El escritor francés Émile Zola (1840-1902) es conocido como uno de los principales defensores del naturalismo literario, que se dedicó, con inevitables fortalezas y debilidades, a la reproducción fiel de la realidad inmediata.
Las numerosas novelas de Zola, especialmente obras como Germinal y Nana, provocaron indignación en el establishmentpolítico, militar y religioso y otros sectores reaccionarios de Europa, donde sus obras fueron denunciadas regularmente como ‘viles’, ‘abominables’ y ‘pornográficas’. Los libros también lo convirtieron en una celebridad y muy admirado en su propia época.
El novelista, periodista y dramaturgo Zola es reconocido igualmente por el papel que desempeñó en la lucha por limpiar el nombre de Alfred Dreyfus, el oficial del ejército francés judío que fue falsamente acusado y condenado por traición en 1894. La extensa carta abierta de Zola J’accuse (Yo acuso), publicada en enero de 1898, resultó decisiva para movilizar la oposición al montaje antisemita contra Dreyfus.
Más de 125 años después, el caso Dreyfus sigue resonando. Esto se debe, en primer lugar, a la persistencia del antisemitismo y al crecimiento de la ultraderecha y el peligro del fascismo. En segundo lugar, no es poca cosa que se hayan lanzado falsas acusaciones de “antisemitismo” contra opositores de principios de izquierda al régimen sionista israelí, a su historial de 76 años de limpieza étnica y ocupación, y al genocidio que lleva ocurriendo en Gaza casi 10 meses.
El contexto contemporáneo hace que La desaparición de Émile Zola: amor, literatura y el caso Dreyfus, un delgado volumen publicado hace unos años, sea de particular interés (la película J’accuse, de Roman Polanski, de 2019, es otra expresión del continuo interés en el caso Dreyfus). El autor es Michael Rosen, conocido principalmente por sus libros infantiles y profesor de literatura infantil en la Universidad de Londres. Su libro es un relato de los casi 11 meses que Zola pasó en exilio autoimpuesto en Gran Bretaña, desde julio de 1898 hasta junio de 1899, después de su condena por difamación en relación con J’accuse.
Hay tres hilos conductores principales en esta narrativa. En primer lugar, obviamente, el caso Dreyfus en sí. En segundo lugar, las complicaciones de la vida de Zola, en particular el inusual ménage à trois, en el que participaron su esposa Alexandrine, con la que había estado juntos desde 1864, y su amante costurera Jeanne Rozerot, con la que tuvo dos hijos, su única prole. Y, por último, un análisis nuevo y muy significativo de las opiniones de Zola sobre cuestiones más amplias, entre ellas el socialismo y el auge del antisemitismo político en Francia y en otros lugares durante este período.
Dreyfus fue declarado culpable de traición y condenado a exilio en condiciones brutales en la Isla del Diablo, frente a la costa de la Guayana Francesa, en el extremo noreste de América del Sur. Zola pronto llegó a la conclusión de que Dreyfus era inocente y de que la condena era el resultado de documentos falsificados. Se lanzó a la campaña de defensa, despertando la furia de poderosos sectores de la clase dirigente francesa. J’accuse se publicó con la intención de provocar una demanda por difamación, lo que permitió presentar nuevas pruebas. Sin embargo, la demanda por difamación tuvo éxito. Zola fue multado, despojado de la Legión de Honor y sentenciado a un año de prisión. Ante la insistencia urgente de su abogado y sus allegados, en lugar de entregarse a la cárcel, huyó a regañadientes a Londres en el verano de 1898.
Zola no esperaba pasar tanto tiempo lejos de Francia, de sus seres queridos (aunque se concertaron visitas) y de la fuente de su vida creativa. Siguió el progreso del caso desde lejos, esperando con impaciencia las condiciones bajo las cuales podría regresar.
El relato de Zola y su compleja relación con las dos mujeres de su vida es narrado por Rosen, como sin duda lo requiere cualquier relato veraz de su vida. Sin embargo, los detalles durante la época de la ‘desaparición’ de Zola, incluido un examen minucioso de la correspondencia entre el novelista y su esposa y amante, se exponen con un detalle un tanto innecesario.
El romance con Jeanne, que había trabajado como sirvienta para Alexandrine, comenzó en 1888, y sus hijos Denise y Jacques nacieron en 1889 y 1891 respectivamente. Alexandrine no se enteró de la relación hasta noviembre de 1891, momento en el que las relaciones se volvieron explosivas y el matrimonio de Zola pareció estar en peligro. Alexandrine se adaptó lentamente a un acuerdo en el que Zola pasaría las tardes con su amante y sus hijos. En el momento del exilio de Zola, las cosas estaban más equilibradas. Como escribe Rosen, el “acuerdo doméstico… alcanzó un grado de tranquilidad”. Las mujeres se acercaron más entre sí, especialmente después de la muerte de Zola.
