Fuente: https://elsudamericano.wordpress.com/2023/11/30/la-separacion-de-lo-economico-y-lo-politico-en-el-capitalismo-por-ellen-meiksins-wood/ 30.11.23
LA SEPARACIÓN DE LO “ECONÓMICO” Y LO “POLÍTICO” EN EL CAPITALISMO 1
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“Factores” económicos y políticos.
Hacia una alternativa teórica: el replanteamiento de “estructura” y “superestructura”
Lo “económico” y lo “político” en el capitalismo.
El proceso histórico de la diferenciación: el poder de las clases y el poder del Estado.
Feudalismo y propiedad privada.
El capitalismo como la privatización del poder político.
La localización de la lucha de clases.
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La intención original del materialismo histórico era ofrecer una base teórica para interpretar el mundo con el propósito de cambiarlo. Ésta no era una consigna vacía. Tenía un sentido preciso. Significaba que el marxismo buscaba una clase específica de conocimientos, capaces de aclarar de manera muy particular los principios del movimiento histórico y, al menos implícitamente, los puntos en los que la acción política podía intervenir con mayor eficacia. Esto no quiere decir que el objeto de la teoría marxista fuera descubrir un programa “científico” o una técnica de acción política. En vez de eso, el propósito era ofrecer una forma de análisis especialmente apropiada para explorar el terreno en el que debe tener lugar la acción política.
El marxismo, desde Marx, con frecuencia ha perdido de vista su proyecto teórico y su carácter político por antonomasia. En particular, ha habido una tendencia a perpetuar la separación conceptual rígida de lo “económico” y lo “político”, que tanto ha beneficiado a la ideología capitalista desde que los economistas clásicos descubrieron la “economía” en abstracto y empezaron a despojar al capitalismo de su contenido social y político.
Estos mecanismos conceptuales sí reflejan, aunque sólo en un espejo distorsionador, una realidad histórica específica del capitalismo, una verdadera diferenciación de la “economía”; y sería posible reformularlos de modo que iluminasen más de lo que oscurecen, reexaminando las condiciones históricas que hicieron posibles y plausibles tales concepciones. El propósito de este segundo examen no seria explicar la “fragmentación” de la vida social en el capitalismo, sino comprender con exactitud qué hay en la naturaleza histórica del capitalismo que parece una diferenciación de “esferas”, en especial de la “económica” y la “política”.
Esta diferenciación, por supuesto, no es simplemente un problema teórico, sino práctico. Ha tenido una expresión práctica muy inmediata en la separación de las luchas económicas y políticas que han tipificado los movimientos de las clases obreras modernas. Para muchos socialistas revolucionarios esto no ha representado más que el producto de una conciencia engañada, “subdesarrollada” o “falsa”. Si a eso se redujera todo, sería más fácil superarlo, pero lo que ha provocado que el “economicismo” de las clases obreras sea tan tenaz es que corresponde, en efecto, a las realidades del capitalismo, a las formas en que la apropiación y la explotación realmente dividen los ámbitos de la acción económica y política, y de verdad transforman en asuntos claramente “económicos” determinados asuntos políticos esenciales, luchas por el dominio y la explotación inextricablemente ligadas, en el pasado, al poder político. Esta separación estructural podría ser, por cierto, el mecanismo de defensa más eficaz con que cuenta el capital.
Lo importante, entonces, es explicar cómo y en qué sentido el capitalismo ha abierto una brecha entre lo económico y lo político; cómo y en qué sentido temas esencialmente políticos, como la disposición del poder para controlar la producción y la apropiación, o la asignación de la fuerza social de trabajo y los recursos, han sido excluidos de la arena política y desplazados a una esfera diferente.
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“FACTORES” ECONÓMICOS Y POLÍTICOS
Marx presentó el mundo en su faceta política, no sólo en sus obras explícitamente políticas, sino incluso en sus escritos económicos más técnicos. Su crítica de la economía política perseguía, entre otras cosas, revelar el rostro político de la economía, oscurecido por los economistas políticos clásicos. El secreto fundamental de la producción capitalista expuesto por Marx ‒el secreto que la economía política ocultó sistemáticamente y que a la larga la hizo incapaz de explicar la acumulación capitalista‒ atañe a la relación social y a la disposición del poder que rige entre los trabajadores y el capitalista a quien le venden su fuerza de trabajo. Este secreto tiene un corolario: la disposición del poder entre el capitalista individual y el trabajador tiene como condición la configuración política de la sociedad en su conjunto, el equilibrio de las fuerzas de clase y los poderes del estado que permiten la expropiación del productor directo, la conservación de la propiedad privada absoluta para el capitalista y su control sobre la producción y la apropiación.
En el volumen I de El Capital Marx pasa de la mercancía, a través del plusvalor, al “secreto de la acumulación originaria”, y revela al final que el “punto de partida” de la “producción capitalista” no es más que el proceso histórico de escisión entre el productor y medios de producción”,2 un proceso de lucha de clases y de intervención coercitiva del estado en nombre de la clase expropiadora. La estructura misma del argumento indica que, para Marx, el secreto último de la producción capitalista es político. Lo que distingue tan radicalmente su análisis de la economía política clásica es que no provoca discontinuidades severas entre los ámbitos político y económico, y logra rastrear las continuidades porque trata a la economía misma no como una red de fuerzas incorpóreas, sino, al igual que la esfera política, como un conjunto de relaciones sociales.
No puede decirse lo mismo del marxismo después de Marx. En una u otra forma y en grados variables, los marxistas han adoptado en general modos de análisis que, explícita o implícitamente, tratan la “estructura” económica y las “superestructuras” jurídicas, políticas e ideológicas que “reflejan” o “corresponden” al marxismo como esferas cualitativamente diferentes, más o menos cerradas y “regionalmente” separadas. Esto es más obvio en el caso de las teorías ortodoxas de la estructura y las superestructuras. También se aplica a sus variantes que hablan de “factores”, “niveles” o “instancias” económicas, políticas e ideológicas, independientemente de cuán insistentes puedan ser con respecto a la interacción de factores o instancias, o a lo remoto de la “última instancia” en la que la esfera económica determina finalmente al resto. Si acaso, estas formulaciones no hacen más que reforzar la separación, espacial de las esferas.
Otras escuelas de marxismo han mantenido de diferentes maneras que las esferas son abstractas y cerradas; por ejemplo, al abstraer la economía o el circuito del capital para construir una alternativa técnicamente sofisticada a las economías burguesas, haciéndoles frente en su propio terreno (y yendo mucho más lejos que el mismo Marx en este aspecto, sin fundamentar las abstracciones económicas en el análisis histórico y sociológico, como él lo hiciera). Las relaciones sociales en las que se inserta este mecanismo económico ‒que en realidad lo constituyen‒ se consideran más o menos externas. Cuando mucho, un poder político espacialmente separado puede intervenir en la economía, pero a la economía misma se la vacía de contenido social y se la despolitiza. En estos aspectos, la teoría marxista ha perpetuado las mismas prácticas ideológicas que Marx atacaba, las que confirmaron a la burguesía la naturalidad y la eternidad de las relaciones de producción capitalista.
La economía política burguesa, de acuerdo con Marx, universaliza las relaciones de producción capitalistas al analizar la producción en abstracto desde sus determinaciones sociales específicas. El enfoque de Marx difiere en su insistencia en que un sistema productivo está integrado por sus determinaciones sociales específicas ‒relaciones sociales, modos de propiedad y dominio, formas legales y políticas‒, en particular las formas de propiedad y dominio.
Los economistas políticos burgueses pueden demostrar “la eternidad y la armonía de las relaciones sociales existentes” divorciando el sistema de producción de sus atributos sociales específicos. Para Marx la producción “no es sólo una producción en particular […] es siempre un organismo social determinado, un sujeto social que actúa en un conjunto más o menos grande, más o menos pobre, de ramas de producción”.3 La economía política burguesa, en cambio, logra su propósito ideológico relacionándose con la sociedad en abstracto, tratando la producción como: “regida por leyes eternas de la naturaleza, independientes de la historia, ocasión esta que sirve para introducir subrepticiamente las relaciones burguesas como leyes naturales, inmutables de la sociedad in abstracto. Ésta es la finalidad más o menos consciente de todo el procedimiento”.4 Si bien los economistas burgueses pueden reconocer que ciertas formas legales y políticas facilitan la producción, no las tratan como elementos constitutivos orgánicos de un sistema productivo. Por ello, plantean cosas que están orgánicamente relacionadas “en una conexión accidental, en un nexo meramente reflexivo”.5
La distinción entre una conexión “orgánica” y una “meramente reflexiva” es muy importante. Sugiere que cualquier aplicación de la metáfora estructura/superestructura que subraye la separación y la inclusión de las esferas ‒por mucho que insista en la conexión de una con la otra, incluso en el reflejo de una en la otra‒ reproduce las mistificaciones de la ideología burguesa porque no trata a la esfera productiva según la definen sus determinaciones sociales y en realidad se ocupa de la sociedad “en abstracto”. El principio básico de la primacía de la producción, el fundamento mismo del materialismo histórico, pierde su ventaja crítica y se asimila a la ideología burguesa.
