Israel desmantela metódicamente el sistema de salud de Gaza

Una vez más, es un medio israelí el que devuelve rostro y humanidad a los palestinos, víctimas del despiadado ejército de ocupación, mientras los medios occidentales los reducen a simples “estadísticas de Hamás”. La imagen trazada aquí, por horrorosa y apocalíptica que sea, no es más que un modesto atisbo del sufrimiento diario que soportan y constituye una mancha indeleble para la humanidad.

En los hospitales devastados de Gaza, los pacientes tratables enfrentan una «muerte lenta y silenciosa»

Sangrando por heridas moderadas de metralla. Muriendo por enfermedades que los médicos no tienen tiempo de tratar. Quedándose ciegos mientras esperan una evacuación médica al extranjero. Estas son las múltiples víctimas de la guerra de Israel contra el sistema sanitario de Gaza.

Por Mahmoud Mushtaha

+972mag, 3 de abril de 2025

Traducción y notas entre corchetes: Alain Marshal

Mahmoud Mushtaha es periodista y activista de derechos humanos de Gaza. Actualmente cursa un máster en Medios y Comunicación Global en la Universidad de Leicester, Reino Unido. Recientemente ha publicado su primer libro en español, Sobrevivir al genocidio en Gaza.

Palestinos heridos se agolpan en el Hospital Nasser tras el bombardeo de una zona residencial cerca de una escuela que alberga a un gran número de desplazados, Khan Younis, sur de la Franja de Gaza, el 3 de diciembre de 2023. (Mohammed Zaanoun/Activestills)

En los últimos días han salido a la luz detalles sobre una masacre israelí particularmente atroz dirigida contra equipos médicos palestinos en el sur de Gaza. El 23 de marzo, un equipo de la Media Luna Roja y de la Defensa Civil fue enviado a rescatar a colegas que habían sido atacados ese mismo día en la gobernación de Rafah. En un momento dado, se perdió el contacto con el equipo y se les dio por muertos.

Pero no fue hasta días después, cuando equipos conjuntos de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA), la Media Luna Roja y la Defensa Civil accedieron al lugar y exhumaron los restos, que se reveló todo el horror: manos y pies atados con bridas, signos de ejecución a quemarropa y cuerpos mutilados hasta quedar irreconocibles. No eran víctimas del fuego cruzado. Las fuerzas israelíes los habían ejecutado a sangre fría [lo cual constituye un crimen de guerra], antes de utilizar una excavadora para enterrar sus vehículos aplastados encima de sus cuerpos.

«Los estamos desenterrando con sus uniformes, con los guantes puestos», declaró Jonathan Whittall, de OCHA, en un comunicado tras descubrirse la fosa común en Tel Al-Sultan. «A uno de ellos le quitaron la ropa y a otro lo decapitaron», explicó Mahmoud Basal, portavoz de la Defensa Civil.

Según la Oficina de Medios de Comunicación de Gaza, el ejército israelí ha matado a 1.402 trabajadores sanitarios desde el 7 de octubre, lo que convierte esta campaña en una de las más mortíferas contra personal médico en la historia moderna. Los ataques contra el personal médico forman parte de un asalto más amplio contra la infraestructura sanitaria de Gaza: 34 hospitales han sido destruidos y forzados a dejar de funcionar, junto con 240 centros y establecimientos sanitarios y 142 ambulancias que también han sido atacados. Se estima que los daños totales al sector sanitario superan los 3.000 millones de dólares, dejándolo completamente incapacitado para atender las necesidades urgentes de una población atrapada bajo asedio y bombardeo [crimen de guerra o incluso crimen contra la humanidad].

A lo largo de la guerra, las fuerzas israelíes también han asaltado múltiples instalaciones médicas y las han convertido en puestos militares [crimen de guerra], como ha documentado una reciente investigación de Human Rights Watch. Hospitales importantes como Al-Shifa y Nasser no sólo fueron asaltados, sino también ocupados, poniendo en peligro a pacientes y personal, y provocando la muerte de pacientes que fueron trasladados a la fuerza o quedaron sin tratamiento.

Estas acciones, combinadas con el bloqueo más amplio y la privación de ayuda esencial, reflejan una estrategia deliberada de desmantelamiento del sistema de atención médica de Gaza, una táctica que puede constituir crímenes de lesa humanidad, incluido el exterminio y actos de genocidio.

