Las huelgas y las coaliciones de lo obreros por Karl Marx (1846)

El Sudamericano

MISERIA DE LA FILOSOFÍA. Respuesta a la “Filosofía de la miseria” del señor Proudhon. Capítulo Segundo. «La Metafísica de la Economía Política»

Apartado V. “LAS HUELGAS Y LAS COALICIONES DE LOS OBREROS”

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“Todo movimiento de alza de los salarios no puede tener otro efecto que un alza del trigo, del vino, etc., es decir, un aumento de la carestía. Porque ¿qué es el salario? Es el precio de coste del trigo, etc.; es el precio íntegro de todas las cosas. Vamos más lejos aún: el salario es la proporcionalidad de los elementos que componen la riqueza y que son consumidos cada día por la masa de los trabajadores con el fin de llevar a cabo la reproducción. Ahora bien, duplicar los salarios… equivaldría a entregar a cada uno de los productores una parte mayor que su producto, lo cual representa una contradicción; y si el alza no afectase más que a un pequeño número de ramas de producción, equivaldría a provocar una perturbación general en los cambios, en una palabra, un aumento de la carestía… Yo afirmo que las huelgas seguidas de un aumento de los salarios no pueden por menos de suscitar una elevación general de precios: esto es tan cierto como dos y dos son cuatro”. (Proudhon, t. 1, págs. 110 y 111.)

Negamos todas estas aserciones, excepto la de que dos y dos son cuatro.

En primer lugar, no puede haber elevación general de precios. Si el precio de todas las cosas se duplica al mismo tiempo que el salario, no habrá cambio alguno en los precios; lo único que cambia son los términos.

En segundo lugar, un alza general de salarios no puede jamás producir un encarecimiento más o menos general de las mercancías. En efecto, si todas las ramas de la producción empleasen el mismo número de obreros en relación con el capital fijo o con los instrumentos de trabajo de que se sirven, un alza general de salarios produciría un descenso general de las ganancias y el precio corriente de las mercancías no sufriría alteración alguna.

Pero como la relación entre el trabajo manual y el capital fijo no es la misma en las diferentes ramas de producción, todas las ramas que emplean una masa relativamente mayor de capital fijo y menos obreros se verán forzadas tarde o temprano a bajar el precio de sus mercancías. En caso contrario, si el precio de sus mercancías no bajase, sus beneficios se elevarían por encima de la cuota común de ganancia. Las máquinas no reciben salario. Por tanto, el alza general de salarios afectaría en menor medida a las ramas que, en comparación con las demás, emplean más máquinas y menos obreros. Pero la elevación de tales o cuales ganancias por encima de la cuota ordinaria sería sólo pasajera, ya que la competencia tiende siempre a nivelar los beneficios. Así, pues, aparte de algunas oscilaciones, un alza general de los salarios traería consigo, no una elevación general de los precios, como dice el señor Proudhon, sino un descenso parcial, es decir, una disminución del precio corriente de las mercancías que se fabrican principalmente con la ayuda de máquinas.

El alza y la baja de la ganancia y de los salarios no expresan sino la proporción en que los capitalistas y los trabajadores participan en el producto de una jornada de trabajo, sin influir en la mayoría de los casos en el precio del producto. Pero ideas como la de que “las huelgas seguidas de un aumento de salarios suscitan una elevación general de los precios, un aumento de la carestía”, no pueden nacer más que en el cerebro de un poeta incomprendido.

En Inglaterra las huelgas han servido constantemente de motivo para inventar y aplicar nuevas máquinas. Las máquinas eran, por decirlo así, el arma que empleaban los capitalistas para sofocar la rebeldía de los obreros calificados. La invención más grande de la industria moderna –el self-acting mule– puso fuera de combate a los hilanderos sublevados. Aun cuando las coaliciones y las huelgas tuviesen como único resultado que el pensamiento innovador en el terreno de la mecánica dirigiera contra ella sus esfuerzos, aun en ese caso las coaliciones y las huelgas ejercerían una influencia inmensa sobre el desarrollo de la industria.

