La insurgencia de la Generación Z en Kenia, la ola huelguística y la lucha por la Revolución Permanente

Kipchumba Ochieng

Este artículo es el primero de una serie de tres partes.

A lo largo de la historia, las luchas de los jóvenes a menudo han sido un anticipo de movimientos más amplios de la clase trabajadora. En Kenia, después de liderar protestas a nivel nacional exigiendo la dimisión del presidente William Ruto y su corrupto gobierno capitalista, la generación joven del país, a menudo conocida como la Generación Z, ha abierto el camino para una intensificación más amplia de la lucha de clases.

Esta fase está marcada por huelgas masivas en varios sectores, incluidos maestros, funcionarios públicos, personal aeroportuario, trabajadores de la salud y profesores universitarios, entre otros, que protestan contra los bajos salarios, las condiciones laborales precarias y las políticas de privatización.

Manifestantes bloquean la concurrida autopista Nairobi-Mombasa en la zona de Mlolongo, Nairobi, Kenia., 2 de julio de 2024. [AP Photo/Brian Inganga]

Los trabajadores y los jóvenes se oponen no solo al régimen de Ruto, ahora respaldado por el partido opositor Movimiento Democrático Naranja, liderado por el multimillonario Raila Odinga, y apoyado por la Organización Central de Sindicatos (COTU) y el influyente clero cristiano y musulmán, sino también a todo el sistema político establecido hace 60 años tras la independencia, sostenido por las potencias imperialistas de EE.UU. y la OTAN.

Esta oposición es impulsada por una profunda indignación popular ante las políticas impuestas por el Fondo Monetario Internacional (FMI), que golpean a la clase trabajadora y a las masas rurales con aumentos de impuestos, nuevos gravámenes y medidas de austeridad en sectores clave como la educación, la salud y la infraestructura. Estas políticas son implementadas por una élite gobernante que actúa como servidora del FMI, en un contexto de alza de precios que se ha agravado desde la pandemia de COVID-19 y la guerra de la OTAN contra Rusia en Ucrania, con un desempleo juvenil que alcanza el 67 por ciento.

El movimiento, que trasciende las divisiones tribales que la clase dominante keniana ha utilizado durante mucho tiempo para dividir a los trabajadores, ha ganado una enorme simpatía en toda África. En Nigeria, las protestas estallaron contra el régimen de Bola Tinubu, cuyas fuerzas de seguridad mataron a decenas de personas y arrestaron a más de 700 durante una manifestación nacional de 10 días en agosto, en protesta por el creciente costo de vida, la corrupción y las políticas de austeridad impuestas por el FMI. En Uganda, el presidente Yoweri Museveni, que ha gobernado con mano de hierro durante casi cuatro décadas, llevó a cabo arrestos preventivos de cientos de personas que intentaban organizar protestas anticorrupción, con el fin de evitar manifestaciones masivas como las ocurridas en la vecina Kenia.

Los jóvenes, los trabajadores y las masas rurales se encuentran en una encrucijada. ‘Mientras el presidente William Ruto cumple dos años en el cargo hoy, su administración enfrenta protestas y huelgas de trabajadores que amenazan con debilitar su permanencia en el poder’, afirmaba el periódico keniano Daily Nation en un reciente artículo titulado ‘Una nación de protestas y huelgas’.

Sin embargo, si se mantiene en su nivel actual, en ausencia de un programa claro, una perspectiva definida y un liderazgo político, este movimiento masivo de trabajadores y jóvenes resultará insuficiente para derrotar a la élite gobernante, que está decidida a imponer todo el peso de las medidas de austeridad del FMI y profundizar su alianza bélica con Estados Unidos, que está librando una guerra contra Rusia en Ucrania, armando el genocidio israelí contra los palestinos como parte de una guerra más amplia en Oriente Medio por el control del petróleo, y haciendo preparativos avanzados para la guerra contra China en el Pacífico.

Entre los jóvenes crece la sensación de que sus protestas durante junio, julio y agosto han llegado a un punto muerto, sin que se avance más allá de las demandas de destituir al corrupto establishment político. En cuanto a los trabajadores en huelga, los líderes sindicales están colaborando sistemáticamente con Ruto para traicionar sus luchas.

