Fuente: Umoya, num 100 – 3er trimestre 2020 Beatriz Castañeda Aller
JOHN EDMONSTONE: La teoría de la evolución se asienta sobre manos negras
No es habitual que las narrativas cotidianas, esas que sientan los cimientos de las grandes historias, copen titulares. Biografías como la de John Edmonstone, el profesor guineano que enseñó a Darwin las habilidades prácticas necesarias para desarrollar sus teorías, permanecen empolvadas en citas al pie de página de los libros de bitácora o en una pequeña placa en una esquina de alguna ciudad; en su caso, la de Lothian Street, en Edimburgo. Pero lo más preciado de las grandes narrativas es que hallazgos tan revolucionarios como la teoría de la evolución, que situó a hombres y mujeres de cualquier rincón o etnia bajo un origen común, cuentan en su seno con la sabiduría de un tejido igualmente amplio de mentes que, como la de John Edmonstone, también estaban haciendo historia con su labor cotidiana.
La trayectoria de John Edmonstone, un trabajador guineano de una de las plantaciones que en el siglo XVIII se sostenían a base de la esclavitud de manos negras como las suyas, cambiaría con la llegada de una de las visitas que se acercaban curiosas de la lejana Inglaterra. Charles Waterton, un naturalista aficionado, lo seleccionaría como acompañante en sus expediciones y le enseñaría la técnica del disecado de pájaros o, en palabras de las grandes narrativas: el arte de la taxidermia. Cuando John consiguió al fin su libertad años después, estas habilidades le valdrían un puesto en el Museo de Historia Natural y la oportunidad de enseñar en la Universidad de Edimburgo, donde terminaría siendo profesor de un joven Darwin.
Las horas que Darwin compartió con aquel “hombre agradable e inteligente”, tal y como lo define en sus memorias, no solamente le trasladarían conocimientos técnicos, sino también una mirada hacia el exuberante bosque tropical del que procedía su profesor y, tal vez lo más trascendental, las ganas por explorarlo. Con este equipaje partiría hacia las Islas Galápagos en 1831, escribiendo las líneas de una narrativa que bien conocemos. El estudio de los picos de los pájaros pinzones resultó vital para desarrollar su teoría de la evolución basada en la selección natural, que a su vez habría sido imposible sin la habilidad de preservar las aves que había aprendido de John Edmonstone. Las memorias, técnicas y reflexiones de su profesor le ayudaron a desarrollar una mirada crítica antiesclavista, sin la cual no habría podido retar la teoría imperante que situaba a las personas blancas en una especie separada y superior. El primer paso en la deconstrucción de la jerarquía de las razas inicia su recorrido así en la labor de manos negras.