La ideología fascista del Estado israelí y el genocidio en Gaza“

Fuente: https://www.wsws.org/es/articles/2023/12/20/pers-d20.html?pk_campaign=newsletter&pk_kwd=wsws                 David North                                                                                      20.12.23

Esta conferencia fue pronunciada por el presidente del Consejo Editorial Internacional del World Socialist Web Site, David North, en la Universidad de Humboldt, Berlín, Alemania, el 14 de diciembre de 2023.

Cuando uno llega a la Universidad Humboldt y entra en la entrada del edificio, ve la famosa cita de Marx: “Los filósofos solo han interpretado el mundo; de lo que se trata es de cambiarlo”. Esa referencia básica de Marx es la que debería guiar siempre a los oradores cuando se dirigen a una reunión. ¿Cómo va a contribuir lo que digan a cambiar el mundo?

En primer lugar, quiero dar las gracias a mis compañeros de la sección alemana de los Jóvenes y Estudiantes Internacionales por la Igualdad Social (JEIIS o IYSSE, por sus siglas en inglés) por invitarme a dar una conferencia esta tarde en la Universidad Humboldt. Tengo entendido que se encontraron con ciertos problemas a la hora de establecer el tema de esta conferencia, y se les informó de que el título de mi conferencia no podía incluir una referencia al genocidio en curso por parte del Gobierno israelí en Gaza. Pues bien, han respetado esta norma y no hay nada en el título que haga referencia a este acontecimiento inmensamente significativo. Esta evidente restricción de la libertad de expresión forma parte de los esfuerzos del Gobierno alemán, los medios de comunicación y las instituciones académicas serviles para prohibir y desacreditar la oposición a los crímenes que está llevando a cabo el Gobierno de Netanyahu.

No obstante, ahora que hemos respetado la restricción del título de la conferencia, procederé a hablar de los acontecimientos de Gaza. ¿Es posible no hacerlo?

Durante los dos últimos meses, el mundo ha sido testigo de cómo el Gobierno israelí libra una guerra de impactante brutalidad contra una población indefensa. El número de muertos se acerca, y puede superar, las 20.000 personas. Más de la mitad de los muertos son mujeres y niños. El número total de víctimas es un múltiplo de esa cifra. Durante las seis primeras semanas de esta guerra, Israel lanzó 22.000 bombas, suministradas por Estados Unidos, sobre Gaza. Eso fue solo en las seis primeras semanas; desde entonces ha transcurrido un periodo de tiempo considerable. Para hacerse una idea de la magnitud de la embestida, hay que tener en cuenta que la superficie total de Gaza es de 365 kilómetros cuadrados, es decir, menos de la mitad de Berlín (891,3 kilómetros cuadrados).

Una columna de humo tras un bombardeo israelí en la Franja de Gaza, visto desde el sur de Israel, 16 de diciembre de 2023 [AP Photo/Ariel Schalit]

Las fuerzas militares israelíes no perdonan ningún área de Gaza ni a ningún segmento de la población gazatí. Se bombardean hospitales, escuelas, bibliotecas, campos de refugiados y otros edificios públicos. Los periodistas, médicos, profesores, escritores y artistas son blanco de ataques deliberados. El asesinato del poeta Refaat Alareer es solo el más destacado de los asesinatos que se están llevando a cabo siguiendo las instrucciones del Gobierno israelí.

Hay que poner fin a esta matanza y todos los responsables de los crímenes contra la población de Gaza y contra todo el pueblo palestino que vive bajo la ocupación deben ser llevados plenamente a la justicia, de acuerdo con los principios establecidos en los Juicios de Núremberg de 1945-1946. Y si yo tuviera algo que decir al respecto, se aplicarían las mismas penas.

La restricción impuesta al título de mi conferencia contiene un elemento de ironía. Hace casi exactamente una década, en febrero de 2014, los guardias de seguridad aquí en Humboldt, siguiendo las órdenes del propio profesor de Historia, Jörg Baberowski, me impidieron físicamente asistir a un seminario que había organizado Baberowski para discutir una nueva biografía de León Trotsky por el profesor Robert Service de la Universidad de Oxford. En el anuncio del seminario público se decía que Service respondería a las preguntas de los asistentes.

Baberowski (con la gabardine verde) y su equipo de seguridad bloquean la entrada de David North al seminario en 2014

La biografía de Service fue un descarado ejercicio de falsificación histórica. Sus calumnias contra Trotsky fueron tan flagrantes que provocaron una protesta pública de destacados historiadores alemanes, lo que dio lugar a un retraso de un año en la publicación de la edición en alemán de la biografía.

Una de mis objeciones a la biografía de Service, detalladas en varios ensayos críticos, fue el uso explícito por parte del historiador británico de tropos antisemitas estereotipados en su denuncia de Trotsky. Incluían, entre otras muchas cosas, referencias a la forma de la nariz de Trotsky y el cambio de su verdadero nombre de pila ruso de “Lev” a “Leiba”, una variante yidis del nombre utilizado exclusivamente por los enemigos antisemitas de Trotsky, quien era de origen judío.

Como pronto se supo, la alianza de los profesores Baberowski y Service se basaba en una agenda política anticomunista compartida. El mismo día en que me expulsaron del seminario de Humboldt, se publicó un nuevo número de Der Spiegel con un largo ensayo que justificaba los crímenes nazis, argumentando que las políticas de Hitler eran una respuesta legítima a la “barbarie” de la revolución bolchevique.

Entre los entrevistados por Der Spiegel estaba Baberowski, quein declaró: “Hitler no era cruel. No le gustaba conversar sobre el exterminio de los judíos en su mesa”. Baberowski pasó a defender las opiniones pronazis del ya fallecido profesor Ernst Nolte, que en aquel momento era el principal apologista de Hitler en Alemania.

Ante la indignación de los estudiantes de Humboldt tras la publicación del ensayo de Der Spiegel, la administración de la Universidad Humboldt y los medios de comunicación respaldaron a Baberowski. Esto no cambió ni siquiera después de que un tribunal alemán dictaminara que Baberowski puede ser calificado como un extremista de derecha. Baberowski disfrutó y sigue disfrutando de un respaldo ilimitado por parte de Humboldt, lo que le permitió nombrar como profesor del Departamento de Estudios de Europa Oriental a un tal Fabian Thunemann, cuyo currículum vitae anterior a su nombramiento en Humboldt incluía la participación en una manifestación neonazi en protesta por la denuncia de las atrocidades cometidas por la Wehrmacht (el Ejército de Hitler) durante la Segunda Guerra Mundial.