“En un artículo publicado por el señor León Faucher… en septiembre de 1845 –continúa el señor Proudhon– leo que desde hace algún tiempo los obreros ingleses han perdido el hábito de las coaliciones, lo que constituye ciertamente un progreso del que no se puede por menos de felicitarles; pero que esta mejora de la moral de los obreros es sobre todo una consecuencia de su instrucción económica. “Los salarios no dependen de los fabricantes –exclamó en un mitin de Bolton un obrero hilandero–. En los períodos de depresión los patronos no son, por decirlo así, más que el látigo en manos de la necesidad y, quiéranlo o no, deben asestar golpes. El principio regulador es la relación entre la oferta y la demanda, y los patronos carecen de poder a este respecto”… Enhorabuena –dice el señor Proudhon–, he aquí unos obreros bien amaestrados, unos obreros modelo, etc., etc., etc. Sólo le faltaba a Inglaterra esta desdicha; pero no pasará el estrecho”. (Proudhon, t. I, págs. 261 y 262.)

De todas las ciudades inglesas, en Bolton es donde más desarrollado está el radicalismo. Los obreros de Bolton son conocidos como los revolucionarios más extremados. Durante la gran agitación que tuvo lugar en Inglaterra en pro de la abolición de las leyes cerealistas, los fabricantes ingleses no creyeron poder hacer frente a los, propietarios de tierras sino poniendo por delante a los obreros. Pero como los intereses de los obreros no eran menos opuestos a los de los fabricantes que los intereses de los fabricantes a los de los propietarios de tierras, era natural que los fabricantes saliesen malparados en los mítines obreros. ¿Qué hicieron los fabricantes? Para cubrir las apariencias organizaron mítines en los que tomaban parte principalmente contramaestres, un pequeño número de obreros que les eran afectos y amigos del comercio propiamente dichos. Luego, cuando los verdaderos obreros intentaron, como ocurrió en Bolton y Manchester, participar en los mítines para protestar contra estos actos públicos artificiales, se les prohibió la entrada so pretexto de que eran ticket-meeting. Este nombre se da a los mítines en los que sólo se admite a quienes van provistos de billete de entrada. Pero en los carteles fijados en las paredes se había anunciado que los mítines eran públicos. Cada vez que se celebraban estos mítines, los periódicos de los fabricantes publicaban reseñas pomposas y detalladas de los discursos pronunciados en ellos. Ni que decir tiene que eran los contramaestres quienes pronunciaban esos discursos. Los periódicos londinenses los reproducían al pie de la letra. El señor Proudhon ha tenido la desgracia de tomar a los contramaestres como obreros ordinarios y les ha prohibido terminantemente pasar el estrecho.

Si en 1844 y en 1845 se oyó hablar menos de huelgas que en años anteriores, se debió a que 1844 y 1845 fueron los dos primeros años de prosperidad que conoció la industria inglesa después de 1837. Sin embargo, ninguna de las tradeuniones fue disuelta.

Oigamos ahora a los contramaestres de Bolton. Según ellos, los fabricantes no ejercen poder sobre el salario, porque no depende de ellos el precio del producto; y no depende de ellos el precio del producto porque no ejercen poder sobre el mercado mundial. Por esta razón daban a entender que no era preciso organizar coaliciones para arrancar a los patronos aumentos de salarios. El señor Proudhon, por el contrario, prohíbe las coaliciones por temor a que susciten un alza de salarios y una elevación general de la carestía. No hace falta decir que sobre un punto existe un entendimiento cordial entre los contramaestres y el señor Proudhon: en que un alza de salarios equivale a un alza en los precios de los productos.

Pero ¿es en realidad el temor de un aumento de la carestía lo que suscita la inquina del señor Proudhon? No. Se enoja con los contramaestres de Bolton simplemente porque éstos determinan el valor por la oferta y la demanda y les tienen sin cuidado el valor constituido, el valor que ha llegado al estado de constitución, la constitución del valor, comprendidas la permutabilidad permanente y todas las otras proporcionalidades de relaciones y relaciones de proporcionalidad, flanqueadas por la Providencia.

“La huelga de los obreros es ilegal, y esto lo dice no solamente el Código penal, sino el sistema económico, la necesidad del orden establecido… Que cada obrero individualmente tenga libertad de disponer de su persona y de sus brazos, se puede tolerar; pero que los obreros recurran mediante las coaliciones a la violencia contra el monopolio, es cosa que la sociedad no puede permitir”. (T. I, págs. 334 y 335.)

El señor Proudhon pretende hacer pasar un artículo del Código penal por un resultado necesario y general de las relaciones de producción burguesas.

