La escuela de los pueblos

Gustavo Duch                                                                                                  1/05/2025

Si analizamos la vida rural y las economías campesinas podemos rescatar alternativas que tienen poco de capitalismo

 

 

 

 

 

 

 

Imagen de un área rural en la provincia de Pontevedra. / Gabriel González

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El profesor había puesto un examen de gramática a su alumnado y les dijo: “Los alumnos que vayáis acabando podéis entregar la prueba y salir al recreo”. Tras observar que Lucía no se levantaba, aunque claramente ya había terminado, le preguntó por qué no lo entregaba y salía a jugar. “Es que usted dijo ‘los alumnos”,  contestó Lucía. “Claro, ya sabes –le replicó el profesor– que en la categoría de alumnos se incluyen tanto los chicos como las chicas”. En la clase siguiente, después del recreo, el profesor de gimnasia hizo una petición: “Levantad la mano los chicos que queráis formar parte del equipo de fútbol”. Y Lucía, a la que le apetecía mucho practicar ese deporte, levantó la mano. Pero este segundo profesor, aún más enfadado, le dijo: “¿En qué no he sido claro? El equipo de fútbol es solo para chicos”.

No recuerdo dónde escuché este relato que me gusta repetir y que me sigue resonando con fuerza. ¿Ellas tienen que hacer siempre y continuamente un esfuerzo extra para, según el contexto, adivinar si se las incluye o no? ¿Cuántas veces habrán sido reñidas y avergonzadas?

Para Josefa Martín Luego, la que fue una gran impulsora de la educación libertaria, este lenguaje impuesto por las convenciones y defendido por la Real Academia Española en aras de la economía del lenguaje (siempre aparece la dichosa economía), lo que hace, entre otras cosas, es potenciar el androcentrismo que está en la base de la desigualdad, la discriminación y la jerarquía. “El androcentrismo –explica en un artículo titulado Educación para la Igualdad– supone la división del mundo en dos clases muy bien estructuradas: la masculina de dominio, la femenina de sumisión. Esta básica estructura mental genera sin brusquedades un mundo piramidal en donde autoridades y poderes ejercen sus acciones sobre la otra parte de las sociedades, que aceptan su sometimiento y muestran su admiración, por esas cúpulas dirigentes y superiores que imposibilitan un mundo de igualdad”.

Es bien cierto que, incluso con toda la lucha feminista, nos encontramos en una etapa de máximo autoritarismo que se ha alcanzado, entre otras razones, por ese combinado de ‘sometimiento y admiración’ al que se refiere la pensadora anarquista. Solo así puede entenderse la pleitesía que se le rinde a los estados y las corporaciones a los que, bajo una falsa concepción de libertad, hemos delegado el control de nuestras propias vidas, tesis que defiende Aurélien Berlan en Autonomía y subsistencia. Una teoría ecosocial y materialista de la libertad. 

Aquí es, a mi entender, donde propósitos como los que plantea el proyecto de la Escuela de los Pueblos Josefa Martín Luengo en el Valle de Valdivielso (ahora en los últimos días de una campaña para captación de apoyos) emergen con tanta potencialidad. Su interés por recuperar, revalorar y difundir los saberes ancestrales de las gentes del campo es la esencia para levantar comunidades y habitar pueblos emancipados de la creencia en el capital, el libre mercado y de ‘los señores’ que lo controlan. Un planteamiento, que como dicen sus promotores, bebe precisamente de los feminismos campesinos, negros, comunitarios que, citando al Movimiento Nacional Campesino Indígena (MNCI) de Argentina, rebaten los credos mencionados: “La economía feminista dice que hay que desplazar la acumulación y la centralidad del dinero. La economía es la organización que necesitamos para llevar nuestras vidas adelante”.

Si analizamos la vida en los pueblos y sus economías campesinas podemos rescatar alternativas que tienen poco de capitalismo, como argumenta el MNCI. “Por una parte, los sistemas de producción de alimentos campesinos son esencialmente colectivos, ya sean familiares o comunitarios y apuestan por lo común. Este ‘común’ no se refiere solo al trabajo del campo: también está ligado a estructuras comunitarias de cuidados, de ocio y de relaciones sociales. También es una producción arraigada al territorio, territorializada, que entiende los ciclos de la naturaleza y la ecodependencia. El campesinado es quien, además de producir alimentos, cuida de las fuentes de agua y de los bosques. Frente a la artificialización de la naturaleza y de los tiempos, en el campesinado encontramos todavía ejemplos de una gestión del tiempo ligada a los procesos de la vida y de la reproducción. Pero, sobre todo, la economía campesina no adhiere al capitalismo porque se resiste a su mercantilización. En la lógica campesina la alimentación se produce para saciar las necesidades de la familia y de la comunidad. Los excedentes se intercambian o se venden con el objetivo de mejorar la calidad de vida y la reproducción de la misma. El objetivo no es la acumulación”.

¿Será por esto que el capitalismo ha querido acabar con lo rural, lo campesino y lo feminista? ¿Será por esto que necesitamos escuelas para poner en valor lo rural, lo campesino y lo feminista?

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Gustavo Duch

Licenciado en veterinaria. Coordinador de ‘Soberanía alimentaria, biodiversidad y culturas’. Colabora con movimientos campesinos.

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