Fuente: https://www.afribuku.com/lee-ann-olwage-si-queremos-mejorar-la-vida-de-las-personas-con-demencia-no-podemos-ignorar-las-percepciones-culturales/ Mariana Moniz* 08.01.24
Lee-Ann Olwage tiene 37 años, nació en Sudáfrica y es considerada una narradora visual. A lo largo de su carrera como fotógrafa, ha capturado imágenes que reflejan la forma en que diferentes culturas y comunidades interpretan la salud mental. También ha explorado otros temas con los que lucha a diario, como los relacionados con la comunidad LGBTQIA+.
Recientemente ha documentado en un proyecto fotográfico la vida de ancianas afectadas por la demencia en el continente africano. Titulado «The Big Forget» (El gran olvido), el proyecto -que aún está en fase de desarrollo- incluyó una fotografía galardonada en el concurso World Press Photo 2023. La imagen ganadora fue tomada por Olwage en 2022, durante una de sus visitas a Ghana, más concretamente a los «campos de brujas» que existen en la región de Gambaga desde hace más de cien años.
Lee-Ann Olwage, que admite haber luchado con sus propios problemas de salud mental, también tiene familiares que han padecido o padecen la enfermedad de Alzheimer. Por ello, afirma que con su trabajo quiere crear un espacio en el que las personas a las que fotografía puedan desempeñar un papel activo en la creación de las imágenes y que, sobre todo, les haga sentirse las auténticas «heroínas» de sus propias historias.
Naciste en Sudáfrica. ¿Cuáles son tus principales recuerdos de infancia?
Me gusta tu enfoque, porque creo que lo que forma parte de nosotros es lo que nos distingue como narradores.
Estoy muy orgullosa de Sudáfrica. Me encanta mi país. Creo que somos uno de los países más increíbles del mundo y me encanta que seamos tan diversos. Aquí hay una mezcla maravillosa de gente. Una gran mezcla de culturas. Somos [un país] colorido, somos amables y eso es algo que nos distingue. Si nos visitárais, veríais que aquí hay mucha magia. Eso es en gran medida lo que siento sobre mis interacciones, pero también sobre la forma de contar historias, no sólo sobre Sudáfrica, sino también sobre el propio continente africano. Creo que durante mucho tiempo se contaron historias sobre éstos que no mostraban realmente lo hermosos que somos como nación.
Sobre mi infancia… Nací en Durban, pero crecí en el Cabo Oriental. También viví un tiempo en Lesotho, un país sin salida al mar situado en el centro de Sudáfrica. Tuve mucha suerte de tener unos padres que siempre me animaron a explorar y que apoyaron mi imaginación y mi autodescubrimiento. También pienso mucho en mi abuelo, que fue el primer cuentacuentos que conocí. Creo que de ahí viene mi amor por contar historias. En cuanto a mi trayectoria como fotógrafa… bueno, siempre supe que quería ser narradora, pero creo que eso acabó siendo casi un «accidente» en mi camino -aunque creo que nunca debemos desviarnos de nuestro camino-. Cuando terminé la escuela, estudié dirección de cine y guion. Después trabajé en películas como escenógrafa durante unos nueve años. Creo que eso influyó mucho en mi forma actual de explorar lo visual o lo narrativo. Me di cuenta de que no sólo quería documentar lo que veía, sino también mostrar las texturas y cómo podía incorporarlas a las historias.
