
La verdadera «autodefensa afectiva» es colectiva, accesible y está enraizada en la comunidad. No basta de escapar de la opresión, hay que encontrar la energía para vivir con ella y combatirla al mismo tiempo. Hay que construir redes de apoyo, crear espacios seguros para no ser vulnerables y para celebrar la nuestra alegría, que la tenemos. Y eso es exactamente lo que vemos hoy. Cuando los colectivos creamos servicios de atención psicológica con profesionales de la comunidad, estamos recuperando el sentido radical del autocuidado. No vendemos un producto, ofrecemos un recurso vital para sanar las heridas que el propio racismo inflige. Cada clase de baile, cada mercado comunitario, cada encuentro, es una forma de cuidado colectivo que nos hace más fuertes.
El legado de los Panteras Negras
Para entender cómo se organizan los movimientos de hoy, hay que mirar al al pasado, al precedente histórico, en nuestra opinió, más potente: el Partido Pantera Negra para la Autodefensa (BPP). Fundado en 1966, el BPP desarrolló un plan de liberación que iba mucho más allá de la imagen sesgada de las patrullas armadas. Su Programa de Diez Puntos era un manual integral de autodefensa comunitaria, y su influencia sigue viva.
El programa era brillante por su sencillez y su visión completa. No pedían, exigían poder para decidir su destino, ademas de pleno empleo, vivienda digna, una educación que contara su verdadera historia, el fin de la brutalidad policial y, como resumen de todo, «tierra, pan, vivienda, educación, vestido, justicia y paz».

Entendieron que la seguridad física no sirve de nada sin justicia social y económica. Por supuesto, su nombre incluía «Autodefensa», y organizaron patrullas armadas para vigilar a la policía y proteger a su gente. Pero esa era solo una pieza del puzle. Combinaron esas patrullas con «programas de supervivencia»: desayunos gratis para niños, clínicas de salud comunitarias, programas extraescolares. Era una estrategia alejada de la caridad asistencial. Sabían que una comunidad no puede defenderse si tiene hambre, está enferma o no tiene educación.
Seguramenete el punto de su decálogo más relevante fue el 5: «Queremos una educación para nuestra gente que muestre la naturaleza verdadera de esta sociedad estadounidense en decadencia. Queremos una educación que nos enseñe nuestra verdadera historia y nuestro papel en la sociedad actual». Se dieron cuenta que la opresión también es una guerra por el relato. Exigir una educación descolonizada era un acto de autodefensa intelectual, para que la gente tuviera las herramientas para entender el mundo y poder cambiarlo.
¿Te suena familiar todo esto? El fin de la brutalidad policial se traduce hoy en clases de defensa personal en algunoc centros y asociaciones. La exigencia de una educación se suple con la educación on line que realizan numerosos grupos y asociaciones, y se refleja en proyectos de memoria histórica y escuelas de arte para talento racializado. La lucha por la autonomía económica vive en los mercados comunitarios. Y los programas de supervivencia son los ancestros directos de los servicios de salud mental y redes de apoyo actuales que algunas estamos organizando. El manual de los Panteras sigue vivo.
Tejiendo el futuro
Entonces, ¿cómo encontramos todo esto hoy, en nuestras calles, en nuestros países? Los colectivos antirracistas de hoy son la encarnación viva de toda esta teoría y este legado. Ejemplos como Afroféminas, Espacio Afro en Madrid, Mujeres Afro (en) Canarias o la Colectiva Akoben en Costa Rica son una prueba de que la autodefensa afectiva, cultural y política que ya está en marcha.Hay más nombres, como United Minds de Valencia o Periferias Cimarronas de Barcelona también forman parte de este tejido.
Todo empieza con el objetivo de construir «espacios propios e independientes». Esto, en sí mismo, ya es un acto político radical. Es admitir que las instituciones y organizaciones políticas que existen no son seguras para nosotras y decidimos construir algo nuevo desde cero.
Y sus / nuestras actividades demuestran una estrategia de autodefensa total:
Para el cuerpo: No son solo clases de defensa personal. Son talleres de danzas ancestrales que nos permiten reconectar con nuestras raíces y celebrar nuestros cuerpos en un mundo que intenta controlarlos o invisibilizarlos. Es reapropiarse del cuerpo como un lugar de poder y alegría.
Para la mente y el alma: Ofrecen atención psicológica con profesionales que entienden el trauma racial. Organizan fiestas y encuentros para celebrar nuestras identidades, creando santuarios de alegría que contrarrestan el desgaste del racismo diario.
Para la cultura y el intelecto: Crean archivos para recuperar la memoria histórica que nos han borrado. Montan escuelas de cine o talleres de escritura para que seamos nosotros quienes contemos nuestras propias historias, arrebatándole el poder a una industria que vive de estereotipos.
Para la economía y la comunidad: Impulsan mercados para que el dinero se quede en la comunidad, construyendo un pequeño ecosistema económico que nos fortalece desde dentro. Crean espacios de trabajo colaborativo y se financian a través de la propia gente para no depender de nadie.
Para la Justicia: Asesoran en conflictos de delitos de odio, interponen denuncias y dan incormación a la comunidad sobre como proceder ante controles policales abusivos o ataques racistas.
Afroféminas