Los sangrientos acontecimientos en Kenia, donde más de 60 manifestantes han muerto y decenas han sido secuestrados, demuestran una vez más el carácter antidemocrático y antiobrero de los regímenes nacionalistas burgueses que asumieron el poder en los antiguos países coloniales. Sesenta años después de la independencia, la burguesía es completamente incapaz de resolver los problemas democráticos básicos, superar las divisiones tribales, eliminar las fronteras artificiales impuestas por las potencias coloniales y asegurar la independencia del imperialismo.

Mejorar las condiciones de vida, generar empleo, expandir de manera radical los sistemas de salud y educación, y garantizar el acceso a una vivienda digna son objetivos que ya no son compatibles con el sistema capitalista. Solo una transformación socialista profunda de la sociedad podrá lograr estos cambios.

En Kenia y en todo el mundo, la clase trabajadora está siendo empujada a una lucha política contra todo el sistema capitalista. La tarea que se plantea es luchar por un gobierno de los trabajadores en alianza con las masas rurales, que ponga la economía bajo propiedad colectiva, colocando los bancos, grandes plantaciones y las principales corporaciones bajo el control democrático de los trabajadores, y expropiando la riqueza ilícita de la capa parasitaria que dirige el Estado. Cada fábrica, lugar de trabajo, plantación y barrio deben convertirse en un centro de resistencia frente a las políticas de la clase dominante y sus representantes políticos.

Los verdaderos aliados de los trabajadores kenianos son sus compañeros de clase en toda África y el mundo, quienes también enfrentan una crisis social cada vez más grave. La lucha por un futuro socialista es, por su propia naturaleza, una lucha internacional.

Si los acontecimientos han reafirmado la centralidad de la lucha de clases y la base objetiva para un movimiento socialista, también han dejado claro que el éxito en la lucha de clases exige una estrategia política con fundamentos históricos.

La evolución de países como Kenia confirma la validez de la Teoría de la Revolución Permanente de León Trotsky. Desarrollada a inicios del siglo XX, Trotsky, colíder junto a Lenin de la Revolución de Octubre, sostenía que la clase trabajadora debía luchar directamente por el poder, arrastrando tras de sí a las masas rurales, que no podían desempeñar un papel político independiente.

Trotsky explicó que, en países con un desarrollo capitalista tardío, como Rusia a principios del siglo XX o la Kenia actual, la burguesía es incapaz de llevar a cabo la revolución democrática. Las tareas democráticas asociadas a las revoluciones burguesas del siglo XIX—como el derrocamiento del dominio colonial, la unificación nacional, la superación de las divisiones tribales y las fronteras impuestas por el imperialismo, y la solución del problema agrario—recaen sobre la clase trabajadora, que se verá forzada a implementar medidas socialistas. Sin embargo, estas solo podrán completarse a nivel internacional. La burguesía, atada a las potencias imperialistas que controlan el mundo, sus recursos y mercados, y sobre todo, aterrorizada por la clase trabajadora, no puede ni quiere llevarlas a cabo.

No importa cuán intensamente se manifiesten las contradicciones fundamentales del capitalismo en una crisis específica o cuán fuertes sean las presiones dentro de un contexto nacional, la lucha por el socialismo solo puede progresar si la clase trabajadora se basa en la estrategia internacionalista articulada por la Teoría de la Revolución Permanente.

La traición a la lucha por la independencia

La Teoría de la Revolución Permanente ha sido reivindicada tanto en la lucha por la independencia de Kenia como en la ‘Segunda Liberación’ contra los regímenes capitalistas posteriores a la independencia.

El territorio que hoy conocemos como Kenia fue violentamente incorporado al Imperio Británico entre 1888 y 1895, con sucesivos gobiernos coloniales que usaron la fuerza para sofocar levantamientos tribales, expropiar tierras de la población nativa, recaudar impuestos y asegurar un suministro constante de mano de obra barata para las plantaciones de café y té. En la década de 1910, el imperialismo británico comenzó a promover la migración de europeos a la región, con la ambición de crear un ‘país de blancos’ en el corazón de África Oriental, mientras los kenianos de origen africano y asiático sufrían una discriminación racial sistemática. Todo esto provocó las primeras grandes luchas obreras en la década de 1920, que se manifestaron en grandes protestas, huelgas y la creación de los primeros sindicatos.