Cuando tenía unos 28 años, me fui de vacaciones a Indonesia con mi anterior pareja y él se compró una cámara. Aunque en aquel momento pensé que sería tirar el dinero, lo cierto es que mientras estuvimos allí acabé enamorándome de la fotografía. Me enamoré de esta forma de contar historias, pero aún tardé en considerarme fotógrafa. Cuando cumplí los 30, quise cambiar de carrera, pero no podía estudiar fotografía. Estaba atravesando una época de mi vida con muchas cargas económicas. Por eso decidí unirme a otros fotógrafos para ayudarles con su trabajo y aprender más sobre fotografía. De ese modo, también podía ganar algo de dinero mientras contaba historias que me interesaban. Ese periodo de tiempo también me ayudó a pensar en la narración visual de otra manera, porque siempre estaba rodeada de fotógrafos comerciales, es decir, gente que fotografiaba productos o trabajaba con modelos. Estos profesionales suelen utilizar mucha iluminación de estudio y yo siempre supe que eso no era lo que quería hacer. Por otro lado, me di cuenta de que más adelante podría aplicar lo que aprendía de ellos a mi propio trabajo. Por ejemplo, observé con qué cuidado fotografiaban, ¡ya fuera un trozo de queso o una persona! Pensaban con detalle cómo querían presentar esa imagen y qué querían transmitir con ella. Esto me hizo preguntarme cómo podía adoptar historias documentales, que normalmente ya tienen una cierta estética, y alejarme de ella, dándoles otra calidad visual. En otras palabras, cómo podía unir el trabajo documental con el comercial, pero también aportar un poco del lado cinematográfico a mis imágenes. Y eso me encanta. Me encanta poder plantear estas historias de otra manera y simplemente darles una calidad visual que las diferencie, en lugar de limitarme a fotografiar lo que veo cuando entro en un plató.
Si tuvieras que señalar un momento que definiera el comienzo de tu carrera profesional como fotógrafa, ¿cuál sería?
Me encanta trabajar con películas, pero siempre sentí que había algo más que necesitaba hacer. Cuando un amigo muy cercano mío falleció, decidí comprar una cámara de película antigua. No tenía idea de cómo usarla [risas]. Bueno, había oído hablar de un grupo llamado «The Black Mambas». Son una unidad femenina de guardaparques que protegen la vida silvestre de la caza furtiva [en Sudáfrica]. Son, simplemente, el grupo más impresionante de mujeres. Como sentía que necesitaba redirigir mi vida de alguna manera, pensé que tal vez, si pasaba algún tiempo con ellas, tendría claridad sobre el camino que quería seguir. Así que, subí a mi coche y conduje hasta el otro lado del país, donde pasé dos semanas con ellas en la naturaleza. Fue una experiencia increíble y lo documenté todo. Después, alguien vio ese trabajo, dije que podía ser publicado y así es como las cosas empezaron para mí.
Pero no te consideras fotoperiodista, ¿verdad?
¡Esa es una gran pregunta y la respuesta está en constante evolución! Definitivamente, me considero más narradora visual. Creo que me llevó mucho tiempo considerarme fotógrafa porque no me sentía segura. Tardé mucho en darme cuenta de que tenía ese título. Pero no, no me considero una foto periodista tradicional. Creo que hay un punto en el que el trabajo documental se une a la narración de historias. Me encuentro en algún punto intermedio.
¿Y cuál fue el primer gran proyecto que publicaste?
El primer proyecto que publiqué fue sobre yoga en la prisión de Pollsmoor, una de las prisiones más conocidas del mundo (ubicada en Ciudad del Cabo, Sudáfrica). Básicamente, supe de una organización que enseñaba yoga a los prisioneros y me pareció absolutamente extraordinario. En mi opinión, el yoga es una excelente manera de calmar la mente, algo que se puede hacer en un espacio minúsculo y que realmente puede cambiar nuestras vidas. Me llevó mucho tiempo obtener autorización para ingresar a Pollsmoor. Durante seis meses, conduje hasta allí y me quedé afuera, con la esperanza de hacer algún contacto. Finalmente, cuando obtuve la autorización para entrar, conocí a la persona indicada y me dieron permiso para tomar fotografías.
¿Te consideras una persona persistente?
