La tormenta que se avecina

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Tomo el siguiente artículo del blog esencial o menos, precedido de una interesante introducción que poséis leer en dicho blog.

La tormenta negra — Antonio Turiel
Tenía la intención de que mi próxima entrada fuera el siguiente capítulo de mi serie «Hoja de ruta», pero los interesantes eventos que se están desarrollando en el mercado del petróleo, y los aún más interesantes en el lado de su producción, me han llevado a dejar aparcado ese siguiente post y centrarme en este tema.
Una cuestión que ha creado mucho interés, por lo extraño, es lo que los medios de comunicación han referido como «precio negativo del petróleo» en los EE.UU. Y es que algunos días el precio del barril WTI con entrega el 28 de abril ha cotizado a unos -30 dólares, lo cual quiere decir que uno se lleva el barril y encima le pagan 30 dólares. Toda una aberración, porque resulta incomprensible que alguien esté dispuesto a pagar por que se le lleven su mercancía: incluso si la demanda fuera tan baja que nadie quisiera ese petróleo, lo lógico es que simplemente no se produjera, con lo que aquí se produce una paradoja. Una paradoja que algunos plantean como una curiosidad, pero que en realidad es un signo ominoso de los tiempos.
Aclaremos primero qué es lo que ha sucedido. En realidad, el barril no ha llegado a un precio negativo, sino que los futuros (derechos de compra con una fecha de vencimiento fijada) que vencen el 28 de abril se están vendiendo a precio negativo.
En el mercado del petróleo existen diferentes tipos de contrato de compraventa: pueden ser «spot» (venta inmediata, te sirven el petróleo en seguida, uno o dos días), a 30 días, a 60 días y a 90 días. Cuando se compra a un cierto plazo, lo que se está haciendo es asegurar un precio que resulta conveniente tanto al comprador como al vendedor: el vendedor se asegura de que aunque baje el precio del petróleo él colocará su mercancía a un cierto precio y el comprador se asegura de que aunque suba el precio del petróleo él podrá comprarlo a un precio razonable. Estos contratos con entrega diferida comportan la obligación del comprador de adquirir la mercancía en el plazo previsto, y aquí es donde han comenzando los problemas.
Según el último Oil Market Report de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), se espera que la demanda de petróleo mundial caiga en el segundo trimestre de 2020 en 23,2 millones de barriles diarios (Mb/d) con respecto al mismo período de 2019: una caída del 25% de la demanda con respecto al valor que tenía hace un año. Sin embargo, esa estimación peca de un considerable optimismo, porque si nos fijamos en los datos del mes en curso, de abril, lo que se observa es una caída de más de 28 Mb/d, es decir, de alrededor de un 30%. Obviamente, las caídas observadas son fruto del parón impuesto por el confinamiento del coronavirus; y si la AIE espera que sea un poco mejor en el conjunto del segundo trimestre de lo que ya es en abril es porque confían en que haya una cierta recuperación hacia junio.
Conviene destacar que incluso en el escenario más optimista estamos hablando de una caída brutal: en lo peor de la crisis de 2008 la producción de petróleo cayó como un 4%, para que se hagan una idea. Estamos ahora mismo en un momento con una bajada considerable de la demanda de petróleo por culpa del parón económico, y eso ha hundido el precio del petróleo.
Al principio de la actual crisis de demanda, los principales operadores del mercado del petróleo aprovecharon para comprar barato y almacenar ese petróleo, pensando en que cuando la demanda repunte tendrán sus buenas reservas que habrán conseguido a precio de ganga. El problema es que en EE.UU. los almacenes empiezan a estar bastante llenos, y eso ha motivado cierto pánico de los que tenían futuros de los que se tienen que ejecutar el 28 de abril. Muchas veces estos futuros los tienen especuladores, que «apuestan» en el mercado del petróleo y que la última semana venden esos derechos de comprar petróleo al precio pactado a los que realmente lo necesitan. Esta vez, debido al CoVid, se han quemado las manos y por eso estos contratos (los que vencen la semana que viene) se están vendiendo con descuento, o «precio negativo». En todo caso, no son los productores los que pierden dinero (el precio se acordó en el contrato en su momento y es obviamente positivo), sino los que tenían esos contratos que no saben qué hacer con ellos ahora. Visto de esta manera, se puede decir que de alguna manera se lo han merecido, por especuladores.
Nótese, empero, que los precios spot o de entrega inmediata son y siempre han sido positivos: si pides petróleo porque realmente lo quieres usar te lo venden a un precio; actualmente barato, sí (unos 20$ por barril, algunos día menos incluso), pero no «te pagan porque te lo lleves» como se estaría dando entender en algunos medios de comunicación. Los productores tienen problemas ahora y van a tener problemas mucho más serios en los próximos meses, pero como he dicho no son los que están vendiendo a precios negativos.