Desde mediados de la década de 1930 hasta los años 50, las África y Asia coloniales fueron sacudidas por luchas anticoloniales masivas. En La guerra y la Cuarta Internacional, escrito en 1934, Trotsky había explicado el papel progresista que las masas coloniales y semicoloniales desempeñarían en la lucha por el socialismo:

Su lucha es doblemente progresiva: al hacer romper a los pueblos atrasados con el asiatismo, el localismo y la dominación extranjera asestan poderosos golpes a los estados imperialistas. Pero desde ya hay que plantearse claramente que las tardías revoluciones de Asia y África son incapaces de abrir una nueva era de renacimiento del Estado nacional. La liberación de las colonias no será más que un gigantesco episodio de la revolución socialista mundial, así como el tardío golpe democrático de Rusia no fue más que la introducción a la revolución socialista.

Las tareas democráticas de las luchas anticoloniales de posguerra solo podían lograrse bajo el liderazgo de la clase trabajadora, como parte de una lucha más amplia por el socialismo a nivel internacional. Sin embargo, ese camino fue bloqueado por el estalinismo.

El estalinismo surgió dentro del Partido Comunista Ruso y del aparato estatal tras la Revolución de Octubre de 1917. En el contexto de las derrotas sufridas por la clase trabajadora en Europa tras la Revolución, especialmente en Alemania, el estalinismo representó una reacción nacionalista contra el internacionalismo marxista. Se convirtió en el representante de una burocracia conservadora y privilegiada que usurpó el poder de la clase trabajadora. Su visión quedó encapsulada en la concepción nacionalista de ‘Socialismo en un solo país’, que rechazaba la perspectiva internacionalista sobre la cual se había basado la revolución bolchevique, y que tendría profundas consecuencias para la clase trabajadora a nivel mundial.

A nivel internacional, los estalinistas revivieron la justificación teórica para apoyar a una parte de la clase capitalista, originalmente propuesta por los oponentes de los bolcheviques, los mencheviques: la idea de una revolución en dos etapas.

Según la teoría de las dos etapas, los países coloniales y semicoloniales primero necesitan una revolución democrática burguesa para permitir un período de desarrollo capitalista que cree el marco para que la lucha de clases entre capitalistas y trabajadores surja en el ámbito nacional. Esto sentaría las bases para una segunda etapa, en un momento indeterminado, que consistiría en la lucha por el socialismo.

Los estalinistas sostenían que una parte de la clase capitalista o la emergente ‘burguesía nativa’, cuyo crecimiento había sido sofocado por el dominio colonial, desempeñaría necesariamente un papel progresista. Para darle un barniz revolucionario, Stalin propuso un bloque de cuatro clases: trabajadores, campesinos, la clase media urbana y sectores de la clase capitalista no compradora, a los que se refería como ‘la sección progresista de la burguesía nacional’. Las medidas socialistas estaban descartadas hasta que se completaran estas tareas democráticas nacionales.

La derrota de la Revolución China de 1925-1927 proporcionó una confirmación devastadora de las advertencias de Trotsky sobre los peligros de la perspectiva estalinista.

Stalin ordenó al Partido Comunista Chino (PCCh) apoyar al partido de la clase capitalista china, el Kuomintang, liderado por Chiang Kai-shek. Al hacerlo, Stalin se convirtió en el sepulturero de la revolución china que estalló en 1925, facilitando la masacre de la clase trabajadora de Shanghái en abril de 1927 por Chiang y sus ejércitos. Después de abril de 1927, el PCCh fue instruido para unirse al ‘ala izquierda’ del Kuomintang, que luego aplastó al movimiento de trabajadores y campesinos con la misma brutalidad que Chiang Kai-shek. Una gran parte de la dirigencia del PCCh fue asesinada por las fuerzas nacionalistas burguesas.