En junio de 1899, la condena original de Dreyfus fue anulada y Zola regresó a París. Dreyfus fue condenado por segunda vez unos meses más tarde. El oficial, que ya había pasado más de cuatro años en el exilio en condiciones horribles, aceptó declararse culpable a cambio de un indulto, aunque mantuvo su inocencia.
Finalmente, en 1906, Dreyfus fue completamente exonerado y restituido en su puesto. Vivió otras tres décadas, hasta 1935. Zola, sin embargo, no pudo presenciar la reivindicación de Dreyfus y de él mismo. Murió en septiembre de 1902, víctima de una intoxicación por monóxido de carbono causada por una chimenea mal ventilada en su casa. Rosen, junto con muchos otros, cree que es al menos posible que esta muerte no fuera accidental, sino más bien causada por un sabotaje de fanáticos antidreyfus. En 1908, los restos de Zola fueron enterrados en el Panteón, en reconocimiento a su valiente defensa de Dreyfus y a sus logros literarios.
Al relatar el papel de Zola en el caso Dreyfus, este libro plantea muchas cuestiones de gran importancia histórica, entre ellas el papel del antisemitismo político en Francia, el nacimiento del sionismo y el papel del movimiento socialista.
El auge del antisemitismo político moderno en el último tercio del siglo XIX surgió del crecimiento de la lucha de clases, que, especialmente después del ejemplo de la Comuna de París de 1871, planteó una amenaza potencialmente revolucionaria al capitalismo. El antisemitismo, basado en gran medida en elementos de las clases medias, tenía como objetivo desarrollar una base de masas para la defensa del capitalismo contra el movimiento socialista y dividir a la clase trabajadora.
Las fuerzas de la reacción señalaron demagógicamente el papel destacado de los judíos en las finanzas, en un esfuerzo por desviar la ira de las masas pequeñoburguesas de su verdadero enemigo hacia la población judía en su conjunto. El antisemitismo de la era de Dreyfus no desapareció tras su exoneración. Resurgió en la década de 1930 en condiciones de la Gran Depresión, junto con el ascenso de la asesina dictadura nazi en Alemania. El régimen colaboracionista nazi de Vichy en Francia ayudó a la deportación de decenas de miles de judíos franceses a Auschwitz durante la Segunda Guerra Mundial. Rosen explica, en su Postscriptum, que uno de sus tíos abuelos, Oscar ‘Jeschie’ Rosen, fue deportado el mismo día que la nieta de Dreyfus, Madeleine Dreyfus Levy.
No es casualidad que el caso Dreyfus ocurriera exactamente en el mismo momento en que nacía el sionismo. El periodista judío austrohúngaro Theodor Herzl, que vivía en Viena en aquella época, observó el caso Dreyfus y llegó a la conclusión, tanto del caso Dreyfus como del crecimiento general del antisemitismo en Europa, de que era imposible para los judíos alcanzar la igualdad y los derechos de ciudadanía plenos, y que la solución estaba en el establecimiento de un estado judío en Palestina. Herzl escribió Der Judenstaat (El Estado judío) en 1896, y la Organización Sionista Mundial celebró su primer congreso en 1897. El sionismo fue desde su comienzo un proyecto de la burguesía judía, dirigido contra la clase obrera y hostil al socialismo y al objetivo de la igualdad social.
El creciente movimiento socialista asumió la lucha contra el antisemitismo y otros intentos de dividir a la clase obrera. Como señaló David North en The Myth of “Ordinary Germans”: A Review of Daniel Goldhagen’s Hitler’s Willing Executioners (El mito de los “alemanes comunes”: reseña de Hitler’s Willing Executioners, de Daniel Goldhagen), la socialdemocracia alemana, que se había fundado con la ayuda de Marx y Engels y era el contingente más poderoso del movimiento socialista internacional, tomó la delantera. “Aparte de los principios democráticos y las consideraciones morales”, escribe North, “el Partido Socialdemócrata veía la asociación del antisemitismo con la retórica demagógica anticapitalista como un intento de desorientar a la clase trabajadora y subordinarla a los representantes políticos de la clase media”.
Los socialistas franceses, aunque más débiles que sus poderosos homólogos alemanes, desempeñaron un papel importante en el caso Dreyfus. Jean Jaurès, el principal socialista francés que se había convencido de la inocencia de Dreyfus y que en septiembre de 1898 había publicado un extenso libro, La prueba: el caso Dreyfus, visitó a Zola en Londres en marzo de 1899.