Los problemas de verdad van a comenzar en los próximos meses, si no semanas. El petróleo crudo puede ser almacenado sin una degradación significativa durante seis meses, pero al cabo de ese tiempo el proceso de descomposición que comienza en cuanto entra en contacto con el aire y con las bacterias que son capaces de descomponer los hidrocarburos se va haciendo cada vez más importante; y ese proceso no solo degrada el producto, sino que induce corrosión en cañerías y depósitos, almacena limos, obstruye válvulas y en ocasiones puede ocasionar pequeñas explosiones por los gases inflamables que se generan. Se aplican tratamientos, sobre todo biocidas, para aquellos hidrocarburos líquidos que deben estar almacenados mucho tiempo y eso alivia todos estos problemas, pero al final el tratamiento más eficaz es no dejar el petróleo demasiado tiempo parado y que vaya circulando. Sin embargo, nuestro mundo moderno no está adaptado a una ralentización tan importante de la circulación de la «sangre del sistema» durante tanto tiempo, y eso hace que las medidas preventivas, los tratamientos y demás sean los justos para lo que se consideraba una «situación normal», y que se vayan a ver comprometidos por la prolongación de la crisis de demanda causada por el CoVid primero y después por la crisis económica.
Lo más simple para hacer frente a la crisis de demanda, por supuesto, es reducir ahora la producción para adaptarla a la demanda actual con la esperanza de recuperar más tarde una producción creciente. Sin duda, esta estrategia es lo que progresivamente se va ir haciendo para que el flujo de petróleo discurra de manera adecuada. Hay sin embargo dos cuestiones que posiblemente van a hacer que la producción de petróleo se reduzca en los próximos años más rápido de lo que se desearía y encima de manera permanente.
La primera es que el flujo de extracción en muchos pozos de petróleo veteranos no pueden regularse fácilmente: si se baja demasiado el ritmo de extracción, debido a la enorme presión a esas profundidades, la roca reservorio de la que se extrae el oro negro tiende a consolidarse y a colapsar los canales por los que fluye el petróleo; y una vez recementada resulta prácticamente imposible recuperar la porosidad inicial y volver a los ritmos productivos anteriores –peor aún, una parte del petróleo in situ deja de ser recuperable. Es por eso que muchos productores son reacios a bajar demasiado su producción, porque después no podrán volver a los ritmos de producción anteriores e incluso podrían perder reservas de petróleo.
Pero la otra cuestión tiene implicaciones aún más perversas y que dificultarán mucho la adaptación a un descenso tan salvaje de la demanda, sobre todo si es suficientemente duradero, y es que las refinerías tienen un problema de imposible solución. Las refinerías suelen estar adaptadas para procesar determinados tipos de petróleo (más ligeros o más pesados, con más contenido en azufre o de ciertos hidrocarburos, etc), y eso implica que los porcentajes de los diferentes combustibles que van a obtener están también bastante acotados. Por poner unos números representativos, una refinería puede producir por defecto un 40% de sus refinados en forma de gasolina, un 25% en forma de diésel, un 9% en forma de queroseno, y el 26% restante como otros productos, incluyendo polímeros para plásticos, otros destilados medios, aceites para motores, alquitranes y coke. Sin tener que hacer grandes inversiones, haciendo ciertos ajustes esa refinería podría cambiar un poco su producción, y así quizá disminuir la gasolina hasta el 35% del total y hacer subir el diésel hasta el 30%. Pero poca cosa más, no tiene tampoco un margen infinito para cambiar las proporciones porque depende del tipo de petróleo que puede procesar (que tiene un cierto contenido de hidrocarburos de cada tipo) y del propio procedimiento de cracking. El caso es que, independientemente de estos ajustes, en cualquier proceso de refinado se va a producir mayoritariamente gasolina, cierta cantidad de diésel y un amplio porcentaje de otras cosas. Sin embargo, que se produzca una caída del 30% en la demanda de petróleo no significa la caída de la demanda de cada uno de productos del petróleo sea también del 30% para cada uno de ellos. El producto que tiene una demanda más fiel es el diésel, porque es el combustible que usa toda la maquinaria, y aunque también ha disminuido mucho la actividad de la maquinaria en general, siguen moviéndose maquinaria agrícola y de reparaciones, y camiones para transportar mercancías; además, no olvidemos que ahora los buques cargueros deben utilizar un combustible con características de diésel. Por tanto, se está observando que la caída de la demanda de diésel es de menos de la mitad que la de otros combustibles. Esto plantea un problema terrible: ¿qué hay que hacer con la gasolina y otros productos para los que no hay demanda? Si se refinase menos petróleo para que nada sobre, faltaría el diésel indispensable para la maquinaria que aún sigue en marcha, en tanto que si se refinase suficiente petróleo para producir diésel sobraría gasolina a carretadas. La gasolina además es muy volátil y tampoco se puede almacenar en cualquier tipo de depósito, y en seguida se llenarían los almacenes. Este problema, de que la caída de demanda no es homogénea en todas las categorías, es una cuestión estructural cuya duración se extenderá por varios años y que va a plantear dilemas complejos: obviamente se tendrá que incentivar el consumo de gasolina, pero, ¿para qué usos? Adaptar motores e incluso quemadores que usan diésel o gasóleo para usar gasolina no es sencillo y requiere bastante inversión. En un primer momento, no se puede descartar que simplemente esos productos sobrantes se quemen directamente; pero en el más largo plazo se tendrá que buscar una solución más duradera, una vez se comprenda que este problema va para largo y aparezcan otros cambios radicales que lo van a exacerbar (por ejemplo, la práctica desaparición del coche privado o el pico del diésel).