Trabajadores de Shanghái posando con armas durante la Revolución China en 1927. [Photo: Unknown author]

Tras estos desastres, y para encubrir su propia responsabilidad política, Stalin ordenó al Partido Comunista Chino (PCCh) organizar una insurrección en Cantón, que no tenía ninguna posibilidad de éxito, ya que el impulso revolucionario estaba en declive. Al extraer las lecciones de este nuevo desastre, Trotsky señaló que, al tomar el poder, el programa de los trabajadores de Cantón no se detuvo en una “primera etapa” como dictaba Moscú, sino que se vio obligado a avanzar más allá: nacionalizando bancos, grandes empresas y el transporte, y confiscando propiedades burguesas. “La pregunta es,” escribió Trotsky, “si estos son los métodos de una revolución burguesa, ¿cómo sería entonces una revolución proletaria en China?”

Esta derrota tuvo un impacto profundo en la historia del siglo XX, marcando prácticamente el fin del joven PCCh como partido de masas de la clase trabajadora china. Al huir al campo, los restos de la dirigencia del PCCh, incluido Mao Zedong, restablecieron el Partido Comunista como una organización predominantemente basada en el campesinado.

Durante la década de 1930, la burocracia estalinista asumió un papel conscientemente contrarrevolucionario, llevando a cabo un genocidio político contra el trotskismo en la Unión Soviética y colaborando con el imperialismo mundial en la represión de luchas revolucionarias a nivel internacional, así como en la supresión de los movimientos anticoloniales. Trotsky sería asesinado por un agente estalinista en 1940.

Después de la Segunda Guerra Mundial, el estalinismo nuevamente impidió un ajuste de cuentas revolucionario con el capitalismo. En Europa Occidental, la burocracia estalinista desarmó los movimientos de masas y sostuvo a gobiernos burgueses que aún mantenían colonias, como en Francia e Italia, donde la depresión, el fascismo y la guerra habían desacreditado el capitalismo a los ojos de amplios sectores de la población. El Partido Comunista Francés se unió al gobierno imperialista liderado por el general Charles de Gaulle, que libró guerras contra los pueblos colonizados en África y el sudeste asiático.

El papel contrarrevolucionario del estalinismo en África

En las colonias, el estalinismo traicionó sistemáticamente las luchas de las masas oprimidas. Perseguía sus propios intereses estrechos, y la burocracia soviética apoyó las luchas de liberación nacional en toda África como parte del conflicto de la Guerra Fría con los países imperialistas. Sin embargo, no tenía ninguna intención de promover revoluciones socialistas, ya que estas habrían desestabilizado la posición de la burocracia en la Unión Soviética.

En Sudán, que tenía el Partido Comunista más grande de África fuera de Sudáfrica, con 10.000 miembros, los estalinistas ayudaron al nacionalista Yaafar Muhammad al-Numeiry a llegar al poder en 1969. Moscú no hizo ninguna protesta al año siguiente cuando, después de haber utilizado a los comunistas para derrotar a sus oponentes islamistas, al-Numeiry expulsó a todos los ministros del Partido Comunista de su gobierno, y encarceló y ejecutó a miembros del partido.

En Sudáfrica, el estalinismo forzó al Partido Comunista Sudafricano (CPSA) a adoptar el lema de una “república nativa sudafricana independiente como una etapa hacia una república de trabajadores y campesinos, con plena igualdad de derechos para todas las razas: negros, mestizos y blancos”. Esto significaba priorizar la lucha por una “revolución democrática nacional”—derechos de voto iguales en un estado unitario—sobre la lucha por la revolución socialista.

En la década de 1950, el Partido Comunista de Sudáfrica (CPSA, por sus siglas en inglés) trabajó dentro del Congreso Nacional Africano (ANC), de carácter nacionalista burgués, y promovió el “nacionalismo revolucionario”, vinculado a su teoría del “colonialismo de tipo especial”. Según esta teoría, la Sudáfrica negra era una “colonia” de opresores blancos, por lo que la primera etapa debía ser la liberación nacional, liderada por el ANC, y la segunda, el socialismo, liderado por el CPSA. El CPSA redactó la Carta de la Libertad del ANC, publicada en 1955. Aunque revestida de fraseología socialista, esta no era un programa socialista, sino de carácter nacionalista y capitalista.