Sí, creo que soy bastante perseverante. Muchas personas no estarían dispuestas a invertir tanto tiempo para obtener autorización para ingresar a estos lugares. Por otro lado, a mí me encanta. Me gusta cómo la gente comienza a conocerte y te ve regresar una y otra vez. Creo que es importante demostrarles a las personas que te tomas tu trabajo en serio, porque es un gran privilegio ser invitado al mundo de alguien. No puedes simplemente exigirlo. No funciona así.
¿Tus experiencias personales tuvieron algo que ver con tu decisión de explorar temas relacionados con el género y la identidad?
¡Por supuesto! Siendo fotógrafa mujer, siempre he dirigido mi trabajo hacia cuestiones de género e identidad. Trabajo con la comunidad de género fluido, con Drag Queens, con mujeres y chicas. Para mí, es realmente importante contar las historias de estas personas en África, porque se convierten realmente en heroínas de sus propias vidas. A menudo, [estas mujeres] son presentadas como víctimas. Sin embargo, si observas mi trabajo sobre el matrimonio infantil o la mutilación genital femenina, notarás que tomé la decisión, muy consciente, de no fotografiar a mujeres jóvenes que hayan pasado por esas experiencias, sino a mujeres que ya estaban empoderándose y evidenciando esa realidad. Para mí, eso es lo más importante. Ya existen demasiadas imágenes que muestran a estas personas como víctimas de estas circunstancias. Necesitamos que sean presentadas al mundo como heroínas de sus propias historias, porque lo son. Y ese aspecto no siempre es visible, porque a veces es más fácil mostrar algo horrible.
¿Por qué crees que eso sucede?
No sé si tiene que ver con la forma en que los medios se alinean y buscan qué publicar, o si las personas simplemente no pasan suficiente tiempo con las comunidades. A menudo, cuando comienzo un proyecto, parece que esa es la historia, es decir, parece que lo que veo es obvio. Sin embargo, si estoy comenzando un proyecto por primera vez, ¿cómo puedo saber que esa es la verdadera historia? Primero, necesito dedicar tiempo, necesito hacer preguntas, sentir… y solo después, poco a poco, podré mostrar mis ideas. La historia no es tuya, es decir, no sabes nada sobre las personas que estás conociendo y fotografiando. Realmente debes escuchar y estar disponible. Ahí es donde la historia se revelará. Creo que, en muchas situaciones, las personas siguen mirando solo lo que está en la superficie.
La salud mental también es uno de los temas centrales en tus proyectos. ¿Por qué sientes tanta necesidad de hablar sobre esto?
Siempre he luchado contra mis propios problemas de salud mental, por lo que es algo muy familiar para mí. Es un tema que también conlleva muchos estigmas asociados. Por eso, creo que es importante hablar sobre el tema, visualizarlo y compartir las diversas experiencias de las personas.
Por otro lado, también encuentro muy interesante cómo diferentes culturas y comunidades en el mundo perciben la salud mental. Por un lado, hay países donde la enfermedad es más aceptada, pero donde aún persisten prejuicios dentro de los lugares de trabajo, por ejemplo. Por otro lado, hay países donde persisten creencias espirituales y se cree que la brujería podría estar de alguna manera relacionada con este tipo de problemas.
La salud mental es un tema universal, por lo que [en cualquier contexto], se puede decir que muchas personas terminan sintiéndose aisladas [de su propia comunidad]. Creo que todos aquellos que han enfrentado problemas de salud mental, aunque sea por breves momentos, pueden identificarse con esto.
Como mencionaste antes, también exploras y capturas imágenes relacionadas con la comunidad LGBTQIA+. ¿Qué te lleva a exponer la realidad de las personas negras que forman parte de esa comunidad?
La ley sudafricana es una de las más progresistas de África en lo que respecta a los derechos de la comunidad queer. Es decir, supuestamente, es más aceptable que estas personas se casen o que las parejas homosexuales adopten bebés [en Sudáfrica]. Cuando te das cuenta de que esa realidad es posible en el continente africano, parece que descubres un refugio maravilloso allí. Sin embargo, a través de las conversaciones que he tenido, me di cuenta de que las experiencias de esa comunidad y su día a día estaban muy alejadas de todo ello. Quería entender dónde y cómo se casaban esas personas, dónde se sentían no solo seguras, sino también alabadas, dónde podían ser ellas mismas y sentirse abrazadas por la comunidad que las rodeaba.
