A punto de jubilarse como catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla, Juan Torres, uno de los economistas de izquierdas más conocidos del país, publica un libro cuyo título es toda una declaración de intenciones: Para que haya futuro. Una hoja de ruta para cambiar el mundo.
En esta nueva obra, Torres pone las luces largas y lanza una serie de propuestas para cambiar una sociedad marcada por las guerras, las hambrunas, la crisis climática y la desigualdad. Problemas que, en su opinión, tienen su origen en el actual modelo económico neoliberal y que, de cara al futuro, colocan a la humanidad al borde de la extinción.
Todo ello, además, en un momento en el que la extrema derecha se está expandiendo por todo el mundo alimentada por un sistema capitalista que cada vez desposee a una mayor parte de la población.
A este escenario casi apocalíptico hay que sumar la impotencia de las fuerzas de izquierda, cuya confusión actual las está dejando en fuera de juego, según Torres. Pese a todo, Para que haya futuro es un libro optimista que reivindica una realidad alternativa a la actual y se rebela contra el inmovilismo e incompetencia de los poderes que dirigen el mundo actual.
¿Se planteó este libro como una especie de legado académico ahora que le toca jubilarse?
Inconscientemente, quizás sí me lo he planteado así. Me jubilo en 2025, y aunque seguiré con mi labor intelectual, me parece que es un buen momento para cerrar esta etapa con un discurso final que recoja los planteamientos que he ido desarrollando a lo largo de mi carrera profesional. Siempre he denunciado el fraude intelectual de la teoría económica moderna, tratando de poner de manifiesto que hay alternativa a las políticas neoliberales. Ahora pretendo combinar esa denuncia con una nueva dimensión que en este caso tiene más que ver con el qué hacer y cómo ser de cara al futuro. Eso me parece tan importante o más que explicar el mundo actual.
En el prólogo afirma que escribe este libro porque le duele el mundo en el que vivimos.
Supongo que les pasa a muchos. A mí me duele lo que está ocurriendo en Gaza o en Ucrania, por ejemplo. Uno tiende a pensar que los humanos estamos condenados a luchar los unos contra los otros para defender un espacio vital, pero la ciencia nos indica que los seres humanos conformamos una sola especie, diversa, con diferencias e incluso con barreras, sí, pero una sola especie al fin y al cabo. Lo que está ocurriendo en el mundo es el resultado de una degeneración, de una desnaturalización de los seres humanos. Si en algún momento recuperamos nuestra capacidad de ser seres sapiens, racionales y sobre todos seres morales, podremos darle la vuelta a la situación y crear un mundo diferente y mejor.
¿No es usted demasiado optimista?
Los seres humanos nos hemos demostrado a nosotros mismos que somos capaces de hacer que el mundo funcione mejor; lo que hace falta es fortalecer esa capacidad. Y en ese sentido, yo tengo que ser optimista porque me lo dice la ciencia. Otra cosa es que esa capacidad que tenemos los humanos para construir un mundo mejor se vaya al garete por la avaricia, el egoísmo, la torpeza, la barbarie y la animalidad que domina a quienes gobiernan el mundo hoy en día.
¿De verdad se puede cambiar el mundo?
Sabemos lo que hay que hacer, pero no basta con saberlo ni con que se propongan medidas concretas. Hemos visto que el desarrollo económico funciona, pero es necesario que la gente lo vea, lo toque y lo disfrute. Hay que lograr que ese conocimiento y esa experiencia real de las personas sea la palanca para dar un golpe sobre la mesa y decir: «¡Hasta aquí hemos llegado! ¡No queremos ni una guerra más! ¡No queremos aumentar más el gasto militar cuando más de 20.000 personas mueren al día de hambre!».