Palestinos heridos se agolpan en el hospital Nasser tras el bombardeo de una zona residencial cercana a una escuela que acoge a un gran número de desplazados, en Jan Yunis, sur de la Franja de Gaza, 3 de diciembre de 2023. (Mohammed Zaanoun/Activestills)

Durante el reciente alto el fuego, las instalaciones médicas de Gaza estaban al borde del colapso, paralizadas por las secuelas de los sostenidos ataques israelíes durante 15 meses. Pero con la reanudación de la campaña militar israelí y el bloqueo total de la Franja, los hospitales palestinos han declarado que el sistema sanitario devastado ha entrado en un estado de «muerte clínica».

El Dr. Mohammed Zaqout, director general de hospitales de campaña del Ministerio de Sanidad, advirtió que la guerra en curso de Israel está agravando lo que calificó como «una crisis humanitaria ya insoportable». Subrayó que el cierre continuado de los pasos fronterizos por parte de las fuerzas israelíes ha bloqueado la entrada de medicamentos, equipos médicos y combustible desesperadamente necesarios.

Las escenas dentro de los hospitales de Gaza ya no se parecen a instalaciones sanitarias. Los pacientes yacen esparcidos por suelos resbaladizos de sangre, con heridas sin tratar. Algunos jadean mientras el oxígeno se agota; otros yacen en silencio, esperando un alivio que nunca llegará. Es un sistema sanitario no sólo asediado, sino deliberadamente desmantelado.

«Nuestros hospitales están desbordados y nos estamos quedando sin nada», afirma Zaqout. «No hablamos sólo de escasez: hablamos de ausencia total».

«Usamos las manos desnudas y linternas: es medieval»

Lo que antes fue una red vital de hospitales, clínicas y vías de derivación en Gaza ha quedado reducido a un paisaje destrozado de tiendas de campaña, refugios abarrotados y salas improvisadas. A menudo carecen de electricidad, agua potable y suministros médicos básicos. Los médicos que aún permanecen, sitiados y atacados junto a sus pacientes, trabajan muy por encima de los límites humanos, con poco más que gasas y determinación.

Aun así, los equipos médicos siguen haciendo todo lo que está en su mano para ayudar a los pacientes. «No podemos darnos el lujo de descansar», dijo a +972 el Dr. Ahmed Khalil (seudónimo), un médico que ha pasado los últimos 540 días trasladándose de un hospital bombardeado a otro. «Tratamos a los pacientes en el suelo, sin electricidad, sin anestesia. Usamos las manos desnudas y linternas: es medieval».

Palestinos se apresuran a llevar a los heridos, entre ellos muchos niños, al hospital Al-Shifa en Ciudad de Gaza, mientras las fuerzas israelíes siguen bombardeando la Franja de Gaza, 11 de octubre de 2023. (Mohammed Zaanoun/Activestills)

En marzo de 2024, las fuerzas israelíes rodearon y sitiaron por segunda vez el hospital Al-Shifa, el mayor centro médico del enclave, cortando el acceso a alimentos, combustible y suministros médicos. Atrapado en su interior durante días, Khalil fue testigo de cómo el bullicioso centro asistencial se transformaba en un objetivo militar. «Estábamos rodeados de tanques, con drones zumbando sobre nuestras cabezas, sin electricidad ni comida. Funcionábamos con la luz de los teléfonos móviles», recuerda.

«Cuando las máquinas de oxígeno empezaron a fallar y los monitores cardíacos se apagaron, supe que ya no estábamos en un hospital», contó a +972 Amna, una enfermera de 32 años que trabaja en Al-Shifa desde hace unos 10. «Estábamos dentro de una fosa común en formación».

Amna había vivido guerras y asedios anteriores, pero lo que ocurrió ese mes, dijo, no se parecía a nada anterior. «Eran demasiados», recuerda. «Tuvimos que tomar decisiones imposibles: a quién tratar primero, a quién intentar salvar y a quién dejar ir. Muchos murieron no porque sus heridas fueran demasiado graves, sino porque no había máquinas, ni espacio, ni manos para ayudar».

Cuando las fuerzas israelíes invadieron Al-Shifa, Khalil —junto a pacientes, personal y civiles desplazados— se vio obligado a evacuar bajo fuego. Su camino hacia el sur lo condujo a través de barrios arrasados y refugios desbordados, hasta llegar al hospital Nasser en Khan Younis, uno de los últimos centros médicos semifuncionales de Gaza. Pero incluso allí, las condiciones eran de pesadilla.