En Kenia, figuras estalinistas como Makhan Singh, miembro del Partido Comunista de la India y editor de algunos de sus periódicos durante muchos años, con estrechas relaciones con el Partido Comunista Sudafricano y el Partido Comunista de Gran Bretaña, desempeñaron un papel crucial en la subordinación de la clase trabajadora a las fuerzas nacionalistas burguesas de la Unión Africana de Kenia (KAU), liderada por nacionalistas conservadores como Jomo Kenyatta.

Makhan Singh (derecha) y Jomo Kenyatta – Nairobi, 1961

Kenyatta despreciaba a la clase trabajadora, defendía la propiedad privada capitalista y la creación de un Estado capitalista dentro de las fronteras impuestas por el imperialismo. Estaba más que dispuesto a asociarse con Singh, quien le otorgaba credenciales radicales en medio de una creciente radicalización de las masas.

En 1947, Kenyatta traicionó la huelga general de la ciudad portuaria de Mombasa, en la que participaron alrededor de 15,000 trabajadores que exigían mejores condiciones y salarios. Organizada por la Federación de Trabajadores Africanos, Kenyatta se negó a defender a los trabajadores contra la represión colonial y denunció cualquier huelga de solidaridad o reuniones en apoyo de los líderes sindicales arrestados como ilegales. Aconsejó a los trabajadores que presentaran sus quejas futuras directamente a los empresarios: ‘Escriban sus demandas en papel, entréguenselas a sus empleadores, denles aviso de su intención de hacer huelga y luego, si es necesario, hagan huelga; ese es el camino adecuado’, recomendó.

La huelga formaba parte de una ola más amplia de movimientos obreros que se extendieron por todo el mundo, incluida África, entre 1945 y 1950. Durante este periodo, los trabajadores organizaron huelgas generales y manifestaciones masivas, subrayando la necesidad de construir un partido marxista-trotskista arraigado en la clase trabajadora. Este partido habría buscado liderar a las masas campesinas avanzando un programa agrario revolucionario que movilizara a decenas de millones de campesinos en todo el continente, unificándolos en la lucha contra los opresores locales y el imperialismo.

Huelgas generales estallaron en varios países, incluidos Sudáfrica, Nigeria, Senegal, Egipto, Ghana, Sudán, Uganda y Nigeria en 1945, en Tanganica (ahora Tanzania) en 1947, y en Zanzíbar en 1948. También se llevaron a cabo huelgas a nivel de ciudad en Dakar y Dar es Salaam.

Singh fundó el Sindicato de Trabajadores de Kenia en 1935, convirtiéndolo en uno de los primeros sindicatos de masas del país. En 1949, cofundó el Congreso de Sindicatos de África Oriental (EATUC) junto al sindicalista africano y miembro de la Unión Africana de Kenia (KAU), Fred Kubai. Singh también dirigió el Grupo de Estudio Marxista, compuesto por estalinistas y nacionalistas. Además, fue una figura influyente en la dirección editorial del Daily Chronicle, un periódico de izquierdas e independentista, donde colaboraba regularmente.

En 1950, en una reunión organizada conjuntamente por la KAU y el EATUC (Confederación Sindical de África Oriental), Singh y Kubai propusieron un anexo a la resolución principal que abogaba por un estado capitalista independiente y la creación de un gobierno democrático burgués, sin hacer referencia a la lucha por el socialismo. El anexo exigía “la completa independencia y soberanía de los territorios de África Oriental, y el establecimiento en todos estos territorios de gobiernos democráticos elegidos por el pueblo y responsables únicamente ante el pueblo de dichos territorios, y que esta solución se implementara lo antes posible”.

Se suponía que el camino hacia el socialismo avanzaría a través de una prolongada etapa de desarrollo democrático burgués del estado nación, tras la independencia de Gran Bretaña.