En ese momento, me introdujeron en los concursos de belleza de Drag Queens que tienen lugar en Sudáfrica. Durante unos dos años, documenté esas actuaciones y simplemente fue maravilloso. Fue increíble ver a las personas encumbradas y ser admiradas de verdad por lo que son. Por otro lado, me rompió el corazón verlas quitarse todo el maquillaje antes de irse a casa, porque podrían ser atacadas en el camino.
Al estar con esta comunidad, fui entendiendo cómo querían ser representadas o mostradas. Mi idea inicial para el proyecto #BLACKDRAGMAGIC era jugar con el género, por lo que comencé a fotografiar a las Drag Queens usando una luz muy intensa para resaltar los rasgos faciales y replicar el contraste entre lo masculino y lo femenino. Después de las primeras sesiones, una de ellas vio mi trabajo y me dijo, con toda honestidad, que no le gustaba cómo se veía en las fotografías. Sus palabras fueron: «con esta iluminación no me veo guapa. Parezco tosca». Fue entonces cuando caí en la cuenta de que lo estaba haciendo todo mal. Ellas querían sentirse hermosas y no estaba logrando mostrarlas de esa manera. Decidí cambiar completamente la forma en que estaba trabajando con la iluminación, y recibir ese retorno de ellas fue muy valioso. Es importante saber escuchar, comprender y aprender. Su respuesta me hizo adaptar mi trabajo a cada persona y me hizo estar más atenta.
De esto es de lo que hablo. Puedes tener buenas ideas al planificar un proyecto. Pero si te das cuenta de que no se alinean con la realidad de esa comunidad, lo mejor es desecharlas. Si no eres parte de ella, siempre serás la persona que menos sabe sobre la historia que intentas contar. Porque no es tu historia. Creo que siempre debemos tener un plan inicial como base, pero luego debemos escuchar, aprender, adaptarnos y cambiar todo lo que necesitemos cambiar, hasta que la persona venga hacia ti y diga: «esto sí. Esta soy yo».
Las primeras fotografías que tomaste para la serie «The Big Forget» fueron capturadas en Namibia. ¿Qué te llevó a crear este proyecto con el que fuiste reconocida con el World Press Photo?
Bueno, mi pareja actual leyó un artículo sobre la historia de una mujer llamada Ndjinaa Ngombe, perteneciente a la tribu Himba en Namibia. En el artículo se relataba que había sido encadenada por miembros de su comunidad durante 20 años porque le tenían miedo. Posteriormente, según lo que entendí, alguien de una organización dedicada al Alzheimer la encontró, reconoció los síntomas [de demencia] y explicó a la comunidad lo que realmente estaba sucediendo con Ndjinaa. Finalmente, fue trasladada a un hogar y fue entonces cuando decidimos buscarla. Afortunadamente, el período de confinamiento debido a la COVID-19 estaba a punto de terminar cuando decidimos viajar a Namibia. Aunque tuvimos que esperar algunos días, logramos ser los primeros sudafricanos en cruzar la frontera. Nos reunimos con Ndjinaa y su hermano, pero también con algunos miembros de su comunidad para comprender su punto de vista. Queríamos entender cómo habían interpretado los síntomas de Ndjinaa en ese momento, qué comportamientos habían asustado y, por supuesto, por qué habían decidido encadenarla durante 20 años.
