La conquista interminable

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/la-conquista-interminable                                                                                                               Carlos Alberto Ríos Gordillo                                                                 23/01/2020

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Enrique Semo y la (gran) historia del nuevo mundo. [1]

No acabarán mis flores,

No cesarán mis cantos,

Yo cantor los elevo.

Se difunden, se esparcen

Y aunque parezca que amarillecen

Vivirán en el interior de la casa

Del Ave de plumas preciosas.

Cantares mexicanos, 1628.

  1. Cinco siglos después de haber iniciado, las campanas al vuelo anunciaron la conmemoración del mito fundacional de la nación mexicana: la conquista de México. El ‘descubrimiento’ del Nuevo Mundo, preámbulo de la colonización de América, inauguró la historia universal en el siglo XVI y situó al nuevo continente en una situación colonial que poco ha cambiado desde entonces. Bajo esta perspectiva, la conquista es un proyecto inconcluso que hoy día luce inacabado. La suya, es una historia interminable.

Por ello, la rememoración de lo que esta última ha significado ―mientras el eco de la fiesta del Bicentenario de la Independencia (1810) y la Revolución (1910) se escucha todavía, y cuando en 2019 se ha conmemorado el centenario del asesinato del General Emiliano Zapata, al igual que la fundación del Partido Comunista Mexicano (PCM)―, convocó a los historiadores a pensar el pasado en términos de un proyecto social que interpela nuestro presente. Así, en estos tiempos de resistencia latinoamericana al capitalismo del desastre, más que una vía de comprensión del pasado, Clío es genealogía del presente: ante la Conquista sin fin, la resistencia hemisférica no hace más que reactivarse.   

  1. En alguna ocasión, el historiador Fernand Braudel escribió a propósito de una idea de Edmond Faral: “Es el miedo a la gran historia el que ha matado la gran historia”. [2]. Con la misma osadía intelectual y 89 años a cuestas, el historiador comunista, Enrique Semo Calev, escribió: La Conquista. Catástrofe de los pueblos originarios (2 volúmenes). Así intituló a su obra más reciente quien fue coordinador de la colección México, un pueblo en la historia (Alianza Editorial, México, 8 volúmenes). Los pueblos pueden cambiar la historia, considera el historiador nacido en Sofía, Bulgaria, en 1930: “La historia se cambia desde abajo, desde la conciencia del pueblo” [3]. De acuerdo con esta idea, cada uno de los capítulos del primer volumen del libro gira en torno de “el análisis de las características de cada uno de los autores que participan en el drama humano que fue la conquista de México. Junto a la del Perú ésta abrió una nueva etapa en el desarrollo de la población amerindia, europea, española y africana”[4].

No obstante, aunque el tema coincide con las conmemoraciones no obedece a un estudio de ocasión, sino al interés de Enrique Semo por el capitalismo y los modos de producción en América Latina, o lo que es lo mismo: su peculiaridad en el concierto de la historia universal. A través de las relaciones entre las similitudes con los grandes procesos y de la observación de las originalidades históricas del nuevo continente, el autor ha considerado:

La universalidad de la historia humana sólo puede ser reconstruida atendiendo a las múltiples particularidades de cada una de sus civilizaciones y sus tiempos diversos, con sus propios eventos decisivos o marginales desde su propio punto de vista, con el método de la historia comparada. [5]

En su notable Historia del capitalismo en México. Los orígenes. 1521/1763, publicada en 1973, Enrique Semo llegó a un puerto que, durante cincuenta años, lo ha comunicado con otros. Como si fuera un viaje de múltiples idas y vueltas, el autor ha navegado por un océano intelectual y político, con escalas en esa superficie líquida salpicada de islas, penínsulas y mares interiores, resultado de la lectura de sus cartas de navegación. Hace medio siglo, en la introducción de la Historia del capitalismo en México, Semo anunciaba la tesis de La Conquista: “El primer tomo de esta historia del capitalismo en México se inicia con la Conquista… y termina en los albores de las profundas transformaciones socioeconómicas que caracterizan los últimos cincuenta años de la época colonial”.[6] Según el autor, este período  “corresponde definitivamente a la etapa capitalista de la sociedad mexicana” [7] y la sociedad novohispana forma parte del sistema colonial del capitalismo europeo naciente[8]. He aquí la formación del capitalismo en México, el debate sobe los modos de producción y la visión de la historia universal desde el materialismo histórico.

Desde entonces, Semo siguió estudiando este gran tema, mientras avanzaba, de manera paralela, con otros. En 1989, junto al arqueólogo Enrique Nalda, escribió De la aparición del hombre al dominio colonial, del siglo XVI hasta el XVIII. Mientras que Nalda escribió sobre el “México prehispánico: origen y formación de las clases sociales”, Semo lo hizo sobre “Conquista y colonia”. A lo largo de un centenar y medio de páginas él reflexionó sobre: “El mundo a la hora de América”, “Indios y conquistadores”, “La conquista de México”, “El despotismo tributario”, “Los orígenes del cristianismo mexicano”, “La república de los españoles I y II”, “Las luchas populares en la Nueva España (1600-1750), “La explotación colonial”. [9]

Es más, en el año 2006 y en el marco de una colección también coordinada por él mismo, Historia Económica de México (Océano, México, 13 volúmenes), Semo escribió las trescientas cincuenta páginas del primer tomo: Los orígenes. De los cazadores y recolectores a las sociedades tributarias. 22,000 a.c.- 1,519 d.c. Si en la exploración de 1989, el reloj de la historia universal marcaba “La hora de América” (recorriendo sus manecillas hasta llegar al Ochocientos), en la segunda, éste marcó el tiempo de los orígenes: el poblamiento de América, la formación de los sistemas económicos, las tribus cazadoras y recolectoras, las comunidades agrícolas igualitarias, las sociedades tributarias, la economía política y cultural del antiguo mundo indígena. “Lo que llamamos historia antigua de México”, escribió Semo, “empieza con la aparición del hombre en nuestro territorio y termina con la llegada de los españoles y la destrucción de las culturas aborígenes” [10].

