El economista Juan Torres (Granada, 1954) se ha embarcado en la compleja tarea de explicar de un modo sencillo por qué los precios se han desbocado a nivel global como no se ha visto en décadas y por qué esto nos debe preocupar a medio plazo. En Más difícil todavía (2023, Deusto) expone cómo la inflación empezó a germinar antes de la invasión rusa de Ucrania y encuentra en sus raíces cinco problemas de magnitudes inéditas que podrían hacer colapsar la economía: el cambio climático, la especulación, las ineficiencias de la globalización, la deuda y la desigualdad. El problema, opina el economista, es que estos males no admiten un abordaje cortoplacista, lo que nos puede condenar a una crisis sistémica si persiste la voluntad de no alcanzar acuerdos entre diferentes.
Hace unas semanas, mientras su obra se imprimía, otro libro llegó a las librerías: Megamenazas, de Nouriel Roubini, del que infoLibre publicó un extracto. Este economista, apodado Doctor Catástrofe, alerta de un abanico de graves amenazas a las que se enfrenta el mundo que, en algunos aspectos, coinciden con las que denuncia Juan Torres. El granadino declara que nunca fue su intención que su libro, de talante sereno, didáctico y propositivo, recordara a una obra Roubini, que suelen ser apocalípticas. Pero admite cierto alivio al descubrir que no se ve predicando solo en el desierto.
Dice en su libro que las subidas de precios no empezaron tras la invasión de Ucrania, ¿cuáles son a su juicio las causas reales de la inflación?
Yo creo que es una evidencia que las subidas de precios empezaron en 2021. Los bancos centrales lo advirtieron también, pero lo concibieron como una cosa muy pasajera y que no iba a tener ninguna importancia. Se equivocaron bastante. Siguen tratando la inflación como si fuera un fenómeno de demanda. Hay bastante consenso en contra de lo que dicen los bancos centrales: la inflación se está produciendo por otra serie de factores, que tienen que ver más con la oferta. Tiene que ver con la pandemia, con el bloqueo de los canales de aprovisionamiento, con la falta de competencia de las empresas, con el poder de mercado de estas, con los costes asociados al cambio climático, con la especulación financiera…
¿Cree posible una regulación global que ponga coto a la especulación en los mercados de las materias primas, como el cereal, el maíz, el petróleo o el gas?
Después de 2010 y 2011, cuando hubo un pico de especulación brutal que hizo que el hambre se disparase en el mundo, el Gobierno de EEUU y la Comisión Europea decidieron que iban a actuar. Determinaron que era necesario que se frenara esa especulación. Desgraciadamente, se dejaron llevar, más en Europa que en EEUU, por el gran poder de los grupos de presión. Prácticamente no se tomó medida alguna. Y hay que tomarlas, sencillamente porque con las cosas del comer no se juega. Creo que la especulación con bienes esenciales, como los alimentos, debería de considerarse un crimen económico contra la humanidad.
La especulación con bienes esenciales, como los alimentos, debería de considerarse un crimen económico contra la humanidad
En relación a la alta inflación de los alimentos, Ione Belarra y Yolanda Díaz han pedido actuar sobre los precios de los productos básicos. El ministro de Agricultura, Luis Planas, criticó que eso convertiría en paganos a pequeños productores, agricultores y ganaderos. ¿Qué opina?
Creo que, ante la subida excepcional de los precios de los productos básicos alimentarios, las medidas extraordinarias están perfectamente justificadas. Pero hay que hacerlo con inteligencia, con bisturí de precisión. En los mercados no conviene entrar como un elefante en una cacharrería, porque se puede producir más daño del que se quiere evitar. Evidentemente, las cadenas de distribución son bien conocidas en España y en otros países. Sabemos dónde está el incremento extraordinario de márgenes y hay que actuar de manera que los paganos no sean los productores en origen. El ministro de Agricultura sabe mejor que nadie que esos productores son los que tradicionalmente han estado más afectados por el poder de mercado de las grandes empresas. Ese poder de mercado ahora se ha orientado a los consumidores. Ni una, ni otra se debería permitir.
A falta de constatar los beneficios obtenidos en 2022 por algunas de estas empresas, ¿consideraría usted un impuesto extraordinario a las grandes distribuidoras, como Mercadona, Carrefour o Lidl?
