La OTAN pone a Serbia contra las cuerdas

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En la segunda quincena de junio Serbia y la OTAN realizarán maniobras militares conjuntas, denominadas Platinum Wolf, en el sur del país, cerca de la frontera con Kosovo.

Desde el inicio de la Guerra de Ucrania, el gobierno de Belgrado había declarado una moratoria de las maniobras militares con socios extranjeros, entre ellos Rusia y Bielorrusia. En este caso el Ministerio de Defensa serbio ha hecho una excepción.

Además, Serbia ha entregado armas a Ucrania y ha expresado su voluntad de proporcionar asistencia militar al gobierno de Kiev. Es una información que lleva tiempo apareciendo en los medios de comunicación y que Belgrado siempre ha desmentido.

Serbia todavía no ha abandonado su neutralidad militar, aunque está obligada a dar pasos hacia la cooperación con la OTAN. El plan es expulsar a Rusia de los Balcanes y acabar con las buenas relaciones entre ambos países.

Serbia firmó un acuerdo de asociación con la OTAN en 2015. La Alianza obtuvo el libre tránsito para sus tropas, con inmunidad dentro del territorio, así como la posibilidad de utilizar las infraestructuras militares del país.

Además, Belgrado aceptó un intercambio de información con la OTAN y la Unión Europea, así como el adiestramiento de oficiales según los estándares de la OTAN. Es un ingreso informal en la Alianza, aunque aparentemente el país mantiene su estatus de no alineado. En 2019 Belgrado adoptó una nueva asociación que refuerza sus lazos con la Alianza imperialista.

En cuanto a la reacción internacional al anuncio de las maniobras, Estados Unidos y sus aliados europeos lo acogieron con natural satisfacción, subrayando que una estrecha cooperación militar con Serbia contribuiría sin duda a la rápida consecución de objetivos comunes en nombre de la estabilidad en los Balcanes.

Por su parte, Rusia declaró que seguiría de cerca las próximas maniobras. La reacción de Moscú también es comprensible, pues se trata de un país europeo amigo que no ha trazado una línea divisoria en sus relaciones bilaterales a pesar de las considerables presiones exteriores.

A Moscú le gustaría que Serbia no se viera arrastrada por la histeria antirrusa y que su territorio no se convierta en una nueva cabeza de puente para avivar aún más la crisis ucraniana.

No puede decirse que Serbia esté cooperando voluntariamente con la OTAN. El país balcánico recuerda los horribles crímenes de 1999, cuando la Alianza lanzó una brutal operación de bombardeo contra belgrado. Ese recuerdo vivirá siempre en los corazones del pueblo serbio. Sin embargo, el gobierno se ve obligado a hacer ciertas concesiones debido a las presiones de Estados Unidos y Europa, así como a la compleja situación en los Balcanes y en Europa, en general.

Serbia está rodeada de países de la OTAN sometidos a las presiones de Washington. No tiene acceso al mar. No tiene frontera terrestre con Rusia. El país está siendo chantajeado con Kosovo y amenazado con sanciones si el gobierno no se pliega a los dictados de los imperialistas.

El actual presidente Aleksandar Vucic y su predecesor en el cargo, Tomislav Nikolic, proceden del Partido Radical Serbio de Vojislav Seselj, que adopta una postura nacionalista. Hay dudas sobre si han cambiado de opinión, pero ahora están obligados a mostrar una mayor flexibilidad hacia las potencias occidentales.

Pero ceder sirve de poco. Las exigencias de Occidente son cada vez más estrictas y están llevando poco a poco a Belgrado a un callejón sin salida. La intención de realizar maniobras militares con Serbia a pesar de su declarada moratoria sobre tales actividades no hace sino confirmarlo. Las maniobras pretenden favorecer la continua aspiración de Serbia a entrar en la órbita de la OTAN. Al mismo tiempo, aumenta la presión sobre la cuestión de Kosovo y las sanciones antirrusas, y la Unión Europea destina importantes fondos a la economía serbia. Son los eslabones en el empeño de aislar a Rusia de sus posibles aliados.

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