La libertad huele a cacao

Fuente: AFondo num. 3/2017

Texto completo: https://elpais.com/elpais/2017/03/07/planeta_futuro/1488899284_512300.html

En Costa de Marfil, una emprendedora ha logrado que las esposas de los cultivadores de las plantaciones lideren un negocio propio: la producción de jabón con los restos del cultivo.
Durante las noches de insomnio en el silencio húmedo de la selva, Solange N’Guessan alimentaba una idea fija e intentaba rescatarla de la bruma del sueño: dar un vuelco al destino de las esposas de los cultivadores de cacao del suroeste de Costa de Marfil, pero parecía inalcanzable. Repasaba uno por uno esos rostros femeninos reacios a la sonrisa que la aflicción y la invisibilidad habían hecho envejecer antes de tiempo. Veía a las mujeres barriendo al alba los patios de tierra de las casas, tomando el camino del pozo, preparando la comida y llevándosela a sus maridos a la plantación bajo el sol del mediodía, quedándose con ellos hasta el ocaso y recogiendo las cabosses, los frutos amarillo-violeta del cacao.

Las sorprendía los domingos siempre laboriosas, las cabezas gachas adornadas con finas trenzas, entregadas a una artesanía tradicional: quemar las cortezas sobrantes del cacao y mezclar las cenizas con aceite de palma para obtener una suerte de jabón de color marrón de esa materia destinada a descomponerse y desaparecer. «Ese jabón representaba su dignidad», cuenta Solange. «La limpieza, la feminidad. El no de las mujeres, simbólico pero decidido, a la miseria y la degradación. Entonces comprendí que mi idea siempre había estado allí, ante mis ojos. Solo tenía que encontrar los medios para hacerla realidad».
Solange N’Guessan tiene 44 años y es una de esas empresarias africanas que habrían podido emigrar para vivir cómodamente en otro sitio y hacer fortuna en tierras menos hostiles. En cambio, tras estudiar agronomía en distintos lugares del mundo, ha vuelto a su pueblo, a pesar de que este, confiesa, le ha endurecido el carácter:
«Me ha obligado a demostrar constantemente que, por supuesto, por ser mujer no valgo menos que un hombre».
Actualmente, dirige la Unión de Cooperativas Agrarias de San Pedro (Afemcoop) en el distrito de Bas-Sassandra.La forman 18 grupos de agricultores del preciado «oro marrón», cuyo primer filón mundial se encuentra en Costa de Marfil, que suministra el 39,8% de la producción del planeta. La economía del cacao representa el 90% del PIB del país, pero no mejora la vida diaria de los campesinos.
Cuando se le habla de política, Solange no logra reprimir una carcajada. «Los agricultores del cacao son los olvidados del Estado. Están abandonados en la selva, y sus mujeres forman el último eslabón de la cadena social.
Para un hombre es más importante su familia de origen que su esposa. Por lo tanto, las mujeres trabajan duramente con sus maridos, pero no perciben ninguna retribución».
En 2011 convocó a las artesanas del jabón y las convenció de que invirtiesen su talento en una empresa colectiva que acabó convirtiéndose en un auténtico negocio. «Buscaba una vía para que, por fin, obtuviesen unos ingresos creando un proyecto ecológico de reutilización de los desechos de la planta más valiosa para ellas».
La idea funciona. Los maridos miran con otros ojos, por primera vez respetuosos y admirados, a las mujeres recién convertidas en empresarias, y empiezan a pedirles su opinión sobre las decisiones que afectan a la comunidad. «No ha sido fácil», admite Solange. «Al principio muchos hombres no entendían nuestras aspiraciones. La presión psicológica era tal que llegué a ponerme enferma y tuve que marcharme un tiempo a la ciudad. Volví porque las mujeres me apoyaron con fuerza, cuidándome y repitiéndome que qué iban a hacer ellas si yo me iba. Cuando volví, me encontré con que algunas se habían convertido en líderes de la elaboración de jabón, que habían hecho un gran esfuerzo. Fue el regalo más bonito de mi vida».
Sin embargo, Solange no se dio por satisfecha. Persiguió el salto cualitativo. Quiso mecanizar el proceso para conseguir dar trabajo a las 5.000 mujeres de sus cooperativas. Participaba en muchos encuentros internacionales de productores de cacao y cuando explicaba su proyecto a los fabricantes extranjeros, todos
exclamaban que era una maravilla y, acto seguido, desaparecían. A todo el mundo le gusta el chocolate, pero poca gente se da cuenta del sufrimiento que se esconde detrás de una tableta.
Hasta que, hace dos años, en Suiza, se encontró sentada casualmente al lado de un empresario italiano. Logró contagiarle su entusiasmo tenaz, y él decidió ayudarla. «Entregamos a Solange las primeras máquinas», cuenta Luigi Zaini, que dirige en Milán una empresa dedicada al chocolate fundada en 1913. El objetivo es pasar de la actual producción de 4.000 pastillas de jabón anuales a más de trescientas mil, lo cual proporcionará unos ingresos de 1.000 euros al año a cada trabajadora. Una cifra interesante en el contexto de estas aldeas rurales, teniendo en cuenta que la renta media anual marfileña no supera los 2.500 euros. Esto supone el proyecto de un futuro mejor para sus hijos y para ellas mismas.

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