Hace diez años, se me prohibió asistir a un seminario en Humboldt porque quería cuestionar las falsificaciones de Service y su uso de calumnias antisemitas. Ahora la universidad, presentándose como oponente irreconciliable del antisemitismo, prohíbe cualquier referencia al genocidio de Gaza en nombre de la lucha contra el antisemitismo.

Menciono este incidente del pasado no tan lejano porque ejemplifica el cinismo, la hipocresía, la demagogia y las mentiras desenfrenadas que impulsan la campaña para desacreditar la oposición a la embestida de Israel contra Gaza tildándola de “antisemita”. El uso de esta calumnia se ha convertido en un arma fundamental en los esfuerzos de Israel y sus cómplices imperialistas para intimidar y aislar a todos aquellos que protestan contra el genocidio de los palestinos.

De repente, y desde muchos sectores sorprendentes, han aparecido guerreros contra el antisemitismo. La semana pasada, en Estados Unidos, las rectoras de distintas universidades fueron convocadas a Washington D.C. e interrogadas sobre su incapacidad para reprimir las protestas supuestamente antisemitas en los campus universitarios estadounidenses. A la cabeza del interrogatorio inquisitorial estaba la congresista Elise Stefanik, republicana de un distrito de Nueva York. Exigió saber por qué las rectoras de la Universidad de Pensilvania, la Universidad de Harvard, el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y otras grandes universidades toleraban los llamamientos al “genocidio”, que la congresista identifica con cualquier protesta estudiantil que exija el fin del régimen de apartheid que priva a los palestinos de sus derechos democráticos.

La legisladora Elise Stefanik, defensora de la “Teoría del Gran Reemplazo” y simpatizante de la insurrección del 6 de enero, es una de las principales proponentes de la afirmación que “el antisionismo es antisemitismo”. [AP Photo/Mark Schiefelbein]

Pero, ¿cuáles son las credenciales de Stefanik como luchadora contra el antisemitismo? Es una conocida defensora de lo que se conoce como la “Teoría del Gran Reemplazo”, que afirma que los judíos están planeando la eliminación de los cristianos blancos en un complot para apoderarse del mundo. En otras palabras, es una antisemita declarada, según la definición más clásica del término.

La alianza de fuerzas de extrema derecha con el régimen israelí es un fenómeno político internacional. Como saben, Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en alemán), uno de cuyos líderes minimizó el Holocausto describiéndolo como meras “cuitas” en la historia, se ha unido a la cruzada contra el antisemitismo. Y, sin duda, si aún viviera, el Führer se uniría a ella.

En diciembre del año pasado, una delegación del Batallón Azov ucraniano, muchos de cuyos miembros andan tatuados símbolos nazis, visitó Israel para expresar su solidaridad con el régimen de Netanyahu. No se trata simplemente de distorsiones aisladas y extrañas de lo que, por lo demás, es un esfuerzo legítimo para combatir el antisemitismo. Más bien, toda la campaña se basa en la falsificación de los orígenes históricos y la función política del antisemitismo. La campaña actual ejemplifica un proceso que podría denominarse “inversión semántica”, cuando una palabra se utiliza de una manera y en un contexto que son exactamente opuestos a su significado real y aceptado desde hace mucho tiempo.

Por la pura fuerza de la repetición, amplificada por todos los poderes en manos del Estado y los medios de comunicación corporativos, se altera fundamentalmente el significado de un término. El resultado previsto de la falsificación es la degradación de la conciencia popular y de su capacidad para comprender la realidad.

Un ejemplo importante de cómo se está utilizando el término “antisemitismo” para falsificar la historia, distorsionar la realidad política y desorientar la conciencia popular lo encontramos en el reciente discurso del demagogo Robert Habeck, vicecanciller del actual Gobierno de coalición alemán. En un pasaje clave, este Tartufo [El impostor de Molière] político afirmó:

Sin embargo, también me preocupa el antisemitismo en sectores de la izquierda política y, por desgracia, también entre jóvenes activistas. El anticolonialismo no debe conducir al antisemitismo.

¿Puede alguien siquiera empezar a explicar cómo el anticolonialismo adquiriría un carácter antisemita? Continúa diciendo:

En este sentido, este sector de la izquierda política debería examinar sus argumentos y desconfiar de la narrativa de la gran resistencia.

Leeré esto en alemán para que todo el mundo pueda captar todo su peso:

Sorge macht mir aber auch der Antisemitismus in Teilen der politischen linken und zwar leider auch bei jungen Aktivistinnen und Aktivisten. Anti-Kolonialismus darf nicht zu Antisemitismus führen.

Insofern sollte dieser Teil der politischen Linken seine Argumente prüfen und der großen Widerstand Erzählung mistrauen.

En este pasaje se revela el propósito central de la aplicación de la inversión semántica a la palabra antisemitismo. Un fenómeno históricamente asociado a la derecha política se transforma en un atributo central de la izquierda política. El propósito reaccionario de este proceso de falsificación quedó demostrado en la destrucción de Jeremy Corbyn en Reino Unido. No soy un admirador de Corbyn, cuyo rasgo político más evidente es la falta de agallas. Pero a pesar de todos sus pecados oportunistas, la acusación de antisemitismo contra Corbyn y sus partidarios en el Partido Laborista británico es una vil calumnia, urdida por sus oponentes de derechas para destruirlo políticamente.

Otro ejemplo aún más repugnante del uso de este insulto es la despiadada caza de brujas contra Roger Waters. Un artista que ha dedicado su vida y su arte a la defensa de los derechos humanos está siendo hostigado en una campaña orquestada internacionalmente para tacharlo de antisemita. Aquí en Alemania, en Fráncfort y Berlín, se intentó cancelar sus conciertos. ¿Y cuál es el motivo de su persecución? Roger Waters defiende los derechos democráticos fundamentales de los palestinos y denuncia su opresión.