Estaba a punto de comenzar el proyecto cuando pensé: «Bueno, no quiero fotografiar a personas que estén encadenadas». Ndjinaa ya no estaba encarcelada, pero había muchas otras que podría haber fotografiado, si hubiera querido. Pero eso no era lo que quería mostrar. También creo que ya hemos visto suficiente de eso. Quería, y sigo queriendo, presentar esta realidad de manera diferente. Así es como todo comenzó. Tomaba algunas fotografías, pasaba tiempo dentro de la comunidad. Un año después, tuve la oportunidad de regresar a Namibia con National Geographic y comencé a desarrollar el trabajo más profundamente.
Como fotógrafa, ¿cómo se explora o destaca algo tan abstracto y/o invisible como las cuestiones de salud mental en imágenes o retratos?
Llevo trabajando tres años en The Big Forget y solo ahora siento que estoy encontrando un lenguaje visual para el proyecto. Pero esa es la gran pregunta: ¿cómo muestro algo que no es visible?
Cuando regresé de mi primer viaje a Ghana, recuerdo llegar a casa y sentir que había fracasado completamente. Las fotografías no eran como yo quería… Cuando volví a Ghana por segunda vez, también estuve varios días sin poder capturar las imágenes como las había imaginado. Al final del último día de ese segundo viaje, ya estaba en el coche listo para irme, cuando le pedí al conductor que parara. Sentía que algo faltaba. Volví con las mujeres y les pedí que caminaran. Mi idea era capturar momentos que reflejaran la verdadera imagen mental de las creencias espirituales de esa región. Fue solo en esa ocasión cuando sentí realmente que lograba tomar una fotografía que mostrara eso. Aun así, considero que hay mucho trabajo por hacer.
Para este proyecto, también quisiste retratar la realidad de los «campos de brujas» en Ghana. ¿Cómo los descubriste?
Mi trabajo siempre se realiza a largo plazo, lo veo como un libro con varios capítulos. No quiero enfocarme solo en un solo tema. Así que comencé con varias investigaciones, contacté con diferentes organizaciones de Alzheimer y hablé con muchas personas de Uganda y Kenia. Algún tiempo después, recibí una beca del Fondo Bob and Diane, que apoya la narrativa visual de historias sobre Alzheimer y demencia, y como había oído hablar de esos campos de brujas en Ghana, decidí visitarlos. Me di cuenta de que potencialmente podría agregar otro capítulo a mi proyecto.
Como mencioné antes, el primer viaje fue muy difícil. Además de no haber logrado las fotografías que quería, el acceso al campamento en sí fue complicado. El hombre a cargo del campamento hacía todas las traducciones y me seguía a todas partes. Nunca me dejaba observar a las mujeres sin que él estuviera presente. Sentí que veía las cosas a través de sus ojos, desde su perspectiva. Y el lugar en sí era angustiante. Estas mujeres viven en condiciones deplorables. Al final del día, volví a casa y empecé a pensar en cómo iba a contar esa parte de la historia.
Más tarde, tuve la suerte de realizar otra colaboración, esta vez con un periódico alemán, Der Spiegel. Cuando regresé a Ghana por segunda vez, llevé algunas de las fotografías que había tomado y se las mostré a las mujeres. Fue bastante interesante, ¡porque no podían recordarme, pero podían reconocerse en las imágenes!
Durante ese segundo viaje, descubrí que una de las mujeres, que antes estaba en el campamento, había regresado a casa y se había reintegrado a su comunidad. Fue realmente maravilloso saber eso. Desde el punto de vista médico, hubo un gran esfuerzo para educar a todas las personas sobre su situación. Además, la comunidad también involucró a un líder religioso local para trabajar con ella, y eso lo consideré como una gran muestra de respeto, porque, imagina, si es una familia cristiana, contratan a un pastor, pero si es una familia musulmana, llevan a un imán, ¡y fue increíble! Viví momentos maravillosos con esa mujer. Recuerdo que llevaba una camiseta de los Beatles, y cuando le pedí que posara para una fotografía, ella cambió su vestimenta y se puso un hermoso vestido. Es decir, ella era consciente de cómo quería aparecer en la fotografía. Las personas saben cómo quieren ser presentadas al mundo. Fue realmente un momento profundo para mí. Y fue aún más maravilloso verla regresar a casa.