Es decir, sea hacia atrás, hasta el poblamiento de América hace 22,000 años; sea hacia adelante, hasta el capitalismo europeo y la explotación colonial entre los siglos XVI y XVIII, el viaje de dos milenios y medio encuentra en la conquista su acontecimiento-ruptura: las matrices históricas se funden violentamente y lo nuevo surge de lo viejo, producto de esa hibridación. “La violencia es la partera de toda sociedad vieja preñada de una nueva”, escribió Marx a propósito de la acumulación originaria y la cuestión colonial.[11] Es ahí cuando la conquista adquiere las características de una tragedia universal en todo el planeta, y dentro de ella, adquiere las dimensiones de una catástrofe para los pueblos originarios, en ésta, nuestra parte del mundo.

  1. En la introducción deLa conquista, Semo escribió sobre la catástrofe del Nuevo Mundo durante el siglo XVI:

La conquista es el paso inicial en la creación del primer imperio colonial en la historia. El colonialismo surge al mismo tiempo que el capitalismo, a principios del siglo XVI; mejor dicho, como parte esencial del capitalismo desde su etapa temprana y sigue vigente en forma de dependencia, hasta nuestros días. Es una relación que se establece entre la aristocracia y la burguesía de Europa que está en transición al capitalismo y sociedades precapitalistas en áreas menos avanzadas del mundo. Responde al hambre insaciable de plusvalía transformable en capital por la burguesía naciente y a la necesidad de dinero de los estados absolutistas para sus incesantes guerras y empresas imperiales. La relación que se establece es de dominio, explotación y racismo. En la colonia surge una nueva sociedad en la cual la mayoría de los españoles pertenece a la clase dominante y los amerindios son los explotados. Éste es el tema principal del presente libro [12].

La conquista como primer paso del colonialismo y este último como expresión del capitalismo, renovaron en América la lucha de clases. En 1973, Semo había adelantado la tesis. Al definir las características del capitalismo incubado a través de la violencia, escribió:

el modo de producción capitalista, en la medida que despunta en tal o cual sector, se encuentra en un estado potencial, embrionario y supeditado a las relaciones precapitalistas dominantes. (…) Desde un principio puede detectarse la presencia de tres modos de producción bien definidos: despotismo tributario, feudalismo y capitalismo embrionario. Cada uno de ellos no existe por separado, sino que está integrado dentro de un todo orgánico, un conjunto de relaciones, un sistema económico que influye en su funcionamiento. (…) El sistema está formado por dos estructuras fundamentales: 1) La República de indios o despotismo tributario, y 2) La República de los españoles en la cual feudalismo y capitalismo embrionario se hayan indisolublemente entrelazados.[13]

Entonces preocupado por las formaciones socioeconómicas y las leyes de la evolución social, Semo consideraba que había dos estructuras: la despótico-tributaria (comunidades indígenas, por un lado, la burocracia real y la iglesia, por el otro) y la surgida de la colonización y el mestizaje: feudalismo tardío-capitalismo temprano. Ambas estructuras “se entrelazan en la realidad constituyendo una riquísima gama de combinaciones locales”, aunque “el vértice de las dos estructuras económicas es uno solo”: el capitalismo naciente.

La sociedad novohispana forma a su vez parte de un todo mucho más vasto: el sistema colonial del capitalismo europeo naciente. A través del imperio español, los grandes centros capitalistas transforman las colonias de América en campo de acumulación primitiva, fuente de oro, plata, mercado para su producción y abastecedor de “productos coloniales”. La explotación colonial penetra en todos los poros de la sociedad y modifica las relaciones despótico-tributarias, feudales y capitalistas. El colonialismo se opone a todo desarrollo local que ponga en peligro los intereses de la metrópoli (…) El surgimiento del capitalismo de los siglos XVI al XVIII produce en la metrópoli la acumulación de capital, en la colonia descapitalización y el empobrecimiento; en la primera el surgimiento de la clase obrera, en la segunda la difusión de la esclavitud sans phrase.[14]

Con esta dimensión reflexiva añejada durante medio siglo y varios libros de por medio (además de conferencias, artículos académicos y periodísticos), aunado a una formidable erudición nutrida por textos considerados clásicos e investigaciones recientes de todos los temas que trata, un notable rigor científico en el tratamiento de los múltiples testimonios (mapas, tablas, imágenes, fotografías, lienzos, etcétera [15]) y una sobresaliente capacidad de síntesis, en La Conquista el autor da cuenta del ordenamiento del Nuevo Mundo (discutiendo las tesis de Ricardo Levene, Annick Lempérière, Jacques Poloni-Simard y Pedro Pérez Herrero, por ejemplo), de sus territorios y de sus pueblos, a través de la violencia fundacional de un nuevo sistema de dominación, explotación y despojo: el capitalismo, que destruye y reconstruye, que despuebla y reasienta poblaciones enteras. “Los españoles se dieron cuenta de que no podían explotar eficientemente ni catequizar con efectividad a un pueblo disperso”, escribe el autor, “disperso en áreas remotas, donde evadiría el tributo y practicaría ritos prohibidos”. [16] Sobre esta base se reorganizó la geografía humana y se conformó la nueva sociedad en suelo americano a través de la distinción social: repúblicas de indios, repúblicas de españoles. Esta fue la base de la apropiación de la riqueza y, en particular, de la minería de plata que mitigaría la sed de metales preciosos en Europa.

La explotación económica colonial en América tuvo desde el principio cuatro formas: la acumulación originaria (depredación y saqueo); la superexplotación del trabajo; es decir, modalidades de explotación que incorporan parte del fondo de consumo de los trabajadores al plusproducto apropiado por los colonialistas; los monopolios mercantilistas que deforman la estructura productiva, y el intercambio desigual. Todo esto contribuyó a la acumulación de capital, la concentración de plusvalía y de grandes recursos monetarios en las manos de la burguesía europea.[17]

De acuerdo con ello, Semo sostiene que el sistema colonial no hizo más que afianzar el modo de producción capitalista, asegurándole, con las extraordinarias riquezas del nuevo continente, un festín de acumulación originaria, la superexplotación del trabajo indígena y la del medio millón de esclavos africanos. La “destrucción creativa” de las viejas fuerzas productivas por otras nuevas, con la intención de mantener la tasa de ganancia, son propias de esta lógica de la historia que Vico, Hegel, Marx y Engels apreciaron de manera distinta: los ciclos, la dialéctica, la subsunción formal. “El parto de la modernidad se hará con dolor”, escribió Jacques Le Goff a propósito de la Baja Edad Media y el recurso a la guerra por las clases dirigentes amenazadas por la crisis del feudalismo en el siglo XIV, “de los desastres de la guerra nacerá un mundo verdaderamente nuevo, verdaderamente moderno”, [18] escribió el maestro de Jérôme Baschet, quien escribió La civilización feudal, cuya tesis de la ‘larga edad media’ (de Le Goff, por supuesto, aunque formulada de otra manera por el Braudel de Civilización Material) cobró, en suelo americano, la forma de un feudalismo tardío, preservado  (desde el siglo III) hasta el siglo XIX; un milenio y medio.[19]