La separación del término “antisemitismo” de su significado histórico y político real se completa mediante su uso contra los judíos que han protestado por millares contra las políticas criminales del régimen israelí. Contra ellos se utiliza una frase particularmente vil: “judíos que se odian a sí mismos”. La esencia de este insulto es que la oposición de los que son judíos a las políticas israelíes, y a todo el proyecto sionista, solo puede explicarse como la manifestación de algún tipo de problema psicológico, un rechazo patológico de su propia identidad.

Este diagnóstico procede al disolver completamente el judaísmo, que es una identidad religiosa específica, equiparándolo con el Estado israelí y la ideología nacionalista del sionismo. Se atribuye una gran importancia metafísica a la afiliación religiosa de un individuo, que puede, en la vida de uno u otro judío, tener una relevancia limitada o incluso no tener ninguna importancia especial.

Este mejunje ideológico no se basa en la historia, sino en la mitología bíblica. De hecho, la legitimidad del proyecto sionista procede de la afirmación de que la creación de Israel hace solo 75 años marcó el llamado “retorno” del pueblo judío tras 2.000 años de exilio a su hogar ancestral “prometido” por Dios.

Este disparate mitológico no tiene ninguna base en la realidad histórica. Han pasado más de 350 años desde que Spinoza echó por tierra, en su Tratado teológico-político, la afirmación de que el Pentateuco fue dictado por Dios a Moisés. La Biblia fue obra de muchos autores. Como ha explicado el historiador Steven Nadler, una autoridad sobre Spinoza:

Spinoza niega que Moisés escribiera toda, o incluso la mayor parte, de la Torá. Las referencias en el Pentateuco a Moisés en tercera persona, la narración de su muerte y el hecho de que algunos lugares reciban nombres que no tenían en la época de Moisés “dejan claro más allá de toda sombra de duda” que los escritos comúnmente conocidos como “Los cinco Libros de Moisés” fueron escritos, de hecho, por alguien que vivió muchas generaciones después de Moisés.

Partiendo de su repudio de la autoridad de la Biblia, Spinoza enfureció aún más a los ancianos de Ámsterdam y provocó su excomunión al negar la afirmación, fundamental para el judaísmo como religión y para el sionismo como ideología política, de que los judíos son un “pueblo elegido”. Como escribe Nadler,

Si la autoridad y los orígenes de las Escrituras son ahora sospechosos, también deben serlo sus grandes afirmaciones sobre la “vocación” de los hebreos. Es “infantil”, insiste Spinoza, que alguien base su felicidad en la singularidad de sus dones; en el caso de los judíos, sería la singularidad de haber sido el pueblo elegido. Los antiguos hebreos, de hecho, no superaban a otras naciones en su sabiduría ni en su proximidad a Dios. No eran ni intelectual ni moralmente superiores a otros pueblos.

La apostasía de Spinoza, informada por el rápido avance de la ciencia en el siglo XVII y enraizada en el materialismo filosófico, despejó el camino a las tendencias políticas más progresistas y radicales. Esta apostasía provocó la ira de los guardianes rabínicos de la ortodoxia. La excomunión de Spinoza fue proclamada en un lenguaje sin precedentes por su dureza. La excomunión decía en parte:

Maldito sea de día y maldito de noche; maldito al acostarse y maldito al levantarse. Maldito sea cuando salga y maldito cuando entre. El Señor no lo perdonará, sino que la ira del Señor y sus celos humearán contra ese hombre, y todas las maldiciones que están escritas en este libro caerán sobre él, y el Señor borrará su nombre de la faz de la tierra.

“El excomulgado Spinoza”, una pintura de 1907 por Samuel Hirszenberg [Photo: Samuel Hirszenberg]

A pesar de esta denuncia, el nombre de Spinoza no pudo ser borrado. La influencia de sus concepciones heréticas ha persistido a lo largo de los siglos, contribuyendo profundamente al desarrollo del pensamiento de la Ilustración, incluida la Ilustración judía conocida como Haskalah, y a sus revolucionarias consecuencias políticas en los siglos XVIII, XIX e incluso XX.

La teología política del sionismo contemporáneo representa la antítesis contrarrevolucionaria extrema y el repudio de la tradición progresista, democrática y socialista derivada del pensamiento spinozista y, más tarde, marxista entre generaciones de trabajadores e intelectuales judíos. Reinterpretando el mito religioso en el espíritu del chovinismo nacional extremo, la teología sionista contemporánea imparte al concepto de un “pueblo elegido” un carácter completamente racista y fascistizante.

Aunque se reconoce ampliamente que el Gobierno israelí está compuesto por partidos de extrema derecha, este hecho político se trata como un detalle menor que no tiene ninguna relación particular con los acontecimientos del 7 de octubre y la respuesta del Estado israelí. Prácticamente no se encuentra ninguna referencia en la cobertura política de la guerra a la influencia en las políticas del Gobierno de Netanyahu de una apocalíptica “teología de la venganza”, que exige explícitamente la aniquilación de todos los enemigos de Israel.

Una figura protagónica en el desarrollo de la “teología de la venganza” fue el difunto Meir Kahane. Nacido en Brooklyn en 1932, su padre, el rabino Charles Kahane, era amigo y socio de Ze’ev Jabotinsky, líder de un ala declaradamente fascista del movimiento sionista. Meir Kahane alcanzó inicialmente la fama en Estados Unidos como fundador de la neofascista Liga de Defensa Judía (JDL, por sus siglas en inglés). La JDL tenía como blanco de ataques las organizaciones negras de Nueva York, que Kahane denunciaba como una amenaza para los judíos.

En 1971, Kahane se trasladó a Israel y fundó el partido Kakh, que era virulentamente antiárabe. Sus seguidores en Estados Unidos siguieron activos. La Workers Leage (Liga Obrera), predecesora del Partido Socialista por la Igualdad en Estados Unidos, se convirtió en blanco de los ataques de la JDL en 1978, cuando intentó interrumpir mediante un atentado con bomba la proyección en Los Ángeles del documental titulado El palestino, que había sido patrocinado por el Comité Internacional.