Fue en ese mismo viaje a Ghana cuando tomé la fotografía de Sugri Zenabu [la fotografía premiada en el concurso World Press Photo 2023]. Al final, sentí que ya estaba más conectada con el proyecto. Todo es cuestión de tiempo y de saber invertirlo.
¿Y cuál fue la reacción de esas mujeres cuando te recibieron?
Claro, cuando hay una barrera lingüística, es mucho más difícil comunicarse y conectarse con las personas. Hubo momentos en los que simplemente pasaba horas con ellas mientras cocinaban, por ejemplo. Pero las mujeres mostraron mucha disposición, en definitiva. Fue increíble. Me sentí realmente libre en ese entorno. Y creo que el hecho de ser mujer fue una de mis ventajas. Creo que, al ser una narradora de historias de género femenino, pude acceder a ciertos espacios a los que tal vez un hombre no podría acceder, incluso si estuviera haciendo exactamente el mismo proyecto.
Explicaste en algunas entrevistas que esos «campos de brujas» son bastante controvertidos porque, a pesar de todas las dificultades que enfrentan esas mujeres, también están más seguras que si estuvieran en su comunidad. ¿Cómo expones ese contraste en tus fotografías?
Realmente hay un extraño contraste entre estar protegido de las amenazas provenientes de tu propia comunidad y vivir completamente aislado. Eso fue lo que más llamó mi atención: ¿cómo pueden estas mujeres estar tan lejos de sus hogares y de las personas que aman? Creo que, en la vejez, deberíamos estar cerca de nuestra familia.
Fue muy triste darme cuenta de que esas mujeres habían estado viviendo solas durante 20 años o más. El sentimiento de aislamiento estaba muy presente y lo asocio mucho con el tema de la salud mental. En cualquier situación, en cualquier parte del mundo, las personas que viven con problemas de salud mental se sienten aisladas. Por supuesto, si observas las circunstancias de esos campamentos, te das cuenta de que las personas viven en condiciones terribles, sin suficiente comida… es realmente complicado. ¿Cómo se encuentra un equilibrio entre la seguridad y este tipo de condiciones? El proyecto «Go Home», que reintegra a algunas de estas mujeres en sus comunidades, es una ayuda, pero siempre es un proceso muy lento y costoso. Se centran en una persona cada vez, y hay al menos un centenar de mujeres viviendo en los campos. Muchas de ellas nunca regresarán a casa.
¿Por qué el título «The Big Forget»?
Gran pregunta. Cuando comencé el proyecto, descubrí que en la mayoría de los idiomas vernáculos africanos no existe una palabra para «demencia». En Namibia, algunas personas se refieren a ella como «confusión». En los países de habla francesa, se usa mucho la palabra «locura» para describir la enfermedad. Es decir, los términos que se utilizan ya tienen una connotación muy negativa. Entonces, decidí contactar a Muriel, una colega de Madagascar con la que he estado trabajando este año y que es parte de una increíble organización de Alzheimer. En esa llamada telefónica, le pregunté cómo describiría la demencia, y ella me respondió: «es como si fuera un gran olvido, una gran pérdida». Pensé: «¡eso es! Esa es la mejor manera de describir la enfermedad». Y así es como adopté ese título para el proyecto.
Como mencionaste antes, este es un trabajo que planeas dividir en varios capítulos. ¿Qué distingue el primero que hiciste en Namibia de este que hiciste ahora en Ghana?
Creo que en Namibia tuve la suerte de conocer familias muy diferentes. Fue mi primera introducción al proyecto. Vi de cerca cómo estaban siendo tratadas las personas. Conocí a Ndjinaa Ngombe, por ejemplo, que vivía en una residencia de ancianos, algo que es muy raro en África. Conocí a personas que estaban cuidando de algún miembro de la familia porque nadie más quería involucrarse en su tratamiento debido al estigma. Pero sobre todo, fue asombroso ver que una vez que hay más información sobre lo que les pasa a las personas, y si ayudamos a los miembros de sus familias a entender mejor la demencia, realmente aprenden a cuidarse unos a otros. Es un maravilloso ejemplo de cómo toda una comunidad puede ser parte de un determinado modelo de atención.