En 1950, la Huelga General de Nairobi movilizó a más de 100,000 trabajadores en Nairobi, Mombasa, Kisumu y Nakuru, tras el arresto y encarcelamiento de Singh y Kubai. La huelga exigía su libertad, mejores salarios, condiciones laborales más justas y el reconocimiento de los sindicatos, reflejando el descontento generalizado con las políticas laborales coloniales y la discriminación racial. Esta huelga paralizó la economía colonial, lo que llevó a las autoridades británicas a realizar arrestos masivos. Sin embargo, el EATUC, una vez más, subordinó a la clase trabajadora al liderazgo de la KAU de Kenyatta y suspendió la huelga en su momento más álgido para evitar una confrontación mayor con el gobierno colonial.

Como señala el historiador Dave Hyde en La huelga general de Nairobi: de la protesta a la insurgencia, “El EATUC hizo seguidismo de la KAU, que estaba decidida a reformar el estado colonial, cuyas bases consideraba inquebrantables. Cuando estas bases mostraron signos serios de fractura, y después de que el ya débil apoyo a la KAU entre los ‘excluidos de Nairobi’ se desvaneciera por completo, el EATUC fue incapaz de hacer el giro necesario. Es significativo que los líderes sindicales no aprovecharan esta coyuntura para levantar demandas de un partido obrero. En su lugar, trabajaron para revitalizar a la KAU, que se destacó por su negativa a apoyar la huelga, redirigiendo el menguante apoyo de nuevo hacia la organización en un momento en que era el foco de un escepticismo generalizado”.

Un llamamiento a la formación de un partido independiente de los trabajadores habría significado mucho más que una simple táctica de agitación. Habría representado una concepción estratégica clara del desarrollo revolucionario de la clase trabajadora en África Oriental, enfrentándose a la KAU y a otros líderes nacionalistas en Tanzania y Uganda, algo que el EATUC, bajo la dirección de los estalinistas, no tenía intención de llevar a cabo. Esto habría supuesto ir más allá de las luchas económicas aisladas, hacia una movilización integral contra la burguesía colonial y nativa, así como contra sus instrumentos políticos en la KAU, en la lucha por el socialismo.

León Trotsky

En la década de 1930, a pesar de reconocer que “no estoy suficientemente al tanto de las actividades del Congreso Nacional,” Trotsky ofreció a los trotskistas sudafricanos una serie de recomendaciones sobre su enfoque hacia el Congreso Nacional Africano, que bien podrían haber sido adoptadas por un movimiento socialista keniano contra la KAU, nacionalista burguesa. Trotsky dijo :

1. Los bolcheviques leninistas [los trotskistsa] deben salir en defensa del Congreso, tal como éste es, en todos los casos en que lo ataquen los opresores blancos y sus agentes chovinistas en las filas de las organizaciones obreras.

2. Los bolcheviques leninistas han de dar más importancia a las tendencias progresivas del programa del Congreso que a sus tendencias reaccionarias.

3. Los bolcheviques leninistas denunciarán ante las masas nativas la incapacidad del Congreso de lograr la concreción incluso de sus propias reivindicaciones, debido a su política superficial y conciliadora. A diferencia del Congreso, los bolcheviques leninistas llevan adelante un programa revolucionario de lucha de clases.

4. Son admisibles los acuerdos episódicos con el Congreso, si las circunstancias obligan a tomarlos, sólo dentro del marco de tareas prácticas estrictamente definidas, manteniendo la independencia total y absoluta de nuestra organización y nuestra libertad de crítica política.

Las traiciones del EATUC a la clase trabajadora se produjeron en un período de radicalización masiva entre el campesinado kikuyu del centro de Kenia, víctimas de las confiscaciones de tierras por parte de los colonos británicos. Cada vez más desilusionados con el objetivo de la KAU de alcanzar la independencia nacional por medios pacíficos y constitucionales, los kikuyu comenzaron a distanciarse de su liderazgo. Entre 1947 y 1952, la dirigencia de la KAU intentó repetidamente llegar a compromisos con el imperialismo británico, pero todos estos esfuerzos fueron rechazados.

