Fuente: https://www.telesurtv.net/bloggers/La-lucha-contra-el-apartheid-en-Palestina-y-America-Latina-20240426-0004.html?utm_source=planisys&utm_medium=NewsletterEspa%C3%B1ol&utm_campaign=NewsletterEspa%C3%B1ol&ut Javier Tolcachie 26 abril 2024
En coincidencia con la 76ª conmemoración de la Nakba, tendrá lugar entre el 10 y el 12 de mayo, en Gauteng, Sudáfrica, la Primera Conferencia Mundial contra el Apartheid en Palestina bajo el lema «Hacia un frente mundial contra el genocidio israelí y el apartheid colonial de los colonos».
La Nakba, palabra árabe que significa «catástrofe» o «desastre», se refiere al éxodo masivo y la expulsión de cientos de miles de palestinos de sus hogares durante la guerra árabe-israelí de 1948, que siguió a la declaración de independencia del Estado de Israel. La Nakba marcó un punto de inflexión en la historia moderna de Palestina, y es un evento profundamente significativo y doloroso para los palestinos, que continúan luchando por sus derechos y por el reconocimiento de su derecho al retorno a sus hogares perdidos.
No nos detendremos en esta nota en los argumentos, sobradamente urgentes, conocidos y válidos, que instan a detener la masacre y superar el régimen de apartheid que sufre el pueblo palestino.
Sin embargo, es relevante conectar esa lucha justa con los escenarios de acción de los movimientos sociales que trabajan por la liberación regional y mundial.
La causa palestina y el escenario internacional
Como es ampliamente sabido, hoy la hegemonía anglosajona cimentada por el poder financiero, el complejo militar-industrial, tecnológico-digital y cultural de Occidente, además de la institucionalidad neocolonial impuesta a mitad de siglo pasado, está siendo desafiada por la emergencia de alianzas multilaterales cada vez más fuertes.
En este marco, el reclamo por la identidad nacional palestina, el reconocimiento pleno de su derecho a constituirse en Estado, el desmonte de la cotidiana agresión del Estado de Israel contra su población y la reparación simbólica y material del daño producido – aunque no se pueda reparar cabalmente el valor de las vidas y las mutilaciones – se han convertido hoy en clamor y bandera mundial.
Tal centralidad no es casual. La instalación del Estado de Israel, que para muchos judíos constituyó en su momento la posibilidad de un refugio seguro contra las persecuciones zaristas y nazis, entre otras, tuvo como contrapartida, en términos geopolíticos, el establecimiento de un enclave del poder imperialista de occidente en una zona clave para el aprovisionamiento petrolífero y el tránsito de mercancías a nivel mundial.
El respaldo financiero, armamentista y tecnológico de los Estados Unidos de América a Israel, sin el cual el nuevo Estado no podría haberse establecido, exigió que este sirva como un apéndice bélico de los intereses de aquel. Así, bajo la justificación de amenazas circundantes, manifiestas o intencionalmente exacerbadas, se apuntaló el desarrollo de tecnologías avanzadas de guerra, vigilancia, inteligencia e incluso armamento nuclear y se construyó una sociedad altamente militarizada. De este modo, el Estado israelí, al progresivo y brutal desalojo de la población palestina, sumó las características de un Estado gendarme, guardián celoso del régimen post y neocolonial en Medio Oriente.
Por ello, en este momento en el que este viejo régimen comienza a tambalear, las fuerzas sociales que adhieren a la nueva ola de liberación política y cultural en curso, se unen y concentran inequívocamente con una demanda de carácter mundial en la causa contra el apartheid en Palestina, como un potente ariete para derribar el antiguo orden estratégico internacional todavía dominante.
La causa palestina y el escenario regional latinoamericano y caribeño
En el caso de América Latina y el Caribe, la cuestión, aparentemente distante, adquiere mucha relevancia, ya que el avance relativo de las ultraderechas viene apareado con alianzas con el establecimiento neocolonial.
La derecha continental está no solamente ligada objetiva, cultural e históricamente a los intereses de poder del bloque atlantista, sino que también tiene ligazones directas con el Estado de Israel, como proveedor de avanzados sistemas de vigilancia y represión social, desarrollados a la vera de su propia experiencia en terreno contra la resistencia palestina.
Asimismo, es preciso constatar la influencia negativa y decisiva del sector financiero concentrado para los pueblos de Latinoamérica y el Caribe, sobre el que la colectividad judía estadounidense – factor preponderante en la política exterior de apoyo a Israel – tiene fuerte influencia.
Por otra parte, la sed de paz, desarrollo y justicia social de los pueblos de la región contrasta profundamente con las tendencias a la guerra y el armamentismo que se desprenden de la matriz ideológica supremacista que caracteriza a los gobiernos de Estados Unidos e Israel.
Bien sabemos también que el apartheid, de manera solapada o explícita, continúa también en nuestra región con la discriminación de los pueblos indígenas y afrodescendientes, contra las mujeres, los colectivos de la diversidad sexoafectiva, los jóvenes y los pobres, entre otros sectores.
Por todo ello, la solidaridad internacionalista con la causa palestina y el establecimiento de un Estado palestino, coincide plenamente con la necesidad de liberarse del imperialismo atlantista y sus matrices de dominación.
Finalmente, pensamos que, tal como sucedió en la lucha por liberar a Sudáfrica de su régimen de segregación, la lucha por la liberación palestina debe transitar con firmeza hacia una metodología no violenta. Metodología que, además de enarbolar su carácter ético humanista, reste toda posible argumentación revanchista a las represalias genocidas del fundamentalismo israelí.
Por último, entendemos que la amplia condena internacional, tanto simbólica como práctica, similar a la que ayudó en su momento a terminar con el apartheid en Sudáfrica, la solidaridad de los gobiernos progresistas con la población palestina y con la misma resistencia de muchos israelíes contra las políticas de su gobierno, son fundamentales para cambiar el estado de cosas.
Por último, la posibilidad de establecer una justicia transicional para los crímenes de lesa humanidad cometidos, abre una puerta intermedia en el necesario camino hacia la difícil pero única vía de futura convivencia, paz y reconciliación entre los pueblos.