Jaurès estaba en Londres para asistir a una conferencia convocada por la Federación Socialdemócrata. El autor cita a Jaurès en un informe de The Times: “Era absurdo creer que pudiera haber paz universal bajo el actual sistema capitalista, que se basaba en desatar la guerra en todo el mundo y alentar la lucha entre las clases trabajadoras. El socialismo era su única esperanza en dirección a la verdadera paz”.
El autor relata las opiniones políticas de Zola, expresadas en una larga entrevista que concedió unos meses antes de iniciar su exilio en Londres, pero después de la publicación de J’accuse, a un periodista nacido en Austria y radicado en Londres, Max Beer. Después de la Revolución rusa, Beer se unió al Partido Comunista Alemán. El siguiente diálogo, de 1899, es particularmente significativo:
Beer: No pongo en duda su capacidad de observación. Es, como todo el mundo sabe, muy completa; y sus estudios son minuciosos, sinceros y científicamente correctos. Sin embargo, me permitirá decir que su observación de la vida judía no fue lo suficientemente profunda. No tuvo la oportunidad de verla en su totalidad.
Zola: Durante estos últimos meses de angustia, pensé mucho en la cuestión judía. Y tenía buenas razones para ello… Mis novelas seguramente podrían dar la impresión de que consideraba al judío principalmente como un ser humano avaro y amante del lujo. Sin embargo, mi reciente lucha me enseñó que hay muchos judíos que pertenecen a una categoría completamente diferente. En la historia de la humanidad existen factores más potentes que la raza o la religión.
Beer: ¡Los económicos!
Zola: Precisamente…
Beer: No existe ninguna cuestión judía, pero sí una lucha entre los dueños de los medios de producción y los dueños de la fuerza de trabajo. Esta lucha no conoce raza ni religión. Es una lucha que se desarrolla, consciente o inconscientemente, en todo el mundo civilizado. Si se aboliera este antagonismo, no habría más juicios a Dreyfus.
Zola: Por supuesto, usted se refiere al socialismo.
Beer señaló entonces, en el artículo de periódico que publicaba su diálogo con Zola, un extracto de la última novela del autor francés, La verdad, que él llama “quizás un eco” de su entrevista: “En realidad no había ninguna cuestión judía, en absoluto; sólo había una cuestión capitalista, una cuestión de dinero amontonado en manos de un cierto número de glotones que, por lo tanto, envenena y pudre el mundo”.
Es célebre que Zola también haya escrito en otra ocasión: “Siempre que profundizo en un tema, me topo con el socialismo”.
Los comentarios de Zola sobre el antisemitismo – su negativa a ver el mundo en términos simplemente raciales o religiosos – se leen hoy como una elocuente condena del sionismo y otras formas de política deindentidad. El régimen sionista reclama el “derecho” de hablar en nombre de todos los judíos y de considerar “antisemitas” a quienes se le oponen, incluidos los judíos. De hecho, está procediendo de la misma manera y en solidaridad con los verdaderos antisemitas, y trabajando abiertamente con las fuerzas más reaccionarias de todo el mundo.
En cuanto a la política de indentidad y la política racial, se puede ver la misma lógica de clase. Los nacionalistas negros y sus partidarios adoptan la opinión opuesta a la de Zola, quien insistió correctamente en que “hay en la historia humana algunos factores más potentes que la raza o la religión”.
Zola fue una figura valiente, un hombre que contaba entre sus amigos a algunas de las figuras culturales más progresistas de la Francia del siglo XIX. Entre ellas se encontraban, como explica Rosen, el fotógrafo pionero Nadar (Felix Tournachon) (1820-1910), que inspiró a Zola a tomar la fotografía como un pasatiempo serio; y dos de los pintores más progresistas de las eras impresionista o postimpresionista, Édouard Manet (1832-1883) y Paul Cézanne (1839-1906). Zola conocía a Cézanne desde la infancia.
Zola no era marxista; de hecho, le interesaban las teorías de Fourier, el socialista utópico francés de mediados del siglo XIX, y sus versiones suavizadas. Pero, como revelan sus mejores novelas, era un hombre que comprendía la difícil situación de la clase obrera y se oponía al oscurantismo y a la reacción. Su colaboración con Jaurès desempeñó un papel importante en la exoneración final de Dreyfus y en la lucha contra el antisemitismo, y su forma de combatir el odio racial y religioso tiene mucho que enseñarnos hoy.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 29 de julio de 2024)
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