Esto no quiere decir, por supuesto, que Marx no reconociera ningún valor en el enfoque de la economía política burguesa. Por el contrario, adoptó sus categorías como punto de partida porque no expresaban una verdad universal, sino una realidad histórica en la sociedad capitalista, por lo menos una “apariencia verdadera”. Lo que Marx adoptó no fue ni la reproducción ni el repudio de las categorías burguesas, sino su elaboración crítica y su trascendencia.
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HACIA UNA ALTERNATIVA TEÓRICA: EL REPLANTEAMIENTO DE “ESTRUCTURA” Y “SUPERESTRUCTURA”
Debería ser posible mantener un materialismo histórico que tome en serio la propia insistencia de Marx ‒a diferencia de las abstracciones ideológicas de la economía política burguesa‒ de que (por ejemplo) el “capital es una relación social de producción”, que las categorías económicas expresan ciertas relaciones sociales determinadas. Debería haber una alternativa teórica al “economicismo vulgar” que intenta preservar la integridad del “modo de producción”, mientras analiza las implicaciones del hecho de que la “estructura” productiva existe en forma de procesos y relaciones sociales específicos, así como en formas jurídicas y políticas particulares. No ha habido una explicación clara y sistemática de esa posición teórica (por lo menos no desde la del mismo Marx), aunque algo por el estilo está implícito en la obra de ciertos historiadores marxistas.
El punto de vista teórico que aquí se propone es quizá lo que se ha dado en llamar ‒peyorativamente‒ el «marxismo político». Esta variedad de marxismo, de acuerdo con uno de los críticos de Marx, es una:
“reacción a la ola de tendencias economicistas en la historiografía contemporánea. Mientras el papel de la lucha de clases está muy subestimado en general, el marxismo político inyecta fuertes dosis de él en la explicación histórica […] Equivale a una visión voluntarista de la historia en la que la lucha de clases está divorciada de todas las demás contingencias objetivas y, en primera instancia, de aquellas leyes del desarrollo específicas de un modo particular de producción. ¿Podemos imaginar que el desarrollo dei capitalismo en los siglos XIX y XX se explique refiriéndonos sólo a factores sociales, y sin traer a colación la ley de la acumulación capitalista y su móvil principal, es decir el mecanismo del plusvalor? De hecho, el resultado […] es despojar al concepto básico del materialismo histórico, es decir el modo de producción, de toda sustancia real […] El error de ese “marxismo político” no sólo reside en que soslaya el concepto más operativo del materialismo histórico (el modo de producción); también consiste en que se aparta del campo de las realidades económicas…”6
El propósito de mi exposición es superar la falsa dicotomía en la que se basa esta caracterización del “marxismo político”, una dicotomía que permite a algunos marxistas acusar a otros de apartarse del “campo de las realidades económicas” cuando les preocupan los factores políticos y sociales que constituyen las relaciones de producción y explotación. La premisa en este punto es que no existe el modo de producción en contraposición a los “factores sociales”, y que la innovación radical de Marx a la economía política burguesa fue precisamente definir el modo de producción y las propias leyes económicas en función de “factores sociales”.
¿Qué significa hablar de un modo de producción o de una economía como si difirieran, o incluso se contrapusieran, a los “factores sociales”? ¿Qué son, por ejemplo, “contingencias objetivas” como la ley de la acumulación capitalista y su “móvil principal”, el “mecanismo” del plusvalor? El mecanismo del plusvalor es una relación social particular entre el apropiador y el productor. Opera a través de una organización determinada de la producción, la distribución y el intercambio; y se basa en una relación de clase determinada sostenida por una determinada configuración del poder. ¿Qué es el sometimiento de la fuerza de trabajo al capital, qué es la esencia de la producción capitalista, sino una relación social y el producto de la lucha de clases? ¿Qué ‒después de todo‒ quiso decir Marx cuando insistió en que el capital es una relación de producción social; que la categoría “capital” no tiene significado separada de sus determinaciones sociales; que el dinero o los bienes de capital no son capital en sí mismos, sino que se convierten en tales en el contexto de una relación social particular entre apropiador y productor; que la llamada acumulación originaria de capital, que es la condición previa a la producción capitalista, no es más que el proceso ‒es decir, la lucha de clases‒ por conducto del cual el productor directo es expropiado?, etc., etc. En tal caso, ¿por qué el patriarca de las ciencias sociales burguesas, Max Weber, insiste en una definición “puramente económica” del capitalismo sin hacer referencia a factores sociales externos (como, por ejemplo, la explotación de la fuerza de trabajo), con lo que extrae el significado social del capitalismo en una oposición deliberada a Marx?7 Plantear estas preguntas e insistir en la constitución social de la economía no equivale a decir que no hay economía, que no hay “leyes” económicas, ni modo de producción, ni “leyes de desarrollo” en un modo de producción, ni ley de la acumulación capitalista; tampoco equivale a negar que el modo de producción es el “concepto más operativo del materialismo histórico”. El “marxismo político”, como lo entendemos, no está menos convencido de la primacía de la producción de lo que lo están las “tendencias economicistas” del marxismo. No define la producción de forma tal de privarla de existencia ni extiende sus fronteras para abrazar de manera indiscriminada todas las actividades sociales. Simplemente toma muy en serio el principio de que un modo de producción es un fenómeno social.
Igualmente importante ‒punto central de nuestra discusión‒ es que las relaciones de producción, desde este punto de vista teórico, son presentadas en su aspecto político, ese aspecto en el que son cuestionadas, como relaciones de dominio, como derechos de propiedad, como el poder de organizar y regir la producción y la apropiación. En otras palabras, el objeto de esta posición teórica es práctico, para iluminar el terreno de lucha viendo los modos de producción no como estructuras abstractas, sino como algo a lo que realmente se enfrentan las personas que deben actuar en relación con ellos.
El “marxismo político” reconoce la especificidad de la producción material y de las relaciones de producción, pero insiste en que “estructura” y “superestructura”, o los “niveles” de una formación social, no pueden verse como esferas compartimentadas o separadas “regionalmente”. Sin embargo, por mucho que subrayemos la interacción entre los “factores”, estas prácticas teóricas son engañosas porque ocultan no sólo los procesos históricos que constituyen los modos de producción, sino también la definición estructural de los sistemas productivos como fenómenos sociales vivientes.
El “marxismo político”, entonces, no presenta la relación entre la estructura y la superestructura como una oposición, una separación “regional”, entre una estructura económica “objetiva” básica, por un lado, y formas sociales, jurídicas y políticas, por el otro, sino más bien como una estructura continua de relaciones y formas sociales con diferentes grados de distancia con respecto al proceso inmediato de producción y apropiación, empezando con esas relaciones y formas que constituyen el sistema de producción mismo. Las conexiones entre la “estructura” y la “superestructura” pueden rastrearse sin mayores saltos conceptuales porque no representan dos órdenes esencialmente diferentes y discontinuos de la realidad.
El debate empieza con uno de los primeros principios del materialismo de Marx que:
“mientras los seres humanos trabajan dentro de límites materiales definidos que no han trazado ellos mismos, incluidos factores puramente físicos y ecológicos, el mundo material tal como existe para ellos no es sólo algo dado naturalmente; es un modo de actividad productiva, un sistema de relaciones sociales, un producto histórico. Aun la naturaleza, “esta naturaleza anterior a la historia de humana […] no existe ya en parte alguna…”;8
“el mundo sensible […] no es algo dado directamente desde toda una eternidad y constantemente igual a sí mismo, sino el producto de la industria y del estado social, en el sentido de que es un producto histórico, el resultado de la actividad de toda una serie de generaciones, cada una de las cuales se encarama en los hombros de la anterior, sigue desarrollando su industria y su intercambio y modifica su organización social con arreglo a las nuevas necesidades”.9
Una comprensión materialista del mundo, entonces, es una comprensión de la actividad social y de las relaciones sociales por medio de las cuales los seres humanos interactúan con la naturaleza en la producción de las condiciones de vida; y es una comprensión histórica que reconoce que los productos de la actividad social, las formas de la interacción social producidas por los seres humanos se convierten en fuerzas materiales, no menos que lo que está dado por la naturaleza.
Esta descripción del materialismo, con su insistencia en el papel que representan las formas sociales y los legados históricos como fuerzas materiales, inevitablemente plantea la irritante pregunta de la “estructura” y la “superestructura”. Si las formas de interacción social ‒y no sólo las fuerzas naturales o tecnológicas‒ han de ser tratadas como parte integral de la estructura material, ¿dónde se traza la línea entre las formas sociales que pertenecen a la estructura y aquellas que pueden relegarse a la superestructura? O, de hecho, ¿la dicotomía base/superestructura oscurece tanto como revela la “estructura” productiva en sí misma?