Ante la creciente oposición de las masas rurales, el imperialismo británico se enfrentaba a la amenaza de una insurrección. Los movimientos anticoloniales de la posguerra alcanzaron su apogeo con la Revolución China en 1949 y el estallido de la Guerra de Corea en junio de 1950. Durante este periodo, las guerras anticoloniales se libraban en varios frentes: las fuerzas francesas en Indochina y Argelia, los holandeses en Indonesia, y los británicos en Malasia. En 1952, mientras los actos de desobediencia abierta contra las autoridades coloniales se extendían por Kenia, especialmente en las zonas rurales, Londres declaró el estado de emergencia, que duró de 1952 a 1960. Arrestaron a los líderes de la KAU, incluido Kenyatta, prohibieron el EATUC e impusieron la ley marcial.

La revuelta Mau Mau

Miles de campesinos radicalizados, impulsados por las confiscaciones de tierras por parte de los colonos británicos y las duras políticas coloniales, lanzaron el movimiento anticolonial Mau Mau (Ejército por la Libertad y la Tierra de Kenia-KLFA). El levantamiento fue alimentado por profundos agravios entre las comunidades kikuyu, meru y embu, y estuvo liderado por sectores radicales de la pequeña burguesía dentro de la KAU, como Dedan Kimathi, descontentos con el liderazgo moderado de Kenyatta.

La Carta Africana de los Mau Mau delineaba el programa político pequeñoburgués del movimiento, que incluía demandas de un gobierno africano en Kenia, la africanización de la administración pública, la retirada inmediata e incondicional de las tropas extranjeras, el rechazo a las leyes extranjeras, la devolución de las tierras robadas por los colonos, y que las principales actividades comerciales y económicas pasaran a manos africanas, además de un fin inmediato a la represión.

Patrulla del ejército británico cruzando un arroyo durante la rebelión de Mau Mau [Photo: Ministry Of Defence Post 1945 Official Collection, MAU 587]

Los combatientes Mau Mau se adentraron en los bosques del centro de Kenia para llevar a cabo una guerra de guerrillas contra el imperialismo británico y sus colaboradores coloniales, resistiendo heroicamente durante casi siete años con armas improvisadas. La lucha cobró cientos de miles de vidas y desafió la tortura masiva, la represión brutal y el internamiento de hasta un millón de kikuyus en campos de concentración por parte del imperialismo británico. Se estima que hasta 300.000 personas murieron como resultado del conflicto, incluidas aquellas que sucumbieron al hambre, enfermedades y los maltratos en los campos de detención. Kimathi fue capturado y, tras un juicio simbólico, ejecutado en 1957. Otros 1.100 kenianos fueron ejecutados en la horca. Para 1959, solo pequeños grupos de combatientes resistían en los bosques.

La solución a las demandas democráticas del campesinado radicalizado requería el liderazgo de la clase trabajadora, en una lucha por el socialismo y en alianza con los trabajadores de toda África y los centros imperialistas. No obstante, la clase trabajadora fue bloqueada por su liderazgo estalinista y nacionalista pequeñoburgués, que insistía en subordinarla a los objetivos nacionalistas y capitalistas de independencia de la KAU.

El éxito del imperialismo británico en derrotar la lucha guerrillera y evitar que la clase trabajadora interviniera fue facilitado por nacionalistas burgueses como Tom Mboya, quien se convertiría en uno de los arquitectos del régimen de Kenia tras la independencia. Como líder sindical de la Federación de Trabajadores de Kenia (KFL), su sindicato recibió apoyo del Congreso de Sindicatos del Reino Unido, vinculado al imperialismo británico, y fue financiado en gran medida por una fachada de la CIA, la Confederación Internacional de Sindicatos Libres.

