Fuente: Umoya num. 102 1er trimestre 2021 Javier Andaluz Prieto. Coordinador de Clima y Energía de Ecologistas en Acción
La historia de la humanidad no puede ser entendida sin comprender las estrechas relaciones que se han dado entre los movimientos humanos y las condiciones climáticas. De hecho, África fue el continente que nos vio crecer como especie hasta que los cambios en las condiciones ambientales posibilitaron a esos primeros homínidos extenderse por todos los rincones del planeta. Hace unos 70.000 años las lluvias en la península arábica provocaron unas condiciones perfectas para acoger nuevas poblaciones, que lejos de quedarse ahí siguieron repartiéndose por todo el planeta. Hoy el clima se desequilibra, las emisiones siguen acelerando a ritmos sin precedentes el cambio climático, imposibilitando la adaptación de los ecosistemas.
A pesar de que nuestra cuna como especie fuera el continente africano, este representa como ninguno las miserias a las que el mercado global ha sometido a numerosas poblaciones a lo largo de la historia. Así, los procesos coloniales se cebaron en el continente africano hace más de medio milenio, cuando los países europeos se repartieron el territorio para la extracción de numerosos recursos, no solo naturales, sino que instauraron un tráfico global de seres humanos, como esclavos, de enormes magnitudes.
Una historia que no es muy distinta a la actual, en la que numerosos países africanos están sufriendo el acaparamiento de sus recursos naturales, mientras la población sufre la vulneración de sus derechos como consecuencia del conflicto de intereses empresariales sobre los recursos. Bien conocidas son las guerras del Coltán, un mineral imprescindible para muchas de las tecnologías actuales, que ha estado en el origen de revueltas armadas, golpes de estado y el sufrimiento de miles de personas en toda la cuenca del Congo. Del mismo modo que es precisamente el control de recursos como el petróleo el que mantiene numerosos regímenes dictatoriales de la región.
El proceso de degradación social y ambiental al que se ha sometido a toda la población africana es hoy origen de la falta de
acceso a muchos servicios básicos.
En el continente, el 67% de la población no tiene acceso a la electricidad, y más de un 57% ni tan siquiera tiene acceso a instalaciones adecuadas para cocinar, lo que les expone a una enorme contaminación producto de la mala combustión. Una realidad aún más preocupante cuando se observa cómo menos de la mitad de la población de África subsahariana tiene acceso al agua potable, un hecho que se verá enormemente agravado como
consecuencia del calentamiento global.
Esta es una realidad que, lejos de solucionarse, empeorará en los próximos años y especialmente debido al cambio climático. A pesar de que el continente es uno de los menos responsables del calentamiento global, solamente es responsable del 3% del total de las emisiones, sufrirá con mayor intensidad que otras regiones sus efectos.
Un vistazo a la serie de fotos del lago Chad muestra con claridad como la combinación de la sobreexplotación de recursos hídricos, unido a unas condiciones climáticas cada vez más cálidas, han provocado que su superficie actual apenas represente el 10% de la que tenía en los años 60. La reducción de un 82% de la superficie ocupada por las nieves perpetuas del Kilimanjaro es una muestra aún más clara del proceso de calentamiento global que la humanidad está provocando.
El calentamiento de las corrientes oceánicas del Índico está detrás de la reducción de los monzones en el este africano, mientras se van rompiendo récords en la región, que han marcado la friolera de 330 días sin llover. Una escasez de precipitaciones que tiene enormes consecuencias en forma de hambrunas como las experimentadas en el cuerno de África y el Sahel.
Las tendencias muestran un futuro preocupante en el rendimiento
agrícola, que en algunos países africanos podría reducirse hasta la mitad en 2030; se estima, por ejemplo, que el aumento de temperatura en 2ºC supondrá la pérdida de entre el 40 y el 80% de las áreas de cultivo de maíz, mijo y sorgo en la década de 2030-2040. De hecho, según afirma un informe de la oficina regional para el cambio climático en África: “En la actualidad, unos 240 millones de africanos ya sufren hambre.
Para el año 2050, será suficiente el aumento de 1,2 hasta 1,9°C para que aumente entre el 25 y el 95% el número de los africanos
desnutridos (+25% en África central, +50% en África oriental, 85% en África del sur y +95% en África occidental).”
Nos encontramos ante una emergencia ecológica y social que fuerza a millones de personas a salir de sus lugares de origen. Se estima que para 2050 serán 86 millones de personas las forzadas a migrar por motivos climáticos en África. Por todo ello, es fundamental luchar por limitar el incremento de la temperatura global en 1,5ºC, siendo plenamente conscientes de que la mayor parte de la responsabilidad se sitúa en los países enriquecidos, donde se mantiene un modelo de vida depredador con las personas y el planeta. Optar hoy por una vida basada en la cercanía, las energías renovables, la agroecología y por la reducción drástica de nuestro elevado consumo de energía y materiales, es la única respuesta posible para conseguir que África deje de ser la eterna víctima.