«La gente se desangraba en los pasillos», cuenta. «No había morfina. Ni antibióticos. A veces, ni siquiera gasas». Los equipos médicos no lograban salvar a muchos heridos que esperaban ingreso en cuidados intensivos. «Vi morir a pacientes —niños, ancianos— mientras esperaban en fila una ayuda que nunca llegó».

Un recuerdo sigue atormentando al Dr. Khalil: un joven de unos 20 años con heridas de metralla en el abdomen, transportado por familiares sobre un trozo de madera contrachapada. «No teníamos imágenes, ni quirófano, ni calmantes. Murió en menos de una hora, no porque no supiéramos cómo salvarle, sino porque no teníamos con qué salvarle».

Palestinos lloran la muerte de seres queridos en el hospital Al-Najjar, en Rafah, sur de la Franja de Gaza, 19 de diciembre de 2023. (Mohammed Zaanoun/Activestills)

Las condiciones que han soportado Khalil y sus colegas serían inimaginables en cualquier otro contexto. «Hemos operado tras 48 horas sin dormir», dijo. «No hemos comido: no hay comida. A veces trabajamos turnos enteros sin una gota de agua limpia. Trabajamos mientras nuestras propias familias están desplazadas o enterradas. A veces tratamos a pacientes sabiendo que no hay ninguna posibilidad, pero lo intentamos igual. Porque debemos hacerlo».

Las bombas caen cerca mientras se realizan cirugías; el zumbido de los drones y los gritos de los heridos resuenan por los pasillos a oscuras. «No solo tratamos traumas: los vivimos», añade Khalil. «Somos los heridos que curan a los heridos. Pero nos negamos a dejar que nuestra gente muera sola».

«Nadie tenía tiempo para alguien que no estuviera sangrando»

Según el Ministerio de Sanidad de Gaza, más de 50.000 palestinos han muerto desde el 7 de octubre. Sin embargo, esas cifras no reflejan la magnitud total de la crisis: muchas muertes adicionales podrían haberse evitado si el sistema sanitario de Gaza no hubiera sido desmantelado pieza a pieza.

El 2 de marzo de 2025, Haithm Hasan Hajaj, ingeniero civil de 41 años y padre de tres hijos, murió en el norte de Gaza tras meses de padecer una enfermedad tratable: una de las muchas muertes silenciosas en medio de un sistema sanitario destruido, donde las necesidades médicas se han convertido en ruegos imposibles.

Su esposa, Mona, aún no logra aceptarlo. «No murió en un ataque aéreo. Murió lentamente, en silencio, porque nadie pudo ayudarle», dijo a +972 esta mujer de 37 años, conteniendo las lágrimas. «Buscamos ayuda durante nueve meses. Rogamos por un diagnóstico, por medicamentos, por lo que fuera. Pero no había nada».

Los síntomas de Hajaj comenzaron en julio de 2024: dolor de estómago repentino, fatiga y anemia inexplicable. «Al principio pensamos que era el estrés de la guerra y el hambre», contó Mona. «Pero al cabo de unas semanas, apenas podía mantenerse en pie. Fuimos de un sitio a otro, pero todos los hospitales estaban desbordados. Nos decían: “Sólo atendemos heridas de guerra”. Nadie tenía tiempo para alguien que no estuviera sangrando».

Niños palestinos reciben tratamiento en el hospital Al-Awda tras resultar heridos en un ataque aéreo israelí contra el campo de refugiados de Nuseirat, en el centro de la Franja de Gaza, el 11 de diciembre de 2024. (Yousef Zaanoun/Activestills)

Atrapados en el norte bajo asedio, no tenían acceso a especialistas ni a laboratorios en funcionamiento. «Un día fuimos al Hospital Baptista», explicó Mona. «Esperamos desde las 6 de la mañana hasta las 10 de la noche —16 horas en una cola—. Pero nos rechazaron. El laboratorio no tenía material. Ni siquiera podían hacer un análisis de sangre».

Con el paso de los meses, el estado de Hajaj empeoró. Su piel se cubrió de dolorosas erupciones. Perdió 30 kilos. «En enero, era sólo piel y huesos. A mis hijos les daba miedo tocarlo —no porque le tuvieran miedo, sino porque veían que le dolía».

