Diego Ramos
Tras el paquetazo neoliberal, Milei ha intentado acallar con represión las protestas en demanda de una Argentina en la que quepan todos. Foto. Página 12
Va y viene, sube y baja del avión y, claro, los memes no se hacen esperar. Cada vez que aterriza al país, estallan expresando: “Milei está de visita en la Argentina”. Queda en claro dos agendas a las que les sobran papel, todavía no pudo agendar logro político en lo internacional, mucho menos en lo local sin una Ley de Bases como lo pretendía el presidente. Entonces vamos al telón de fondo, a la política de la política…
En ese mismo sentido que tienen los memes y con el panorama político-económico adverso, pasemos en limpio sobre lo único que consiguió en estos seis meses de gestión: no podemos desconocer que el presidente ha logrado crear su propio escenario instalando su personaje atractivo, pintoresco, transparente, ha logrado crear en torno a sí mismo una especie de show legítimo, pero como es un actor político, nada más y nada menos que el presidente de una nación, la pregunta obligada es si eso políticamente alcanza debido a que también hay otra agenda social de demandas que todavía no agendó. Hablamos de la agenda diaria y cotidiana cada vez más dañada y delicada que podríamos sintetizar en ese 55,5 por ciento de pobreza, medición última de la UCA (Universidad Católica Argentina).
Puede ser que su intención de no agendar en su “agenda local” sobre lo que acontece en la vida diaria de los argentinos -como es el caso de la desocupación y la constante pérdida de empleo, el brutal ajuste con sus efectos nocivos, la quita de programas en torno a la salud, entre otras medidas más- esté alimentado por lo único que tiene anotado en su agenda: el 55,69 por ciento de los votos obtenidos en el balotaje, que en la actualidad no están reflejados en su imagen positiva, no la ve.
Algo no está teniendo en cuenta, y es justamente “la política de la política”. Es decir, que hay un elemento, un factor social de fuerte incidencia que no se deja capitalizar absolutamente por nadie. Hablamos del anarquismo del humor social, fenómeno que cambió el escenario político en Argentina. Entonces, ¿son ellos responsables de lo que acontece políticamente en el país? No, la responsabilidad está en los que ocupan cargos en el Gobierno, también en los diputados y senadores… a ese anarquismo del humor social se le suma la otra gran porción de la sociedad que ayer rechazó la Ley de Bases en las calles.
Hace ya un buen tiempo que el humor social en este país viene reflejando la constitución de sociedades cada vez más individualistas y descreídas de la política, producto de una fatiga o de un cansancio que por ansiedades, incertidumbres o simplemente defraudados, han generado un tipo de movimiento muchas veces indescifrable de ese humor. No es por casualidad que las últimas encuestas de los últimos años vienen no acertando en sus definiciones en cuanto resultados electorales: la sociedad -un fenómeno en ese movimiento- que tampoco es un movimiento social, más bien se refiere a un anarquismo del mal humor que muchos no lo vieron y que actualmente no lo ven; por ello el reciente libro publicado “Milei: la revolución que no vieron venir” queda desdibujado, pues se impone el fenómeno social de anarquismo de mal humor que no tiene en sus cláusulas dejarse capitalizar sin resultados favorables a sus vidas diarias y cotidianas. El riesgo está en creer que Milei es un fenómeno político; es un fenómeno, pero de otra característica, el fenómeno sociopolítico en realidad lo constituyen los grandes sectores de la sociedad que requieren ser reinterpretados tanto por el oficialismo como la oposición.
Hay que tomar nota de la historia, para no confundirse. Tanto en la antigua Grecia como en la moderna Europa, encontramos sociedades que supieron romper con la idea de un “orden dado” para avanzar por la senda de un “orden creado”. Hablamos de experiencias en donde el hombre ha obtenido la palabra para constituirlo, tensionando la realidad, contestando e incluso modificando, pero siempre comprendiéndose dentro del terreno de la política, no por fuera de ella, y aquí aparece la gran diferencia en relación a lo que propone el anarquista Milei para estos tiempos: un intento de crear escenarios despolitizados tanto en la sociedad como en lo institucional en nombre de algo nuevo. El mal humor de las sociedades siempre demanda política, pero cuando ese mal humor es aprovechado para salir del terreno de la política beneficiando y buscando otros intereses alejados de la agenda social, es cuando la política entra en riesgo.
Hoy el gran desafío está en cómo reencantar a la sociedad de nuevo con la política, no es sin ella, pero claro, el problema está que la sociedad cada vez más pone un planteo ético político en clave de legitimidad. Entonces, la segunda pregunta obligada: de los que ya vienen de hace tiempo en el terreno de la política ¿quién está a la altura de las circunstancias para salir a reencantar? Si los resultados de la respuesta son poco favorables, ¿cómo se abrirá paso a las nuevas generaciones en el terreno de la política? La presencia del anarquismo del mal humor de la sociedad no es porque pretende prescindir de la política, muchos menos del Estado. Al contrario, el reclamo es por una nueva política.
El desgaste evidenciado hacia la vieja política lo puso la sociedad a través de ese anarquismo de mal humor. El grave error es creer que con más anarquismo se puede conseguir mayor legitimidad. La demanda es por más política y no por vendedores de ilusiones.
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