Ricardo Pose 14 de diciembre de 2025 Hora: 15:58
MCM en Oslo.
La inmediatez de la comunicación, la supremacía del mensaje emocional y la capacidad de producir sofisticados montajes audiovisuales son las herramientas que están usando para vendernos a María Corina Machado como la heroína de la ultraderecha venezolana.
Entre la mártir proscrita y la luchadora clandestina se mueve su imagen fabricada. Sus mensajes audiovisuales desde supuestos escondites secretos, sus aventuras épicas donde siempre es la protagonista invencible, todo forma parte de una campaña de propaganda orquestada por asesores de su principal aliado: el gobierno de Donald Trump y las fuerzas de derecha estadounidense.
Y lo increíble es que basta con mirar un poco, apenas poner atención a los materiales que circulan, para descubrir los escenarios ficticios, las realidades imposibles en tiempo y espacio, los montajes tan burdos que no elaboraría ni un estudiante de primer año de comunicación. Pero ahí están, circulando sin freno, y lo peor: hay quien se los cree.
Porque el truco no está en cada mensaje individual. El efecto viene del bombardeo constante, de la campaña sistemática que te golpea una y otra vez hasta que terminas comprando la narrativa completa.
La derrota del 10 de enero
Machado venía de una derrota política contundente para la extrema derecha venezolana en enero de 2025. Mientras su socio principal, Donald Trump, asumía el mandato de Estados Unidos por segunda vez —ofreciendo el contexto internacional perfecto para su apuesta de imponer a Edmundo González como presidente de facto de Venezuela—, toda la operación se desmoronó estrepitosamente.
Lo hicieron recorrer varios países de América Latina visitando «gobiernos amigos», preparando el terreno para que ingresara a territorio venezolano el 10 de enero, justo el día que asumía el presidente Nicolás Maduro. Varios mandatarios ya tenían las maletas listas. Pero el hombre terminó en España. Una campaña que acabó en un ridículo donde cuesta saber si primó la impericia o la simple cobardía.
El 9 de enero, cuando ya era evidente que el ingreso de González a Venezuela era imposible de montar, María Corina Machado soltó un video denunciando un supuesto intento de secuestro donde perdió, además de la dignidad, su cartera. Sí, así de literal.
Operación para un show mediático
Uno no sabe si hay cerebros brillantes detrás de estas estrategias o si todo es casualidad disfrazada de genialidad. Lo concreto es que mientras medio mundo habla de un posible conflicto bélico en el Caribe —gracias a las amenazas estadounidenses contra Venezuela—, a Machado le otorgan el Premio Nobel de la Paz.
Porque claro, la imagen de la heroína rebelde escondida en la clandestinidad se deterioraba a velocidad alarmante. Hasta los sectores más sensatos de la oposición venezolana dejaron de tomarla en serio como aliada. Entonces llegó la jugada maestra: entregarle el Nobel de la Paz a la mujer que pide una y otra vez que invadan militarmente su país. Lean eso de nuevo, despacio, y díganme si no es demencial.
Ana Corina Sosa, hija de la dirigente extremista, fue a Oslo a recibir el premio en nombre de su madre, supuestamente imposibilitada de salir de Venezuela porque se mantiene oculta. Perseguida. Acorralada. Esa era la historia.
Y justo cuando varios dirigentes de extrema derecha y gobernantes «demócratas» estaban a punto de rendirse, apareció victoriosa María Corina Machado: despeinada por los vientos de barlovento, empapada por las saladas aguas oceánicas. Una entrada triunfal digna de película. Mala película, pero película al fin.
Entre los opositores presentes en Oslo: Sergio Novelli, Pedro Urruchurtu, Corina Parisca (su madre), Clara Machado (su hermana), José Mulino (presidente de Panamá), Martha Ramírez (ex canciller de Colombia), Carlos Giménez (congresista estadounidense), Yon Goicoechea, Magalli Meda, Edmundo González, Marcel Granier, Antonio Ledezma, Carla Angola y Cayetana Álvarez (congresista española). Todo un elenco.