Finalmente, en el séptimo mes de su deterioro, descubrieron que tenía enfermedad celíaca, una afección desencadenada por el gluten. La solución debería haber sido sencilla: eliminar el trigo de su dieta. Pero en Gaza no había alternativa. «Lo único que teníamos era trigo, y hasta eso escaseaba», dijo Mona. «Ni siquiera lo sabíamos. Durante meses estuvo comiendo lo que lo estaba matando lentamente, sólo para sobrevivir».

Dos meses después, Hajaj murió. No de celiaquía como tal, sino por la ausencia de todo lo que Gaza ya no podía ofrecerle: medios de diagnóstico, tratamiento, seguridad alimentaria y dignidad [si hay algo que el pueblo de Gaza tiene en abundancia, en cantidades inconmensurables en cualquier lugar de la Tierra, excepto quizás en Yemen, es dignidad]. Sus hijos, de 9, 11 y 13 años, ahora hacen preguntas que Mona no sabe cómo responder. «No paran de preguntar cuándo volverá Baba», contó. «El pequeño me dijo: “Ahora podemos compartir nuestro pan con él. Quizá así se sienta mejor”. ¿Cómo le explicas a un niño que su padre murió porque ni siquiera pudimos encontrar pan que no le hiciera daño?».

Antes de la guerra, Hajaj estaba a punto de terminar su doctorado. «Le quedaban sólo unos meses», dijo Mona. «Tenía sueños. Quería enseñar. Quería construir algo para este país. Un año antes de la guerra habíamos comprado una casa en Tel Al-Hawa. El pasado noviembre supimos que fue destruida en un ataque aéreo. Pero Haithm no se quejó. Sólo dijo: “Volveremos a construir, por los niños”». Hizo una pausa y se atragantó. «Pero ahora ya no está. Y no sé cómo reconstruir sin él. ¿Cómo puedo vivir sin él?».

Su hijo de 13 años, Hasan, intenta ocupar el lugar de su padre. «Hasan quiere ser el hombre de la casa, ayudar a sus hermanos pequeños», dijo Mona. «Ayer volvió de la calle llorando, sollozando, diciendo: “Ojalá me hubiera muerto con Baba. No quiero vivir así”. Había salido a buscar comida para nosotros, pero no pudo. Es sólo un niño. Le aterra caminar solo por la calle con las bombas cayendo. Necesita a su padre —todos lo necesitamos. No sé cómo hacer que vuelva a sentirse seguro».

Palestinos lloran a sus seres queridos en el Hospital de los Mártires de Al-Aqsa tras un ataque israelí en Deir al-Balah, en el centro de la Franja de Gaza, el 9 de enero de 2025. (Yousef Zaanoun/Activestills)

«No se trata sólo de medicina. Se trata de dignidad».

A Nabil Zafer, de 64 años (tío del autor), la guerra no le quitó la vida, pero sí la vista, la independencia y su papel de sostén de una familia que ya luchaba por sobrevivir.

Antes del estallido de la guerra, Zafer recibía tratamiento regular por un glaucoma grave. Dos veces por semana iba al hospital para recibir inyecciones en los ojos que le ayudaban a controlar la presión y conservar lo que le quedaba de visión. También tenía previsto viajar a Egipto en febrero de 2024 para someterse a una operación en la que le instalarían válvulas de drenaje en los ojos, un procedimiento relativamente sencillo que podría haberle salvado la vista.

Pero a finales de 2023, en medio de la intensificación del asalto israelí, el acceso a las inyecciones oftalmológicas dentro de Gaza se volvió casi imposible. Y sin un sistema de derivación que funcionara, Zafer no pudo salir: fue uno de los más de 10.000 gazatíes cuyas solicitudes de evacuación médica no fueron aprobadas durante el primer año de guerra. «Los médicos nos dijeron: “Si no lo operan pronto, perderá la vista”, y entonces ya era demasiado tarde», contó su esposa, Hanan, a +972.

«Al principio empezó a ver sombras —continuó la mujer, de 58 años—. Luego todo se volvió borroso. Día tras día, veíamos cómo iba perdiendo la vista. En noviembre pasado ya estaba completamente ciego».

La pérdida de visión ha cambiado todos los aspectos de la vida de Zafer y ha impactado profundamente a su familia. Era el único sustento de un hogar ya marcado por las dificultades: dos hijos, Hani y Sarah, ambos con discapacidades; una hija viuda; y la propia Hanan.