Algunas instituciones legales y políticas son externas a las relaciones de producción aun cuando ayudan a sostenerlas y reproducirlas; y quizás el término “superestructura” debería reservarse para ellas. Pero las relaciones de producción mismas toman la forma de relaciones jurídicas y políticas particulares ‒modos de dominio y coerción, formas de propiedad y organización social‒ que no son meros reflejos secundarios, ni siquiera apoyos externos, sino componentes de estas relaciones de producción. La “esfera” de la producción es dominante, no en el sentido de que se ubica aparte de estas formas jurídico‒políticas o que las precede, sino más bien en el sentido de que éstas son precisamente formas de producción, los atributos de un sistema productivo determinado.
Un modo de producción no es simplemente una tecnología, sino una organización social de actividad productiva; y un modo de explotación es una relación de poder. Asimismo, la relación de poder que condiciona la naturaleza y el alcance de la explotación es cuestión de organización política dentro de las clases contendientes y entre ellas. En último análisis, la relación entre apropiadores y productores descansa en la fuerza relativa de las clases, y ésta es determinada en gran medida por la organización interna y las fuerzas políticas con las que cada uno entra en la lucha de clases.
Por ejemplo, según Robert Brenner, los diversos patrones de desarrollo en diferentes partes de Europa al final de la Edad Media pueden atribuirse en gran medida a las diferencias en la organización de clases que caracterizó a las luchas entre señores y campesinos en diversos lugares de acuerdo con sus experiencias históricas específicas. En algunos casos, la lucha provocó la descomposición del viejo orden y de las viejas formas de extracción del excedente; en otros llevó a que esas viejas formas se atrincheraran. Estos diferentes resultados del conflicto agrario de clases, señala Brenner:
“tendían a estar limitados por ciertos patrones de desarrollo históricamente específicos de las clases agrarias contendientes y de su fuerza relativa en las diferentes sociedades europeas: sus niveles relativos de solidaridad interna, su conciencia de la propia identidad y organización, así como sus recursos políticos en general, en especial sus relaciones con las clases no agrícolas (particularmente los aliados potenciales de las clases urbanas) y con el estado (en particular si el estado desarrolló o no una competencia “tipo clase” con los nobles por el excedente de los campesinos).”10
Brenner ilustra cómo la forma particular y la fuerza de la organización política en las clases contendientes forjó relaciones de producción; por ejemplo, cómo las instituciones aldeanas actuaron como una forma de organización campesina de clases y cómo el desarrollo de “instituciones políticas independientes en la zona rural”11 ‒o la carencia de esas instituciones‒ afectó las relaciones de explotación entre el señor y el campesino. En casos como éste la organización política representa una parte significativa en la construcción de relaciones de producción.
Entonces, existen por lo menos dos sentidos en los que la “esfera” jurídico‒política está implicada en la “estructura” productiva. Primero, siempre existe un sistema de producción en forma de determinaciones sociales específicas, modos particulares de organización y dominio y formas de propiedad en las que se encuentran plasmadas las relaciones de producción ‒lo que podría denominarse los atributos jurídico‒políticos “estructurales”, a diferencia de los “superestructurales” del sistema productivo. Segundo, desde un punto de vista histórico, incluso instituciones políticas como la aldea y el estado participan directamente en la constitución de las relaciones de producción y en cierto sentido son anteriores a ellas (incluso cuando estas instituciones no son el instrumento directo de la apropiación de excedentes), ya que las relaciones de producción están constituidas históricamente por la configuración del poder que determina el resultado del conflicto de clases.
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LO “ECONÓMICO” Y LO “POLÍTICO” EN EL CAPITALISMO
¿Qué quiere decir, entonces, que el capitalismo esté marcado por una diferenciación única de la esfera “económica”? Quiere decir varias cosas: que la producción y la distribución adoptan una forma completamente “económica”, que ha dejado de estar “inmersa” (como lo expresa Karl Polanyi) en las relaciones sociales extra-económicas,12 en un sistema en el que la producción por lo general está destinada al intercambio; que la asignación de fuerza de trabajo social y la distribución de recursos se logran a través del mecanismo “económico” del intercambio de mercancías; que las fuerzas “económicas” de los mercados de mercancías y de fuerza de trabajo adquieren vida propia; que, para citar a Marx, la propiedad recibe su forma puramente económica descartando todos sus atractivos y asociaciones políticos y sociales.13
Sobre todo, significa que la apropiación de la fuerza de trabajo excedente tiene lugar en la esfera “económica” con medios “económicos”. En otras palabras, la apropiación del excedente se logra en formas determinadas por la separación completa del productor de las condiciones de la fuerza de trabajo y por la propiedad privada absoluta sobre los medios de producción en manos del apropiador. La presión directa “extraeconómica” o la coerción abierta son, en principio, innecesarias para obligar al trabajador expropiado a ceder trabajo excedente. Aunque la fuerza coercitiva de la esfera “política” es necesaria en última instancia para mantener la propiedad privada y el poder de la apropiación, la necesidad económica proporciona la compulsión inmediata que fuerza al trabajador a transferir el trabajo excedente al capitalista para obtener acceso a los medios de producción.
El trabajador es “libre”; no está en una relación de dependencia o servidumbre; la transferencia de trabajo excedente y su apropiación por parte de otro no están condicionadas por una relación extraeconómica. La pérdida del trabajo excedente es una condición inmediata de la producción en sí misma. El capitalismo, en estos aspectos, difiere de las formas pre capitalistas porque estas últimas se caracterizan por modos extraeconómicos de extracción de excedente: coerción política, legal o militar, lazos tradicionales o deberes, etc., que exigen la transferencia del trabajo excedente a un señor o al estado por medio de servicios de trabajo, renta, impuestos, etcétera.
La diferenciación de la esfera económica en el capitalismo puede resumirse de la siguiente manera: las funciones sociales de producción y distribución, la extracción de excedentes y la apropiación, y la asignación de la fuerza de trabajo social están, por así decirlo, privatizadas, y se logran por medios no autoritarios y no políticos. En otras palabras, la asignación social de recursos y fuerza de trabajo no tiene lugar, en su conjunto, por medio de dirección política, deliberación comunal, deber hereditario, costumbres u obligaciones religiosas, sino más bien a través de los mecanismos de intercambio de mercancías. Los poderes de la apropiación de excedentes y la explotación no descansan directamente en las relaciones de dependencia jurídica o política, sino que se basan en una relación contractual entre los productores “libres” ‒jurídicamente libres, y libres de los medios de producción‒ y un apropiador que tenga propiedad privada absoluta sobre los medios de producción.
Desde luego, hablar de la diferenciación de la esfera económica en estos sentidos no es sugerir que la dimensión política es de alguna forma ajena a las relaciones capitalistas de producción. La esfera política en el capitalismo tiene un carácter especial porque eí poder coercitivo que respalda la explotación capitalista no está manejado directamente por el apropiador y no se basa en la subordinación política o jurídica del productor a un amo. Pero siguen siendo esenciales un poder coercitivo y una estructura de dominio, aunque la libertad y la igualdad del intercambio entre capital y fuerza de trabajo significa que el “momento” de coerción está separado del “momento” de apropiación. La propiedad privada absoluta, la relación contractual que une al productor con el apropiador, el proceso de intercambio de mercancías, requieren las formas legales, el aparato coercitivo, las funciones de vigilancia del estado. Históricamente, el estado también ha sido esencial para el proceso de expropiación, que es la base del capitalismo. En todos esos sentidos, pese a su diferenciación, la esfera económica descansa firmemente en la esfera política.
Además, la esfera económica misma tiene una dimensión jurídica y política. En un sentido, la diferenciación de la esfera económica significa simplemente que la economía tiene sus propias formas jurídicas y políticas, cuyo propósito es meramente “económico”. La propiedad absoluta, las relaciones contractuales y los aparatos legales que los sostienen son las condiciones jurídicas de las relaciones de producción capitalista, y constituyen la base de una nueva relación de autoridad, dominio y sometimiento entre apropiador y productor.
El correlato de estas formas privadas, económicas, jurídico-políticas, es una esfera política pública separada y especializada. La “autonomía” del estado capitalista está vinculada inextricablemente a la libertad y la igualdad jurídica del intercambio libre y puramente económico ente productores expropiados y apropiadores privados que tienen propiedad absoluta sobre los medios de producción y, por lo tanto, una nueva forma de autoridad sobre los productores. Ésta es la importancia de la división de la fuerza de trabajo en la que los dos momentos de la explotación capitalista ‒apropiación y coerción‒ se asignan en forma separada a una clase de apropiación privada y una institución coercitiva pública especializada, el estado: por un lado, el estado “relativamente autónomo” tiene un monopolio de fuerza coercitiva: por el otro, la fuerza sostiene un poder “económico” privado que dota a la propiedad capitalista con la autoridad para organizar la producción por sí misma… una autoridad probablemente sin precedentes en su grado de control sobre la actividad productiva y los seres humanos que se dedican a ella.