Mientras tanto, decenas de manifestantes protestaban en las calles de Oslo rechazando el premio a la dirigente ultraderechista. Pero esa parte de la historia, curiosamente, casi no la contaron los grandes medios.
Gracias por el dato
Según el portal La Tabla, Bryan Stern, presidente de la organización Grey Bull Rescue, confirmó que su equipo está preparando operaciones de rescate en Venezuela para evacuar a los aproximadamente 30.000 ciudadanos estadounidenses que viven en el país. Stern, que habría participado en el traslado de Machado desde Caracas hasta Oslo, debe querer matar a The Wall Street Journal por publicar un informe sobre una de sus rutas de escape. Justamente la de María Corina Machado.
Según el reportaje «Disfrazada y en peligro: Cómo un Premio Nobel de la Paz escapó de Venezuela» —reproducido con lujo de detalles audiovisuales por otros medios como Caracol en Colombia—, Machado salió acompañada de dos hombres, disfrazada, desde un barrio humilde de Caracas. Logró burlar diez retenes militares hasta llegar a algún paradero del Parque Nacional Henry Pittier, entre Aragua y Carabobo, para luego viajar en una lancha de pescadores hasta Curazao.
Claro, los dos hombres —seguramente de Grey Bull Rescue— avisaron a los militares estadounidenses que esa lancha transportaba a una «terrorista», pero no droga, para evitar que la bombardearan. Porque sí, de ser cierto este viaje épico, Machado tuvo suerte de no correr la misma suerte de los 81 pescadores asesinados.
El informe añade que, como maniobra de distracción mientras la lancha surcaba las aguas, dos aviones F/A-18 de la Fuerza Aérea estadounidense sobrevolaban provocativamente el golfo de Venezuela, sobre Maracaibo. Porque cuando montas un show, lo haces completo.
En Curazao, según la historia, pernoctó en el hotel de un importante empresario extractivista recomendado por Donald Trump. Después voló en avión privado hasta Oslo.
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Montaje versus realidad
«Por tierra, mar y aire. Así fue el osado escape de María Corina Machado a Oslo«, tituló The New York Times.
«De la clandestinidad a la salida de película desde Venezuela: lo que vivió María Corina Machado y lo que sigue ahora«, publicó CNN.
«Cómo se ejecutó la operación secreta que burló la vigilancia de Maduro y llevó a María Corina Machado fuera de Venezuela», agregó Infobae.
«¿Cómo habría salido María Corina Machado de Venezuela? Las versiones de su viaje a Oslo«, tituló con algo más de prudencia France 24.
Mientras tanto, en el programa Con el Mazo Dando, Diosdado Cabello, secretario general del PSUV, fue directo: Machado «salió del país sin drama y sin la épica que su maquinaria comunicacional intenta fabricar».
«Todo ese misterio para que la gente preguntara dónde está… la dejaron salir. Fue un ejercicio de mercadeo político para monopolizar la atención mediática», señaló Cabello. Y agregó: «Fue ella misma la que dijo que nunca se iba del país».
«El espectáculo viene con todo, las narrativas heroicas y anécdotas infladas», dijo leyendo la carta de un «patriota cooperante».
Lo verdaderamente alarmante no es que existan estas operaciones de propaganda —siempre han existido—, sino que después de todo lo visto, después de tanta mentira documentada, de tanto montaje evidente, de tanta promesa incumplida, todavía haya quienes elijan creer. Que sigan apostando a figuras que los han usado como carne de cañón para sus aventuras políticas, que los han decepcionado una y otra vez, y que ahora les venden películas baratas disfrazadas de heroísmo.
Porque al final, el show de Oslo no era para convencer a los venezolanos que ya no creen en Machado. Era para mantener enganchados a los que todavía lo hacen, a los que necesitan seguir creyendo que alguien los salvará desde afuera, con aviones de guerra y lanchas cinematográficas.
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