‘La madre de todas las mentiras’

mpr21                                                                                                                               Redacción

Junio de 1981 es un mes marcado en negro en el calendario marroquí. Un levantamiento popular ocurrido en Casablanca, conocido como la Revuelta del Pan, fue brutalmente aplastado por el ejército enviado por el rey Hassan II, el padre del actual monarca, a los barrios más pobres, donde la multitud se manifestaba contra el hambre y la carestía.

Los soldados asesinaron a unos mil hombres, mujeres y niños. El ejército se llevó los cadáveres de las calles para enterrarlos en secreto. Prohibieron fotografiar a los muertos.

Décadas después los marroquíes luchan por conocer la verdad. Con el cambio de siglo se creó la típica comisión de investigación “ad hoc” para encubrir los sucesos, para ocultar la brutalidad y la represión llevadas a cabo por el Estado marroquí: miles de detenciones arbitrarias, desapariciones, juicios farsa, torturas, violaciones y represalias.

La cineasta Asmae El Moudir ha rodado una magnífica película: “La madre de todas las mentiras”. Cuando el capitalismo silencia o engaña, los pueblos buscan su propia identidad y su memoria por todos los caminos posibles, incluido el arte y la cultura.

Moudir nació nueve años después de la matanza, pero llegó a considerarla como parte de sí misma, de su vida familiar y de su biografía. La realizadora siempre se preguntó por qué no tenía fotos de su familia; ni siquiera podía verse a sí misma cuando era niña. En 2016, cuando ayudó a su familia en una mudanza, descubrió que se erigían tumbas sobre los restos cerca de su casa. La zona había sido una vez un campo de fútbol donde su padre jugaba como portero. Presionó a su familia para obtener más información y se encontró con la ira, especialmente de su abuela, Zahra, por curiosear demasiado. Moudir descubrió que los restos eran de jóvenes manifestantes y que se estaban erigiendo monumentos musulmanes para honrar a los muertos.

La familia hizo todo lo posible para mantener a raya la curiosidad de la cineasta. Pero, con el tiempo Moudir trabaja con su padre, un hábil albañil, para reconstruir en miniatura el vecindario tal como era durante su infancia, incluida la casa en la que ella creció, con pequeñas figuras humanas. Al mismo tiempo, reúne a su madre y su padre, su abuela y dos vecinos, en un esfuerzo por llegar a la verdad sobre un pasado reprimido u oscurecido. En el espacio se desarrollan diversas conversaciones y pequeños dramas, intercalados con material sobre hechos históricos.

Al narrar la película, la realizadora dice que el modelo de barrio es “un lugar donde se pueden revelar secretos” y expresa su fastidio hacia su abuela, una anciana a la que acusa de “controlar a todos”. El día de los disturbios hizo todo lo posible para mantener a su familia dentro de casa para evitar que sufrieran daños.

La anciana pasó “años espiando a la gente”; fue una “dictadora que oprimió a todos”. Muy a menudo, el espectador la verá apuntando a la cámara con su bastón. Les ladra a otros miembros de la familia y en un momento dado llama “perra” a su nieta. Preguntada sobre el día de las masacres de 1981, la anciana exclama: “No vi nada. ¡Nada en absoluto! No vi nada. Ahora vete”.

Su nieta considera a la abuela como la verdadera directora del documental. Descubre en ella ciertos aspectos represivos de su abuela, en particular su hostilidad a ser fotografiada y a las imágenes en general. No le gustan las fotos, prefiere los recuerdos. El motivo es su sufrimiento personal así como en su miedo a la represión porque son muchos los que ignoran que el miedo puede durar siglos.

La realizadora recuerda muy bien una foto suya cuando era niña, “la única que tuve. Una foto que me dio mi madre para tranquilizarme, pero fue en vano. Estaba convencida de que no era yo la de esa foto y que mi madre me había mentido”.

“La madre de todas las mentiras” tardó diez años en realizarse y se proyectó el 22 de enero en el Festival de Cine de Sundance. Es una mezcla de recuerdos agradables y otros mucho más oscuros, una metáfora del mundo en el que vivimos aún hoy, donde las batallas políticas nunca se construyen sobre aquello de lo que nadie habla, de los silencios y los ocultamientos que, la mayor parte de las veces, versan sobre la represión política.

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