Los poderes políticos directos que los propietarios capitalistas han perdido en favor del estado los han ganado en el control directo de la producción. Mientras el poder “económico” de apropiación que posee el capitalista es independiente de los instrumentos políticos coercitivos que en última instancia lo hacen poner en práctica, el poder de apropiación está integrado más estrecha y directamente que nunca con la autoridad para organizar la producción. La pérdida del trabajo excedente no es tan sólo una condición inmediata de la producción, sino que la propiedad capitalista vincula, a un grado probablemente no disfrutado por ninguna clase apropiadora anterior, el poder de la extracción excedente y la capacidad de organizar e intensificaría producción directamente para los fines del apropiador. Por explotadores que hayan sido los modos de producción anteriores, por eficaces que hayan sido los medios de extracción excedentes al alcance de las clases explotadoras, en ningún otro sistema la producción social ha respondido tan pronto y de manera universal a las demandas del explotador.
Asimismo, los poderes del apropiador no implican la obligación de llevar a cabo funciones sociales y públicas. En el capitalismo existe una separación total entre la apropiación privada y las obligaciones públicas; y esto significa el desarrollo de una nueva esfera de poder dedicada por completo a propósitos privados, más que sociales. A este respecto, el capitalismo difiere de las formas precapitalistas en las que la fusión de los poderes económicos y políticos significaba no sólo que la extracción excedente era una transacción “extraeconómica” separada del proceso de producción mismo, sino también que el poder de apropiarse del trabajo excedente ‒ya fuese del estado o de un señor‒ estaba vinculado al desempeño de funciones militares, jurídicas y administrativas.
En un sentido, entonces, la diferenciación de lo económico y lo político en el capitalismo es, para ser más precisos, una diferenciación de las funciones políticas mismas y su asignación separada a la esfera privada económica y a la esfera pública del estado. Esta asignación separa las funciones políticas que tienen que ver más inmediatamente con la extracción y la apropiación de excedentes de aquellas con un propósito comunitario más general. Esta formulación, que sugiere que la diferenciación de lo económico es en realidad una diferenciación dentro de la esfera política, es en ciertos aspectos más adecuada para explicar el proceso único del desarrollo occidental y la naturaleza especial del capitalismo. Por lo tanto, quizá sea útil esbozar este proceso histórico de diferenciación antes de ver más de cerca el capitalismo.
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EL PROCESO HISTÓRICO DE LA DIFERENCIACIÓN: EL PODER DE LAS CLASES Y EL PODER DEL ESTADO
Si la evolución del capitalismo se ve como un proceso en el que la esfera “económica” se diferencia de la “política”, una explicación de esa evolución implica una teoría del estado y su desarrollo. Para los fines de este análisis definiremos el estado, en términos muy amplios, como “el complejo de instituciones por medio de las cuales el poder de la sociedad se organiza sobre una base superior al parentesco”;14 una organización del poder que significa una pretensión “de suprema importancia en la aplicación de la fuerza bruta a los problemas sociales” y consiste en “instrumentos especializados formales de coerción”.15 Estos instrumentos de coerción pueden estar previstos o no desde el principio como un medio para que un sector de la población oprima y explote al resto. En cualquier caso, el estado requiere el desempeño de ciertas funciones sociales comunes que otras instituciones menos amplias ‒unidades domésticas, clanes, grupos de parentesco, etc.‒ no pueden llevar a cabo.
Sea o no el objeto esencial del estado mantener la explotación, su desempeño de las funciones sociales implica una división social del trabajo y la apropiación, por parte de algunos grupos sociales, del excedente que otros producen. Por lo tanto, parece razonable suponer que, independientemente de cómo aparecieron estas “instituciones complejas”, el estado emergió como un medio de apropiación del producto excedente ‒quizás incluso como un medio para intensificar la producción a fin de incrementar el excedente‒ y como un modo para distribuir ese excedente en una u otra forma. De hecho, puede ser que el estado ‒por lo menos alguna forma de poder comunitario o público‒ fuese el primer medio sistemático de apropiación del excedente y quizás incluso el primer organizador sistemático de una producción excedentaria.16
Aunque esta concepción del estado implica que la evolución de una autoridad pública especializada y coercitiva entraña necesariamente una división entre productores y apropiadores, no significa que la apropiación privada sea una condición necesaria para que aparezca dicha autoridad. Las dos pueden desarrollarse al mismo tiempo, y puede intervenir un largo proceso histórico antes de que la apropiación privada se disocie claramente del poder público. Por lo tanto, las propuestas sobre la relación entre clase y estado deben formularse con mucha cautela. Podría ser engañoso sugerir, como parecen hacerlo con frecuencia los argumentos marxistas, que existe una secuencia de desarrollo universal en la que la clase precede al estado.
Lo que quizá sí puede decirse es que, no importa cuál fue primero, la existencia de un estado siempre ha implicado la existencia de clases, aunque este planteamiento requiere una definición de clase que pueda abarcar todas las divisiones entre productores directos y apropiadores de su fuerza de trabajo excedente, incluso casos en los que el poder económico casi no se distingue del poder político, donde la propiedad privada no se desarrolla, y donde la clase y el estado son realmente uno.17 El punto esencial es reconocer que algunas de las principales divergencias entre los diversos patrones históricos tienen que ver con la naturaleza y la secuencia de las relaciones entre el poder público y la apropiación privada.
Este punto es especialmente importante para identificar las características particulares del camino histórico que conduce al capitalismo, con su grado de diferenciación sin precedentes entre lo económico y lo político. El largo proceso histórico que en última instancia culminó con el capitalismo podría ser visto como una diferenciación creciente ‒y desarrollada en forma única‒ del poder de la clase como algo distinto al poder del estado, un poder de extracción de excedentes que no se basa directamente en el aparato coercitivo del estado. Sería también un proceso en el que la apropiación privada se disocia cada vez más del desempeño de las funciones comunitarias. Si hemos de comprender el desarrollo único del capitalismo, entonces, debemos entender cómo la propiedad y las relaciones de clase, así como las funciones de la apropiación y la distribución del excedente, se liberan, por decirlo así, de las instituciones coercitivas que constituyen el estado ‒aunque estas instituciones están a su servicio‒, y se desarrollan de manera autónoma.
El fundamento de este argumento ha de encontrarse en el análisis que hace Marx de las formaciones precapitalistas y de la naturaleza particular del capitalismo en los Grundrisse y El Capital, especialmente en el volumen ni. En los Grundrisse Marx analiza la naturaleza del capitalismo en contraste con las formas precapitalistas, y como derivado de ellas, en términos de la separación gradual del productor directo y las condiciones naturales de la fuerza de trabajo. Es característico de las formas precapitalistas el que los productores permanezcan relacionados directamente de una u otra forma con las condiciones del trabajo, por lo menos en posesión de los medios de producción, si no como dueños de los mismos. El caso principal en que el productor directo es expropiado por completo ‒el caso de la esclavitud‒ lo determina la relación típicamente directa del productor con las condiciones naturales de la fuerza de trabajo, ya que el esclavo es tomado como un accesorio de la tierra capturada, despojado de sus bienes por medios militares y transformado en una mera condición de producción.
Ahí donde ha surgido una división entre los productores y los apropiadores, la apropiación del excedente adquiere formas “extraeconómicas”, ya se trate de la coerción directa del amo hacia cl esclavo o, si el trabajador sigue en posesión de las condiciones de trabajo, una relación de señorío y servidumbre en otras formas. En uno de los principales casos precapitalistas, al que Marx denomina “asiático”, el estado mismo es el apropiador directo dei trabajo excedente de productores que conservan la posesión de la tierra que trabajan. La característica especial del capitalismo es que la apropiación del excedente y la relación entre los productores directos y los apropiadores de su trabajo excedente no adopta la forma de un dominio político directo o una servidumbre legal; y la autoridad que confronta a la masa de productores directos aparece sólo como la personificación de las condiciones de la fuerza de trabajo en contraste con la fuerza de trabajo, y no como gobernantes políticos o teocráticos bajo los primeros modos de producción.18
En este análisis de las formas precapitalistas y sus modos “políticos” de extracción de excedentes, tanto en los Grundrisse como en El Capital, es donde aparece en escena la desafortunada concepción de Marx de las sociedades asiáticas. Éste no es el lugar para realizar un análisis completo de este polémico asunto. Por el momento, lo que importa es que en su análisis de las formas “asiáticas” Marx considera tipos sociales en los que el estado es el medio directo y dominante de la apropiación de excedentes. En este sentido, el tipo “asiático” representa el polo opuesto del caso capitalista, en el que lo económico y lo extraeconómico, el poder de clase y el poder del estado, las relaciones de propiedad y las relaciones políticas, se diferencian menos:
“Si no es el terrateniente privado sino, como sucede en Asia, el estado quien los enfrenta directamente como terrateniente y a la vez como soberano, entonces coinciden la renta y el impuesto o, mejor dicho, no existe entonces ningún impuesto que difiera de esta forma de la renta de la tierra. En estas circunstancias, la relación de dependencia, tanto en lo político como en lo económico, no necesita poseer ninguna forma más dura que la que le es común a cualquier condición de súbditos con respecto a ese estado. El estado en este caso es el supremo terrateniente. La soberanía es aquí la propiedad del suelo concentrada en escala nacional.
