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La inflación no es mala: pasa que está desprestigiada
“La primera panacea para una nación mal gobernada es la inflación monetaria, la segunda es la guerra. Las dos aportan prosperidad temporaria y destrucción indeleble. Las dos son el refugio de los oportunistas económicos y políticos.”
Ernest Hemingway – 1899-1961
“La inflación es un fenómeno complejo, un proceso dinámico, no existe un termostato que los bancos centrales puedan subir o bajar. Es sobre todo una lucha por la repartición de los ingresos entre el capital y el trabajo, y el capital ha ganado la batalla durante estos últimos cuarenta años.”
Stephanie Kelton. Alternatives Economiques, n°412, Mai 2021.
No hace falta ser un genio para entender que si desconoces las causas de un mal, se hace difícil combatirlo. Mejor aun, conviene distinguir entre síntomas y causas. La cuestión no reside en saber si tienes fiebre que es un síntoma, sino en saber cuál es la causa que la provoca.
En Economía las causas dependen mayormente de quién las evoca, eso es al gusto del cliente. Un gobierno en funciones suele echarle la culpa al gobierno anterior, lo que no te adelanta mucho. En la actualidad EEUU y la Unión Europea –que junto a Canadá, Australia y Japón constituyen de manera exclusiva el llamado “occidente”– adoptaron una causa universal para todo desastre: Vladimir Putin.
Ahorita nos debatimos –unos más otros menos– en una crisis alimentaria que afecta a todo el planeta. El hambre no empezó ayer ni llegó con los calores del verano septentrional. Sin embargo lo más fácil es culpar a Rusia. Los iluminados occidentales decidieron –por cojones– que debían meter a Ucrania en la OTAN así fuese con calzador, aun cuando los rusos advirtieron durante años que eso equivalía a una declaración de guerra.
Iniciada la guerra, los iluminados occidentales decidieron luchar hasta el último ucraniano, reservándose la heroica función de imponerle sanciones económicas a Rusia. Olvidando, los muy desmemoriados, que Ucrania y Rusia venden cada año el 20% del maíz y el 30% del trigo planetarios, así como el 80% de los girasoles para la producción de aceite y el 80% de los sub-productos sólidos obtenidos después de la extracción del aceite de los granos de las oleaginosas consumidos en Europa. Para no hablar de los fertilizantes nitrogenados, necesarios en la agricultura mundial, 80% de cuyo precio depende del gas que suministra… ¡Rusia!
De modo que las sanciones económicas bailan conga: un pasito p’alante, un pasito p’atrás. El caso del transporte aéreo es paradigmático: la Unión Europea prohibió venderle piezas de recambio para los aviones a las aerolíneas rusas. Ahora bien, esos aviones (más de 700) son de propiedad de empresas europeas que los alquilan en Rusia. Tales empresas perdieron hasta la camisa gracias a la UE. Luego, la UE descubrió que su industria aeronáutica (militar y civil) tiene solo un proveedor de titanio: Rusia. De modo que Airbus y otras muy provechosas industrias peligran morir. Rápida y heroicamente la UE echó pie atrás: las primeras víctimas de sus sanciones son los países de la UE que las aplican. Antaño a eso le llamaban “salir el tiro por la culata”.
Los desastres ocasionados en la UE por las sanciones destinadas a poner de rodillas a Rusia crecen cada día, y la población europea se pregunta si vale la pena morir por los nazis de Kiev, proclamando alto y fuerte que con ellos compartimos los “sacrosantos valores de la democracia”.
Los precios de la gasolina, la electricidad, el gas y otros combustibles se fueron a las nubes. La Unión Europea, –cuyos líderes obtendrían menos de 69 en un test de matrices progresivas de Raven–, decidió “reducir su consumo de energía en un 15%” (sic). Los rusos –con ánimo de ayudar– anunciaron que reducirían la cantidad de gas que le envían a la Unión Europea. Horrorizados, los iluminados que nos gobiernan acusaron a Rusia de aplicarnos… “sanciones económicas”. ¡¿Dónde se ha visto?! Se supone que las sanciones económicas son la exclusividad de “occidente”…
Otra medida genial para ahorrar energía, sugerida por el gobierno francés, recomienda desconectar el Wi-Fi, no, no estoy bromeando. Lo que en la UE conviene llamar boludeces es tema en la prensa europea. El diario británico The Guardian publica lo que sigue:
“Los precios de la energía se van al cielo, la inflación está desorbitada y millones (de seres humanos) padecen hambre. ¿De seguro Boris Johnson sabía que esto ocurriría? Las sanciones occidentales contra Rusia son la política peor concebida y más contraproductiva en la historia internacional reciente”.