 

Semo considera al feudalismo tardío en América una sobrevivencia dentro del capitalismo temprano o embrionario. Las sobrevivencias de otros modos de producción, en el seno del modo de producción dominante, son características de las formaciones sociales. “El feudalismo nunca existió en estado puro en ninguna parte”, escribió: “ El capitalismo temprano es el estadio en el cual se van acumulando dialécticamente los elementos del nuevo modo de producción” .[20] Para él, la conquista no sólo es resultado de la expansión de la economía-mundo europea, sino la mixtura de modos de producción a través del efecto de la conquista en el siglo XVI. La transición del feudalismo en capitalismo, y la posición de éste como modo de producción dominante, sólo pudo consolidarse sobre una considerable multiplicación de elementos de transición y protocapitalistas.

De acuerdo con ello: “Fue precisamente con el capitalismo temprano o mercantil cuando se produjo la gran transformación que representa la sustitución del modo de producción feudal por el modo de producción capitalista” .[21] Dicho lo anterior, la discusión sobre los modos de producción, pretendido resabio de la historiografía marxista durante las décadas de 1960 y 1970, goza de actualidad y convoca al debate científico. 

  1. Ante la cimentación del capitalismo como modo de producción, surgió la afirmación de la resistencia de los pueblos originarios como negación del orbe colonial. Puesto que, si durante el siglo XVI el capital vino al mundo “chorreando sangre y lodo, por todos los poros, desde la cabeza hasta los pies”, [22]según escribió Marx, ésta ha sido la sangre de los hijos del Nuevo Mundo: los pueblos originarios. Y éstos, pese a todo, resistieron una y otra vez, con resultados desiguales, triunfos focalizados y victorias tentativas, alianzas coyunturales y pactos estratégicos, dolorosas derrotas y brutales represiones.

De estas dos grandes coordenadas surgió la estructura narrativa de La Conquista. Aquí se estudia a los actores del drama, de cómo se reunieron violentamente en esta parte del mundo y cuáles fueron las consecuencias globales de todo ello; pero también se estudian las diversas manifestaciones de resistencia indígena ante el orden colonial, por qué fueron diferentes, a qué mundo y a qué pueblos pertenecían en realidad, cuáles fueron los tipos de resistencia, cuáles las estrategias, las alianzas, los pactos, las colaboraciones.

Mientras que en el primer volumen se presenta a los amerindios y su mundo, a los europeos del capitalismo mercantil y los españoles recién salidos de la Reconquista, así como a los esclavos africanos; en el segundo se estudia la Conquista en el inmenso territorio que se convertiría en la Nueva España y en el México independiente, antes de la invasión norteamericana del siglo XIX. Mexicas en el Anáhuac, chichimecas en el Gran Septentrión, mayas, zapotecos y mixtecos en el Sur-Sureste, son los actores de las mortíferas guerras libradas contra los europeos en inmensos territorios y durante varios siglos.

De acuerdo con el autor, en estas expresiones había ira, coraje y rencor, pero ahí también estaban los sueños, las ilusiones y las esperanzas de los pueblos originarios. Mientras la conquista sojuzgaba sin fin, la resistencia indígena era la afirmación de la vida ante la destrucción de sus formas de vida. En este sentido, la lucha era más que sobrevivencia: era utopía, una posibilidad histórica alternativa al orbe colonial. Es decir, en dos volúmenes (más de ochocientas páginas) el autor ha escrito la historia como catástrofe y resistencia de los pueblos originarios, durante el cataclismo de un mundo y la emergencia del otro. 

  1. El primer volumen, ‘catástrofe de los pueblos originarios’, consta de cuatro capítulos más una extensa introducción. En el primero, “América 1491: el factor aislamiento” (pp. 73-133), analiza el aislamiento del Nuevo Mundo, su desarrollo y diferencias con el Viejo Mundo, haciendo hincapié en las sociedades amerindias: las colectividades basadas en el parentesco (cazadoras, recolectoras, nómadas y agrícolas), las jefaturas y las despótico tributarias en todo el continente. El segundo: “Europa: feudalismo y capitalismo temprano” (pp. 134-204), es el estudio de Europa entre los siglos XV y XVI: el feudalismo, la Iglesia, el ascenso del capitalismo, las innovaciones militares, la expansión hacia América y el papel que ésta juega en la aceleración del desarrollo del capitalismo. El tercero: “España: apogeo y crisis” (pp. 205-256), es el análisis geopolítico de la península Ibérica dentro de la historia del mundo Mediterráneo; la presencia de árabes, judíos y el origen de los conquistadores; el primer tramo de la expansión atlántica y los efectos de los tesoros americanos en el imperio que con ellos se construyó. El último: “África: la cuarta raíz” (pp. 257-301), está dedicado a los esclavos africanos, su papel de complemento de la mano de obra indígena luego del descalabro demográfico, sus condiciones en la Nueva España y su participación en el mestizaje.

Este es el tiempo de los actores de la conquista: amerindios y africanos, europeos y españoles; aquí se da cuenta de las relaciones entre el Viejo y el Nuevo Mundo, entre el feudalismo tardío y el capitalismo temprano. Es la formación de una economía-mundo y de un imperio colonial euro-americano basados en la expropiación y apropiación de capital arrancado a las colonias, sojuzgadas por la distinción racial y la pigmentación de las relaciones de dominación: blancos europeos, negros africanos, indígenas cobrizos, e incluso, posteriormente, amarillos orientales. “Ninguna de estas identidades y categorías históricas existía en el mundo antes de 1492”.[23] Estas nuevas relaciones de dominación fueron el fundamento de una cultura de racismo, que se agregó a la relación de clase social. “La distinción racial se integra a la distinción de clase”, [24] escribió Semo a propósito del racismo, que, al sembrar la distinción del color, creaba hombres y poblaciones objeto, quebrantándolos hasta lo más íntimo de su sustancia, como pensaba Fanon.