Por otro lado, debemos aceptar que, en varias comunidades, la superstición y las creencias espirituales son la base de todas las áreas de sus vidas. No solo en África, sino en todo el mundo. Es la forma en que interpretan las cosas. Y cuando se trata de salud mental, algo que manifiesta síntomas difíciles de explicar, siempre habrá alguien que actúe de manera aterradora. Entonces, las personas en esas comunidades se guiarán por sus creencias espirituales, su creencia en la brujería o los fenómenos sobrenaturales para explicar esos comportamientos. Y eso tiene todo el sentido. De hecho, la forma en que estas comunidades perciben la salud en general es muy compleja, no se trata solo de salud mental. Una vez que trabajas con enfermeros locales, por ejemplo, comienzas a comprender mucho mejor su cultura. En mi opinión, es posible equilibrar las creencias culturales con el conocimiento y la información médica.
En tu opinión, dado que no hay un término concreto para describir la demencia en estos países, ¿cuál es la mejor manera de abordar el tema en ellos?
Por lo que he visto, creo que la mejor solución sería trabajar con los profesionales de la salud locales. El problema es que si intentamos presentar una ONG u otra institución a una determinada cultura sin conocerla, nunca sabremos cómo abordar el problema. Por lo tanto, si queremos ayudar a estas comunidades y tener éxito, debemos invertir más en la capacitación de enfermeros y médicos locales. Algunos profesionales de la salud ya están haciendo esto, pero es algo que merece ser apoyado en una escala mucho mayor.
¿Cómo podemos respetar sus tradiciones ancestrales y, al mismo tiempo, mejorar su calidad de vida y aumentar su conocimiento sobre la salud mental? ¿Cómo encontramos ese equilibrio del que hablabas antes?
Una de las cosas más interesantes que aprendí es que las personas visitan a curanderos tradicionales, pero también van al médico. Es decir, hay una intersección entre el conocimiento espiritual y el conocimiento médico. Son cosas que coexisten. Y creo que es importante entender que no se trata de tratar de separarlas, sino de analizar cómo pueden trabajar juntas. Ya sea médicos de un hospital local, curanderos tradicionales, fisioterapeutas, enfermeros locales… si hay armonía entre todos ellos y todos apoyan la educación y los diferentes componentes de los servicios médicos, creo que la información será bien recibida por las comunidades. Sin embargo, aunque los profesionales de la salud locales ya estén haciendo su trabajo, aún necesitan mucho apoyo por parte del Gobierno y de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Si buscamos mejorar la vida de las personas con demencia a nivel global, no podemos ignorar la parte que concierne a las diferentes percepciones culturales.
Hasta ahora, con este proyecto «The Big Forget», ¿qué dirías que has aprendido sobre el impacto de la demencia en el contexto sociocultural de los países subsaharianos?
Definitivamente hay diferencias en cuanto al género. Por ejemplo, las mujeres son acusadas de brujería con más frecuencia que los hombres. También noté que cuando se necesita a alguien para cuidar a un miembro de la familia, siempre piden ayuda a chicas jóvenes. De hecho, llegan incluso a sacarlas de la escuela para que puedan cuidar de sus familiares. Por lo tanto, hay un impacto a largo plazo en la vida de estas chicas.
Aprendí que no importa dónde te encuentres en el mundo. Puedes ser excluido de tu comunidad, ya sea porque te pusieron en un asilo en Estados Unidos o porque tus comportamientos están asustando a la gente [en África]. Definitivamente hay un gran estigma en torno a la salud mental. Y para mí, fue realmente importante destacar cómo otras personas la están experimentando.