Meir Kahane en 1984 [Photo: Gotfryd, Bernard]

El papel y la influencia de Kahane en Israel se analizan en un ensayo titulado “Meir Kahane y la teología judía contemporánea de la venganza”. Publicado en 2015, sus autores son dos académicos israelíes, Adam y Gedaliah Afterman. Explican que la teología de Kahane

se concentraba en la afirmación de que el Estado de Israel fue establecido por Dios como un acto de venganza contra los gentiles por su persecución de los judíos, especialmente la matanza sistemática de judíos durante el Holocausto.

El partido Kach de Kahane abogaba por la anexión de todo el territorio tomado por Israel en la guerra de 1967 y la expulsión violenta de la población palestina. Kahane fue elegido diputado al Parlamento israelí, la Knéset, en 1984. Se prohibió al partido Kach presentarse a las elecciones de 1988, pero su influencia continuó a pesar del asesinato de Kahane durante un viaje a Nueva York en 1990.

El ensayo de los Afterman resume los tres pilares fundamentales de la teoría de la venganza de Kahane.

Primero:

El pueblo de Israel es un ser mítico colectivo originado ontológicamente en la divinidad, que junto con Dios se enfrentó a un enemigo mítico desde sus primeros días. Este enemigo mítico, “Amalek”, toma la forma de diferentes enemigos reales a lo largo de la historia judía, y las diversas persecuciones y calvarios que han sufrido los judíos a lo largo de la historia son manifestaciones de la misma lucha mítica. Además, existe una diferencia ontológica entre la nación mítica de Israel y los gentiles, especialmente los enemigos de Israel. La diferencia ontológica entre el alma judía y la gentil anula el principio judío de que toda la humanidad fue creada a imagen de Dios. La creencia de que los gentiles son inferiores y encarnan los poderes demoníacos de la historia justifica actos de violencia mortal y venganza.

Segundo:

… Consecuentemente, el pueblo de Israel está religiosamente obligado a utilizar todos los medios posibles para vengarse de sus enemigos comunes y recuperar su orgullo y estatus compartidos. Se den cuenta o no de ello, los palestinos y otras fuerzas que luchan contra Israel forman parte de una batalla mítica y religiosa que busca la destrucción del pueblo de Israel y de su Dios. Estos factores permiten el uso de todas y cada una de las medidas para vencer a los enemigos.

Tercero:

El establecimiento del Estado de Israel en 1948, poco después del Holocausto, debe tener el siguiente propósito: facilitar la venganza redentora contra los gentiles. El establecimiento del Estado judío moderno en la tierra histórica de Israel es un instrumento para iniciar el proceso redentor, más que un resultado o una señal de dicho proceso.

Resumiendo los tres pilares, los Afterman explican que

… Kahane sostiene que llevar a cabo la venganza contra el enemigo metafísico “Amalek” (gentiles hostiles) es fundamental para salvar a Dios y a su pueblo, ambos casi desaparecidos como consecuencia del Holocausto. El establecimiento del Estado judío, con su poder institucionalizado y su poderío militar, debería, en opinión de Kahane, ponerse al servicio de la venganza vinculada a la redención. Kahane llega a justificar los actos de venganza incluso contra personas inocentes argumentando que pertenecen al enemigo mítico que debe ser erradicado como condición para la redención de Israel y su Dios. En su opinión, la pérdida de vidas inocentes, si es necesaria, es un sacrificio justificable.

Kahane interpretó la doctrina del “pueblo elegido” como un repudio integral de todo vínculo con los valores occidentales tradicionales. Escribió en su libro Or Ha’Raayon:

Es un Estado judío. Se inclina ante el judaísmo y no lo contradice. Actúa de acuerdo con los valores judíos y los mandamientos judíos aunque éstos contradigan el derecho internacional y la diplomacia, aunque contrasten con el estilo de vida occidental y democrático normal; esto es así aunque ello ponga en peligro sus intereses y amenace con aislarlo de los gentiles civilizados… El deber del judaísmo es andar aparte, ser único, diferente y el elegido. Éste es el papel del pueblo judío y de su instrumento, el Estado… No formamos parte de los valores estándar de las naciones. La asimilación no comienza con los matrimonios mixtos, sino al copiar y adoptar valores extranjeros, ideas y conceptos ajenos y no judíos.

La teoría de la venganza de Kahane se identificaba en hebreo como el concepto de lo que él llamaba Kiddush Hashem . Escribió:

Un puño judío en la cara de un mundo gentil atónito que no lo había visto en dos milenios: esto es Kiddush Hashem . El dominio judío sobre los lugares santos cristianos mientras la Iglesia que chupó nuestra sangre vomita su rabia y frustración: esto es Kiddush Hashem .

En realidad, a pesar de su invocación semidesquiciada de una filosofía judía supuestamente única, el Kiddush Hashem de Kahane puede describirse como una variante en hebreo de la filosofía del Mein Kampf de Adolf Hitler, con la diferencia principal de que la diatriba racista y llena de odio de Kahane estaba escrita en hebreo de la derecha hacia la izquierda en lugar de la izquierda a la derecha.

En el entorno político cada vez más derechista de Israel, la influencia de Kahane persistió tras su asesinato. El 25 de febrero de 1994, uno de los alumnos de Kahane, Baruch Goldstein, asesinó a 29 palestinos e hirió a otros 150 en un ataque a una mezquita de Hebrón. Este crimen fue elogiado por los seguidores de Kahane, entre ellos el rabino sumamente influyente Yitzchak Ginsburgh, quien proclamó que el asesinato en masa llevado a cabo por Goldstein fue un acto de Kiddush Hashem .

¿Qué tiene que ver esto con la actualidad? Itamar Ben-Gvir, líder del partido xenófobo Otzmah Yehudet, es ahora ministro de Seguridad Nacional en el Gobierno de coalición de Netanyahu. Fue miembro del partido Kach antes de su ilegalización. Sigue siendo un abierto defensor de la teología y la política fascistas de Meir Kahane. El pasado mes de abril, Ben-Gvir, flanqueado por un destacamento de seguridad proporcionado por la oficina del primer ministro, pronunció un discurso en el que elogió tanto a Kahane como a Baruch Goldstein.