Paradójicamente, al enajenarse y al asimilar esa pigmentación que los inferiorizaba, en ocasiones suscitaba en los indígenas la imitación de los opresores para así desracializarse, para así blanquearse. De tal suerte que el racismo funcionó como aglutinador de la sociedad colonial, a través de la pigmentación de las relaciones sociales, que en el mestizaje encontró una vía para el blanqueamiento. Por ello, de acuerdo con Semo, esta es una sociedad injusta y sobre todo desigual; una riqueza inmensa convertida en grilletes para los desposeídos; una subordinación identitaria pigmentada por cobrizos, negros y luego amarillos; una simbiosis de racismo-cultura que se impuso sobre los colonizados (y que después se reprodujo entre ellos, dirigiéndose contra ellos) son el espejo en el cual nuestra sociedad todavía puede contemplar sus propios rasgos.

De acuerdo con Semo, la formación de las nuevas clases sociales son resultado, por un lado, de la distinción y la homogeneización vía rebajamiento: “El concepto unitario de indio, o de un hombre originario de América distinto a los demás, era inconcebible para sus habitantes en 1491”;[25] por el otro, de la eliminación de las desigualdades de origen y las ilimitadas posibilidades de ascenso social: “Las bandas de conquistadores eran una fiel réplica de las huestes que [L. Weckmann dixit] “participaron en la reconquista española, con su elemento aventurero de secundones, hijosdalgo, caballeros y pecheros” (…) La mayoría de los conquistadores eran jóvenes de un futuro incierto en una España llena de desigualdades de rango, de etnia y económicas, para quienes “las Indias” y América fueron palabras mágicas, promesas de riquezas y un futuro glorioso [26].

Múltiples aldeas, tribus, etnias fueron subsumidas por la nueva pigmentación identitaria, que se sumó a su posición de clase explotada. El indio, surgido de la conquista, es resultado de múltiples formas de dominación, explotación y racismo. Por el contrario, los desclasados y ‘secundones’ encontraron en la conquista la posibilidad de eliminar su rango inferior y elevarse socialmente al pertenecer a la clase dominante. Los conquistadores llegaron a enseñorearse, aunque, curiosamente, como dice Semo: “La ironía de la historia quiere que sean hidalgos de espíritu feudal y sus huestes las que, con sus conquistas, ponen las bases coloniales del capitalismo temprano europeo”. [27]

  1. Al estilo de Eric Wolf, quien abrió suEuropa y la gente sin historia con el capítulo dedicado a “el mundo en 1400”, Enrique Semo lo hizo con “América 1491: el factor aislamiento”. Es el fresco de un mundo ‘descubierto’ por sus pobladores 22 mil años antes que los europeos, viviendo “con creatividad notable durante veinte milenios o más”, [28] cuyas comunidades se basaron en el parentesco como aglutinador de su formación social: apaches, indios pueblo, tupí-guaraní (40% de la población total). Y en torno a los mexicas e incas, que conforman sociedades despótico-tributarias, la población se concentraba (60% del total) y los inventos se expandían. Son polos de atracción e irradiación, “de intercambio cultural y económico sumamente intenso durante siglos”, aunque en áreas limitadas.[29]

El aislamiento entre el Nuevo y Viejo mundo, pero también entre grandes áreas al interior del mismo continente, explica que (después del derrumbe de los grandes imperios tributarios) las comunidades arcaicas todavía estuvieran ahí: no sólo sobrevivieron, sino que resistieron y protagonizaron “cambios de épocas”, sostiene Semo, gestas que “viven en muchas formas en la memoria colectiva hasta hoy”.[30] El aislamiento impidió el desarrollo de inmunidades frente a las “epidemias euroasiáticas y africanas”, que durante siglos castigaron al Viejo Mundo (la peste negra, que diezmó la población europea a más de la mitad o a un tercio de ella) causando “una hecatombe unilateral sin precedentes durante la conquista de América.[31]

No obstante, el aislamiento también creó estrechos lazos de comunidad, solidaridad e igualdad: “La ausencia de formas de explotación y de dominio”, analiza Semo a propósito de las comunidades arcaicas basadas en el parentesco, “creaban un ambiente de libertad que llevó a estas tribus a defender su modo de vida y su independencia con una valentía y una perseverancia sin límites”.[32] Eso será vital para entender la resistencia de los pueblos, sus éxitos y fracasos.

De acuerdo con el historiador, los amerindios fueron sometidos al sistema colonial y expoliados por el capitalismo durante siglos, con un costo inimaginable: antes de la llegada de los españoles, en el Anáhuac había probablemente 8 millones de habitantes; un siglo después, tan sólo quedaban 1 millón doscientos mil: 8 de cada 10 habían fenecido por la sobre-explotación o las pandemias. Así, la catástrofe demográfica sólo es comparable con la catástrofe civilizatoria y cultural: el orbe antiguo se había ido por la virulencia de genes patógenos e inmisericordes explotadores.

Epidemias salvajes (viruela, sarampión, varicela, peste, paperas, tos ferina) y mecanismos de explotación compulsiva, derivaron en la extinción de muchos pueblos originarios. Pronto llegó el ocaso de los dioses, el desmantelamiento de los templos, la destrucción de los libros sagrados, que también preservaban palabra, cultura memoria. La mortandad indígena por cientos de miles, mientras las actividades destructivas de los europeos continuaban, afectó decisivamente la curva demográfica. Semo se interroga en torno de las dimensiones y proporciones de la patología social y las epidemias, ¿qué hubiera pasado si en vez de un 80% la mortandad hubiera sido del 30%? “La historia de la colonia hubiera sido muy diferente y la proporción de españoles y de criollos hubiera sido mucho menor”.[33]

Ese mundo mexica que terminaba en las costas del Golfo de México y el Pacífico, en los límites Mesoamérica y las selvas de Centroamérica, estaba rodeado por dos grandes bloques naturales. Para Semo, la geografía histórica se caracteriza por grandes áreas: los desiertos de Aridoamérica, en particular, el de Chihuahua: “los amplios desiertos fueron obstáculos temibles, ya que representan aproximadamente 6% de la superficie continental”;[34] y las selvas, sean las de Centroamérica, sean las del Amazonas: “Un papel similar juegan las masas de vegetación tropical húmeda más compactas y extensas del planeta”.[35]