Creo que los impuestos son una expresión de que los seres humanos somos capaces de guiarnos por impulsos éticos y por la corresponsabilidad. Si en una situación en la que la inmensa mayoría de la sociedad está sufriendo y hay una pequeña parte que está teniendo beneficios extraordinarios a costa de esa inmensa mayoría, yo creo que es de justicia elemental que esta minoría contribuya en mayor medida de lo normal a distribuir el daño y los beneficios. Es un imperativo ético de nuestro tiempo.
Es incomprensible que las autoridades no se den cuenta del cáncer que supone mantener a la banca bajo los privilegios que se le han concedido
Los bancos, por un lado, han trasladado inmediatamente la subida de tipos de interés a las hipotecas, pero sin embargo, lo están trasladando lentamente a los depósitos, remunerando muy poco a los ahorradores. ¿Esta práctica sería otro síntoma del poder de mercado concentrado que usted menciona?
La actuación de las entidades financieras es una expresión paradigmática de privilegio y de poder de mercado, y del daño que este hace en la economía. Ese privilegio, que se traduce en ganancias extraordinarias, se hace a costa de cargar, a veces de manera insoportable, a las empresas, que crean riqueza y que crean empleo. Y a las familias, que en lugar de consumir en bienes y servicios que alimentan las ventas de las empresas, se tienen que dedicar a pagar gastos financieros que van directamente a los beneficios de los bancos. Es un comportamiento de rentista, contrario al progreso y a la lógica que debiera gobernar las relaciones económicas. La banca, como se ha evidenciado en las crisis financieras de los últimos decenios, se ha convertido en la principal fuente de inestabilidad económica y malestar social. Es incomprensible que las autoridades económicas no se den cuenta del cáncer que supone mantener a la banca bajo las prerrogativas y los privilegios que se le han concedido.
Todas las grandes compañías tienen gabinetes que se dedican a elaborar las leyes que les interesa que los gobiernos lleven a los parlamentos. Lo dijo hasta el ministro Soria: “Las eléctricas vienen a mi despacho con los decretos hechos”
Ahora que menciona a las autoridades económicas, ¿qué cree que deben hacer los responsables de competencia, como la CNMC, ante la presencia de estos oligopolios?
Cualquier persona que haya conocido mínimamente cómo funciona la gestión de los asuntos públicos sabe perfectamente la gran influencia que tienen los grupos de presión que generan las grandes empresas. Todas las grandes compañías tienen gabinetes que se dedican a elaborar las leyes que les interesa que los gobiernos lleven a los parlamentos. Lo dijo hasta el ministro Soria: “Las eléctricas vienen a mi despacho con los decretos hechos”. A veces resulta imposible gobernar para llevar a cabo lo que se desea hacer. Es un problema más político que económico, que se refuerza además porque tienen una red de poder que incluye periodistas, políticos y magistrados. Gobiernos que tratan de doblarles mínimamente el pulso acaban saliendo impotentes. Creo que es el gran problema de nuestro tiempo.
¿Qué espera de la ley de vivienda?
El problema de la vivienda en España es una desgracia. Parece mentira que siendo tan relativamente fácil que se pudiera conjugar el negocio con la satisfacción de las necesidades sociales, se haya optado por una manera tan clara durante decenios por la mercantilización ilimitada del suelo y la vivienda. Esperaría que haya unas leyes de vivienda en España que facilitaran el aumento del número de viviendas sociales, el acceso de la gente joven, que se cree una situación de mercado que permita que bajen los precios del alquiler… Que los fondos buitres desaparecieran por completo del mercado de la vivienda, porque no tienen nada que hacer ahí. Es una presencia indeseable. Esperaría que el sector público, de la mano del sector privado, antepusiera los intereses generales a los intereses financieros. El resultado hasta ahora es contrario al sentido común: se han construido millones de viviendas sin que estas satisfagan la demanda social. Es la prueba evidente de que lo que se ha hecho no ha funcionado.
Lo que no funciona es dejar que la oferta de vivienda crezca sin más orientación que construir lo que va a acabar adquiriendo un fondo que va a especular
¿Ve con buenos ojos lo que ha hecho Canadá, al restringir la compra de viviendas por parte de extranjeros? ¿O prefiere otras medidas, como las de Austria, que se centra en disponer de una gran oferta de vivienda pública de alquiler?
Creo que hay que combinar, no creo que haya por qué optar por una. En el caso español, el problema de la vivienda es complejo y habría que actuar por varias vías. No es algo que se pueda resolver para un día para otro. Lo principal es establecer qué tipo de demanda se debe satisfacer con prioridad y llegar a acuerdos con el capital privado para que eso se pueda conseguir. Lo que se ha visto que no funciona es dejar que la oferta crezca sin estrategia, sin más orientación que construir vivienda que va a acabar adquiriendo fondos que lo que hacen es especular con ella.
