mpr21 Juan Manuel Olarieta
Lo que hoy califican como “extrema derecha” son un refrito de movimientos fascistas de la más vieja escuela que en 1945, en Francia como en otros lugares, se mantuvieron en pie gracias al anticomunismo rampante de la posguerra europea. Entonces eran poco más que una tribu urbana: grupos de jóvenes estudiantes de buena familia que recorrian las calles de París en busca de pelea, ataviados con chaquetas de cuero negro.
En Francia el grupo “Occidente”, fundado en 1964, no pasaba de 600 jóvenes, herederos de la ideología del viejo Charles Maurras y de Robert Brasillach, ambos condenados por colaborar con los ocupantes nazis durante el régimen de Vichy y el segundo de ellos fusilado en 1945.
Los fascistas de “Occidente” apoyaron entusiasmados la matanza de comunistas de 1965 en Indonesia y el Golpe de Estado militar en Grecia dos años después.
El 31 de octubre de 1968 el gobierno disolvió el grupo por decreto, después de cometer un atentado con explosivos contra una librería maoísta en París. Los restos se agruparon en torno a Alain Robert y el Grupo Sindical de Derecha, luego Grupo Unión Derecha y finalmente Grupo Unión Defensa.
Su base de operaciónes era la Facultad de Derecho de con el fin de acabar contra la “contaminación marxista” de las universidades de París y, especialmente, de esta Facultad. Los pequeños grupos se manifestaban por las calles bajo la consigna “Izquierdistas, cabrones, os vamos a despellejar”, que en francés rima mucho mejor (“Gauchistes, salauds, on vous fera la peau”).
De aquellos rescoldos nació unos meses después otro movimiento, Orden Nuevo, que en 1970 convocó su primer mitin. La pretensión del movimiento era reunir a todas las fuerzas fascistas de nuevo cuño: católicos, antiguos vichystas, miembros de la OAS, estudiantes del Grupo Unión Defensa…
Después de parecer “antisistema”, los fascistas intentaron salir de la marginalidad presentándose a las elecciones. Para ello necesitaban una cara amable que posara para los carteles y lo mejor que encontraron fue Jean Marie Le Pen, un antiguo diputado pujadista que en 1957 se había presentado voluntario para defender la “Argelia francesa”.
El 5 de octubre de 1972 volvieron a cambiar las siglas. Formaron el Frente Nacional cuando Le Pen presentó los estatutos del partido en el registro en compañía de Pierre Bousquet, Rottenfürher de las Waffen-SS en la División Carlomagno y encargado de la deportación de los judíos franceses a los campos de concentración.
Un nazi declarado ocupó el cargo de tesorero en la junta directiva del Frente Nacional, hasta que se apartó en 1981 porque Le Pen se había convertido en un “juguete” de los sionistas.
El vicepresidente del nuevo partido, François Brigneau, no andaba lejos. Fue periodista y antiguo miliciano del gobierno colaboracionista de Petain, múltiples veces condenado desde 1945 por difundir panfletos racistas y antisemitas.
Otro fundador del partido, Leon Gaultier, también fue cronista de Radio Vichy y voluntario de las Waffen SS, en cuyas filas combatió al Ejército Rojo en la Segunda Guerra Mundial, con el grado de Untersturmführer. Junto con Le Pen, en 1963 había fundado Serp, una editorial que publicó, entre otras joyas, un disco de canciones del Tercer Reich.
El Frente Nacional era una alianza heterogénea de pequeños círculos fascistas con grandes pretensiones electorales. Sin embargo, las elecciones legislativas de 1973 fueron un enorme fracaso para ellos, que no pudieron presentar candidaturas en muchos distritos y apenas rozó el dos por ciento de los votos.
Los mismos perros con distintos collares. Igual que en cualquier otro país europeo, el continuo refrito de siglas de los fascistas franceses expresa una huida del pasado, de las acciones terroristas y un edulcoramiento ideológico para aparecer pulcros y bien vestidos en los carteles electores.
La memoria política es muy corta. Los tiempos del gobierno de Vichy y la Segunda Guerra Mundial quedaban lejos. A la Guerra de Indochina y la Batalla de Argel les empezaba a ocurrir lo mismo. Nadie quería saber nada del pasado.
El cambio ideológico no fue el único. En un país como Francia, las elecciones tienen la virtud de acercar las posiciones y limar las aristas. Una organización que quiere salir de la marginalidad debe remodelar continuamente su mensaje. El Frente Nacional hizo muchos cambios. Como es lógico, tras la desaparición de la URSS, el anticomunismo pasó a un segundo plano.
No obstante, hay cosas y personajes que nunca cambian. Uno de los dirigentes del Frente Nacional era Jean François Chiappe, que estaba casado con María Denikina, hija del general Anton Denikin, que dirigió la guerra contra los bolcheviques tras la Revolución de Octubre.
Ahora el Reagrupamiento Nacional hereda las siglas del Frente Nacional, exactamente igual que Marine Le Pen hereda a su padre, el viejo Jean Marie Le Pen, como ella misma ha confesado siempre que ha tenido oportunidad de hacerlo.
‘No tengo nada que ocultar’
Diputado y oficial de inteligencia del ejército colonial francés, el teniente Jean Marie Le Pen, combatió en la Guerra de Indochina y en la expedición militar a Suez. A finales de 1956 llegó a Argelia con un regimiento de la Legión Extranjera, una de las unidades encargadas del desmantelamiento de las redes argelinas que luchaban por la descolonización.
Con 29 años de edad fue condecorado con la cruz al valor militar por el general Jacques Massu, al frente de las tropas coloniales en Argelia.
Francia acusaba a los combatientes argelinos de “terrorismo” y la unidad de Le Pen se encargaba de las detenciones, las redadas, los controles de carreteras y los registros de las viviendas. “No tengo nada que ocultar. Torturamos en Argelia porque teníamos que hacerlo”, confesó al diario Combat el 9 de noviembre de 1962.
En la década de los ochenta, cuando los periódicos le acusaron de torturador, Le Pen respondió con querellas judiciales por difamación. Uno de los últimos juicios se inició en 2002, en plena campaña a las elecciones europeas. Le Monde publicó el testimonio de Mohamed Cherif Moulay. Éste contó que la noche del 2 de marzo de 1957, cuando tenía 12 años, un grupo de paracaidistas comandados por Le Pen irrumpieron en su casa, golpearon y torturaron a su padre, Ahmed Moulay, de 42 años, que murió a causa de las descargas eléctricas.
El niño reconoció a Le Pen, cuya foto apareció en los periódicos cuando fue condecorado. Durante el allanamiento de la vivienda, el teniente perdió su cuchillo y los paracaidistas regresaron dos veces para intentar encontrarlo, en vano, ya que la familia lo había escondido.
El argelino presentó el cuchillo en una de las sesiones del juicio contra Le Monde. Era un arma inconfundible de acero templado de 25 centímetros de largo y 2,5 centímetros de ancho. El machete de las Juventudes Hitlerianas llevaba una inscripción con las palabras “JM Le Pen, 1er REP” grabadas.
Tras la Segunda Guerra Mundial, unos 30.000 soldados alemanes se incorporaron a la Legión Extranjera francesa, de los que unos 2.000 ó 3.000 eran de las SS. Muchos de ellos ejercieron de verdugos en los centros de interrogatorio con Le Pen.
En resumen, para los que no quieren darse cuenta de lo que es el fascismo: los crímenes cometidos por Le Pen no lo fueron como miembro de ningún partido político. No los cometió por razones ideológicas, sino como peón del aparato del Estado colonial francés.