El factor aislamiento, por un lado, y factores naturales, por el otro, crearon los marcos geográficos de las formaciones sociales y funcionaron como actores colectivos del paisaje social. A la manera de Wilhelm von Humboldt, Hegel o Marx, Semo considera que, en el caso de México, ambos factores tienen una función en el derrumbe del gran imperio tributario mexica, en las rebeliones de los pueblos indígenas sojuzgados por éstos, en las alianzas militares de los españoles con los pueblos subyugados por los mexicas y los incas y, en particular, en las prolongadas resistencias de los pueblos indígenas contra el orden colonial. Es así como la geografía acude al servicio de la explicación histórica:

La variedad étnica, los obstáculos geográficos (montañas, desiertos, junglas) y los niveles de desarrollo diferentes explican las constantes guerras que dividían a los llamados amerindios y tanto beneficiaron a los conquistadores españoles, quienes supieron explotarlas.[36]

En el inmenso territorio del Nuevo Mundo, donde eran dos mil los idiomas existentes en 1491, ninguno de ellos era válido en todo un imperio. Para él, la diversidad lingüística es también un testimonio indirecto de la resistencia indígena:

avala la hipótesis de que existían muchas sociedades pequeñas y autónomas, relativamente aisladas, cada una de ellas con un reducido ámbito geográfico; implica también que las campañas de conquista imperial tuvieron sus límites y que lo accidentado de la geografía fue un obstáculo eficaz a la convergencia de vastas poblaciones y su homogeneización cultural.[37]

  1. En el segundo tomo, Semo estudia la conquista del inmenso territorio en el que vivían todos los pueblos originarios y al cual los españoles llamaron Nueva España. “No hay en el pasado antiguo nada que se le asemeje, y deja de existir sólo consumada la independencia”,[38] escribió el autor. Para él, la presencia de los europeos modificó profundamente la geografía humana indígena, pero no la eliminó. “La historia prehispánica no se interrumpió, no cesó con la llegada de los españoles”, escribió el autor: “Éstos desembarcaron en ella y la utilizaron en su provecho. También elites indígenas trataron de aprovechar la llegada de los europeos en su favor”.[39] Por tanto, los actores del teatro de la conquista no son dos, como solía presentarse en la historia que se nos contaba cuando éramos niños:  “La historia de la conquista y de lo que sería la Nueva España, no es una historia con dos protagonistas, conquistadores y conquistados. En realidad, siguió siendo una historia de múltiples sujetos en la cual los españoles se impusieron”.[40]

En todo caso, el rol central de los aztecas corresponde solamente al centro, así como los lamentos de un mundo derrumbándose. En la Visión de los Vencidos, en particular la Relación de la Conquista por informantes anónimos de Tlatelolco, 1528, León Portilla recogió los siguientes testimonios:

En los caminos yacen dardos rotos. Los cabellos están esparcidos. Destechadas están las casas, enrojecidos tienen sus muros. Gusanos pululan por calles y plazas, y en las paredes están los sesos. Rojas están las aguas, están como teñidas, y cuando las bebimos, es como si bebiéramos agua de salitre. Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe, y era nuestra herencia una red de agujeros. Con los escudos fue su resguardo, pero ni con escudos puede ser sostenida su soledad. Hemos comido palos de colorín (eritrina) hemos masticado grama salitrosa, piedras de adobe, lagartijas, ratones, tierra en polvo, gusanos. 

El llanto se extiende, las lágrimas gotean allí en Tlatelolco. Por agua se fueron ya los mexicanos; Semejan mujeres; la huida es general. ¿Adónde vamos?, ¡oh amigos! Luego ¿fue verdad? Ya abandonan la ciudad de México: El humo se está levantando; la niebla se está extendiendo (…) Llorad, amigos míos, Tened entendido que con estos hechos Hemos perdido la nación mexicana.

Desgarradores, los testimonios son, sin embargo, representativos de la hecatombe de Tenochtitlán, puntualiza Semo al tomar distancia de la visión de León Portilla.[41] Es más, para él los símbolos de la nación mexicana son representativos solamente de los mexicas o aztecas, mas no de los demás pueblos: “Los mitos que la rodean se manifiestan en el águila, la serpiente y el nopal mexica que están en todos los símbolos nacionales actuales con un sentido fundacional”, escribió “pero para muchos pueblos indígenas no significan eso y para los africanos y los mestizos menos aún”.[42] Para Semo, la concepción de patria mexicana es un reduccionismo, pues se ha considerado solamente al centro: la cuna del proyecto criollo. Reduccionismo y esencialismo acompañan a la formación de la concepción patriótica:

La concepción de “patria mexicana” de los criollos del siglo XVIII (véase Javier Clavijero) excluía todo el sur maya y el norte chichimeca, y simbólicamente, concebía el origen de la nueva nación sólo en el pueblo imperial del centro de Mesoamérica. Así, el mexicano de hoy descendería de los “mexicanos”, de ayer, excluyendo a los empecinados mayas y los irritantes bárbaros del Norte. El concepto criollo de nación mexicana poco tiene que ver con los verdaderos orígenes y la historia de la nación moderna. La inclusión plena del norte chichimeca y el sur cambia completamente la historia de la conquista.[43]

  1. De aquí parte el marco de análisis. Dedicado a la conquista de la Nueva España, el segundo tomo está dividido en tres grandes capítulos. El primero: “La conquista del Anáhuac: derrumbe del imperio mexica” (pp. 49-236); el segundo: “La conquista inconclusa del gran septentrión: la invencible guerrilla” (pp. 237-372); y, el último: “La conquista del sur-sureste: un dominio precario” (373-458). Para Semo, el objetivo es la conquista, las causas que la hicieron posible, sus dimensiones geográficas y alcances civilizatorios, pero también su anverso: la resistencia, en una serie de formas y estrategias. Es la historia de la caída del centro mesoamericano y de la resistencia de los hijos del Gran Septentrión (Aridoamérica) y del Sur-Sureste novohispanos.

