
Mientras el Norte Global incumple sus obligaciones de financiamiento climático, la COP30 dejó en evidencia que la lucha de clases es clave para conquistar compromisos vinculantes y avanzar hacia la justicia climática.
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Nazgol Ansarinia (Irán), Dissolving Substances [Sustancias disolventes], 2020.
Queridas amigas y amigos,
Saludos desde las oficinas del Instituto Tricontinental de Investigación Social.
Durante las sesiones plenarias de clausura de la 30a Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP30), celebrada en Belém do Pará, en la Amazonía brasileña, Simon Stiell, secretario ejecutivo de Cambio Climático de las Naciones Unidas pronunció un discurso enérgico. Stiell, originario de Granada, llegó a este cargo tras una larga carrera en el sector corporativo y luego como ministro de medio ambiente y resiliencia climática de su país, durante el gobierno del proempresarial Nuevo Partido Nacional. En su intervención afirmó que “El negacionismo, la división y la geopolítica han asestado duros golpes a la cooperación internacional este año”. No obstante, insistió en que “la cooperación climática sigue más viva que nunca, manteniendo a la humanidad en la lucha por un planeta habitable, con la firme determinación de mantener el objetivo de 1,5 °C al alcance”. Cuando escuché las palabras de Stiell pensé que hablaba de otro planeta.
En mayo de 2025, la Organización Meteorológica Mundial advirtió en un informe que existe un 86% de probabilidad de que la temperatura media global cercana a la superficie supere 1,5 °C —el umbral fijado en el Acuerdo de París de 2015— por encima del promedio preindustrial (1850–1900) en al menos un año del periodo 2025–2029. También advirtió que hay un 70% de probabilidad de que el promedio quinquenal de 2025–2029 asimismo supere en 1,5 °C el promedio preindustrial. A fines de octubre de 2025, pocas semanas antes de la COP30, el American Institute of Biological Sciences publicó el 2025 State of the Climate Report: A Planet on the Brink [Informe sobre el estado del clima en 2025: un planeta al borde del abismo], en el que concluyó que “el año 2024 estableció un nuevo récord de temperatura media global en superficie, señalando una escalada del trastorno climático” y que “22 de 34 signos vitales planetarios están en niveles récord”. En honor a la verdad, Stiell no sugirió que hubiera motivos para la complacencia. “No estoy diciendo que estemos ganando la lucha contra el cambio climático”, reconoció. “Pero es innegable que seguimos en ella y que estamos contraatacando”.
En eso estamos de acuerdo.
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Su Yu (China), Iceberg Melting [Iceberg derritiéndose], 2022.
Ese mismo mes, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) publicó el alarmante Informe sobre la brecha de adaptación 2025: Con el tanque vacío. En él no solo se describe la insuficiencia del financiamiento climático proveniente del Norte Global, sino un abandono sistemático del Sur Global. Describe un mundo “que se prepara para la resiliencia climática, sin el dinero necesario para lograrlo”. El tema del financiamiento es central. Las primeras promesas para financiar la transición climática surgieron en la COP3 (Kioto, 1997) a través del Mecanismo de Desarrollo Limpio. Luego en la COP7 (Marrakech, 2001) mediante el Fondo para los Países Menos Adelantados y el Fondo Especial para el Cambio Climático. Pero el punto de inflexión llegó en la COP15 (Copenhague, 2009), cuando los países ricos del Norte se comprometieron a movilizar US$ 100.000 millones anuales en financiamiento climático para los países en desarrollo para 2020. Sin embargo, incluso las promesas de Copenhague eran huecas: no existía ninguna obligación inscrita en un tratado para que las naciones más ricas cumplieran esa meta de US$ 100.000 millones. No existían mecanismos de cumplimiento que las obligaran a honrar los compromisos y la mayor parte del dinero prometido se ofreció como préstamos, no como subvenciones.