La crisis sanitaria del CoVid y la subsiguiente crisis económica van a suponer, también, el hundimiento final del fracking estadounidense. Los bancos ya se están preparando para embargar los bienes de las empresas del fracking y de las arenas bituminosas del Canadá. Teniendo en cuenta las abultadas pérdidas acumuladas por el sector y que las empresas que solo se dedicaban al fracking nunca habían realizado beneficios, está claro que esta burbuja ha llegado a su fin y está reventando. Incluso si la pandemia de CoVid estuviera completamente superada a finales de 2020 y sus efectos económicos se pudieran neutralizar, cosa que no va a pasar, el sector del fracking es ya irrecuperable: no pudo tener beneficios con los mayores precios medios del petróleo de 2011 a 2014, menos los podrá tener en un entorno mucho más incierto y con la mitad de las empresas embargadas, y ya nadie va a confiar en ese recurso tan pésimo que nunca debió ser explotado. Al final, los bancos lucharán entre ellos para deshacerse de los activos embargados que de manera real no valen nada, y eso terminará de hundir lo poco que pueda quedar del sector. La debacle del fracking va a ocasionar una pérdida permanentemente y ya este año de un 5% del total de la producción mundial de petróleo, un verdadero escalón hacia abajo. A esa caída se le tiene que añadir la alarmantemente rápida tendencia descendente que la propia Agencia Internacional de la Energía preveía en su informe anual de 2018, pues si recuerdan la única esperanza de que la producción en 2025 cayera «solo» un 13%, en vez del 34% que le daban sus modelos, era que el fracking multiplicara su producción por 3; pero ya vemos que en realidad se va a multiplicar por 0. Por tanto, llegaremos a 2025 con una caída de la producción de petróleo que, si no hay un medidas muy drásticas impulsadas por los Gobiernos, va a ser de alrededor del 40%.
Entiendan esto: con la mayoría de las grandes potencias económicas al ralentí y su población confinada y en niveles mínimos de consumo, el consumo de petróleo ha caído un 30%, y ya se ve la enormidad de la crisis económica que se nos viene encima. Pero es que de aquí al 2025 vamos a estar en una situación mucho peor. Porque para 2025 lo que habrá no será una caída del consumo de petróleo, de la que se puede remontar si las condiciones cambian, sino una caída de la producción, originada por factores físicos como es la falta de rentabilidad energética y económica de los yacimientos que quedan en el mundo, y que por tanto no se puede remontar: no será una caída provisional como la de ahora, sino una permanente y definitiva, que solo podría ir –y lo hará– a peor. Y no será una caída del 30% como ahora, sino que más bien rondará el 40%. La crisis del CoVid lo que ha hecho es precipitar nuestra caída por el acantilado energético al cual nos estábamos acercando. Es necio ahora discutir sobre cuándo será el peak oil: ya ha pasado, y jamás volveremos a producir tanto petróleo como se había llegado a producir. Ni nos acercaremos.
El CoVid nos ha hecho tomar demasiado impulso y de alguna manera nos hemos adelantado a lo que tenía que pasar dentro de unos años. No estábamos preparados para el descenso energético y ya lo tenemos aquí. La gente está mentalizada para la actual caída de actividad económica y para asumir un año o dos duros antes de que llegue la recuperación, pero lo que no saben es que ya no hay recuperación posible y que los próximos meses y años estarán jalonados de noticias impactantes y de gran calado, desde el desconfinamiento precipitado de ciertas regiones y países para intentar amortiguar el impacto económico, hasta la requisa de bienes de todo tipo o la obligatoriedad que se impondrá a ciertos sectores de la población de trabajar en ciertos trabajos, y eso por no hablar de la escasez, interrupciones en servicios esenciales, revueltas e incluso guerras.
El descenso por el lado derecho de la curva de Hubbert, la bajada desde el peak oil, al final será acelerado y terrorífico. Nos adentramos a toda velocidad en una tormenta negra, negra como ese petróleo que ahora no queremos consumir y que dentro de poco no podremos consumir.

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