El president Joe Biden saludado por el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu tras llegar al aeropuerto internacional Ben Gurión. 18 de octubre de 2023, Tel Aviv

La invocación de la doctrina de venganza de Kahane por parte de los líderes israelíes se ha hecho cada vez más común desde que comenzó la guerra. El mes pasado, Netanyahu declaró en un discurso público: “Deben recordar lo que Amalek les ha hecho, dice nuestra Santa Biblia. Y lo recordamos”. Las implicaciones de la referencia de Netanyahu a Amalek se hicieron explícitas en una declaración del ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant: “Estamos combatiendo animales humanos y actuamos en consecuencia. Lo eliminaremos todo: se arrepentirán”. Muchas declaraciones del mismo carácter han sido hechas por líderes israelíes desde el comienzo de la guerra, y estas declaraciones se han hecho realidad mediante las acciones genocidas del Gobierno y el ejército israelíes.

En medio de los crímenes que está cometiendo el régimen israelí, no hay mentira mayor y más insidiosa que la afirmación de que la oposición al sionismo es, y debe ser, antisemita. Se trata de una mentira refutada por la larga historia de oposición al sionismo anterior a 1948 entre miles y miles de trabajadores e intelectuales judíos, a lo largo de varias generaciones, que rechazaron el llamamiento basado en el mito del retorno a Palestina.

La oposición al sionismo fue expresada con la mayor claridad política por el movimiento socialista, que identificó y denunció el carácter políticamente reaccionario de la perspectiva de establecer un Estado judío en Palestina. Se entendía que este era un proyecto colonialista, que solo podía lograrse en alianza con el imperialismo y a expensas de la población árabe palestina que vivía en el territorio desde hacía 2.000 años.

Además, en su lucha contra la persecución religiosa tradicional y la aparición del antisemitismo político, a partir de finales del siglo XIX, la gran masa de judíos trató de conseguir la igualdad política y social dentro de los países en los que vivían, especialmente en Alemania. Deseaban formar parte del movimiento de masas contra la opresión. Para el sector políticamente más consciente de la juventud, la clase obrera y los intelectuales judíos, este esfuerzo desembocó en su participación en el movimiento socialista.

La afirmación actual de que el sionismo es la expresión necesaria y auténtica de la identidad judía carece de fundamento histórico. Además, la persistencia de las convicciones democráticas y de una empatía por los oprimidos arraigada en la experiencia del prejuicio y la persecución antisemitas se refleja en el gran número de jóvenes judíos que han participado en manifestaciones en oposición a la embestida israelí contra los gazatíes.

A pesar de toda la propaganda, las imágenes de la matanza masiva de palestinos indefensos no pueden evitar evocar recuerdos históricos y familiares de lo sufrido por los judíos a manos de los nazis. De este modo, la guerra contra el pueblo de Gaza no solo evoca un sentimiento de solidaridad con las víctimas de las atrocidades israelíes, sino también una profunda rabia contra el uso de la tragedia del Holocausto para justificar la guerra.

Por supuesto, los sionistas y sus apologistas afirmarán que todo lo que he dicho no es más que una prueba de mi profundamente arraigado antisemitismo, que según ellos –como ya he explicado— es un prejuicio generalizado dentro del movimiento socialista. Cuanto más de izquierda sea un individuo, cuanto más enfática sea su oposición al capitalismo y al imperialismo, tanto más inaceptable su oposición al Estado judío y, por tanto, su antisemitismo.

Esta acusación es tan absurda como políticamente reaccionaria. Durante mi participación en el movimiento socialista durante más de medio siglo, realmente no tengo ninguna obligación personal de responder a la acusación de que yo y mis camaradas del movimiento trotskista somos antisemitas. Como suele decirse, mi historial habla por sí solo.

David North en diferentes años

Pero, por desgracia, eso no suele ser cierto. Tal acusación de antisemitismo requiere ignorar y distorsionar el historial político del individuo.

Así que, por primera vez, responderé a la acusación, añadiendo a mi conocido historial político público información relativa a mis antecedentes personales. Ahora que he alcanzado una edad algo más avanzada, a poco más de un año del que será mi cumpleaños 75, creo que ha llegado el momento de hacerlo. No lo hago porque vaya a tener algún efecto sobre los calumniadores, sino porque hay elementos de mi experiencia personal que pueden resonar con una generación más joven y animarla a intensificar su lucha en defensa de los palestinos y contra toda forma de opresión.

El factor predominante en el desarrollo de todos los individuos es el entorno social y político de su época, que a su vez es condicionado al nivel más fundamental por las estructuras socioeconómicas imperantes en las sociedades en las que nacieron. La personalidad de los seres humanos está moldeada por lo que Marx denominó “un conjunto de relaciones sociales”. Pero estas relaciones sociales se refractan a través de las experiencias personales, tanto las propias como las transmitidas a través de la familia, los amigos, los profesores, los conocidos, etcétera.

Soy estadounidense de primera generación, nacido en 1950. El lugar de mi nacimiento, de hecho, de mi existencia, estuvo determinado por los acontecimientos que condujeron a la Segunda Guerra Mundial, que había terminado solo cuatro años y medio antes. Mis padres habían huido de Europa para escapar de la persecución nazi de los judíos. Mi madre, Beatrice, nació en Wilmersdorf el 18 de diciembre de 1913, exactamente el mismo día que Herbert Framm, alias Willy Brandt. El edificio en el que nació, situado en Konstanzer Strasse, sigue en pie. Su padre, mi abuelo, ocupó un lugar importante en la vida cultural de Berlín. Se llamaba Ignatz Waghalter. Nacido en Varsovia en 1881 en el seno de una familia muy pobre de músicos, Waghalter se trasladó a Berlín a los 17 años con la intención de recibir una educación musical adecuada.

Familia Waghalter, Varsovia, 1889

Mi abuelo era el decimoquinto de 20 hermanos. De esos 20 hijos, 13 murieron en la infancia, cuatro de ellos en un solo día durante la epidemia de tifus de 1888. De los 20 hijos, sobrevivieron siete: cuatro niños y tres niñas. Desde su más tierna infancia, mi abuelo mostró un inmenso talento musical. A los seis años ya actuaba en el circo de Varsovia. A los ocho, escribió y compuso un himno revolucionario que fue tan popular que la policía inició una búsqueda para descubrir el nombre y la identidad del músico insurrecto. Se quedaron bastante sorprendidos cuando descubrieron que se trataba de un niño de ocho años. La familia Waghalter tenía profundas raíces en la lucha democrática revolucionaria del pueblo polaco. De hecho, hace poco descubrí en una biblioteca una marcha revolucionaria escrita por el abuelo de mi abuelo que había sido compuesta en 1848.

