Fuente: https://elsudamericano.wordpress.com/2020/05/25/comportamiento-intimo-po Desmond Morris
COMPORTAMIENTO ÍNTIMO por Desmond Morris
Intimidad significa unión, y quiero dejar bien claro, desde el principio, que empleo esta palabra en su sentido literal. Por consiguiente, de acuerdo con este sentido, la intimidad se produce cuando dos individuos establecen contacto corporal. La naturaleza de este contacto, ya sea un apretón de manos o un coito, una palmada en la espalda o un cachete, una manicura o una operación quirúrgica, constituye el objeto de este libro. Cuando dos personas se tocan físicamente, algo especial se produce, y es este algo lo que he querido estudiar.
Para ello, he seguido el método del zoólogo experto en etología, es decir, en la observación y el análisis del comportamiento animal. En este caso, me he limitado al estudio del animal humano, imponiéndome la tarea de observar lo que hace la gente: no lo que dice o lo que dice que hace, sino lo que hace en realidad. El método es bastante sencillo –simplemente, mirar–, pero la tarea no es tan fácil como parece. Esto se debe a que a pesar de la autodisciplina, hay palabras que se empeñan en entremeterse e ideas preconcebidas que se cruzan reiteradamente en el camino. Es difícil, para el hombre adulto, observar un fragmento de comportamiento humano como si lo viese por primera vez; pero esto es lo que debe intentar el etólogo, si quiere arrojar una nueva luz sobre el tema. Desde luego, cuanto más conocido y vulgar es el comportamiento, más se agrava el problema; además, cuanto más íntimo es el comportamiento, tanto más se llena de carga emocional, no sólo para sus actores, sino también para el observador.
Tal vez es esta la razón de que a pesar de su importancia e interés, se hayan efectuado tan pocos estudios sobre las intimidades humanas corrientes. Es mucho más cómodo estudiar algo tan ajenola intervención humana como, por ejemplo, la costumbre del panda gigante de marcar el territorio por el olor, o la del acuchi verde de enterrar la comida, que examinar científica y objetivamente algo tan «conocido» como el abrazo humano, el beso de una madre o la caricia del amante. Pero, en un medio social cada día más apretado e impersonal, importa muchísimo reconsiderar el valor de las relaciones personales íntimas, antes de vernos impulsados a formular la olvidada pregunta: «¿Qué le ha pasado al amor?» Con frecuencia, los biólogos se muestran reacios a emplear la palabra «amor», como si ésta no reflejase más que una especie de romanticismo culturalmente inspirado. Pero el amor es un hecho biológico. Los goces emocionales, subjetivos y la angustia que le son inherentes, pueden ser profundos y misteriosos y difíciles de explicar científicamente; pero los signos extremos del amor –los actos del amor– son perfectamente observables, y no hay ninguna razón para no estudiarlos como otro tipo cualquiera de comportamiento.
A veces se ha dicho que explicar el amor es destruirlo, pero esto es totalmente incierto. Según como se mira, es incluso un insulto al amor, al presumir que, como una cara vieja y maquillada, no puede resistir el escrutinio bajo una luz brillante. Y es que en el vigoroso proceso de formación de fuertes lazos afectivos entre los individuos no hay nada ilusorio. Es algo que compartimos con millares de otras especies animales: en nuestras relaciones paterno-filiales, en nuestras relaciones sexuales y en nuestras amistades más íntimas.
Nuestros encuentros íntimos incluyen elementos verbales, visuales e incluso olfatorios, pero, por encima de todo, el amor significa tacto y contacto corporal. Con frecuencia hablamos de cómo hablamos, y a menudo tratamos de ver cómo vemos; pero, por alguna razón, raras veces tocamos el tema de cómo tocamos. Quizás el acto es tan fundamental –alguien lo llamó madre de los sentidos– que tendemos a darlo por cosa sabida. Por desgracia, y casi sin advertirlo, nos hemos vuelto progresivamente menos táctiles, más y más distantes, y la falta de contacto físico ha ido acompañada de un alejamiento emocional. Es como si el hombre educado moderno se hubiese puesto una armadura emocional y con su mano de terciopelo en un guante de hierro, empezase a sentirse atrapado y aislado de los sentimientos de sus más próximos compañeros.
Es hora de mirar más de cerca esta situación. Al hacerlo, procuraré reservarme mis opiniones y describir el comportamiento humano con la óptica objetiva del zoólogo. Confío en que los hechos hablarán por sí solos, y que lo harán con bastante elocuencia para que el lector se forme sus propias conclusiones.
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Hasta cierto punto, nuestra capacidad de adaptación puede causar nuestra ruina social. Somos capaces de vivir y de sobrevivir en tan espantosas condiciones antinaturales, que en vez de detenernosde volver a un sistema más sano seguimos luchando. Así hemos combatido en nuestro atestado mundo urbano, alejándonos cada vez más del estado de intimidad amorosa y personal, hasta que aparecieron profundas grietas. Entonces, chupándonos los pulgares metafóricos y elaborando complicadas filosofías para convencernos de que todo marcha bien, nos quedamos sentados sin hacer nada. Nos burlamos de los adultos instruidos que pagan grandes cantidades para entregarse a juegos infantiles, tocarse y abrazarse en institutos científicos, y cerramos los ojos a las señales. ¡Cuanto más fácil no sería todo si aceptásemos el hecho de que un amor tierno no es signo de debilidad, propio de niños y de jóvene enamorados, si pudiésemos dar vuelta a nuestros sentimientos y volviésemos de vez en cuando, mágicamente, a la intimidad!