evidentemente, les basta que en el pasaje citado aparece el término «determinación del valor». Pero con el mismo derecho podrían concluir, a partir de pasajes aislados en los que Marx –«para decirlo en el lenguaje de los economistas vulgares»– habla del «capital» en la Antigüedad (o inclusive en el socialismo), que para él el capital no es una categoría histórica, sino eterna… (Cf. a este respecto el siguiente pasaje en Theorien, III, p. 253 [p. 212]: «El tiempo del trabajo siempre sigue siendo –aun cuando se halle derogado el valor de cambio– la sustancia creadora y la medida de los costos que requiere su producción.»)
65 Theorien, III, p. 127 [p. 108].
66 En el original «the offspring of association».
67 Grundrisse, p. 76.
68 Ibid., pp. 88-89.
69 «Ya en 1844 he manifestado», observa Engels, que la «ponderación del efecto útil y el gasto de trabajo en la decisión acerca de la producción es todo cuanto queda, en una sociedad comunista, del concepto del valor de la economía política». (En su conocido artículo Umrisse zu einer Kritik der Nationalökonomie [Esbozo de crítica de la economía política], en MEW, t. I, p. 517 [EEV., p. 10].) «Pero sólo El Capital de Marx posibilitó […] la fundamentación científica de este principio.» (Anti-Dühring, pp. 288-289 [p. 307].)
70 Cf. la Carta de Engels a C. Schmidt del 5 de agosto de 1890: «Hubo asimismo en la “Volkstribüne” una discusión acerca de la distribución de los productos en la sociedad futura, si la misma tendrá lugar según la cantidad de trabajo o de otra manera. También se encaró el asunto de una manera muy “materialista” en contra de ciertas expresiones idealistas de justicia. Pero curiosamente a nadie se le ocurrió que el modo de distribución depende fundamentalmente de cuánto hay que distribuir, y si ello se modifica con los progresos de la producción y de la organización social, y en consecuencia también podría modificarse el modo de distribución. Pero para todos los participantes la “sociedad socialista” aparece no como algo en constante transformación y progreso, sino como una cosa estable y fija de una vez y para siempre, la cual asimismo ha de tener un modo de distribución fijado de una vez por todas. Pero razonablemente sólo se puede 1) intentar descubrir el modo de distribución por el cual se comienza, y 2) tratar de hallar la tendencia general dentro de la cual se mueve la evolución ulterior. Pero de todo ello no se encuentra ni una sola palabra en todo el debate.» (MEW, t. 37, p. 436 [C., pp. 377-378].)
71 Das Kapital, I, p. 93 [t. I/1, p. 96].
72 Cf. a este respecto los importantes comentarios en El Estado y la Revolución de Lenin y en Trotsky, The Revolution Betrayed, pp. 52-54.
73 Entre esas «deducciones» enumera Marx: «1) Cobertura para la sustitución de los medios de producción utilizados; 2) Parte adicional para extender la producción; 3) Fondos de reserva o de aseguración contra imprevistos, perturbaciones debidas a accidentes naturales, etc.» Por ello, sólo el resto del producto total está «destinado a servir de medio de consumo». A su vez, de ese resto «se deduce antes de llegarse a la distribución individual […]: 1) Los costos de administración generales, no pertenecientes a la producción; 2) Lo que está destinado a la satisfacción comunitaria de intereses, tal como escuelas, dispositivos de salubridad, etc.; 3) Fondos para incapacitados para el trabajo, etcétera […] Sólo entonces llegamos a la “distribución”, […] es decir, a la parte de los medios de consumo que se distribuyen entre los productores individuales de la asociación.» (Kritik des Gothaer Programms, MEW, t. 19, p. 19 [OE., t. III, p. 13]. Cf. asimismo Das Kapital, III, pp. 855-856, 882-883 y 884-885 [t. III/8, pp. 1075-1078, 1109- 1112 y 1113-1116].)
74 Kritik des Gothaer Programms, p. 20 [OE., I. in, pp. 14-15].
75 Véase La nueva economía (1926).
76 Pensábamos ante todo en los Grundrisse de Marx; por eso sólo consideramos en forma ocasional numerosísimas manifestaciones dedicadas a la sociedad comunista en El Capital, las Teorías, el Anti-Dühring y otras obras de Marx y Engels.