Tom Mboya en 1962 [Photo: Israeli GPO photographer/National Photo Collection of Israel,]

Mboya fue utilizado repetidamente por las autoridades coloniales para reprimir la resistencia de la clase trabajadora. En abril de 1954, el liderazgo de la Federación de Trabajadores de Kenia (KFL) colaboró con las autoridades coloniales para evitar una huelga general convocada por trabajadores militantes en Nairobi, en protesta por la brutalidad de la Operación Anvil. Esta operación, organizada por los británicos en Nairobi, resultó en la detención y encarcelamiento sin juicio de miles de trabajadores y sus familias, con el objetivo de desmantelar el apoyo urbano a la guerra de guerrillas en el campo. En su relato posterior, Mboya diría:

En 1954, los terroristas impusieron un boicot a los autobuses. Algunas personas intentaron involucrar a los sindicatos en este boicot. Los sindicatos rechazaron firmemente la sugerencia. Poco después del éxito del boicot de autobuses, los terroristas amenazaron con imponer una huelga general. El gobierno [colonial] solicitó la ayuda de la Federación para eliminar esta amenaza. Sin temor y arriesgando sus propias vidas, todos los líderes sindicales organizaron activamente la oposición a la huelga y lograron eliminar por completo la amenaza. Muchos líderes fueron amenazados por los terroristas, pero, sin miedo, enfrentaron la amenaza de huelga.

Al año siguiente, en 1955, Mboya frenó la poderosa huelga de miles de trabajadores portuarios de Mombasa que podría haber paralizado el país. Mboya insistió en que los trabajadores debían limitar sus demandas a cuestiones salariales y no usar su fuerza contra las autoridades coloniales.

Tras la derrota del Mau Mau en 1959, se produjo un resurgimiento de la lucha de clases durante los siguientes cuatro años, que abarcó a trabajadores de plantaciones y agrícolas, trabajadores industriales, maestros, empleados de gobiernos locales y funcionarios públicos. De manera significativa, también incluyó una huelga panafricana de trabajadores ferroviarios en Kenia, Uganda y Tanganica (hoy Tanzania), lo que culminó en la independencia en 1963. A pesar de estar subordinadas a la conservadora KAU, las movilizaciones y huelgas masivas de los trabajadores, junto con la generalizada lucha de clases en África y el sudeste asiático, hicieron insostenible que el imperialismo británico mantuviera su control sobre Kenia.

Esto allanó el camino para las negociaciones de independencia en las Conferencias de Lancaster House (enero de 1960, febrero de 1962 y septiembre de 1963), lideradas por Jomo Kenyatta, quien denunció a los Mau Mau como ‘veneno’, y Jaramogi Oginga Odinga, padre del actual líder de la oposición, Raila Odinga. El partido que fundaron, la Unión Nacional Africana de Kenia (KANU), negoció un acuerdo con el imperialismo británico y gobernaría de facto como si fuera un estado de partido único durante más de tres décadas.

Como Mboya afirmaría meses antes de la independencia en La libertad y después (1963), su movimiento nacionalista fue explícitamente construido en oposición al marxismo:

Un movimiento nacionalista no tiene tiempo para debates sobre ideología o diferencias en los programas económicos y sociales. La sociedad en África —al menos al norte del Zambezi— no está dividida entre capitalistas y trabajadores, terratenientes y desposeídos. Las distinciones básicas de clase que existen en Europa están ausentes en África. En su lugar, tienes en los estados recién independientes un gobierno que obtiene su fuerza de las masas, y habla en términos de educación universal, más hospitales, mejor alimentación, y mayores oportunidades para un mejor nivel de vida para todos. […] Las divisiones serían las de tribu o ambición personal, pero raramente podría haber una verdadera diferencia ideológica o de clase.

Las declaraciones de Mboya fueron pronto refutadas. En África sí existían clases, y él representaba claramente los intereses de la nueva burguesía. Los nuevos Estados se encargarían de reprimir sistemáticamente el desarrollo de luchas revolucionarias independientes de la clase trabajadora y de garantizar la subordinación de la economía a los imperativos del mercado mundial, dominado por las mismas potencias imperialistas que antes los habían gobernado directamente. La concesión de la independencia se convirtió en una pieza clave de los acuerdos de posguerra, mediante los cuales el imperialismo logró restabilizarse durante un período de más de medio siglo.

Continuación

(Publicado originalmente en inglés el 3 de octubre de 2024)

https://www.wsws.org/es/articles/2024/10/08/keny-o08.html?pk_campaign=wsws-newsletter&pk_kwd=wsws-daily-newsletter

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