En Inglaterra las coaliciones son autorizadas por un acto del Parlamento, y es el sistema económico el que ha obligado al Parlamento a dar esta sanción legal. En 1825, cuando, siendo ministro Huskisson, el Parlamento modificó la legislación para ponerla más a tono con un estado de cosas resultante de la libre concurrencia, tuvo que abolir necesariamente todas las leyes que prohibían las coaliciones de los obreros. Cuanto más se desarrollan la industria moderna y la competencia, más son los elementos que suscitan la aparición de las coaliciones y favorecen su actividad, y cuando las coaliciones pasan a ser un hecho económico, más firme cada día, no pueden tardar en convertirse en un hecho legal.

Así, pues, el artículo del Código penal demuestra todo lo más que la industria moderna y la competencia no estaban aún suficientemente desarrolladas en tiempos de la Asamblea Constituyente y bajo el Imperio.

Los economistas y los socialistas1 [los fourieristas en Francia y los owenianos en Inglaterra] están de acuerdo en un solo punto: en condenar las coaliciones. Sólo que motivan de diferente modo su condena.

Los economistas dicen a los obreros: No os unáis en coaliciones. Uniéndoos, entorpecéis la marcha regular de la industria, impedís que los fabricantes cumplan los pedidos, perturbáis el comercio y precipitáis la introducción de las máquinas, que, haciendo inútil en parte vuestro trabajo, os obligan a aceptar un salario todavía más bajo.

Por lo demás, vuestros esfuerzos son estériles. Vuestro salario será determinado siempre por la relación entre la demanda de mano de obra y su oferta; alzarse contra las leyes eternas de la economía política es tan ridículo como peligroso.

Los socialistas dicen a los obreros: No os unáis en coaliciones, porque, en fin de cuentas, ¿qué saldríais ganando? ¿Un aumento de salarios? Los economistas os demostrarán hasta la evidencia que los pocos céntimos que podríais ganar por unos momentos en caso de éxito, serían seguidos de un descenso del salario para siempre. Expertos calculadores os demostrarán que serían precisos muchos años para que el aumento de los salarios pudiese compensar aunque sólo fuera los gastos necesarios para organizar y mantener las coaliciones. Y nosotros, como socialistas, os diremos que, independientemente de esta cuestión de dinero, con las coaliciones no dejaréis de ser obreros, y los patronos serán siempre patronos, como lo eran antes. Por tanto, nada de coaliciones, nada de política, pues organizar coaliciones ¿no significa acaso hacer política?

Los economistas quieren que los obreros permanezcan en la sociedad tal como está constituida y tal como ellos la describen y la refrendan en sus manuales.

Los socialistas quieren que los obreros dejen en paz a la vieja sociedad para poder entrar mejor en la sociedad nueva que ellos les tienen preparada con tanta previsión.

Pese a unos y a otros, pese a los manuales y a las utopías, las coaliciones no han cesado un instante de progresar y crecer con el desarrollo y el incremento de la industria moderna. En la actualidad se puede decir que el grado a que han llegado las coaliciones en un país indica exactamente el lugar que ocupa en la jerarquía del mercado mundial. En Inglaterra, donde la industria ha alcanzado el más alto grado de desarrollo, existen las coaliciones más vastas y mejor organizadas,

En Inglaterra los obreros no se han limitado a coaliciones parciales, sin otro fin que una huelga pasajera y que desaparecen al cesar esta. Se han formado coaliciones permanentes, tradeuniones que sirven a los obreros de baluarte en sus luchas contra los patronos. Actualmente todas estas tradeuniones locales están agrupadas en la National Association of United Trades, cuyo Comité central reside en Londres y que cuenta ya con 80.000 miembros. La organización de estas huelgas, coaliciones y tradeuniones se desenvuelve simultáneamente con las luchas políticas de los obreros, que constituyen hoy un gran partido político, bajo el nombre de cartistas.

Los primeros intentos de los trabajadores para asociarse han adoptado siempre la forma de coaliciones.

La gran industria concentra en un mismo sitio a una masa de personas que no se conocen entre si. La competencia divide sus intereses. Pero la defensa del salario, este interés común a todos ellos frente a su patrono, los une en una idea común de resistencia: la coalición. Por tanto, la coalición persigue siempre una doble finalidad: acabar con la competencia entre los obreros para poder hacer una competencia general a los capitalistas. Si el primer fin de la resistencia se reducía a la defensa del salario, después, a medida que los capitalistas se asocian a su vez movidos por la idea de la represión, las coaliciones, en un principio aisladas, forman grupos, y la defensa por los obreros de sus asociaciones frente al capital, siempre unido, acaba siendo para ellos más necesario que la defensa del salario. Hasta tal punto esto es cierto, que los economistas ingleses no salían de su asombro al ver que los obreros sacrificaban una buena parte del salario en favor de asociaciones que, a juicio de estos economistas, se habían fundado exclusivamente para luchar en pro del salario. En esta lucha –verdadera guerra civil– se van uniendo y desarrollando todos los elementos para la batalla futura. Al llegar a este punto, la coalición toma carácter político.