El compromiso de US$ 100.000 millones anuales realizado en Copenhague se reafirmó en la COP21 (París, 2015) y se extendió hasta 2025. En la COP26 (Glasgow, 2021) las naciones más ricas admitieron que no habían cumplido sus compromisos y renovaron la promesa de alcanzar la meta establecida. El informe del PNUMA ofrece un diagnóstico severo de las promesas incumplidas y de las declaraciones falsas. Tres puntos son esenciales para comprender la magnitud del problema:
Los países en desarrollo necesitarán entre US$ 310.000 millones y US$ 365.000 millones por año para 2035 solo para la adaptación climática (sin considerar mitigación ni pérdidas y daños). Si se asume una inflación del 3% anual, las necesidades reales de adaptación alcanzarán entre US$ 440.000 millones y US$ 520.000 millones anuales para 2035.
En 2023, los flujos de financiamiento para adaptación desde los países desarrollados hacia los países en desarrollo fueron de apenas US$ 26.000 millones, menos que en 2022 y el 58% de esos fondos se otorgó mediante instrumentos de deuda, no como subvenciones: una forma de ajuste estructural verde. Los países menos responsables de la catástrofe climática son precisamente los obligados a endeudarse para enfrentar el impacto de los desastres que se avecinan.
Según un cálculo sencillo, las necesidades son entre 12 y 14 veces superiores a los flujos actuales, lo que produce una brecha de financiamiento para la adaptación de entre US$ 284.000 millones y US$ 339.000 millones por año.
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Nor Tijan Firdaus (Malasia), Just Scan It [Solo escanéalo], 2021.
Una de las grandes tragedias del debate en torno a la catástrofe climática es que 172 países, en su mayoría naciones más pobres, ya han elaborado planes, políticas y estrategias nacionales de adaptación. Pero, como señala el informe del PNUMA, una quinta parte de estos planes están obsoletos debido a marcos institucionales débiles, limitada capacidad técnica, falta de acceso a datos climáticos y financiamiento impredecible y tardío. Para las naciones más pobres, el obstáculo no es la apatía política, sino la escasez de recursos. Incluso cuando intentan prepararse para lo peor, no logran garantizar los fondos necesarios para hacerlo adecuadamente. Esta falta crónica de financiamiento reduce todo el proceso a un ritual vacío: la elaboración de documentos para cumplir con requisitos formales.
A medida que la deuda climática se vuelve un tema central, surgen afirmaciones de que el financiamiento verde atraerá capital privado. Pero esto también es un mito. El informe del PNUMA demuestra que la inversión del sector privado en adaptación es inferior a US$ 5.000 millones, y que incluso en el mejor de los casos el capital privado no aportará más de US$ 50.000 millones anuales para la adaptación (muy por debajo de lo necesario). En la práctica, el financiamiento privado solo participa en proyectos de adaptación cuando los fondos públicos son utilizados para garantizar o subsidiar sus retornos, los llamados mecanismos de “financiamiento innovador” o “financiamiento combinado” diseñados para “reducir el riesgo” del capital privado. Así, en última instancia, el costo recae sobre las arcas de los países más pobres, cuyos gobiernos en la práctica respaldan el dinero que piden prestado para financiar proyectos de adaptación que la inversión privada considera demasiado riesgosa sin esas garantías. Como afirmamos en el dossier n° 93 (octubre de 2025), La crisis ambiental como parte de la crisis del capital, este modelo de financiamiento verde consolida, en lugar de resolver, la deuda climática con el Sur Global.
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Tapas Das (India), Suffocated Life [Vida asfixiada], 2021.
Este año, integrantes de nuestro instituto viajaron a Belém para la COP30. Participaron en la Cumbre de los Pueblos hacia la COP30 —realizada del 12 al 16 de noviembre de 2025 como contraparte de la conferencia oficial— donde compartieron las conclusiones del dossier n.º 93. Después de la cumbre —que reunió a más de 25.000 participantes y más de 1.200 organizaciones— la oficina de Nuestra América pidió a Bárbara Loureiro, del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) de Brasil, que escribiera un boletín sobre la COP30. En él escribió que el “general invisible” del encuentro era el agronegocio brasileño, que buscaba un greenwashing [lavado verde] de sus prácticas, ampliar su acceso a fondos públicos y desplazar el debate desde la mitigación hacia un cambio de imagen.
