La crítica en tiempos de coronavirus 

Fuente: Iniciativa Debate/  Juan Carlos González Caldito                     


El código penal francés de 1791 restableció la decapitación como pena de muerte que Luis XVI había abolido pocos años antes. La introducción de la guillotina permitió poner fin a la tortura en público y a la diferenciación de clases sociales, estableciendo un sistema más igualitario. La guillotina decapitaba de forma rápida, segura e indolora, terminando a la vez con los errores que producía la decapitación tradicional realizada a mano por un verdugo, que en ocasiones fallaba el golpe sin causar la muerte inmediata. Fue el médico y diputado de la Asamblea Nacional, Joseph-Ignace Guillotin, un ilustrado de su época, quien propuso el uso de la guillotina en la Asamblea legislativa. Guillotin era contrario a la pena de muerte, pero a fin de humanizar la decapitación, hizo uso de los valores ilustrados proponiendo el uso de la guillotina para suavizar la barbarie de su época: la pena de muerte volvía con la revolución francesa y los valores ilustrados la positivizaban.

De derecha a izquierda, la crítica que señala es rechazada y se pide crítica propositiva o, mejor, dejarlo para más adelante

Positivizar significa dar carácter de útil, práctico, beneficioso. La positivización, contraria a la negativización, rentabiliza, y es un fenómeno cada vez más extenso tanto en el trabajo como en las relaciones sociales, y por extensión en las diferentes asociaciones y prácticas políticas. La crítica, que señala, es cada vez menos aceptada, porque rechaza, perjudica, no es útil. La crítica, un ejercicio básico para ver y hacer ver no aporta, no rentabiliza, sino que detiene, bloquea, permite pensar y auto-pensarse. Por lo tanto, negativiza. La crítica en tiempo de crisis, como el coronavirus, todavía es más rechazada porque ante la carga de emocionalidad negativa no aceptamos ver más negatividad. Sin embargo, la crítica que positiviza, es decir, aquella que aporta, que es útil, que construye porque no negativiza, se permite. Así lo vemos cuando los representantes políticos, de diferentes ideologías, levantan la bandera del “ahora no toca”: de derecha a izquierda, la crítica que señala es rechazada y se pide crítica propositiva o, mejor, dejarlo para más adelante. La negatividad, el grito que señala queda excluido, marginado a la individualidad.

El filósofo sur-coreano Byung-Chul Han utiliza la idea de positivización para referirse a las nuevas formas de control social del neoliberalismo. Según el filósofo, la cultura neoliberal es la cultura del “like”, de las emociones positivas, siendo éste el mecanismo que permite someter las voluntades de las personas a la voluntad de sistema de dominación neoliberal. En las redes sociales, por ejemplo, las expresiones individuales y colectivas buscan ser positivizadoras, así como la crítica política cuando busca ser propositiva: desde las relaciones sociales a la crítica política, la positivización de las emociones es el mecanismo que impera. La parte oscura, sin embargo, es que la positivización de las emociones permite conducir la voluntad de los individuos, como hace la publicidad: no se trata de señalar hechos, sino de consumir emociones. El neoliberalismo actual funciona gracias a la psicopolítica de las emociones, es decir, gracias al dominio de los individuos a través de las emociones.

La mayor parte de los partidos políticos de la cultura neoliberal actúan según el neoliberalismo: inmersos en una campaña constante, no buscan transformar la sociedad según la ideología que defienden, sino abastecer al conjunto de votantes de emociones positivas

La mayor parte de los partidos políticos, independientemente de su ideología, se rigen por la positivización de las emociones basándose en el consumo: buscan el “like” de sus acciones, proveer al votante de positividad. Esta provisión, sin embargo, no tiene el interés real por la política, sino para satisfacer a sus votantes: toda acción debe rentabilizar. La mayor parte de los partidos políticos de la cultura neoliberal actúan según el neoliberalismo: inmersos en una campaña constante, no buscan transformar la sociedad según la ideología que defienden, sino abastecer al conjunto de votantes de emociones positivas. Por eso la crítica que señala es cada vez menor en los discursos políticos y gana terreno la morbosidad, porque no señala, sólo enfada, excita a los excitados, alimenta los fanáticos: la morbosidad rentabiliza porque contribuye a construir el relato de aquellos que ya lo tienen construido y, por tanto, es positivizadora.

La cultura neoliberal margina la crítica y con su marginación también se excluyen los discursos de contra poder. La crítica en tiempos de coronavirus es extraña, intempestiva, nos hemos desacostumbrado a la negatividad de las emociones y sólo la encontramos en la individualidad de algunos individuos, un grito que se pierde en la inmensidad de información del siglo XXI. La crítica, sin embargo, nos sirve para evitar el shock. Para Milton Friedman, uno de los padres del neoliberalismo, el estado social de shock después de una crisis es la oportunidad para una nueva impregnación neoliberal. Después de cualquier crisis los individuos se encuentran en un estado de conmoción tan grave que buscan aún más positividad. Así, el estado de shock es el estado necesario de actuación del neoliberalismo porque desarma a los individuos, hasta el punto de hacer posible su sumisión voluntaria a una reprogramación radical. La cultural neoliberal intenta desarticular el señalamiento de la crítica, porque ésta mantiene despierto, consciente: cuando la crítica señala, desoculta, y la desocultación permite generar discursos alternativos a la sumisión manteniendo en estado de alerta constante. La negativización de la crítica detiene la rentabilidad de la positivización, permitiendo repensar el presente, condición de posibilidad de todo contra poder. Así, lejos de negar la vida, la negatividad mantiene la vida en vida.

La falta de crítica negativa en el tiempo presente de una crisis tal vez sea el inicio de una nueva barbarie mañana

Martin Heidegger se preguntó qué tarea le quedaba todavía reservada a la filosofía, después de perder su sentido tradicional, y la respuesta fue breve: alumbrar, desocultar, es decir, la crítica. Los valores ilustrados pusieron mucho énfasis en la crítica porque ésta señala, permite ver lo que sin ella quedaría oculto. Pero a pesar de alumbrar, la crítica negativiza porque deja en evidencia, y el evidenciar no construye pero sí genera malestar emocional: avergüenza. Guillotin, a pesar de ser un ilustrado de su época, no quiso hacer uso de la crítica y por no hacerlo, contradijo los valores ilustrados con la guillotina. Hoy la positivización de la crítica política es hegemónica en la cultura neoliberal, pero ésta no es sinónimo de vida porque a menudo reafirma el relato de los que ya dominan, dejando a oscuras la vida. La positivización de Guillotin supuso la muerte de miles de personas. Moraleja? La falta de crítica negativa en el tiempo presente de una crisis tal vez sea el inicio de una nueva barbarie mañana.

Artículo orginal publicado enAnoiadiari

Juan Carlos González Caldito
Docente de filosofia en secundaria. Colabora en Infoanoia, Mito Revista Cultural y Reflexiones Marginales Revista de Filosofía. También ha publicado en diversas revistas filosóficas. Autor del libro «La filosofía trágica de Nietzsche. Ontología del espíritu libre».

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