Fuente: https://elsudamericano.wordpress.com/2020/05/06/la-verdadera-personalidad-de-lenin-por-victor-serge/ Víctor Serge
LA VERDADERA PERSONALIDAD DE LENIN por Víctor Serge
Víctor Serge
“La Batalla” | Periódico del POUM
(1937)
Murió agotado por su labor sobrehumana el 21 de enero de 1924. Hacía dos años aproximadamente que la enfermedad le inmovilizaba en su sillón y tenía una terrible expresión de angustia, de la que algunas fotografías de la época dan prueba. Pero su inteligencia permanecía despierta y, de vez en cuando, se manifestaba en potentes llamaradas. En esos momentos expresaba su gran ansiedad. Los males del régimen que había fundado, y que veía con gran lucidez, le angustiaban. No hay nada más trágico que la historia de sus últimas luchas contra la enfermedad, con el pensamiento fijo en poder trabajar de nuevo, en buscar soluciones y aliados, en contener las amenazas. Y, sin duda alguna, si Lenin hubiera vivido algunos años más, el rumbo de la revolución se hubiese visto profundamente modificado en sentido favorable.
Es indudable que su gran autoridad y su vasta inteligencia hubieran intervenido eficazmente en el curso de las cosas. Tal vez hubiera podido orientar el Estado socialista hacia un entendimiento con los campesinos y moderar así, o incluso superar, las tendencias reaccionarias del interior. Tal vez hubiera sucumbido a la larga en este combate, como sucumbió otra inteligencia igual a la suya. La Historia recorre su camino sirviéndose, según las circunstancias, de los hombres de genio y de los mediocres. Después de Napoleón, creó el hombre de Sedán. El azar y lo inexorable van entremezclados. La suerte de las personas depende del azar, la resultante social de lo inexorable, y este inexorable arrastra y quiebra el azar… Tantas causas económicas e históricas han contribuido al desgaste de la Revolución que si Lenin hubiera vivido más tiempo, probablemente hubiera corrido una suerte parecida a la de sus compañeros de las grandes jornadas revolucionarias. Pero el régimen sería mejor.
Ese punto de vista no es, en manera alguna, pesimista. Para dominar la naturaleza, es necesario que el hombre la comprenda y se adapte a ella. Para construir el pararrayos, es necesario saber que el rayo va a caer y como ha de caer. No hay que contar con la plegaria para impedirlo. Para transformar la sociedad y discernir sus vías, hay que obedecer a la necesidad más fuerte, que es la necesidad económica. Así en la ciencia marxista, Marx y Engels, investigadores honestos, al analizar el mecanismo moderno de la producción, concluyeron en la necesidad del socialismo, aspiración de las masas a un mayor bienestar y a una vida más justa, pasando así de la utopía a la ciencia. Con Lenin, el socialismo pasó de la ciencia a la acción.
Poco antes de Octubre, las circunstancias simplificaban los problemas. La guerra lo reducía todo a algunas alternativas del tipo de ser o no ser. Pero se necesitaba valor para verlo y, después de haberlo visto, para actuar audazmente. Pero ya no se podía ser ni vivir como en el pasado. Había que romper con él. Y esto suele ser lo más difícil para los hombres, que son generalmente prisioneros de sus rutinas y de sus ilusiones. Los escritos de Lenin revelan grandes riquezas. Pero jamás tuvieron tanto valor como en esos seis meses del año 1917 en los que él fue el único que se orientó con paso seguro en medio de acontecimientos tan caóticos, comprendiendo que se estaba en una situación inestable, entre dos dictaduras igualmente posibles, la de la reacción y la de la clase obrera y que, por tanto, no cabía más elección que entre la acción y el desastre. Su criterio no era fruto de la pasión revolucionaria, que podría haber sido ciega, como cualquier otra pasión, sino de la convicción del político y del economista, fundada en el análisis cotidiano de una situación dada.
Lenin lo tenía en cuenta todo: el estado de la producción, los cambios, las intenciones y las posibilidades de la burguesía, la mentalidad de los generales y de los abogados que estaban aún en el poder, las aspiraciones de las masas en la ciudad en el campo. Y, finalmente, llegó a la conclusión de que había llegado la hora. Estando refugiado en una cabaña de Finlandia, a orillas del mar, a principios de octubre, escribió el Comité Central del partido:
“Queridos camaradas: los acontecimientos nos fijan tan netamente nuestro deber que la espera resulta un crimen. El movimiento campesino se desarrolla con una fuerza creciente. Las tropas nos profesan una simpatía cada vez más viva. En Moscú podemos contar con el 99 % de los votos de los soldados: las tropas finlandesas y la flota está en contra el gobierno. Unidos a los socialistas revolucionarios de izquierda, tenemos la mayoría del país… En estas condiciones, esperar resulta un crimen…”.
Y otra vez:
“La victoria es segura. Hay un tanto por ciento elevadísimo de posibilidades de que la obtengamos sin derramar sangre”.
Le vi, en varias ocasiones un poco más tarde, en la fase más ardiente de su vida. Nadie era más sencillo que él. Nadie estaba más alejado de todo lo que fuera jugar al hombre de genio que verosímilmente era, el gran jefe, el fundador del estado soviético. Todas estas palabras dichas a propósito de él, le hubieran indignado. Cuando se agravaban los desacuerdos en el partido, su mayor amenaza era: “presento mi dimisión al Comité Central, volveré a ser un simple militante y a defender mi punto de vista en la base…”.
Llevaba aún sus viejos trajes de emigrante en Suiza. Cuando se quiso festejar su 50 aniversario, casi se enfadó: y solo estuvo 20 minutos en la velada íntima que celebraron algunos compañeros.
Cuando Kámenev le habló de editar sus Obras Completas, le contestó con cierta contrariedad: “Para que? ¡No se ha escrito ya suficiente en treinta años! No vale la pena.”
No se creía infalible, y tampoco lo era. Cometió grandes errores. Y, a menudo, en el curso de su más justa acción, una dosis de error no disminuía su extraordinaria perspicacia. En conjunto, su obra queda como un nuevo punto de partida en la historia, como un magnífico ejemplo de desinterés y devoción a la clase obrera, como una aplicación vigorosa del pensamiento marxista la lucha de clases. Hacía ésta miramos nosotros hoy como hacia una luz, y no hacia sus lúgubres restos, embalsamados bajo un monstruoso mausoleo…