La epidemia es tanto un reto como una oportunidad

Fuente: sinpermiso.info/textos/la-epidemia-es-tanto-un-reto-como-una-oportunidad                                                                                             Tommaso Di Francesco                                                                              08/03/2020

Podría parecer paradójico, pero la terrible epidemia del coronavirus parece tener el efecto positivo de volver a traer a primer plano las cuestiones fundamentales de la política, las mismas con las que, para empezar, nos debatimos a menudo para seguir teniéndolas claras.

Este es el caso porque estamos viviendo en el periodo histórico en el que se está precipitando la crisis del modelo energético que se basa en fuentes no renovables, mientras que todo el mundo puede ver hoy la calamidad del calentamiento global, que nos deja pocas esperanzas, y se extiende la guerra por el mundo como los productos por las estanterías de los supermercados, lo que lleva a éxodos masivos (lo ve todo el mundo, claro está, salvo los que están el poder).

Vistas más de cerca, se trata de cuestiones que traen a primer plano las opciones sobre las que decidir respecto al destino de nuestra única raza —la raza humana— y que centran la atención una vez más en cuestiones decisivas, tales como las formas de la muy necesaria democracia, de la igualdad y la libertad en la era del absolutismo del capital financiero y la hiperconectividad de la información. Al mismo tiempo, ponen a la vista una vez más la resistencia residual de la noción de bienes comunes frente a la lógica y la práctica institucional de la privatización generalizada, que ha asestado un golpe al 99% de los seres humanos en situación subordinada y sin poder, que se encuentran expropiados de toda posibilidad y riqueza, tanto en el presente como en el futuro.

La epidemia del coronavirus, tanto en su peligro real como en el exagerado retrato de los medios, parece representar cierto tipo de desafío mortal y una extraordinaria oportunidad a la vez.

Se trata de la oportunidad de hacernos conscientes del punto exacto en que empezó la deriva imparable, lo que está poniendo en cuestión los cimientos de la civilización que hemos logrado hasta ahora, sobre todo ahora que la vida civilizada parece haber sido suspendida, y en cierta medida, militarizada, mientras esta situación está convirtiéndose en algo peligrosamente aceptado como mal menor.

Lo que está sucediendo debería recordar a todo al mundo al menos que la historia de la humanidad es también la historia —incluida la historia literaria —de sus pandemias, que han afectado a Occidente y a Europa mismas, sobre todo acompañadas de conflictos armados, como la gripe española durante la Primera Guerra Mundial, por no mencionar la epidemia “fundacional” que nosotros mismos difundimos durante la época del “descubrimiento” del llamado Nuevo Mundo en las Américas y luego en la colonización de continentes como África.

Debería irse desarrollando un amplio sentido de una responsabilidad acrecentada. Pero, en cambio, estamos siendo testigos de la devanadera mediática que fomenta el pánico, la ansiedad y un clima bárbaro de temor a lo «infinito desconocido», junto al revivir de perversiones xenófobas que propagan la estrategia perdedora de exaltar las fronteras, el odio, los muros y mayores divisiones, sobre todo ahora que nosotros mismos nos hemos visto señalados como «infectados» y rechazados.

Por ende, queda para todos claro para todo el mundo que, si bien la epidemia socava la primacía económica de China y sus “objetivos” para el nuevo milenio, como admite el mismo Xi Jinping, el conjunto del modelo de desarrollo global —las jerarquías de mercado de la verdadera globalización de la que China ha sido punto central, para alabanza y provecho de todos — se encuentra hoy sometido a debate. Ha sido una globalización sin reglas, que parecía imparable, y que de repente resulta ser vulnerable, sin reconocerlo explícitamente.

Que se muestra remisa también a admitir que somos nosotros mismos responsables del calentamiento global que está destruyendo los recursos —desigualmente distribuidos, para empezar —, debido a nuestro modelo de destrucción de recursos que llamamos desarrollo. Tomemos, por ejemplo, el caso del desastre ambiental de los incendios en Australia: se han quemado por completo zonas resecas del tamaño de Italia, mientras el muy democrático gobierno de Canberra sigue negando el papel del cambio climático, echándole la culpa a algunos “incendiarios”.

En resumen, la cuestión vital de la transparencia de información no tiene que ver sólo con China, el gigante asiático, sino que también cuestiona las formas de nuestra democracia y el papel de los medios y de la esfera digital, dependiente con demasiada frecuencia de los mismos líderes del mercado global y los detentadores del poder. Y esa es una clase de poder que es capaz incluso de torcer la ciencia a su conveniencia.

La epidemia del coronavirus transmite el mensaje de que en la actual crisis sanitaria, bien grave, el gobierno —por supuesto, representativo—resulta absolutamente necesario. Resulta necesario a causa del papel central de la intervención del Estado (sea lo que fuere que pueda pensar la “Europa real”, que debería reflexionar sobre el silencio culpable del megasistema privado de las grandes farmacéuticas, el Big Pharma, que, si llegara a descubrir un medicamento para tratar la enfermedad, nos haría pagarlo bien caro, o si no….). Resulta necesario como poder de control necesario; así, por ejemplo, nadie sabe hasta dónde llegará el coste de mascarillas faciales y productos desinfectantes, algo con lo que el mercado especula intensamente. Resulta necesario para la protección de los bienes y la atención comunes en todas sus formas —de la atención sanitaria a la restauración ambiental, considerando los venenos que afligen a la base productiva—,que debería ser pública e igual para todos, sobre todo para los más débiles (empezando por los enfermos, las personas con discapacidad, los ancianos y los niños). De manera semejante, resulta crucial la investigación científica—patito feo de la inversión del Estado, junto con la educación. Uno de nuestros lectores se preguntaba si podíamos bombardear los virus hasta matarlos, para darle así algún uso a esos F35 que ha adquirido el gobierno.

Estos son los verdaderos baluartes contra la epidemia, y no otra cosa. Y ese es el “gobierno de salud pública” que verdaderamente necesitamos, y no simplemente el lema vago y evidente “todos unidos, todos juntos”. No es casual que la derecha política italiana se encuentre dividida en este momento.

Frente a la insincera cooperación desplegada por algunos, y los pasos atrás dados por la misma Región de Lombardía, lo que queda es el estilo supremacista-populista del señor Matteo “Quiero plenos poderes” Salvini mismo, el cual, infectado del ansia contagiosa de poder, como un buitre que vuela en círculos o un “monatto” de una novela de Manzoni [el «monatto» era el funcionario encargado por el municipio durante los periodos de peste de transportar enfermos o cadáveres al hospital o las fosas de enterramiento], ha llegado incluso a pedir la dimisión del primer ministro. Este, al menos, anda dedicado a contener la difusión del coronavirus y los perniciosos conflictos que se han abierto entre las instituciones locales. Sea consciente o no de esto Conte, son precisamente esos conflictos los que se verán exacerbados por los planes de “autonomía diferenciada” en cuestiones de gobierno.

veterano periodista romano, es codirector desde 2014, junto a Norma Rangeri, del diario “il manifesto”. Poeta epigramático y satírico, es también autor de novelas y cuentos, y compilador de diversas antologías literarias.

Fuente:

il manifesto global, 27 de febrero de 2020

Traducción:Lucas Antón

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