En 1521, Tenochtitlán, la portentosa capital del imperio mexica, era tomada por los españoles y con ello los pueblos sometidos al dominio azteca “se liberaron y recobraron su dispersa autonomía”.[44] Era el fin de la conquista, pero, en particular, del centro dominado por el imperio mexica. Sobre la antigua capital se erigió la nueva, sobre los viejos templos se edificaron catedrales, iglesias y conventos, pero la nueva urbe y el nuevo orden no fueron sinónimo del dominio español ni de la evangelización en toda la Nueva España.

La conquista de los pueblos originarios del Gran Septentrión y del Sur-Sureste apenas comenzó en ese año y tuvo una duración variada, que en algunos casos se prolongó durante el siglo XVII y en otros no había terminado en 1821. Tomando a la Nueva España en su conjunto, el proceso de conquista se mantuvo paralelamente a la construcción de la nueva sociedad colonial.[45]

Para el autor, las sociedades pequeñas, autónomas y aisladas opusieron una tenaz resistencia, mas no lograron articular una rebelión de mayores dimensiones que pusiera fin al orden colonial. El carácter étnico, de ciudad-Estado, tribal o de parentesco fue determinante en la conciencia indígena, en sus formas de organización política y sus expresiones de lucha y resistencia, en una soberanía territorial nunca doblegada por los españoles. De ahí que las rebeliones indígenas durante la colonia fueran “guerras de baja intensidad”,[46] desafío a una soberanía no totalmente vencida, ruptura de una sumisión inicial debido a existencias incumplibles. Semo ha considerado que las llamadas “rebeliones” sugieren que los indígenas rebeldes estaban rompiendo los pactos de sumisión, lo cual disimula el hecho de que la Nueva España fue conquistada a medias. Y la resistencia indígena se prolongó hasta el final del dominio español.

La tesis es de gran envergadura: las guerras de baja intensidad libradas por los pueblos originarios contra los invasores españoles son una forma distinta de las rebeliones de los pueblos sojuzgados contra el imperio azteca. Durante el período posclásico (1200-1521), el centro mesoamericano fue el escenario de una exacerbación de la actividad bélica y el ascenso al poder de los guerreros. Los mexicas construyeron su imperio conquistando a numerosos pueblos, que los odiaban absolutamente y se sublevaron cuando la llegada de Cortés y sus tropas les dio la oportunidad. Éstos últimos fueron el catalizador.

El imperio azteca no cayó por la creencia en el mito de Quetzalcóatl ni por el genio de Hernán Cortés y la acción de los ejércitos españoles (entre 1529 y 1570 no había más de 8,000 o máximo 17,000 españoles), sino por la gran rebelión de 1519: la de los pueblos sojuzgados, y su pacto con los españoles. El desmoronamiento del Imperio azteca, cuya preeminencia en el centro duró poco más de un siglo, tuvo entre los indígenas a uno de sus más grandes actores (la “alianza anti-azteca”, le llamó Semo). “Fue así como en la toma de Tenochtitlan participaron 200 mil indígenas y apenas 700 españoles (…) Fue una guerra de indígenas oprimidos por los aztecas contra los aztecas”.[47]

Por tanto, considera el autor, es “lícito considerar los primeros cincuenta años de presencia española como una sobreposición de dos períodos: el posclásico tardío antiguo y el de la conquista. Las dinámicas de los dos períodos se entrelazan”.[48]

  1. Cortés y sus huestes exacerbaron los conflictos acumulados en el interior de las civilizaciones americanas durante el posclásico, un período de extraordinaria actividad bélica, en particular, en el centro. “En realidad”, dice Semo, “la conquista exacerbó las agudas contradicciones entre los indígenas. Muchos resistieron y otros negociaron, la mayoría combinó las dos cosas”.[49]Sin esta condición de base, sin el sojuzgamiento azteca sobre muchos pueblos, las divisiones y conflictos, la acumulación de rencores, odios y deseos de venganza, para unos pocos soldados la empresa de dominar a millones hubiese sido imposible. “Como aliados de los españoles muchas élites indígenas jugaron un papel decisivo mandando a sus súbditos a cargar armas y comida”, escribió el autor, “abrir brechas para cabalgaduras; actuar como cargadores y guías y lo que es más, fungir como guerreros, capitanes e incluso colonos”[50].

De ahí que el autor divida su estudio en tres superáreas, con la intención de observar las originalidades de cada una y así esquivar la visión lineal de la conquista. En las tres superáreas la geografía juega un rol fundamental en la conformación de las actividades económicas y las formaciones sociales y políticas.  El norte minero, ganadero y misional: el Gran Septentrión o Aridoamérica; el centro o Anáhuac (voz de origen náhuatl que significa “agua alrededor” o “rodeado de agua”) y el Sureste señorial y agrícola; estas últimas pertenecen a Mesoamérica. Cada una constituye unidades diferentes, cada una tiene un tiempo y un espacio propio y, por ende, su historia debe contarse por separado. Las peculiaridades que adquiere la conquista en cada una de ellas, “marcará profundamente el régimen colonial que sobre ellas se levanta”.[51]

Al norte de Mesoamérica, la frontera está marcada por el río Sinaloa (de lo que hoy es el noroeste de México) y Soto la Marina (en el noreste), con una curvatura para excluir el desierto central de Chihuahua, Nuevo León y Coahuila. Al sur, Mesoamérica se extiende a lo largo de rio Ulúa, en Honduras, bajando hacia el mar para terminar en el Golfo de Fonseca de la costa del Pacífico, en el Salvador. Dentro de Mesoamérica, dice el autor, está el área Sur-Sureste: Yucatán, Campeche, Quintana Roo, Chiapas, Oaxaca, Tabasco y parte de Guerrero y de Veracruz. (Un mapa de las tres áreas hubiese sido muy útil) En Aridoamérica, como en Yucatán, la naturaleza propició enormes espacios libres, regiones de refugio y emancipación, de dominio inestable y precario. “Tierras de refugio, de indígenas libres, pueblos permanentemente en guerra que no logran ser conquistados”, escribió el autor, “pero con los cuales hay intercambios desiguales, campañas de esclavización y acuerdos transitorios de todo tipo”.[52]

Un historiador, como Enrique Semo, que durante años impartió clases en las universidades de Ciudad Juárez y Alburquerque, está familiarizado con las formas de resistencia armada de los apaches, chichimecas o comanches (cuyo territorio de 625,000 kilómetros cuadrados era más grande que toda la América Central).  Para los pueblos que estaban permanentemente en pie de guerra, la forma más acabada de la resistencia era la guerrilla: asaltos por sorpresa, dominio del territorio y destreza en el manejo de los instrumentos para la caza y la pesca (el arco, la flecha, pero también armas de acero y de fuego usadas por los españoles), son propios de cazadores y recolectores que se convirtieron en soberbios guerreros y hábiles jinetes.