Mi abuelo quería una formación real. No quería ser un simple músico itinerante, quería ir a la capital musical del mundo, Berlín, y aprender a ser un compositor serio. En 1897 cruzó la frontera de contrabando y sin dinero. Pasó muchas penurias, pero finalmente llamó la atención del gran violinista y amigo de Brahms, Joseph Joachim. Por recomendación de Joachim, mi abuelo fue admitido en la Akademie der Kunste. En 1902, su sonata para violín y piano obtuvo el codiciado Premio Mendelssohn. Dos años más tarde, el hermano menor de Ignatz, Wladyslaw, quien lo había seguido a Berlín, recibió el mismo premio por sus logros como violinista.

Ignatz Waghalter

Tras su graduación, Ignatz obtuvo un puesto como director de orquesta en la Komische Oper. Años más tarde fue nombrado director de la Ópera de Essen. Pero el punto de inflexión en su carrera musical se produjo en 1912, cuando fue nombrado primer director de la recién construida Deutsches Opernhaus de la calle Bismarckstrasse, en Charlottenburg, conocida hoy como la Deutsche Oper. Por supuesto, el edificio original fue destruido en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial y reconstruido, aunque hoy se encuentra en la misma calle. Wladyslaw Waghalter fue nombrado concertino de la nueva ópera, que se inauguró el 7 de noviembre de 1912 con una representación de Fidelio de Beethoven. A pesar de la oposición de los antisemitas y de las numerosas amenazas de muerte, Ignatz Waghalter dirigió la primera representación.

Durante los diez años siguientes, mi abuelo mantuvo su puesto de primer director de la Deutsches Opernhaus. Tres de sus óperas, Mandragola, Jugend y Sataniel, se estrenaron en el teatro. Waghalter era conocido por su defensa de las óperas de Giacomo Puccini, cuya música había sido desestimada por una clase dirigente obsesionada con Richard Wagner. Waghalter dirigió el estreno alemán de La Fanciulla del West de Puccini [Das Mädchen aus dem goldenen Westen] en marzo de 1913, con la presencia de Puccini. Fue un triunfo que consolidó la reputación de Puccini como gran maestro en Alemania.

Giacomo Puccini e Ignatz Waghalter, Berlín, marzo de 1913

Durante su largo periodo a la cabeza de la Deutsches Opernhaus, Waghalter tuvo que enfrentarse a prejuicios tanto antipolacos como antisemitas. Aunque él mismo no observaba ningún ritual religioso ni asistía a la sinagoga, Waghalter se negó, a diferencia de muchos otros directores de orquesta de origen judío, a convertirse al cristianismo. La idea de cambiar de religión para avanzar en su carrera, adaptándose así a los prejuicios antisemitas, le resultaba detestable.

En 1914, al estallar la Primera Guerra Mundial, se prohibió a Waghalter dirigir en la orquesta por haber nacido en el Imperio Ruso, con el que la Alemania Imperial estaba en guerra. Las protestas del público de Charlottenburg, que amaba la ópera, hicieron que fuera restituido en su puesto.

Waghalter permaneció en la Deutsches Opernhaus hasta 1923, cuando ésta quebró en medio de la catastrófica crisis inflacionista. Pasó un año en Estados Unidos al frente de la Orquesta Sinfónica del estado de Nueva York. Después regresó a Alemania, donde fue nombrado director musical de la compañía cinematográfica Ufa. Pero no pudo regresar a la Städtische Oper, como se conocía entonces a la Deutsches Opernhaus tras su reapertura.

La llegada al poder de Hitler puso fin a su carrera, y a la de su hermano, como músicos en Alemania. Mi madre, que aún no había cumplido los 20 años, tuvo la premonición de que el Tercer Reich no solo les costaría a los judíos sus carreras, sino también sus vidas. Beatrice instó a sus padres a abandonar Alemania antes de que fuera imposible escapar. Siguieron su consejo y abandonaron Alemania, viajando primero a Checoslovaquia y luego a Austria.

Mi madre, una música muy dotada, se quedó en Alemania. Se unió a la Jüdische Kultur Bund, donde fue cantante en casas particulares de judíos por toda Alemania. En 1937, obtuvo un visado para entrar en Estados Unidos. Consiguió visas de entrada para sus padres. Mis abuelos llegaron a Nueva York en mayo de 1937. A los pocos días de llegar, Ignatz inició un proyecto de importancia histórica: la creación de la primera orquesta de música clásica compuesta por músicos afroamericanos.

Ignatz conduciendo la Orquesta Sinfónica de Negros durante una sesión de práctica

Este proyecto radical se enfrentó a una fuerte oposición en el entorno racista de la época. Waghalter invitaba con frecuencia a músicos negros a ensayar en su apartamento. El resultado fue una petición firmada por prácticamente todos los residentes blancos del edificio, en la que se exigía el desalojo de Waghalter si continuaba con esta práctica.

Mi abuelo fue entrevistado por el periódico afroamericano de Baltimore. Expresó las convicciones que habían inspirado la creación de la orquesta sinfónica, afirmando: “La música, la ciudadela más fuerte de la democracia universal, no conoce color, credo ni nacionalidad”.

A pesar de los inmensos esfuerzos de Waghalter, el entorno reaccionario hizo imposible mantener la orquesta. Durante la última década de su vida, Waghalter estuvo cada vez más aislado. Perdió contacto con su familia. Solo después de la guerra supo que su hermano Wladyslaw, quien no pudo salir de Alemania, había muerto repentinamente en 1940 tras una visita al cuartel general de la Gestapo. Su mujer y una hija perecieron en Auschwitz en 1943. De hecho, en Brandenburgerstrasse 49, el lugar y la dirección de mi tío abuelo Wladyslaw, se puede ver un stolpersteine donde se conmemora la vida y la muerte de Wladyslaw y su familia.