«Hay que fortalecer nuestra capacidad para hacer un mundo mejor»
En realidad, las posibilidades de transformar el mundo se basan en que aparezcan nuevos sujetos políticos y sociales que sean capaces de poner en marcha un contrapoder diferente al que domina el mundo. Es imposible que las fuerzas sociales y los movimientos ciudadanos que se propongan cambiar la realidad puedan hacerlo simplemente quitando al que hoy en día ostenta el poder para ponerse ellos. Lo que hace falta es crear un poder basado en diferentes principios, valores, modos de actuar, en experiencias concretas y prácticas de nuevas formas de vida, de producción y de consumo. La clave para el cambio es crear las condiciones para que haya una mayoría social con un sentido común tan indiscutible que no quede más remedio que empezar a construir el mundo sobre otras bases.
¿Qué papel juega la izquierda en ese cambio? Usted se muestra muy crítico con ella a lo largo de todo el libro.
Desde hace décadas las izquierdas, tanto la socialdemocracia como las corrientes alternativas, se muestran impotentes a la hora de hacer frente a las transformaciones ingentes que el capital sí ha sabido realizar y asumir. Aunque me cueste decirlo, las izquierdas han sucumbido al veneno neoliberal que desean combatir, porque el cainismo, la falta de afectos, las divisiones continuas, la animadversión, la falta de entendimiento y la desunión en realidad son expresiones totalitarias, producto del individualismo y del ensimismamiento que el neoliberalismo ha inyectado en el conjunto de la sociedad. Si las izquierdas no se liberan de ese veneno, muy difícilmente podrán transformar el mundo. Si las izquierdas no se cuidan a sí mismas, ¿cómo van a cuidad al conjunto de la sociedad?
Las izquierdas han renunciado a grandes valores ecuménicos y universales, como la libertad, la democracia, los derechos humanos, la seguridad, la soberanía, el afecto o la fraternidad, la solidaridad, el amor, la paz… A día de hoy veo casi imposible que se puedan generar en torno a las izquierdas mayorías sociales de las que surja un contrapoder efectivo para frenar al poder del capital. Honestamente, cada vez tengo más dudas de que las izquierdas que hoy día conocemos tengan arreglo.
¿Es posible que las izquierdas puedan desaparecer? Si no son útiles…
No creo que vayan a desaparecer, pero tengo muchas dudas acerca de una izquierda que, por poner un ejemplo del día a día, da prioridad a las cuestiones identitarias o que habla de la inconveniencia de un premio de tauromaquia cuando está cayendo lo que está cayendo. Los partidos de izquierdas se han lanzado a una competencia a ver quién hace programas más radicales. Es una completa estupidez, porque no se trata de poner en un papel una reivindicación más radical que la del otro, sino de poner en marcha experiencias que empoderen a la gente. Así lo único que consiguen las izquierdas es que la extrema derecha se haga con las banderas de la libertad y de la democracia. Dentro de poco vamos a ver a Vox erigido en defensor de la gente que no tiene vivienda, naturalmente haciendo creer que si no se tiene vivienda es por culpa de los inmigrantes, por culpa de la izquierda, y no por culpa de los fondo buitre o de las malas políticas en el mercado de la vivienda.
Supongo que le preocupa la actual pujanza de la extrema derecha en todo el mundo.
No sólo me preocupa el ascenso de la extrema derecha, también me preocupa que la derecha tradicional esté asumiendo esas ideas extremistas. Eso es lo verdaderamente preocupante. En cualquier caso, este ascenso de la extrema derecha no es un accidente: responde a una estrategia que surge cuando ya se hace indisimulable el proceso de desposesión de las clases trabajadoras, incluso de la clase media, que se ha producido en los últimos años.
¿En que consiste esa estrategia de la extrema derecha?