Pero en cambio no existe la propiedad privada de la tierra, aunque si la posesión y usufructo, tanto privados como comunitarios, del suelo.”19
Aunque nunca haya existido un representante perfecto de este tipo social ‒por ejemplo, si nunca ha habido un estado apropiador y redistributivo bien desarrollado en la ausencia completa de la propiedad privada‒, el concepto tiene que ser tomado en serio. El estado ha existido, sin duda, como el apropiador más importante y directo de la fuerza de trabajo excedente; y existen evidencias considerables de que este modo de apropiación del excedente ha sido un patrón dominante de desarrollo social, si no universal; por ejemplo en la Grecia de la edad de bronce, así como en las economías “redistríbutivas” dominadas en gran medida por la realeza del Cercano Oriente y Asia en la Antigüedad. Cualesquiera otras características que Marx haya atribuido a la forma “asiática”, ésta, que ha despertado la mayor controversia, necesita ser explorada por todo lo que puede revelar sobre el proceso de diferenciación que nos interesa.
La implicación del argumento de Marx es que la división entre apropiadores y productores ‒una división implícita en cualquier forma de estado‒ puede adoptar formas diferentes, formas a las que sólo puede aplicarse la noción de “clase”, con mucha cautela cuando no hay un poder “económico” claramente diferenciado. Es cierto que sólo en la sociedad capitalista el poder económico de las clases está completamente diferenciado de los poderes extraeconómicos; y esta obra no tiene la intención de argumentar que sólo hay clases en las formaciones sociales capitalistas. Pero parece importante reconocer, por lo menos, los extremos polares: el modo capitalista, en ei que ha ocurrido la diferenciación, y aquel en el cual ‒como en ciertos estados “redistributivos” burocráticos dominados desde el palacio burocrático del mundo antiguo‒ el estado mismo, como principal apropiador directo del producto excedente, es al mismo tiempo clase y estado.
Marx a veces parece sugerir que, en el último caso, la dinámica de la historia se ha inhibido si la propiedad y la clase no se liberan y se desarrollan en forma autónoma con respecto al estado “hipertrofiado”. Pero hablar aquí de un proceso histórico “inhibido” puede ser engañoso, si implica que el curso del desarrollo que conduce al capitalismo ‒que Marx rastrea desde la antigua civilización grecorromana, pasando por el feudalismo occidental, hasta llegar al capitalismo‒ ha sido la regla, más que la excepción, en la historia del mundo, y que todas las demás experiencias históricas han sido aberraciones. Dado que el objetivo primordial de Marx es explicar el desarrollo único dei capitalismo en Occidente, y no su “imposibilidad” de evolucionar “espontáneamente” en otras partes, su proyecto mismo implica que ‒pese a ciertos supuestos aparentemente etnocéntricos‒ para él es el logro, no la “imposibilidad”, lo que cuenta.
En todo caso, la dinámica particular de la forma “asiática”, como implica el argumento de Marx, puede ser más común que el movimiento puesto en marcha por la antigua forma grecorromana. Si el estado primitivo era el que controlaba los recursos económicos y el principal apropiador y distribuidor del producto excedente, el avanzado estado “asiático” puede representar un desarrollo más o menos natural derivado de esa forma primitiva: el poder público redistributivo y apropiador en su etapa de desarrollo más avanzada. Visto bajo esa luz, no es tanto la “hipertrofia” del estado “asiático» lo que necesita explicación como el desarrollo aberrante y “autónomo” de la esfera económica que a la larga dio origen al capitalismo.20
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FEUDALISMO Y PROPIEDAD PRIVADA
La organización capitalista de la producción puede verse como el resultado de un largo proceso en el que ciertos poderes políticos se transformaron gradualmente en poderes económicos y fueron transferidos a una esfera independiente.21 La organización de la producción bajo la autoridad del capital presupone la organización de la producción y la integración de una fuerza de trabajo bajo la autoridad de formas de propiedad privada anteriores. El proceso mediante el cual se consolidó esta autoridad de propiedad privada, uniendo el poder de la apropiación con la autoridad para organizar la producción en manos de un apropiador privado en su propio beneficio, puede verse como la privatización del poder político. La supremacía de la propiedad privada absoluta parece haberse establecido en gran medida por medio de una involución política, la asunción, por parte de apropiadores privados, de funciones originalmente conferidas a una autoridad pública o comunitaria.
De nuevo, la oposición del modo de producción “asiático” en un extremo y el modo capitalista en el otro ayuda a poner en perspectiva este proceso involutivo. Desde este punto de vista, el asunto crucial no es la presencia o la ausencia de la propiedad privada de la tierra como tal. China, por ejemplo, contaba con una propiedad privada de la tierra bien establecida desde una etapa muy primitiva, y, en todo caso, alguna forma de propiedad de la tierra era con frecuencia un requisito para ocupar algún cargo en el estado “asiático”. El punto importante es la relación entre la propiedad privada y el poder político, y sus consecuencias para la organización de la producción y la relación entre el apropiador y el productor. La característica única del desarrollo occidental en este aspecto es que está marcado por la transferencia más completa y temprana del poder político a la propiedad privada y, por lo tanto, también el más minucioso, generalizado y directo sometimiento de la producción a las demandas de una clase apropiadora.
Las peculiaridades del feudalismo occidental arrojaron luz sobre todo el proceso. El feudalismo se describe con frecuencia como una fragmentación o “compartimentación” del poder del estado, pero si bien esta descripción ciertamente identifica una característica esencial, no es todo lo específica que se requiere. Las formas dei poder del estado varían, y formas diferentes del poder del estado son susceptibles de fragmentarse de manera distinta. El feudalismo occidental se derivó de la fragmentación de una forma de poder político muy particular. No se trata simplemente de una cuestión de fragmentación o compartimentación, sino también de privatización. El poder del estado cuya fragmentación produjo el feudalismo occidental ya había sido privatizado de manera sustancial, localizado en la propiedad privada. La forma de administración imperial que precedió al feudalismo en Occidente, construida sobre los cimientos de un estado basado ya en la propiedad privada y en el dominio de clase, era única en el sentido de que el poder imperial no era ejercido tanto a través de una jerarquía de funcionarios burocráticos (como en el estado “asiático”), sino por medio de lo que se ha descrito como una confederación de aristocracias locales, un sistema municipal dominado por apropiadores privados locales cuya propiedad les confería autoridad política, así como el poder de apropiarse de los excedentes.
Este modo de administración estaba asociado con una relación peculiar entre los apropiadores y los productores, en especial en el imperio occidental, donde no quedaban vestigios de una organización del estado redistributivo y burocrático. La relación entre los apropiadores y los productores era, en principio, una relación entre personas, los poseedores de la propiedad privada y los individuos cuya fuerza de trabajo pertenecía a los apropiadores, estos últimos sujetos directamente a los primeros. Incluso la tributación impuesta por el estado central estaba mediada por el sistema municipal; y la aristocracia imperial se distinguía porque para acumular riqueza se apoyaba más en la propiedad privada que en el cargo. Si bien en la práctica el control de los terratenientes sobre la producción era indirecto y tenue, esto representa un contraste importante con respecto a las primeras formas burocráticas, en las que los productores estaban sujetos más directamente a un estado apropiador que actuaba por conducto de sus funcionarios.
Con la disolución del imperio romano (y los repetidos fracasos de los estados que lo sucedieron), el estado imperial realmente se dividió en fragmentos en los cuales los poderes políticos y económicos coincidían en manos de individuos cuyas funciones políticas, jurídicas y militares eran al mismo tiempo instrumentos de apropiación privada y de organización de la producción. La descentralización del estado imperial estuvo acompañada por la reducción de la esclavitud y por su remplazo con nuevas formas de fuerza de trabajo dependiente. Esclavos y campesinos antes independientes empezaron a tender hacia condiciones de dependencia, en las que la relación económica entre el apropiador privado individual y el productor individual era, ai mismo tiempo, una relación política entre un “fragmento” del estado y su súbdito. En otras palabras, cada “fragmento” básico del estado era al mismo tiempo una unidad productiva en la que la producción estaba organizada bajo la autoridad y para el beneficio de un apropiador privado. Aunque en comparación con el camino que tomó el capitalismo posteriormente eí poder del señor feudal de dirigir la producción distaba mucho de ser completo, se había dado un paso importante hacia la integración de la extracción de excedentes y la organización de la producción.22
Que la propiedad del señor feudal no fuera “absoluta” sino “condicional” no altera eí hecho de que el feudalismo representa un gran avance en la autoridad de la propiedad privada. En realidad, la naturaleza condicional de la propiedad feudal era en cierto sentido un símbolo de su fuerza, no una señal de debilidad, toda vez que la condición para que ei señor feudal poseyese la tierra era que debía convertirse en un fragmento del estado, investido con las mismas funciones que le daban eí poder de la extracción de excedentes. La coincidencia de Ja unidad política con la unidad de la propiedad significó también una coincidencia aún mayor entre la unidad de apropiación y la unidad de producción, de manera que la producción podía organizarse más directamente en beneficio del apropiador privado.