Hay personas en tu familia que sufren de demencia. ¿Esta realidad también fue algo que te motivó a crear este proyecto?
Absolutamente. Mi abuela tenía Alzheimer y mi padre fue diagnosticado este año. Lo que siempre me ha fascinado es entender cómo diferentes culturas y comunidades interpretan el mismo tema. Ese ha sido siempre mi objetivo principal al crear este trabajo. Pero luego pensé en la suerte que tuvimos con mi padre, por ejemplo. Pudimos llevarlo a hacer una tomografía cerebral y obtener un diagnóstico rápidamente. Al realizar este proyecto, me di cuenta de que muchas de las personas que conocí en las comunidades rurales nunca podrán consultar a un neurólogo. Nunca podrán obtener un diagnóstico formal. Y eso se debe a la falta de profesionales de la salud especializados en esas comunidades. Si ni siquiera hay un médico que pueda hacer un diagnóstico, ¿cómo podrán tratar o incluso entender el problema?
¿Cuál es el siguiente paso para el proyecto «The Big Forget»? ¿Cuál será su próximo capítulo?
En los próximos capítulos, me gustaría centrarme en las creencias espirituales sobre la salud mental en Benín (un país de África Occidental). También estoy considerando trabajar en un capítulo dedicado a un enfermero increíble que conocí en Namibia. Él imprimió y plastificó una infografía elaborada por la Organización Internacional de Alzheimer, que incluye los 10 signos de alerta para la demencia, y ahora la lleva consigo a todas las comunidades rurales que visita, para examinar a personas que probablemente nunca serían vistas por un médico. De esta manera, puede ofrecer un posible diagnóstico a la familia y también educarlos y proporcionarles más información sobre la enfermedad.
Además, también estoy trabajando en un proyecto a largo plazo centrado en la educación de las niñas. Para esto, he estado visitando países como Kenia y Sudáfrica, y espero poder ir a Nigeria y Malawi.
Como fotógrafa, pero también como persona, ¿qué aspectos de tu personalidad crees que son importantes para trabajar con estas comunidades más vulnerables?
Creo que la amabilidad es una de las cosas más importantes para mí. No se necesita mucho para ser amable. Antes de ser periodista, eres humano, y eso significa que tienes un cierto nivel de sensibilidad. Lo mismo ocurre con la fotografía. Ha habido muchas fotos que no he tomado simplemente porque no se sentía correcto. Tenemos que saber cuándo retroceder y dejar la cámara a un lado. Creo que eso es muy importante. Además, también se trata de cómo las personas se sienten a nuestro alrededor, eso se refleja en las imágenes.
A menudo decimos que la fotografía es un medio muy engañoso, porque podemos hacer que parezca cualquier cosa. Pero no podemos mentir sobre cómo se siente la persona que está siendo fotografiada hacia el fotógrafo. Para mí, eso siempre se muestra en su mirada y es algo que puedo captar rápidamente. En mi opinión, la cualidad más importante que debemos tener es la capacidad de trabajar con amabilidad, con respeto y recordar que somos humanos antes que cualquier otra cosa.
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*Mariana Moniz Lisboa (2000). Es licenciada en Estudios de Cultura y Comunicación por la Facultad de Letras de la Universidad de Lisboa. Posteriormente estudió Periodismo en la Escuela de Tecnologías, Innovación y Creación. Ha trabajado en medios como la Associação Cultural GERADOR y la Revista NiT, y actualmente es periodista y gestora de redes sociales en SIC Notícias. Escribe esporádicamente para otros medios independientes, como BUALA. A lo largo de su carrera ha escrito reportajes, noticias y entrevistas, y ha moderado actos y debates sobre temas muy diversos. Entre sus intereses personales destacan su afición a la escritura, los viajes y la lucha por una sociedad mejor, especialmente en lo que se refiere a la igualdad de género.
Artículo original publicado en Buala
Traducción del portugués: Alejandro de los Santos