Hasta la crisis de 2008, la desposesión creciente y la concentración de la riqueza en cada vez menos manos se justificaba y se legitimaba gracias al «cambio de alma» que promovió la revolución conservadora impulsada por Margareth Thatcher y Ronald Reagan en los años 80. Con aquella revolución se creó un individuo ensimismado, se potenció el individualismo y se hizo creer a la gente que su condición y su futuro dependían de su propio esfuerzo, de lo que uno fuera capaz de hacer consigo mismo. Después de 2008, ya nadie podía creerse ese cuento y fue necesario cambiar de estrategia, reconocer que se está desposeyendo a la gente, que se le están quitando sus derechos y su riqueza, pero sin señalar a quienes verdaderamente lo están haciendo. Se culpa y se señala al diferente, al inmigrante, al negro, a las mujeres que se empoderan frente a los hombres blancos que han vivido bien hasta ahora, a los okupas que se quedan con la vivienda de los ciudadanos… Los otros y los diferentes son los cabezas de turco. Para que esos mensajes puedan funcionar hacen falta dos cosas: la mentira y sembrar el odio, el rechazo y el desprecio. Ese es el caldo de cultivo de la extrema derecha.
Nadie como la extrema derecha es tan eficaz para difundir ese tipo de mensajes.
El problema es que estos discursos extremistas tocan fibras que la mayoría de la gente percibe como reales. Es la fibra de la inseguridad, de la incertidumbre, del empobrecimiento, de la pérdida de la soberanía nacional, del sentir que el que viene de fuera te va a robar tus derechos. Frente a esto, las izquierdas han renunciado a dar la batalla porque han escogido otras banderas que sin duda son legítimas pero son de interés tan minoritario que no pueden concitar el acuerdo de amplísimas masas sociales.
¿La crispación actual de la vida política es otro factor que explica ese auge de la extrema derecha?
La mentira e incluso al enfrentamiento civil son el mecanismo de legitimación de lo que está ocurriendo, y lo que está ocurriendo es una concentración de la riqueza y del poder como nunca antes se había visto en la historia humana. Pero las sociedades basadas en la mentira y el enfrentamiento están condenadas. La cuestión es cómo responder a eso y la única manera de hacerlo es tratando de recuperar valores universales y generar experiencias que permitan empoderar a la gente de una manera muy distinta a lo que imponen el poder y el gran capital.
¿Se atreve usted a predecir cómo será la sociedad de los próximos años?
«Tenemos que evitar que los seres humanos seamos una versión distópica y degenerada de nosotros mismos»
Tenemos que evitar que los seres humanos seamos una versión distópica y degenerada de nosotros mismos. Debemos descartar la guerra y el enfrentamiento como el único modo de resolver los conflictos. No se trata sólo de la izquierda: quienes quieren que el mundo funcione de otra manera deben concentrar todos los esfuerzos para que la paz, la justicia y el cumplimiento efectivo de los derechos humanos sean los principios universales que gobiernen nuestras vidas. Esa es nuestra batalla en una época marcada por la proliferación de las armas nucleares, la crisis climática y la desaparición de recursos vitales para el planeta. Este mensaje puede parecer muy utópico tal como están funcionando las cosas, pero es la única manera de salir adelante.
¿Y el capitalismo del futuro? ¿Vamos hacia un sistema más deshumanizado que el actual?
Yo creo que si el actual sistema capitalista se refuerza en los próximos años con el apoyo de la inteligencia artificial, lo que van a ver las generaciones venideras no es un capitalismo más deshumanizado, lo que van a ver es la desaparición de la vida humana en este planeta, porque es insostenible. Si la inteligencia artificial sirve para hacer todavía más efectivas las lógicas que están gobernando hoy en día el capitalismo, el único futuro posible es la destrucción de la vida humana en el planeta Tierra.
¿La próxima revolución será la de la inteligencia artificial?
La inteligencia artificial supone una revolución mucho más trascendental de lo que supuso en su momento la escritura. Nos permitirá resolver de una manera más fácil problemas que ahora tienen una solución extremadamente difícil de alcanzar. En ese sentido, la inteligencia artificial tiene una potencial capacidad liberadora como ayuda para que los seres humanos podamos comportarnos como somos: seres sapiens y seres morales. Otra cosa es que la inteligencia artificial sea utilizada por grupos sociales que puedan ponerla exclusivamente al servicio del fortalecimiento de las lógicas que hoy día gobiernan el mundo. Ahí tendríamos un problema.
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«Las izquierdas han sucumbido al veneno neoliberal que desean combatir» (Entrevista en Público.es)