La fragmentación del estado, el hecho de que las relaciones feudales fueran al mismo tiempo un método de gobierno y un modo de explotación, significó también que muchos campesinos libres se convirtieran, junto con sus propiedades, en súbditos de amos privados, y perdieran la fuerza de trabajo excedente a cambio de protección personal, en una relación de dependencia tanto política como económica. A medida que aumentaba el número de productores independientes que se volvían dependientes, más producción quedaba al alcance de la explotación directa, personal, y de las relaciones de clase. La naturaleza particular de la relación explotadora en el feudalismo y la fragmentación del estado también afectaron la configuración del poder de las clases, al provocar que a la larga fuera más deseable ‒en algunos aspectos incluso necesario‒ y más posible que los apropiadores privados expropiaran a los productores directos.
La característica esencial del feudalismo, entonces, era la privatización del poder político, que significaba la integración creciente de la apropiación privada con la organización autoritaria de la producción. Con el tiempo el desarrollo del capitalismo a partir del sistema feudal perfeccionó la privatización y la integración, con la expropiación total del productor directo y el establecimiento de la propiedad privada absoluta. Al mismo tiempo, estos acontecimientos tenían como condición necesaria una nueva forma, más fuerte, de poder público centralizado. El estado despojó a la clase apropiadora de poderes y obligaciones políticos directos, no relacionados de forma inmediata con la producción y la apropiación, dejándolos con poderes de explotación privados libres de funciones públicas sociales.
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EL CAPITALISMO COMO LA PRIVATIZACIÓN DEL PODER POLÍTICO
Puede parecer perverso sugerir que el capitalismo representa la privatización última del poder político. Esta propuesta va directamente en contra de la descripción del capitalismo singularmente caracterizado por una diferenciación de lo económico y lo político. La intención de esta descripción es, así, entre otras cosas, contrastar el capitalismo con la “compartimentación” del poder del estado que une el poder político privado y el poder económico en manos del señor feudal. Después de todo, es el capitalismo el que está marcado no sólo por una esfera económica especializada y modos económicos de extracción de excedentes, sino también por un estado central con una naturaleza pública sin precedentes.
El capitalismo es único por su capacidad de mantener la propiedad privada y el poder de la extracción de excedentes sin que el apropiador ejerza eí poder político directo en el sentido convencional. El estado ‒que está separado de la economía aunque interviene en ella‒ puede pertenecer de manera ostensible (en particular por medio del sufragio universal) a todos, productor o apropiador, sin usurpar el poder explotador de este último. La expropiación del productor directo sólo hace que ciertos poderes políticos directos sean menos inmediatamente necesarios para la extracción de excedentes. Esto es exactamente lo que quiere decir que el capitalista tiene poderes económicos, más que poderes extraeconómicos, de explotación.
Superar la “privatización” del poder político puede incluso ser una condición esencial para la transformación del proceso de trabajo y de las fuerzas de producción, que es la característica distintiva del capitalismo. Por ejemplo, como dijera Robert Brenner:
“Ahí donde la aplicación directa de la fuerza es la condición para la extracción de excedente por parte de la clase gobernante, las mismas dificultades para incrementar el potencial productivo mejorando las fuerzas productivas pueden alentar la erogación del excedente con el fin de aumentar precisamente la capacidad de aplicar la fuerza. De esta manera la clase gobernante puede elevar su capacidad de explotar a los productores directos, o de adquirir más medios de producción (tierra, fuerza de trabajo, herramientas) a través de métodos militares. En lugar de acumularse, el excedente económico se desvía a la fuerza de trabajo improductiva en forma sistemática de la reproducción.”23
Por otro lado, hay otro sentido en ei que el poder “político” privado es una condición esencial para la producción y, de hecho, la forma que asume por la “autonomía” de la esfera económica. El capitalista está sujeto, desde luego, a los imperativo? de la acumulación y la competencia que lo obligan a expandir el plusvalor, y el trabajador está atado al capitalista no sólo por la autoridad personal de éste, sino por las leyes del mercado que rigen la venta de la fuerza de trabajo.
Pero lo que las leyes “abstractas” de la acumulación capitalista obligan al capitalista a hacer ‒y lo que las leyes impersonales dei mercado laboral le permiten‒ es precisamente ejercer un grado de control sin precedente sobre la producción. “La ley de la acumulación capitalista, fraudulentamente transmutada de esta suerte en ley natural, no expresa en realidad sino que la naturaleza de dicha acumulación excluye toda mengua en el grado de explotación”;24 y esto significa un control firme del proceso de trabajo, incluso un código legal interno, para asegurar la reducción del tiempo de trabajo necesario y la producción del plusvalor máximo en un periodo de trabajo fijo. La necesidad de una “autoridad rectora”, como explica Marx, se intensifica en la producción capitalista tanto por la naturaleza socializada y cooperativa de la producción ‒condición para su alta productividad‒ como por la naturaleza antagónica de una relación explotadora basada en la demanda de máxima extracción de plusvalor.
La producción capitalista comienza en realidad, señala Marx:
“allí donde el mismo capital individual emplea simultáneamente una cantidad de obreros relativamente grande y, en consecuencia, el proceso de trabajo amplía su volumen y suministra productos en una escala cuantitativamente mayor. El operar de un número de obreros relativamente grande, al mismo tiempo, en el mismo espacio (o, si se prefiere, en el mismo campo de trabajo), para la producción del mismo tipo de mercancías y bajo el mando del mismo capitalista, constituye histórica y conceptualmente el punte de partida de la producción capitalista.”25
Una condición fundamental de esta transformación es el control del capital sobre el proceso de trabajo. En otras palabras, una forma específicamente capitalista de producción empieza cuando el poder “político” directo es introducido en el proceso de producción mismo, como condición básica de la producción:
“Con la cooperación de muchos asalariados, el mando del capital se convierte en el requisito para la ejecución del proceso laboral mismo, en una verdadera condición de producción. Las órdenes del capitalista en el campo de la producción se vuelven, actualmente, van indispensables como las órdenes del general en el campo de batalla.”26
En las sociedades precapitalistas la producción cooperativa era simple y esporádica, aunque a veces tenía, a decir de Marx, “efectos colosales”, por ejemplo, bajo el dominio de los reyes asiáticos y egipcios o de los teócratas etruscos. La característica especial del capitalismo es su producción cooperativa, sistemática y continua. El propio Marx expresa la importancia política de este avance en la producción:
“En la sociedad moderna, ese poder de los reyes asiáticos y egipcios o de los teócratas etruscos, etc., es conferido al capitalista, haga éste su entrada en escena como capitalista aislado o ‒caso de las sociedades anónimas‒ como capitalista combinado.”27
El problema aquí no es si el control capitalista es más “despótico” que el cruel autoritarismo personal del capataz de esclavos, látigo en mano; tampoco si la explotación capitalista es más opresiva que las demandas de un señor feudal ávido de rentas. El grado de control ejercido por el capital sobre la producción no depende necesariamente del grado de “despotismo”. En cierta medida, el control se impone, no por la autoridad personal, sino por las exigencias impersonales de la producción de las máquinas y la integración técnica del proceso de trabajo (aunque esto puede ser exagerado y, en cualquier caso, la necesidad de integración técnica es impuesta en gran medida por las compulsiones de la acumulación capitalista y las demandas del apropiador).
Mientras el capital, con su propiedad absoluta sobre los medios de producción, tiene a su alcance nuevas formas de coerción puramente “económica” ‒como la facultad de despedir obreros o cerrar plantas‒, la naturaleza de su control sobre el proceso de trabajo está condicionada en parte por la falta de una fuerza coercitiva directa. La organización y la supervisión intrincadas y jerarquizadas del proceso de trabajo como medio para incrementar el excedente en la producción es un sustituto de un poder coercitivo de extracción de excedente. La naturaleza de la clase trabajadora independiente es tal que las nuevas formas de organización y resistencia de los obreros se han incorporado al proceso de producción.
En cualquier caso, el control capitalista, en diferentes circunstancias, puede ejercerse en formas que van de la organización más “despótica” (por ejemplo el “taylorismo”) a los diversos grados de “control de los trabajadores” (aunque no deben subestimarse las presiones contra estos últimos, inherentes a la estructura de la acumulación capitalista). Pero cualesquiera que sean las formas que adopte el control capitalista, persisten sus condiciones esenciales: en ningún otro sistema de producción está tan escrupulosamente disciplinado y organizado el trabajo, y ninguna otra organización de producción es tan sensible a las exigencias de apropiación.