Un stolpersteine para Wladyslaw y su familia en Brandenburgerstrasse en Berlín

Afortunadamente, una hija de Wladyslaw, Yolanda, consiguió escapar. Llegó a Sudamérica, vivió en Perú, donde se convirtió en primera violinista de la Orquesta Sinfónica en Lima, y su hijo Carlos, mi primo segundo, vive ahora en Nueva Orleans, y hemos sido amigos íntimos durante la mayor parte de nuestra vida adulta. El otro hermano de Ignatz, Joseph, murió en el gueto de Varsovia. Dos de sus tres hermanas también fallecieron en Polonia. Solo su hermano mayor, el gran violonchelista polaco Henryk Waghalter, consiguió sobrevivir a la guerra. Mi abuelo murió repentinamente en Nueva York a la edad de 68 años en abril de 1949.

Obituario de Ignatz en el New York Times, 8 de abril de 1949 (izquierda); retrato de Toni e Ignatz Waghalter, abril de 1949 (derecha).

Durante su breve exilio en Checoslovaquia en 1935-36, mi abuelo escribió unas breves memorias que concluyen con una declaración de sus ideales como artista. Reconocía que los nazis representaban una amenaza mortal para los judíos, pero expresaba su convicción de que los criminales del Tercer Reich no saldrían victoriosos frente al compromiso ético y moral del pueblo judío con la justicia. Waghalter reconoció que aún no sabía dónde podría encontrar refugio. Por eso terminó sus memorias con estas palabras:

Dondequiera que sea, deseo servir al arte y a la humanidad de acuerdo con las palabras de Moisés: “Fuisteis liberados de la esclavitud para servir a vuestros hermanos”.

Está claro que la concepción que tenía mi abuelo de la ética judía era muy diferente de la que prevalece en el Gobierno de Netanyahu y en el actual Estado sionista. Estaría consternado y horrorizado si supiera lo que se está perpetrando en nombre del pueblo judío. No puede haber mayor calumnia, ni mayor regalo para los verdaderos antisemitas, que asociar al pueblo judío con los crímenes que se están cometiendo a diario contra el oprimido pueblo palestino.

La historia de la vida de mi abuelo y su relación con la catástrofe enfrentada por los judíos europeos eran un tema de discusión constante en casa durante mi infancia. Mi abuela, la viuda de Ignatz, a la que llamábamos Omi, vivía con nosotros. Pasé incontables horas en su habitación, donde me hablaba de la vida en Berlín, de la amistad con tantos grandes artistas, de cuando Giacomo Puccini le pellizcó el trasero, de todos los amigos que conocía, de los escritores e incluso de los científicos, incluido Albert Einstein, que visitaba con frecuencia el apartamento de la calle Konstanzerstrasse, donde disfrutaba tocar el violín como parte de un cuarteto de cuerdas. Los vecinos no se oponían.

Las historias de mi abuela se complementaban con las que contaba mi madre, que había mantenido una relación especialmente estrecha con su padre. La mayoría de las historias se contaban en alemán, que gozaba del mismo estatus que el inglés en nuestra casa.

Al menos en la calle donde yo vivía, esto no era inusual. Muchos de nuestros vecinos eran refugiados: Dr. Jakobius, Frau London, Frau Spitzer, Frau Rehfisch, Walter y Uschi Bergen, Dr. Hartmann y Dr. Gutfeld. Había otros cuyos nombres no recuerdo, pero era como si una parte sustancial de Charlottenburg se hubiera vuelto a reunir en un suburbio de Nueva York. Y luego estaban los muchos amigos que vivían en otras partes de la ciudad pero que eran visitantes frecuentes: Greta Westman, Dela Schleger y Kurt Stern.

Muchas de las conversaciones que describían la vida en Berlín llegaban a la frase: “Und dann kam Hitler”. Entonces llegó Hitler. Fue el acontecimiento que lo cambió todo. Y esto, en mi joven mente, suscitó tantas preguntas: ¿cómo llegó Hitler?, ¿por qué llegó Hitler?, ¿alguien, antes de 1933, lo vio venir?, ¿cuándo oyeron mis abuelos y mi madre hablar de Hitler por primera vez y se dieron cuenta de que podría llegar? Y, por último, la pregunta más importante de todas: ¿por qué la gente no impidió que llegara Hitler?

Era una pregunta para la que nadie que yo conociera tenía respuestas totalmente formadas ni convincentes. Pero había ciertos elementos de las respuestas que recibía en casa que me resultaban útiles. En primer lugar, los nazis eran claramente identificados como un movimiento de derecha. La línea divisoria, por tanto, en mi familia entre el bien y el mal no había sido entre alemanes y judíos, sino entre izquierda y derecha. Esta división, insistía mi madre, no solo existía en Alemania, sino en todo el mundo y, por supuesto, dentro de Estados Unidos. De vez en cuando miraba a algunos políticos estadounidenses y decía: “Ich traue nicht dieser Bande” (“No me fío de esta banda”).

Mi madre enfatizaba este punto. Odiaba el fascismo. Cuando observaba o se topaba con ciertas actitudes sociales y políticas excepcionalmente condenables, se inclinaba a describir al individuo responsable como “ein echter Fascist”, un auténtico fascista.

Beatrice en 1952 y 1988

Sin duda era consciente de la existencia del antisemitismo en Alemania antes de Hitler. Conoció tales tendencias incluso antes de la llegada de Hitler, entre los profesores de su escuela. Pero a menudo señalaba que nunca habría creído, y no creía, que estas tendencias se convertirían inevitablemente en asesinatos en masa. No creía en tal inevitabilidad. Por otra parte, nunca expresó ni un ápice de odio o rencor hacia los alemanes. Estaba orgullosa de que su dominio de la lengua alemana no hubiera disminuido ni siquiera 60 años después de su huida de Alemania.