Simon Jenkins, autor del artículo, dista mucho de ser pro-ruso, pero se precia de usar su cerebro y se pregunta: “Estoy intrigado de saber si alguna vez algún análisis le fue entregado al gabinete de Boris Johnson previendo las consecuencias para Gran Bretaña de las sanciones contra Rusia” (sic).
Y muy a su pesar da cuenta de la libertad de conciencia como la vivimos en Europa:
“Criticar las sanciones es casi un anatema. Los analistas militares son idiotas con relación a este tema. Los centros de reflexión estratégica están mudos. Los lideres putativos británicos, Liz Truss y Rishi Sunak, compiten en retórica beligerante y prometen más sanciones sin una palabra sobre su propósito. Pero si Ud, muestra escepticismo al respecto, será condenado como un ‘pro-Putin’ y un ‘anti-Ucrania’”.
Como decía, no hace falta ser un genio para entender que si desconoces las causas de un mal, se hace difícil combatirlo. En este caso, el mal viene de “occidente”: bloquear la masa de recursos monetarios rusos en EEUU y la UE no ha servido de nada, y hoy por hoy hasta los economistas –ya es decir– reconocen que las sanciones económicas aplicadas a Moscú han debilitado a la Unión Europea.
De modo que a la larga lista de desastres –crisis del 2001, crisis de los subprimes en 2008, pandemia Covid, cambio climático… – se suma ahora esta crisis alimentaria, agravada por la inflación que se deja sentir en el mundo entero, particularmente en la UE y en los EEUU.
La cuestión reside en saber qué es lo que gatilló la inflación. Hacer la pregunta ya es Troya.
Milton Friedman, un monetarista, sostenía que la inflación se produce cuando hay demasiada moneda disponible (ergo demanda) para una cantidad limitada de bienes en oferta. El buenazo de Friedman reflexionaba prescindiendo del tiempo y otras dimensiones que los economistas se pasan por las amígdalas del sur, pero no es el caso entrar en esas profundidades.
Si Friedman tenía razón, la principal causa del fenómeno inflacionario tiene relación con las decenas de billones de euros y dólares creados a partir de la nada para salvar a los generadores de las crisis: la industria financiera, los bancos, los especuladores y otros maleantes. Las cifras marean, y los países más endeudados saben que nunca, repito NUNCA, podrán pagar las deudas contraídas.
Entre los países más endeudados del mundo se cuentan Japón con una deuda igual al 250% de su PIB, Grecia cuya deuda se eleva a un 206,7% de su PIB e Italia con un 154,8% del suyo. Luego vienen EEUU, Portugal, España, Francia, Bélgica, Singapur, Canadá… con una deuda que gira en torno al 120% de sus PIB respectivos.
Desde luego también hay países pringaos, pero tomando en cuenta su ínfimo PIB, su deuda, en volumen, es ridícula.
Por su parte Rusia tiene una deuda que no llega al 18% de su PIB, uno se pregunta quién sabe más de economía…
En estos días en que la inflación en EEUU y la UE se aproxima a un 10% en ritmo anual, algo no visto desde hace unos 40 años, los bancos centrales aumentan las tasas de interés, lo que equivale a aumentar el precio del alquiler del dinero. De ese modo restringen la demanda de créditos (eso piensan los bancos centrales) o sea la masa de dinero que circula en la economía, y por vía de consecuencia reducen la demanda, lo que según la fantástica Ley que ya conoces debiese liquidar la inflación. ¿En serio?