“Podemos hablar en términos modernos de una guerra de baja intensidad,”, califica Semo, “no como lo indica el sentido actual del término, como una estrategia planificada, sino como resultado de las particularidades militares de los contendientes”.[53] Ante el desafío, los españoles se adaptaron, crearon instituciones y prácticas militares: presidios, destacamentos, entrenamientos nuevos para sus soldados. Así, Junto a la lógica de contención militar, llegó la persuasión política: negociaciones, pactos, regalos, ofertas de misiones. De esta manera se alternaba la represión con la persuasión y se aminoraba la fragilidad del control sobre el territorio.

Es así que la frontera del Gran Norte de la Nueva España fue resultado de la interacción de españoles e indios nómadas o seminómadas. Frágil, porosa e inestable, ésta demarcaba un territorio controlado por los indígenas, aunque con intercambios culturales entre estos últimos y los españoles. Ante ello, Semo advierte: “A finales de la Colonia los españoles no habían conquistado todos los territorios que en los mapas aparecían” como suyos. De acuerdo con él, “Los indios independientes tenían dominio efectivo por lo menos sobre la mitad de la masa territorial de lo que hoy es Iberoamérica continental, desde la Tierra de Fuego hasta el México actual”.[54] El cálculo más bajo es de 22% del total de la población, para fines del siglo XIX. No obstante, numerosos pueblos originarios fueron conquistados y “acabaron por perder su autonomía, su identidad y su orgullo original viéndose obligados a vivir, hasta el día de hoy, en una marginación que acabaron por interiorizar[55], según afirma el autor.

Dentro de esa estructura de dominación colonial, Semo señala que apaches, comanches, coras, tecuales y mixtecos, aunados a itzaes, mopanes, lacandones, cehaches, chanes y canules en el Gran Septentrión y el Sur Sureste, poblaron gigantescas “zonas de emancipación que son un ejemplo de la conquista inconclusa, el dominio precario, que destaca la huida como mecanismos de resistencia”, según dice el autor, “de la posibilidad de inventar un espacio de libertad fuera o al margen del dominio colonial”.[56] El sólo hecho de escapar a esas zonas alteraba el régimen de dominación colonial que fijaba al hombre a la tierra. “En vez de eliminar o desplazar a los indígenas con el fin de disponer de espacios vacíos, el imperativo era reducirlos a pueblos manejables. Es decir, congregarlos en establecimientos de nueva planta que facilitaba su conversión y explotación”.[57] No obstante, aunque esta resistencia no quebraba las estructuras de dominación colonial, sí las desafiaba; en esos espacios, regiones y geografías, los indígenas podían reconstruir sus formas de vida y su sentido de libertad e igualdad, haciendo que el dominio español fuera precario e inestable hasta fines del período colonial.

En el período independiente se desató una nueva embestida contra las tierras de los pueblos de indios: tierras, aguas, bosques, salvaguardadas por las cédulas reales, fueron expropiadas por multitud de ranchos, haciendas o fincas. Bajo la idea del progreso y el desarrollo nacionales, los liberales consideraban que las tierras en manos de las comunidades indígenas (y también las de la iglesia) debían servir para afianzar el programa triunfante. Durante el siglo XX, e incluso en nuestros días, se ha preservado la misma visión: los megaproyectos del Istmo de Tehuantepec y el Tren Maya son la nueva cara del viejo programa.

  1. EnEl principio esperanza, Ernst Bloch afirmó que en el pasado se encontraba la clave del futuro. Guiado por esa idea, José Carlos Mariátegui concibió sus 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, haciendo referencia a un tipo de comunismo indígena. Es por ello que las reflexiones de Semo sobre la construcción de “espacios de libertad”, “zonas de emancipación” indígenas, dentro del orbe colonial y como resultado de éste, invita a pensar en ese ethos barroco de Bolívar Echeverría: la afirmación de la vida dentro de la muerte. Desde esta óptica, ante la conquista interminable, ante la conquista sin fin, la resistencia indígena es una estructura de larga duración histórica: de la explotación y la dominación, por supuesto; pero también de su antítesis: el contra-poder que desafía la tiranía del poder establecido.

Con motivo de la izquierda y del PCM ―del cual Semo fue militante profesional, miembro del Comité Central y director de la revista Historia y Sociedad él escribió la idea siguiente: desde la desaparición del PCM, hace casi 40 años, socialismo, comunismo, poscapitalismo o altermundismo “tienen presencia en México sólo en el movimiento comunitario del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y algunas expresiones menores como el Movimiento Comunista Mexicano”.[58] Hace medio siglo que la izquierda predominante olvidó ser anticapitalista.

El zapatismo, expresión de la lucha anticapitalista y eje de gravitación del Consejo Nacional Indígena (CNI), ―a su vez, órgano de articulación de los pueblos originarios de México―, ha sostenido que el enemigo de la humanidad es el capitalismo y debe ser combatido, aun cuando las crisis cíclicas preconicen su muerte. Los zapatistas le han asemejado a la Hidra de Lerna, porque cuando una de sus cabezas era cercenada en realidad se fortalecía. Y el capitalismo se regenera en formas insospechadas: no sólo como derechas pro-neoliberales y represoras, sino como gobiernos progresistas que llegaron al poder con enorme legitimidad, cuyo discurso anti-neoliberal ha profundizado el capitalismo. “Lo que nos interesa es conocer más de cómo resistimos y enfrentamos las muchas cabezas del sistema capitalista”, expresó el Subcomandante Insurgente Moisés, “es para ver varias cabezas del sistema capitalista, para tratar de entender si tiene nuevos modos de atacarnos o son los mismos modos de antes”.[59]

En esta época, mientras “se destruyen los territorios y se despueblan”, para así “reconstruir y reordenar” de acuerdo con “las leyes del mercado”, según escribió el entonces Subcomandante Insurgente Marcos ―en un tono que recuerda los pasajes de Semo sobre el reasentamiento de los pueblos―, “todos somos el enemigo a vencer”.[60] ¿Todos? La humanidad, la naturaleza y todas las posibilidades de crear un mundo para la vida. Para alterar este caótico curso destructivo, la rebeldía a escala planetaria es la medida de nuestras ilusiones. No es éste “el pensamiento de la catástrofe sino el que busca la esperanza”, incluso “dentro de la catástrofe”, escribió a propósito John Holloway.[61]

La resistencia de los pueblos originarios no es la expresión de aquéllos que ‘hacen una revolución para no cambiar’, sino la afirmación de la vida ante la destrucción de las formas de vida. Es resultado de una creatividad social extraordinaria cuyo objetivo es crear un hecho inédito en términos de cambio social a gran escala: la emergencia de otro mundo. Enrique Semo invita a cuestionarnos si en verdad la resistencia es ese instante en el cual se interrumpe la destrucción del mundo; si en el pasado se ha sembrado la semilla de la cual florecerán los futuros inéditos, los mundos posibles.