«Antes lo hacía todo —dice ella—. Arreglaba cosas en casa, salía a buscar comida y ayudaba a los hijos. Ahora ni siquiera puede verles la cara».

Los días de Zafer están ahora llenos de silencio y miedo. «Siempre me pregunta: “¿Y si tenemos que evacuar otra vez? ¿Quién me va a ayudar? ¿Quién me va a guiar?”», relata Hanan. «Me dice: “Déjame atrás, pero no dejes a Hani y a Sarah. Asegúrate de que estén a salvo. Eso es todo lo que quiero”».

A veces, se sienta junto a la ventana y le pide que le describa la calle: la gente, el cielo, los árboles. «Quiere recordar cómo era el mundo —dice ella con voz temblorosa—. Pero más que nada, echa de menos ver a nuestros hijos».

«No deja de preguntar: “¿Cuándo se abrirá la frontera? ¿Quizá aún pueda salir?” —prosigue Hanan—. Pero en el fondo, los dos sabemos que no hay nada al otro lado. No se trata solo de medicina. Se trata de dignidad, y nos la están arrebatando día tras día».

Palestinos lloran la muerte de seres queridos en el Hospital Al-Najjar, Rafah, sur de la Franja de Gaza, 19 de diciembre de 2023. (Mohammed Zaanoun/Activestills)

«Lo único que deseo es salir de Gaza antes de que sea demasiado tarde»

Desde hace seis meses, Ata Ahmed (seudónimo), de 19 años, permanece tumbado de espaldas en una tienda de campaña, paralizado de cintura para abajo. Su vida cambió en un instante el 12 de septiembre de 2024, cuando un ataque aéreo israelí alcanzó una vivienda vecina en el barrio de Shuja’iyya, en la ciudad de Gaza. La metralla de la explosión le atravesó la columna vertebral, causándole daños permanentes y una larga lista de complicaciones. Desde entonces, ha sido sometido a varias operaciones, pero los médicos dicen que ya no pueden hacer más.

«Cada día siento que mi estado empeora», cuenta Ata a +972. «Hace meses que solicité una derivación para recibir tratamiento en el extranjero; no puedo esperar mucho más. Lo único que deseo es salir de Gaza y recibir un tratamiento adecuado antes de que sea demasiado tarde. El alto el fuego me dio esperanzas, pero ahora siento como si todo estuviera cerrado».

Ata es solo uno de los casi 35.000 palestinos heridos o con enfermedades crónicas que siguen atrapados en listas de evacuación médica. Con los hospitales paralizados por los bombardeos repetidos, la escasez extrema y el colapso total de la infraestructura médica, a miles de personas se les niega el acceso a una atención que podría salvarles la vida. Según el Ministerio de Sanidad de Gaza, al menos el 40 % de quienes han solicitado tratamiento en el extranjero desde el inicio de la guerra han muerto esperando: víctimas de fronteras cerradas, de un sistema de derivación colapsado y de un sistema sanitario que ya no funciona.

En el Complejo Médico Nasser de Khan Younis, uno de los últimos centros parcialmente operativos en el sur de Gaza, Umm Saeed Ghabaeen, de 81 años, se recuesta en una silla de plástico, visiblemente agotada, mientras comienza otra sesión de diálisis. Lleva tres años luchando contra una insuficiencia renal y depende de la diálisis periódica para sobrevivir. Pero desde que comenzó la guerra, su estado se ha deteriorado gravemente. El desplazamiento forzoso, la escasez aguda de medicamentos e incluso la falta de agua potable han puesto su vida en constante riesgo.

«Desde que huimos de casa, todo ha cambiado —dice—. Las sesiones son más cortas. Hay menos máquinas. Los cuidados son más débiles. Y cada día me siento más cansada».

Con solo unas pocas unidades de diálisis aún en funcionamiento en el sur, los hospitales se han visto obligados a reducir el número de sesiones semanales y a acortar su duración, un compromiso peligroso, especialmente para los pacientes de edad avanzada. Los médicos advierten que estos cambios podrían desencadenar una ola de muertes evitables.

«Nos están llevando al límite», afirma Ghabaeen. «Algunos días me pregunto si sobreviviré hasta la próxima sesión».

Alain Marshall 

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