Le preguntaba por su opinión también por la tensión que este tema ha generado entre los socios de Gobierno. Usted, que participó en la elaboración del primer programa económico de Podemos, en 2014, ¿qué piensa de las posturas que defienden hoy?
Yo hice una propuesta, pero luego no seguí muy de cerca lo que pasó. Creo que es normal, bueno y lógico que haya diferentes sensibilidades en el Gobierno de coalición. Quizás lo que me preocupa es que se manifiesten estas diferencias de manera tan poco cordial. La impresión que se traslada es de desavenencias. El debate debe hacerse dentro. Mostrar diariamente de un modo tan cansino las desavenencias yo creo que hace daño. Creo que estas diferentes sensibilidades buscan lo mejor para resolver los problemas, pero hay que ponerse de acuerdo sabiendo que hay que ceder.
Me preocupa que los socios del Gobierno manifiesten sus diferencias de una manera tan poco cordial
Usted prevé en su libro una serie de riesgos que podrían hacer colapsar la economía, como los costes del cambio climático o la creciente deuda de los Estados, ¿qué recomendación haría al Gobierno en medidas a largo plazo?
Las medidas a largo plazo por definición es muy difícil que las pueda llevar solo un Gobierno. Es impensable que se mantenga un mismo tipo de Gobierno a largo plazo. Para abordar un futuro que veo complicadísimo, haría un llamamiento a la necesidad de llegar a acuerdos de Estado básicos. Más allá de las diferencias ideológicas, que no van a desaparecer, más allá de los intereses de clase, que tampoco van a desaparecer, ¡a nadie le interesa que el barco se hunda! Mi impresión es que hay algunos sectores que no les importa que el barco se hunda, con tal de sacar su interés adelante. ¡Me parece aberrante! No parece que vaya a ser posible llegar a acuerdos, el entendimiento se ha desechado de la política española. Cuando uno ve que hay políticos españoles que van a Bruselas a criticar a España, ¡eso no ocurre en ningún sitio!
Usted carga en su libro contra los “destrozos generalizados” que causan las políticas de austeridad. Europa está saliendo de las crisis sanitaria y energética de un modo diferente, mediante partidas récord de gasto e inversión… ¿cree que esto podría generar un problema de deuda el día de mañana?
El crecimiento de la deuda, no solo de la pública, mucho más de la privada, ya es un problema. Lo es en las condiciones en las que funcionan las economías. La deuda es el negocio de la banca privada, es el negocio de los más poderosos del mundo. Para ganar dinero de una manera absolutamente irresponsable, se está creando una bola de deuda que es verdaderamente una amenaza brutal. Como es sabido, con menos volumen de deuda, ha habido problemas muy grandes a lo largo de la historia. Una de las grandes necesidades que se plantean hoy es que se aborde lo que está generando innecesariamente la deuda. Empresas y familias que están viendo cómo aumenta su deuda porque los bancos tienen que ganar cada vez más dinero. ¿Dónde está escrito eso? ¿Cómo vas a poner palos a las ruedas de empresas que crean riqueza y empleo a base de crearle deuda artificialmente? Creo que es uno de los grandes retos que tenemos por delante.
La economía, dice usted, se ha vuelto vertiginosa y nos trae una crisis detrás de otra. El título de su obra hace referencia a cómo estas crisis cada vez son más complejas… Sin embargo, usted cierra el libro con una declaración de intenciones: “Hay alternativas”. ¿Es usted optimista?
Bueno, soy optimista por naturaleza y por profesión. Estudio la realidad que tengo a mi alrededor y compruebo que la humanidad es capaz de salir adelante. Y que somos capaces de mejorar la vida de los seres humanos, de resolver los conflictos de maneras pacíficas, de crear riqueza, de avanzar en la justicia… La prueba es que comparemos situaciones de ahora con las de decenios o centurias anteriores. Sin perjuicio de observar al mismo tiempo que ese cambio ni es perfecto, ni suficiente, ni definitivo. Pero es evidente que los seres humanos somos capaces de cambiarnos a nosotros mismos y a nuestros entornos. Con dificultad. Con pasos atrás. Con errores… Yo soy optimista por naturaleza porque elijo serlo. Otra cosa es, como decía Saramago, que “no es que yo sea pesimista, es que el mundo es pésimo” [ríe].