77 «Pero en el ámbito de la sociedad burguesa fundada en el valor de cambio –leemos en los Grundrisse– se generan tanto relaciones de producción como comerciales que son otras tantas minas para hacerlas estallar. Una gran cantidad de formas antitéticas de la unidad social, cuyo carácter antitético, sin embargo, no puede ser nunca hecho estallar a través de una metamorfosis pacífica […]» De ahí la inmensa importancia de la lucha proletaria de clases y del proceso ideológico en el cual se basa: «El reconocimiento de que los productos son de propiedad suya y la condena de esa separación respecto a las condiciones de su realización – separación a la que tiene por ilícita y compulsiva–, constituyen una conciencia inmensa […] Esa conciencia dobla (a muerto) anunciando su perdición, así como al volverse conscientes los esclavos de que no pueden ser propiedad de un tercero, al volverse conscientes como personas, la esclavitud ya sólo sigue vegetando en una existencia artificial y ya no puede subsistir como base de la producción.» (Grundrisse, pp. 77 y 366-367.)
78 Grundrisse, p. 600.
79 Das Kapital, III, p. 55 [t. III/6, p. 52].
80 Theorien, III, p. 181 [p. 150].
81. Ibid., p. 421 [p. 356].
82 Cf. p. 56 ss. de este trabajo.
83 Cf. la evaluación que hace Marx de los escritos del «oponente proletario de Ricardo», Thomas Hodgskin: «Todo el mundo objetivo, el “mundo de los bienes”, desaparece aquí como mero elemento, como actividad meramente evanescente, una y otra vez reengendrada, de los hombres socialmente productivos. Compárese ahora este “idealismo” con el fetichismo groseramente materialista en que desemboca la teoría de Ricardo en […] Mac Culloch, en el cual no sólo desaparece la diferencia entre el hombre y el animal, sino incluso entre el ser animado y el objeto. ¡Y después que se diga que la oposición proletaria predica, frente al, digno espiritualismo de la economía burguesa, un materialismo crudo, exclusivamente orientado hacia las necesidades brutales!» (Theorien, III, p. 263 [p. 220].)
84 Das Kapital, III, p. 838 [t. III /8, p. 1056].
85 Das Kapital, III, pp. 834-838 [t. III /8, pp. 1050-1056]. (Cf. el pasaje paralelo a éste en Theorien, III, pp. 472- 478 [pp. 396-398].)
86 Cf. Das Kapital, III, p. 839 [t. III /8, p. 1057]: «En formas anteriores de la sociedad, esta mistificación económica sólo se verifica principalmente con relación al dinero y al capital que devenga interés. Se halla excluida, por la naturaleza de las cosas, primero, allí donde prepondera la producción para el valor de uso, para satisfacer directamente las propias necesidades; segundo, allí donde, como en la Antigüedad y en la Edad Media, la esclavitud o la servidumbre forman la amplia base de la producción social: aquí el dominio de las condiciones de producción sobre los productores está ocultado por las relaciones de dominación y servidumbre que aparecen y son visibles como los resortes directos del proceso de producción.»
87 Ibid., p. 835 [t. III/8, p. 1052].
88 Theorien, III, p. 473 [p. 397]
89 Ibid.
90 Das Kapital, III, pp. 835-836 [t. III /8, p. 1053].
91 Con esto hemos llegado al ámbito de temas propio del tomo III de El Capital.
92 Das Kapital, III, pp. 836-837 [t. III /8, p. 1054]; Theorien, III, p. 474 [p. 398].
93 Theorien, pp. 475 y 476. [pp. 398- 400].
94 «El trabajo del explotador se identifica aquí con el trabajo del explotado.» (Ibid., p. 486 [p. 408].) Por lo demás, este «trabajo del explotador» en la mayoría de los casos no lo llevan a cabo los propios capitalistas, sino sus gerentes, etcétera.
95 Das Kapital, III, p. 837 [t. III /8, p. 1055].
96 Ibid., p. 483 [t. III /7, p. 600].
97 Grundrisse, p. 599.
98 Véase ibid., p. 731, y Theorien, III, p. 263 [p. 220].
99 Grundrisse, p. 600.