La última luna de Colmillo

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El caballo de Nietzsche

Somo y Colmillo Charlie Green

«Si no fuera por los cadáveres que estaban a sus pies, se podría pensar que aquella gente celebraba algún feliz acontecimiento, de tan contentos que estaban». 

Olga Tokarczuk, premio Nobel de Literatura, describe así a los cazadores en Sobre los huesos de los muertos.

El pasado 5 de julio Carla y Marta estaban, como muchas otras tardes, pasando tiempo con sus animales en una zona campestre en Muel, cerca de Zaragoza. Es un lugar tranquilo y aquella noche esperaban una luna especialmente brillante. Marta quería aprovechar para hacer una secuencia de fotos con su nuevo teléfono móvil. Carla tenía consigo, como casi siempre, a toda su familia perruna: una hembra anciana, Boga, y otra en acogida temporal, Everest. Junto a ellas, los jovenzuelos Somo y Colmillo Blanco, compañeros inseparables, que nunca se alejaban demasiado de su manada.

Todos los perros llevaban, como siempre cuando se encontraban fuera de casa, sus arneses verde fosforito y sus chapas correspondientes, en forma de corazón. En un momento dado, Carla escuchó una ráfaga de tiros muy seguidos muy cerca de ellas que la sobresaltó. «Vaya forma de matar conejos», le dijo a Marta. Extrañada de que Somo y Colmillo no estuvieran cerca, decidieron buscarlos.

Como si de un presagio se tratara, la chapita de Somo llevaba escrito «Somo vuelve a casa». Y Somo apareció, lleno de barro y con el cuerpo cosido a perdigonazos. Completamente ensangrentado y agotado, consiguió arrastrarse y reencontrarse con su familia. La chapa, totalmente abollada, le había parado unos tiros que seguramente hubieran ido directos a la yugular.

Somo malherido

La búsqueda de Colmillo

Eran las diez y media de la noche y en ese momento, luchando para salvar la vida de Somo, empezó también la búsqueda desesperada de Colmillo. Una angustia que duró toda la noche y prácticamente todo el día posterior.

Más de 22 horas en las que la gente de Zaragoza se volcó para hacer turnos para encontrar a Colmillo. «Algunos vinieron hasta con drones. La ayuda fue increíble, estoy muy agradecida a todas esas personas, de verdad», nos dice Carla.

Y Colmillo apareció. Tendido de lado sobre un charco de sangre. Muerto.

«Yo lo sabía, porque ellos siempre están juntos y viendo que Somo había llegado así… pero arañas la esperanza, piensas que quizás se ha perdido», relata Carla. «Se me cayó el mundo a lo pies».

Somo ya está en casa

Rescatado de una finca de Bilbao, Somo tiene dos años y medio. Hijo de un pastor alemán y una alaskan malamute a los que dejaban críar y cuyos propietarios mataban después a casi todos los cachorros, Somo tuvo suerte. Carla y su familia lo sacaron adelante a biberón y le ofrecieron un hogar lleno de respeto y cariño.

«Está muy unido a nosotros, es una pasada de perro». Cuando llegaron a recogerlo al veterinario, ya sabiendo que Colmillo estaba muerto, Somo comenzó a aullar desconsolado. «No puede tener dolor, está muy medicado, pero sabe lo que ha ocurrido», admitió la veterinaria que consiguió salvarlo, a pesar de la pérdida de sangre y de los perdigones que ya no podrán sacarle del cuerpo jamás.

Mientras escribo estas líneas, Somo está en casa con su famlia, mucho más tranquilo, aunque Carla me dice, preocupada, que «aún sangra».

Colmillo blanco

La necropsia de Colmillo ha mostrado que murió por disparos de perdigones. Se pueden contar más de 400 en la radiografía. Se cree que corrió lo que pudo hasta caer muerto, seguramente casi en el acto, «como cuando abaten a una pieza», nos dice Carla.

Colmillo tenía tres años y medio y ya había conocido el abandono. En un principio, estuvo en acogida temporal, una tarea importantísima que Carla y su familia hacen habitualmente por los animales necesitados. «Cuando lo cogimos era una hoja de papel, delgadurrio y con muchos miedos». Pero vivir en ese hogar lo cambió todo. «Era maravilloso, era tan bueno en casa y con mis hijos que yo le llamaba ‘el familiar’ porque era el único que, a pesar de tener calor, aguntaba en el sofá conmigo».

Como se portaba tan bien y había hecho tan buena piña con Somo, finalmente se quedó, hasta que los perdigones acabaron con su vida de forma violenta y gratuita. «Estaba muy agradecido de haber encontrado una familia definitiva. Nos quería con locura», recuerda Carla.

Somo y Colmillo eran inseparables

Investigación en marcha

Tanto en el momento de la desaparición como una vez determinada la muerte, la familia interpuso las correspondientes denuncias en la Guardia Civil y en SEPRONA. Ahora, la investigación está en marcha.

Desde la asociación INTERcids indican que «los hechos podrían conllevar, en el mejor de los casos, una condena de prisión de hasta dos años y medio, inhabilitaciones especiales y medidas accesorias, así como la correspondiente responsabilidad civil a favor de las personas que vivían con Colmillo y viven con Somo por daños morales y gastos ocasionados», señala la abogada Cristina Bécares, miembro experto del colectivo de operadores jurídicos por los animales.

«Mi hijo León no entiende nada, se pasa el día preguntando ¿por qué?, no sabemos cómo explicarle que no va a volver y que para verlo tenemos que mirar las estrellas en el cielo», me cuenta Carla y se le rompe la voz, una vez más. «Pero hay que seguir adelante, la poca justicia que exista en este país para los animales, esa la queremos para Colmillo».

Las asociaciones Amnistia Animal de Zaragoza y la Plataforma NAC, No a la Caza, están ya organizando protestas para pedir #JusticiaparaColmillo.

Nos vemos en las redes y, cuando se pueda, en las calles. Que su muerte y todo el dolor que se ha causado a esta familia no queden impunes.

Publicado el
17 de julio de 2020 – 21:53 h

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