La FED, banco central de los EEUU, “confirmó su giro restrictivo: el BC de los EEUU aumentó nuevamente sus tasas en tres cuartos de punto este miércoles. Otras alzas de las tasas debiesen venir. La FED le da la prioridad a la lucha contra la inflación”, señala la prensa europea (Les Echos, París).
El Banco Central Europeo (BCE) hizo lo propio, aumentando la tasa de refinanciamiento “en 50 puntos básicos”. No te pierdas: estos superdotados son especialistas de la homeopatía y las microdosis. Un punto porcentual es dividido en “100 puntos de base”: al aumentar la tasa de refinanciamiento de manera brutal el BCE no hizo sino incrementarla en 0,50%.
El BNP, el banco más importante de la zona euro, declaró una vez más beneficios récord. Todo va bien.
La prensa europea destaca que el alza de tasas de interés puede gatillar una recesión económica –otra más– pero esa la pagan los pringaos: basta con mantener alerta las policías que se ocupan de la represión.
Como quiera que sea, la inflación tiene efectos extremadamente positivos que pocos economistas se atreven a comentar. Entre ellos la virtud de hacer desaparecer la deuda de los Estados, y de los privados (empresas y familias). Deuda –cifrada en euros, dólares o pesos– que una inflación anual del 10% haría desaparecer completamente en pocos años. Porque la indexación de la deuda no existe sino en Chile: no aumenta con la inflación, sino que disminuye que es un gusto. ¡Alabao!
Hay países, como Bélgica, en el que sólo los salarios están indexados, o dicho de otro modo sólo los salarios están expresados en UF. Para quien lo ignora, la UF, o unidad de fomento (¿fomento de qué?), es una aciaga invención chilensis, una unidad de cuenta cuyo valor evoluciona con los precios y eterniza las deudas y las aumenta para gozo y deleite de los poderosos.
Los socialistas franceses –con Mitterrand– eliminaron la indexación salarial: cada vez que la inflación subía un punto, tu salario subía otro tanto. La indexación salarial desapareció dizque para darle a la economía francesa más competitividad internacional. Pero la única consecuencia real fue la disminución del poder adquisitivo de los trabajadores asalariados: la balanza comercial francesa ha ido empeorando a lo largo de décadas y el déficit comercial alcanza hoy cifras alucinantes.
Curiosamente a nadie se le ha ocurrido regresar a la indexación salarial: el neoliberalismo determinó, contra toda evidencia, que había que evitar los “efectos de segunda vuelta”. En claro: cuando los precios suben no hay que aumentar los salarios para no alimentar la inflación. Poco importa que las causas de la inflación no tengan nada que ver con los salarios. Así se concentra la riqueza en pocas manos, y se asegura la atractividad de países como Francia y Chile. En Francia, grandes empresas –como Total o CMA-CGM– no han pagado un euro de impuestos durante años: esa es la atractividad.
Como puedes constatar, entre los efectos positivos de la inflación se cuenta la concentración del lucro en manos de los grandes empresarios. Basta con no compensar la masa salarial. De ese modo disminuyen los costes de producción y a precio de venta igual, aumenta el lucro. Si por azar se produce una devaluación de tu moneda, –pongamos el peso–, pasando de $485 por un dólar a $1.050, un asalariado que costaba mil dólares al mes, pasa a costar sólo US$461,90. ¿No es linda la Economía?
De modo que la inflación también es un negocio. Un negocio del capitalismo. Si no lo sabías, pocas cosas son tan aborrecidas por los inversionistas como la baja de los precios. En condiciones de deflación la inversión tiende a desaparecer.
De modo que el cacareo a propósito de la inflación es sólo eso: cacareo. Durante años la hiper-inflación fue EL negocio en Brasil. Basta con mirar la masa de beneficios de las gigantescas empresas multinacionales para darse cuenta que, sin indexación salarial, quienes pagan el pato de la boda somos los pringaos.
Los bancos centrales hacen el paripé, chamullan, anuncian, declaran y gesticulan por la sencilla razón que su independencia es la herramienta perfecta para cumplir con la única tarea que tienen: controlar la inflación.
Y cuando la inflación se les va de las manos… ¿qué hacemos papá?
Hay un remedio, pero a los capitalistas no les gusta: terminar con el capitalismo.