Existen, entonces, dos puntos críticos de la organización capitalista de la producción que ayudan a explicar la naturaleza peculiar de lo “político” en la sociedad capitalista y a situar la economía en la arena política: primero, el grado sin precedente en el que la organización de la producción se integra con la organización de la apropiación; segundo, el alcance y la generalidad de esa integración, el grado prácticamente universal en el que la producción en la sociedad en su conjunto se somete al control del apropiador capitalista.28 El corolario de estos acontecimientos en la producción es que el apropiador renuncia al poder político directo en el sentido público convencional, y pierde muchas de las formas tradicionales de control personal sobre la vida de los obreros, fuera del proceso de producción inmediato, de que gozaban los apropiadores precapitalistas. Nuevas formas de control indirecto de clases pasan a las manos “impersonales” del estado.
Al mismo tiempo, si el capitalismo ‒con su clase trabajadora jurídicamente libre y sus poderes económicos impersonales‒ retira del control de clases directo muchas esferas de actividad personal y social, la vida humana por lo general es atraída con mayor firmeza que nunca a la órbita del proceso de producción. Directa o indirectamente, las demandas y la disciplina de la producción capitalista, impuestas por las exigencias de la apropiación, la competencia y la acumulación capitalista, atraen a su esfera de influencia ‒y por ende al dominio del capital‒ una amplia gama de actividades, y ejercen un control sin precedentes sobre la organización del tiempo, dentro y fuera del proceso de producción.
Estos acontecimientos revelaron la existencia de una esfera económica diferenciada y de leyes económicas, pero su importancia puede verse oscurecida al contemplarlos sólo bajo esa luz. Es igualmente importante verlos como una transformación de la esfera política. En un sentido, la integración de la producción y la apropiación representa la “privatización” última de la política, toda vez que las funciones antes asociadas con un poder político coercitivo ‒centralizado o “compartimentado”‒ se ubican ahora firmemente en la esfera privada, como funciones de una clase apropiadora privada libre de las obligaciones de cumplir propósitos sociales más elevados. En otro sentido, representa la expulsión de la política de esferas en las que siempre ha participado directamente.
La coerción política directa queda excluida del proceso de extracción de excedente y se traslada a un estado que generalmente interviene sólo de manera indirecta en las relaciones de producción, y la extracción de excedentes deja de ser un asunto inmediatamente político. Esto significa que el objetivo de la lucha de clases necesariamente cambia. Como siempre, la disposición de la fuerza de trabajo excedente sigue siendo el tema central del conflicto de clases; pero ahora ya no se distingue de la organización de la producción. La lucha por la apropiación aparece, no como una lucha política, sino como una batalla por los términos y condiciones del trabajo.
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LA LOCALIZACIÓN DE LA LUCHA DE CLASES
A lo largo de gran parte de la historia, los asuntos centrales relacionados con la lucha de clases han sido la extracción y la apropiación de excedentes, no la producción. El capitalismo es único por su concentración en la lucha de clases “en el punto de producción” porque sólo en el capitalismo coinciden de manera tan completa la organización de la producción y de la apropiación. También es único por su transformación de las luchas por la apropiación en disputas aparentemente no políticas. Por ejemplo, mientras la lucha salarial en e) capitalismo puede percibirse como meramente “económica” (“economicismo”), no sucede así con la lucha por rentas librada por los campesinos medievales, aunque el asunto central en ambos casos es la enajenación de la fuerza de trabajo y su distribución relativa entre los productores directos y los apropiadores explotadores. Sin importar cuán voraz pudiera ser la lucha por los salarios, la relación salarial en sí misma, según Marx, permanece intacta: la base de los poderes de extracción del apropiador ‒la condición de su propiedad y la carencia de propiedad del obrero‒ no está en peligro inminente. Las luchas por las rentas, dondequiera que la apropiación descanse en los poderes “extraeconómicos”, tienden a implicar derechos de propiedad, poderes y jurisdicciones de orden político.
El conflicto de clases en el capitalismo tiende a encapsularse en la unidad de producción individual, y esto le confiere a la lucha de clases una naturaleza especial. Cada fábrica, unidad altamente organizada e integrada con su propia jerarquía y estructura de autoridad, contiene en sí misma las principales causas del conflicto de clases. Al mismo tiempo la lucha de clases entra directamente en la organización de la producción, es decir, la administración de relaciones de producción antagónicas es inseparable de la administración del proceso de producción mismo. Aunque el conflicto de clases sigue siendo una parte integral del proceso de producción, al que no debe perturbar, la lucha de clases debe domesticarse.
El conflicto de clases por lo general se convierte en una guerra declarada sólo cuando se exterioriza, en particular porque el brazo coercitivo del capital está fuera de los límites de la unidad productiva. Esto significa que cuando surgen confrontaciones violentas por lo general no son directamente entre el capital y la mano de obra. No es el capital en sí, sino el estado, el que se hace cargo del conflicto de clases cuando intermitentemente rebasa los muros y adopta una forma más violenta. El poder del capital generalmente permanece en segundo plano; y cuando el dominio de clases se hace sentir como uña fuerza coercitiva directa y personal, surge bajo la apariencia de un estado “autónomo” y “neutral”.
La transformación de los conflictos políticos en económicos y la ubicación de las luchas en el punto de producción también tienden a hacer que la lucha de clases en el capitalismo sea local y particularista. En este aspecto, la organización misma de la producción capitalista se resiste a la unidad de la clase obrera que supuestamente debe ser alentada por el capitalismo. Por un lado, la naturaleza de la economía capitalista ‒su naturaleza nacional, incluso supranacional, la interdependencia de sus componentes, la homogeneización de las labores producidas por el proceso de trabajo capitalista‒ hacen que sea necesaria y posible una conciencia de clase obrera y una organización de clases en gran escala. Éste es el aspecto de los efectos del capitalismo en la conciencia de clase que con tanta frecuencia ha subrayado la teoría marxista. Por otro lado, el desarrollo de esta conciencia y esta organización deben tener lugar en contra de la fuerza centrífuga de la producción capitalista y su privatización de los asuntos políticos.
Las consecuencias de este efecto centrífugo, aunque no muy bien explicadas por las teorías de la conciencia de clase, han sido objeto de comentarios de observadores de las relaciones industriales, que han apreciado la importancia creciente, más que decreciente, de las luchas “nacionales” en el capitalismo contemporáneo.
Mientras que la concentración de las luchas de la clase obrera en el frente nacional puede menguar la naturaleza política y universal de aquéllas, esto no necesariamente implica una disminución en la militancia. El efecto paradójico de la diferenciación que establece el capitalismo entre lo económico y lo político es que la militancia y la conciencia política se han convertido en asuntos independientes.
Vale la pena considerar, en cambio, que las revoluciones modernas han tendido a ocurrir donde el modo de producción capitalista está menos desarrollado; donde ha coexistido con formas de producción más antiguas, sobre todo la campesina; donde la compulsión “extraeconómica” ha representado un papel más importante en la organización de la producción y la extracción de la fuerza de trabajo excedente; y donde el estado ha actuado no sólo como un apoyo para las clases apropiadoras, sino como un apropiador precapitalista por derecho propio; en pocas palabras, donde la lucha económica ha sido inseparable del conflicto político y el estado, como un enemigo universal de las clases y más visiblemente centralizado, ha servido como centro de la lucha de clases. Aun en sociedades capitalistas más desarrolladas, la militancia de masas suele surgir en respuesta a la compulsión “extraeconómica”, en particular en la forma de una acción opresiva por parte del estado, y también varía en proporción a la participación del estado en conflictos en torno a los términos y condiciones de trabajo.
Estas consideraciones vuelven a plantear preguntas sobre en qué sentido es adecuado ver el “economicismo” de la clase trabajadora, en sociedades capitalistas avanzadas, como reflejo de un estado de conciencia de clase en desarrollo, según lo hacen muchos socialistas. Visto desde la perspectiva del proceso histórico, puede decirse que representa una etapa de desarrollo más avanzada, no menos. Si se ha de superar esta etapa, es importante reconocer que el llamado “economicismo” de las actitudes de la clase trabajadora no refleja tanto una falta de conciencia política como un cambio objetivo en la ubicación de la política, un cambio en la arena y los objetos de la lucha política inherente a la estructura misma de la producción capitalista.