Observar los debates dentro del recinto oficial de la COP plantea, sin embargo, una pregunta simple: ¿vale la pena ser parte del proceso o deberíamos dejar que el régimen de la COP muera? Hay tres razones clave por las que es importante seguir participando en el proceso de la COP:
La COP proporciona un escenario global donde el Sur Global puede exigir reparaciones, financiamiento por pérdidas y daños, y apoyo para la adaptación. Es en la COP donde puede sostenerse el argumento en contra del financiamiento climático basado en deuda y en contra de las metas voluntarias. La COP no es un sitio de salvación, pero puede ser un sitio de lucha.
La COP permite al Sur Global mantener el principio de “responsabilidades comunes pero diferenciadas”, establecido en la Declaración de Río durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo (1992).
La COP obliga a los Estados ricos a negociar públicamente en lugar de retirarse a reuniones a puertas cerradas, donde la gobernanza climática quedaría completamente en manos del capital privado y de la informalidad de lxs poderosxs. La disputa sobre el significado del financiamiento climático (ya sea como deuda o como reparaciones) puede seguir ocurriendo a la vista de todxs.
Después de la COP30 le pregunté a Asad Rehman, de Amigos de la Tierra (Internacional), por qué considera valioso luchar en las calles fuera de los recintos de la COP. Para Asad, la primera batalla consiste en convencer al movimiento climático de que la lucha no se trata solo del uso de combustibles fósiles, sino de una crisis en nuestras economías y sociedades, que deben transformarse. Al mismo tiempo, me dijo: “En realidad, hay algo de esperanza”. Esto se debe a que el movimiento climático plantea que el problema no es la falta de financiamiento, sino la falta de voluntad política. El financiamiento existe (como sostiene la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo en un nuevo informe, Todos los caminos conducen a la reforma: hacia un sistema financiero capaz de movilizar 1,3 billones de dólares para la financiación climática). Mientras se realizaba la COP30, tuvo lugar una reunión en Nairobi, Kenia, del Convenio Marco de las Naciones Unidas sobre Cooperación Fiscal Internacional, donde los países más ricos bloquearon el avance hacia un impuesto corporativo justo que obligue a quienes contaminan a pagar por los daños medioambientales que causan. Si se implementara, este impuesto podría recaudar US$ 500.000 millones por año, un buen inicio para las reparaciones climáticas. Sin embargo, mientras el Norte Global insiste en que “no hay dinero” para el financiamiento climático, los países de la OTAN acuerdan aumentar el gasto militar al 5% del PIB, pese a la evidencia clara de que el militarismo es un importante generador de emisiones de gases de efecto invernadero. “Ver al movimiento climático argumentar a favor de la cancelación de la deuda, de impuestos a la riqueza y de la reforma de las reglas comerciales es un paso positivo”, señaló Asad. “Ahora, el movimiento climático empieza a entender que esta es una cuestión económica. Se trata de un cambio de paradigma”.
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Joan Miró (España), La granja, 1921–1922.
En su contribución para la oficina de Nuestra América, Loureiro, del MST, describió la COP30 como un espejo con dos caras: “de un lado, la celebración de las llamadas ‘soluciones de mercado’ y de la descarbonización financiera; del otro, […] la fuerza creciente del campo popular que hizo de Belém un territorio de denuncia, solidaridad internacionalista y construcción de alternativas reales”. En su conclusión nos exhorta a entender la catástrofe climática como un escenario de lucha de clases, uno que solo puede superarse más allá del capitalismo:
[…] no hay salida real para la crisis climática sin ruptura con el modelo capitalista y no hay ruptura posible sin organización popular, sin lucha colectiva y sin enfrentamiento a las estructuras que lucran con la devastación.
Cordialmente,
Vijay