Pasarían muchos años antes de que pudiera encontrar una respuesta políticamente convincente que explicara cómo el fascismo había llegado al poder en Alemania. Como muchos de mi generación, pasé por la experiencia del movimiento por los derechos civiles, los levantamientos de los guetos y la guerra de Vietnam. Los explosivos acontecimientos de la década de 1960 estimularon mi estudio de la historia y fomentaron una tendencia a contextualizar los sucesos contemporáneos en un marco temporal más amplio. Además, la rabia hacia la interminable guerra de Vietnam y la creciente desilusión con el Partido Demócrata y el liberalismo estadounidense me empujaron aún más hacia el socialismo. Este proceso me llevó finalmente a mi descubrimiento inicial, en otoño de 1969, de los escritos de León Trotsky.

Me sumergí en el estudio de sus escritos disponibles: su monumental Historia de la Revolución rusa, su autobiografía Mi vida, El nuevo curso, Lecciones de Octubre y La revolución traicionada. Todas estas obras fueron fundamentales para mi decisión de unirme al movimiento trotskista. Pero el volumen que más me impactó fue una colección de escritos de Trotsky dedicados a la lucha contra el ascenso de los nazis al poder entre 1930 y 1933.

Durante esos años críticos, Trotsky vivía exiliado en la isla de Prinkipo, frente a la costa de Estambul. Había sido exiliado allí por el régimen estalinista. A casi 3.000 kilómetros de Alemania, siguió los acontecimientos. Sus artículos, las advertencias que hizo del peligro que representaban Hitler y el Partido Nazi, no tienen parangón en la literatura política.

Leon Trotsky en su escritorio en Prinkipo

Trotsky no solo explicó la naturaleza del fascismo —en qué clases estaba arraigado y su función esencial como instrumento de terror político contra el movimiento socialista y obrero—, sino que también explicó cómo se podía derrotar a los nazis. Desenmascaró la política del Partido Comunista estalinista, del llamado Tercer Periodo, que declaraba que la socialdemocracia y el fascismo eran idénticos. Contrapuso a esta política ultraizquierdista y ruinosa un llamamiento a un frente único de todos los partidos de la clase obrera para derrotar la amenaza nazi. Sus advertencias fueron ignoradas. El estalinismo, así como las traiciones de la socialdemocracia, hicieron posible la victoria de los nazis.

Pero la llegada de Hitler al poder y la consiguiente catástrofe de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto no eran inevitables. Fueron el resultado de las traiciones políticas llevada a cabo por las direcciones reformistas y estalinistas de la clase obrera. Entender eso, entender lo que era el fascismo –y, cuando pienso en ello, darme cuenta de que estaba creciendo solo unas décadas después de que todo esto hubiera sucedido— tuvo en mí un profundo efecto. Tras concluir que nunca más debía existir el fascismo, y comprender que era posible derrotar ese horror político, uno se veía obligado a participar activamente en el movimiento socialista, y en particular en esa organización política que había analizado correctamente y dado una respuesta a la mayor amenaza a la que se enfrentaba la humanidad.

Trotsky no identificó los orígenes del ascenso del fascismo en la psicología alemana, sino en la crisis histórica del capitalismo y del sistema de Estados nación. Hitler y el régimen fascista representaban, en última instancia, el intento desesperado del capitalismo alemán de encontrar una solución, mediante la guerra y los asesinatos en masa, a las restricciones que impuestas por el sistema de Estados nación existente. Se vio obligado a “reorganizar Europa”. Pero no se trataba de un problema exclusivamente alemán. La crisis impuso al imperialismo estadounidense un reto aún mayor, en el que está inmerso hoy: la tarea de reorganizar el mundo.

En escritos posteriores, redactados después de que Hitler llegara al poder, Trotsky advirtió que el fascismo y el estallido de la Segunda Guerra Mundial enfrentarían a los judíos europeos con el peligro del exterminio. El peligro, escribió, no podía ser combatido por el sionismo, que proponía una solución nacional a un problema causado por las contradicciones globales del sistema capitalista.

Tras la victoria de los nazis, Trotsky insistió en que el destino de los judíos estaba más ligado que nunca al destino del socialismo. Escribió, en una carta fechada el 28 de enero de 1934:

Todo el destino histórico del pueblo judío, siendo lo que es, la cuestión judía es internacional. No puede resolverse mediante el “socialismo en un país aparte”. En las circunstancias de las viles y detestables persecuciones y pogromos antisemitas en marcha, los obreros judíos pueden y deben sentir un orgullo revolucionario al saber que el destino del pueblo judío solo puede resolverse mediante la victoria plena y final del proletariado.

Esta perspectiva ha sido confirmada por la historia. Quienes afirman que la fundación de Israel fue un triunfo político tienen una idea peculiar sobre qué es un triunfo político. La creación de un Estado que se basa en el robo descarado de las tierras de otra población, que niega sobre una base puramente racista los derechos democráticos básicos que deberían concederse a todos los ciudadanos, que santifica el odio y la venganza como base de la política estatal, que condiciona sistemáticamente a sus propios ciudadanos a matar y atormentar a las personas a las que ha robado, y que ha convertido el país en el más odiado del mundo, difícilmente puede describirse como un “triunfo político”. Es una degradación política.

La guerra en curso, a pesar de todos sus horrores, ha hecho una contribución política importante. Ha despertado a la juventud. Ha abierto los ojos del mundo. Ha desenmascarado al régimen sionista y a sus cómplices imperialistas como los criminales que son. Ha puesto en marcha un maremoto de indignación que recorre el mundo y que barrerá con los responsables de este genocidio.

Pero el gran reto al que se enfrenta nuestro movimiento es impregnar la indignación con un programa socialista revolucionario que pueda unificar a la clase obrera mundial en una lucha común contra la barbarie imperialista. Nuestro movimiento y solo nuestro movimiento está equipado para afrontar este reto, ya que encarna una vasta historia política y una vasta experiencia política que abarca todo un siglo. No hay ningún otro partido que pueda aportar, en una crisis como la que afrontamos, una comprensión de su dinámica y una perspectiva para intervenir en la situación y cambiarla a favor de los intereses de la clase obrera.

Así pues, aunque esta conferencia no ha sido un informe formal sobre el centenario del trotskismo, al margen de los acontecimientos actuales, espero que les haya ayudado a comprender lo que es el movimiento trotskista y su relación con las luchas actuales a las que nos enfrentamos.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 18 de diciembre de 2023)

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