Éstas son algunas de las formas en que la producción capitalista tiende a transformar las luchas “políticas” en “económicas”. Es verdad que en el capitalismo contemporáneo hay algunas tendencias que pueden intervenir para contrarrestar estas otras. La integración nacional e internacional de la economía capitalista avanzada traslada cada vez con mayor frecuencia los problemas de la acumulación capitalista de la empresa individual a la esfera “macroeconómica”. Es posible que los poderes de apropiación del capital que el estado ha dejado intactos, es más que están reproducidos y fortalecidos, se subviertan por la necesidad creciente que el capital tiene del estado; no sólo para facilitar la planeación capitalista, asumir riesgos o manejar y contener conflictos de clases, sino también para llevar a cabo las funciones sociales abandonadas por la clase apropiadora y contrarrestar sus efectos antisociales. Al mismo tiempo, si el capital en su crisis creciente demanda, y obtiene, la complicidad del estado para sus propósitos antisociales, ese estado puede llegar a ser el objetivo primordial de la resistencia en países capitalistas avanzados, como ha sucedido en toda revolución moderna exitosa. La consecuencia puede ser superar el particularismo y el “economicismo” impuestos en la lucha de clases por el sistema de producción capitalista, con su diferenciación de lo económico y lo político.
En todo caso, la lección estratégica de la transferencia de los asuntos “políticos” a la “economía” no es que las luchas de clases deben concentrarse principalmente en la esfera económica o “en el punto de producción”. La división de las funciones “políticas” entre clase y estado tampoco significa que en el capitalismo el poder está tan disperso en la sociedad civil que el estado deja de tener un papel específico y privilegiado como sede de poder y blanco de la acción política; tampoco que todo es el “estado”. De hecho es todo lo contrario. La división de la fuerza de trabajo entre la clase y el estado no significa que el poder esté disperso, sino, por el contrario, que el estado, que representa el «momento” coercitivo del dominio de la clase capitalista, encarnado en el monopolio más especializado, excluyente y centralizado de la fuerza social, es en última instancia el punto decisivo de concentración para todo el poder en la sociedad.
Las luchas en el punto de producción, entonces, incluso en sus aspectos económicos como luchas por los términos de la venta de mano de obra o por las condiciones de trabajo, siguen siendo incompletas en la medida en que no se hagan extensivas a la sede del poder, donde descansa, en última instancia, la propiedad capitalista, con su control de la producción y la apropiación. Al mismo tiempo, las batallas puramente “políticas” por el poder de gobernar y regir, permanecerán inconclusas hasta que impliquen no sólo las instituciones del estado, sino también los poderes políticos que se han privatizado y transferido a la esfera económica. En este sentido, la propia diferenciación de lo económico y lo político en el capitalismo ‒la división simbiótica de la fuerza de trabajo entre las clases y el estado‒ es precisamente lo que hace esencial la unidad de las luchas económicas y políticas, y lo que debe hacer que el socialismo y la democracia sean sinónimos.
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NOTAS:
1. Capítulo 1 en Democracia contra capitalismo. La renovación del materialismo histórico. Siglo XXI Ed. y Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades. UNAM, México. 2000, pp. 25-58.
2. К. Marx, El Capital, México, Siglo XXI, t. I, vol. 3. 1975, p. 893.
3. K. Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la Economía Politica (Grundrisse) 1857‒1858, vol. 1, México, Siglo XXI, 1971, p. 6.
4. Ibíd., p. 7.
5. Ibíd., p. 8.
6. Guy Bois, “Against the neo-Malthusian orthodoxy», en T. H. Aston y C.H.E. Philpin (eds.), The Brenner debate: Agrarian class structure and economic development in pre-industrial Europe, Cambridge, 1985, pp. 115-116. El autor se refiere de manera específica al artículo de Robert Brenner que se cita en la nota 10.
7. Véase, por ejemplo, Max Weber, Economy and society, Nueva York, 1968, pp. 91 y 94 [Economía y sociedad, México, FCE, t. 1, 1977, pp. 69 y 721, y The agrarian sociology of ancient civilizations, Londres, 1976, pp. 50-51.
8. K. Marx y F. Engels, La Ideología Alemana, México, Ediciones de Cultura Popular, 1977, p. 48.
9. Ibíd., p. 47
10. Robert Brenner, “Agrarian class structure and economic development in preindustrial Europe”, en Aston y Philpin, The Brenner debate, p. 55.
11. Ibid., p. 42.
12. K. Polanyi, The great transformation, Boston, 1957, pp. 57. 65-71.
13. K. Marx, El Capital, t. I, vol. 3, pp. 892-893.
14. Morton Fried, The evolution of political society, Nueva York, 1968, p. 229.
15. Ibid., p. 230.
16. Véase Marshall Sahlins, Stone Age economies, Londres, 1974, caps. 2 y 3, para algunas sugerencias ilustrativas sobre cómo podría surgir una autoridad pública como un medio para intensificar la producción.
17. Pueden surgir problemas de una definición de clase tan incluyente; uno de ellos son sus implicaciones para el análisis de los estados tipo soviético, que han sido analizados, alternativamente, como autónomos respecto de las clases o como una forma particular de la organización de clases.
18. K. Marx, El Capital, t. III, vol. 8, p. 1007.
19. Ibíd., p. 1006
20. Ernest Mandel ha criticado a autores como Maurice Godelier por ampliar el significado del “modo de producción asiático» para incluir tanto las formaciones sociales en proceso de transición de la sociedad sin clases al estado con clases y los imperios burocráticos avanzados con estados ‘’hipertrofiados” (Mandel, The formation of the economic thought of Karl. Marx, Londres, 1971, p. 124 ss.). Si bien Mandel tiene razón al advertimos de no velar las diferencias entre, digamos, los reinos africanos simples y los estados complejos como el antiguo Egipto; la formulación de Godelier tiene la finalidad de subrayar la continuidad entre las primeras formas de autoridad pública apropiativa y distributiva y el estado “hipertrofiado” avanzado, a fin de subrayar que es el caso occidental, con su desarrollo «autónomo” de la propiedad privada y la clase, el que necesita explicación. Mandel habla con frecuencia sobre el desarrollo del capitalismo como si fuera natural, mientras que otras trayectorias históricas han sido obstaculizadas o limitadas.
21. Destaco ahora la especificidad del desarrollo capitalista mucho más que cuando escribí este ensayo. Aunque sigo diciendo que las características particulares del feudalismo occidental que señalo aquí fueron una condición necesaria del capitalismo, ahora subrayaría también su insuficiencia. El capitalismo me parece sólo uno de vanos caminos de salida del feudalismo occidental (muy aparte de las variaciones dentro del feudalismo), que ocurrió en primera instancia en Inglaterra, en contraste, por ejemplo, con las ciudades‒repúblicas italianas o el absolutismo francés. Éstos son temas que espero analizar en el futuro, pero dentro de la polémica del contraste entre el capitalismo inglés y el absolutismo francés véase mi obra The pristine culture of capitalism: A historical essay on old regime and modern states, Londres, 1901.
22. Véase el análisis que hace Rodney Hilton en “A crisis of feudalism”, Past and Present 80, agosto de 1978, pp. 9-10, sobre el control limitado de los señores feudales sobre el proceso productivo en la práctica. Sin embargo, cabe señalar que al subrayar la naturaleza limitada del señorío feudal. Hilton no compara el feudalismo con otras formaciones precapitalistas, sino, por lo menos de manera implícita, con el capitalismo, donde el control directo de la producción que ejerce el apropiador es más completo debido a la expropiación del productor directo y a [a naturaleza colectiva y concentrada de la producción capitalista.
23. Robert Brenner, “The origins of capitalism», New Left Review, n.º 104, 1977, p. 37.
24 K. Marx, El Capital, t. I. vol. 3, p. 770.
25 Ibid., t. I, vol. 2, 1994, p. 391. La producción capitalista, sin embargo, presupone relaciones sociales capitalistas. Véase infra, nota 36.
26. Ibíd., p. 402
27. Ibíd., p. 406. (cursivas de la autora)
28. La esclavitud es la forma precapitalista de la explotación de clases de la cual podría argumentarse de manera convincente que el explotador ejerce un control continuo y directo sobre la producción; pero dejando a un lado muchas preguntas en torno a la naturaleza y al grado de control del dueño de esclavos sobre el proceso de trabajo, algo queda claror que incluso entre las pocas sociedades en las que la esclavitud ha estado generalizada en el área de la producción nunca se ha acercado a la generalidad de la fuerzа de trabajo asalariada de las sociedades capitalistas avanzadas, sino que siempre ha estado acompañada ‒y quizá superada‒ por otras formas de producción. Por ejemplo, en el imperio romano, donde la esclavitud antigua llegó a su clímax en los latifundios esclavistas, los productores campesinos seguían superando en número a los esclavos. Aunque los productores independientes estuvieran sujetos a varias formas de extracción de excedentes, grandes segmentos de la producción permanecían fuera del alcance del control directo de una clase explotadora. También puede argumentarse que esto no fue accidental; que la naturaleza de la producción esclavista hacía imposible su generalización; que un importante obstáculo a su expansión futura era su dependencia de la coerción directa y del poder militar, y que, por el contrario, la naturaleza universal única de la producción capitalista y su capacidad para subordinar prácticamente toda la producción a las demandas de la explotación está inseparablemente ligada a la diferenciación de lo económico y lo político.