Las condiciones económicas transformaron primero a la masa de la población del país en trabajadores. La dominación del capital ha creado a esta masa una situación común, intereses comunes. Así, pues, esta masa es ya una clase con respecto al capital, pero aún no es una clase para si. En la lucha, de la que no hemos señalado más que algunas fases, esta masa se une, se constituye como clase para si. Los intereses que defiende se convierten en intereses de clase. Pero la lucha de clase contra clase es una lucha política.

En la historia de la burguesía debemos diferenciar dos fases: en la primera se constituye como clase bajo el régimen del feudalismo y de la monarquía absoluta; en la segunda, la burguesía constituida ya como clase, derroca el feudalismo y la monarquía, para transformar la vieja sociedad en una sociedad burguesa. La primera de estas fases fue más prolongada y requieren mayores esfuerzos. También la burguesía comenzó su lucha con coaliciones parciales contra los señores feudales.

Se han hecho no pocos estudios para presentar las diferentes fases históricas recorridas por la burguesía, desde la comunidad urbana autónoma hasta su constitución como clase.

Pero cuando se trata de darse cuenta exacta de las huelgas, de las coaliciones y de otras formas en las que los proletarios efectúan ante nuestros ojos su organización como clase, los unos son presa de verdadero espanto y los otros hacen alarde de un desdén trascendental.

La existencia de una clase oprimida es la condición vital de toda sociedad fundada en el antagonismo de clases. La emancipación de la clase oprimida implica, pues, necesariamente la creación de una sociedad nueva. Para que la clase oprimida pueda liberarse, es preciso que las fuerzas productivas ya adquiridas y las relaciones sociales vigentes no puedan seguir existiendo unas al lado de otras. De todos los instrumentos de producción, la fuerza productiva más grande es la propia clase revolucionaria. La organización de los elementos revolucionarios como clase supone la existencia de todas las fuerzas productivas que podían engendrarse en el seno de la vieja sociedad.

¿Quiere esto decir que después del derrocamiento de la vieja sociedad sobrevendrá una nueva dominación de clase, traducida en un nuevo poder político? No.

La condición de la emancipación de la clase obrera es la abolición de todas las clases, del mismo modo que la condición de la emancipación del tercer estado, del orden burgués, fue la abolición de todos los estados2 y de todos los órdenes.

En el transcurso de su desarrollo, la clase obrera sustituirá la antigua sociedad civil por una asociación que excluya a las clases y su antagonismo; y no existirá ya un poder político propiamente dicho, pues el poder político es precisamente la expresión oficial del antagonismo de clase dentro de la sociedad civil.

Mientras tanto, el antagonismo entre el proletariado y la burguesía es la lucha de una clase contra otra clase, lucha que, llevada a su más alta expresión, implica una revolución total. Por cierto, puede causar extrañeza que una sociedad basada en la oposición de las clases llegue, como ultimo desenlace, a la contradicción brutal, a un choque cuerpo a cuerpo?

No digáis que el movimiento social excluye el movimiento político. No hay jamás movimiento político que, al mismo tiempo, no sea social.

Sólo en un orden de cosas en el que ya no existan clases y antagonismo de clases, las evoluciones sociales dejaran de ser revoluciones políticas. Hasta que ese momento llegue, en vísperas de toda reorganización general de la sociedad, la última palabra de la ciencia social será siempre:

Luchar o morir; la lucha sangrienta o la nada. Es el dilema inexorable”. Jorge Sand3

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NOTAS:

1. Es decir, los socialistas de aquel tiempo: los fourieristas en Francia y los owenianos en Inglaterra. (Nota de F. Engels a la edición alemana de 1885.)

2. Se habla aquí de los estados en el sentido histórico, como estamentos del Estado feudal, estamentos con privilegios concretos y rigurosamente delimitados. La revolución burguesa destruyó los estados junto con sus privilegios. La sociedad burguesa no conoce más que las clases. Por eso, quien denomina al proletariado “cuarto estado”, incurre en flagrante contradicción con la historia. (Nota de F. Engels a la edición alemana de 1885.)

3. Jorge Sand. Jean Ziska. Novela histórica

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