Maison Suger, (Fondation de la Maison des Sciences de l’Homme)

París, a 22 de enero de 2020

[1] SEMO, Enrique, La Conquista, catástrofe de los pueblos originarios. Siglo XXI editores, Facultad de Economía-Universidad Nacional Autónoma de México, México, 2019 (2 vols.)

[2] BRAUDEL, Fernand, “Prólogo a la edición francesa”, en El Mediterráneo y el mundo Mediterráneo en la época de Felipe II, Fondo de Cultura Económica, México, 1953, p. XIX.

[3] SEMO, Enrique, “La historia se cambia abajo, desde la conciencia del pueblo”, entrevista de Mónica Mateos-Vega, La Jornada, 12 de noviembre de 2019.

[4] SEMO, Enrique, La Conquista, op. cit. p. 71. Vol. 1.

[5] Ibid, p. 78.

[6] SEMO, Enrique, Historia del capitalismo en México. Los orígenes. 1521/1763 (Col. El Hombre y su tiempo) Era, México, 9ª ed. 1980, p. 15.

[7] Ibid, p. 15.

[8] Ibid, p. 16.

[9] NALDA, Enrique y SEMO, Enrique, De la aparición del hombre al dominio colonial (Col. México un Pueblo en la Historia), México, Alianza Editorial, 1989.

[10] SEMO, Enrique, Los orígenes. De los cazadores y recolectores a las sociedades tributarias. 22,000 a.c.- 1,519 d.c.  (Col. Historia Económica de México), Océano, México, 2006, p. 13.

[11] MARX, Karl, El capital, tomo 1. vol. 3, Siglo XXI editores, México, 18ª ed, 2000, p. 940.

[12] SEMO, Enrique, La Conquista, op. cit. pp. 11-12.

[13] Ibid, p. 15.

[14] Ibid, p. 17.

[15] No obstante, el aparato crítico no sólo presenta descuidos sino diferencias entre uno y otro tomo. Una revisión más detallada de las notas al pie de página y de muchos de los párrafos (donde el autor hace referencia a una buena cantidad de obras y autores que no cita al pie de página) sería deseable para futuras ediciones.

[16] SEMO, Enrique, La Conquista, op. cit. p. 67.

[17] Ibid, p. 56.

[18] LE GOFF, Jacques, La Baja Edad Media. (Col. Historia Universal siglo XXI, vol. 11) Siglo XXI editores, Madrid, 1974, p. 282.

[19] BASCHET, Jérôme, La civilización feudal. Europa del año mil a la colonización de América. Prefacio de Jacques Le Goff, Fondo de Cultura Económica, México, 2009.

[20] SEMO, Enrique, La Conquista, op. cit. p. 167.

[21] Ibid, p. 167.

[22]MARX, Karl, El capitalop. cit.  p. 950.

[23] SEMO, Enrique, La Conquista, op. cit. p. 42.

[24] Ibid, p. 47.

[25] Ibid, p. 80.

[26] Ibid, pp. 22-23.

[27] Ibid, p. 23.

[28] Ibid, p. 77.

[29] Ibid, p. 85.

[30] Ibid, p. 132.

[31] Ibid, p. 132.

[32] Ibid, p. 92.

[33] Ibid, p. 17.

[34] Ibid, p. 79.

[35] Ibid, p. 79.

[36] Ibid, p. 81.

[37] Ibid, pp. 80-81.

[38] SEMO, Enrique, La Conquista, op. cit. p. 11, vol. 2.

[39] Ibid, p. 19.

[40] Ibid, p. 19.

[41] SEMO, Enrique “Alrededor de la Conquista hay más mitos que conocimiento”, entrevista de Héctor González, en Aristegui Noticias, 13 de octubre de 2019

[42] SEMO, Enrique, La Conquista, op. cit. p. 21, vol. 2.

[43] Ibid, pp. 19-20.

[44] Ibid, p. 15.

[45] Ibid, p. 15.

[46] Ibid, p. 17.

[47] SEMO, Enrique, “Enrique Semo dinamita el mito de que la Conquista terminó en 1521”, entrevista de Mónica Mateos-Vega, en La Jornada, 7 de octubre de 2019.

[48] SEMO, Enrique, La Conquista, op. cit. pp. 18-19, vol. 2.

[49] Ibid, p. 23.

[50] Ibid, p. 23.

[51] Ibid, p. 28.

[52] Ibid, p. 28.

[53] Ibid, p. 35.

[54] Ibid, p. 36.

[55] Ibid, p. 38.

[56] Ibid, p. 29.

[57] Ibid, p. 33.

[58] SEMO, Enrique, “Socialismo para el siglo XXI”, La Jornada, 5 de enero de 2020.

[59] SI Moisés, “Organizarse. (Sobre las elecciones)”, en El Pensamiento Crítico Frente a la Hidra Capitalista, Tomo I. Sin pie de imprenta, México, 2015, p. 345.

[60] SI Marcos, Escritos sobre la guerra y la economía política. Sergio Rodríguez Lascano (Compilador), Pensamiento Crítico Ediciones, México, 2017, pp. 156 y 157.

[61] HOLLOWAY, John, “El Pensamiento Crítico Frente a la Hidra Capitalista”, en El Pensamiento Crítico, op. cit. Tomo III, pp. 170 y 174.

Carlos Alberto Ríos Gordillo

es profesor del departamento de Sociología de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Azcapotzalco.

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