El reciente atentado contra Donald Trump mientras emitida su discurso en un mitin de la campaña presidencial, en Pensilvania, ha generado polémica y preocupación al interior de los Estados Unidos, pues el contexto no es el mejor para la hegemonía del ya decadente Imperio, aunque, como se ha dicho, lo decadente no le resta lo peligroso y que aún falte para el final ya pronosticado por varios analistas como Immanuel Wallerstein, autor del análisis del Sistema Mundo.
Sin bien la forma no es fondo, si es reflejo de lo profundo que hoy alcanza el precipicio de una resquebrajada estructura de poder; Donald Trump o Joe Biden son para el mundo, al final de cuentas, lo mismo, el regente de un poder oculto que mueve y genera las acciones del Imperio según el interés latente en el mundo, la acción del atentado no viene sola como ha dicho ya el FBI, de entrada, el clima polarizado de odio al interior de la sociedad estadounidense se ha incrementado con los años, el propio Trump ha exacerbado ese sentimiento con sus actos, entre ellos el que hoy lo tiene como acusado ante la justicia, cuando las hordas de sus seguidores irrumpieron en el Capitolio, el 6 de enero de 2021.
Esas acciones, el reciente atentado, como la irrupción en el Capitolio, dan luz a la decadencia al interior del Imperio, la violencia contra sí mismo lo deja ante el mundo mal representado, el grito de Trump tras ser auxiliado por los agentes de seguridad, en el que exclama a sus seguidores que ¡luchen!, no es otra cosa que esa exacerbación ultraconservadora e irracional que en nada ayuda a la frágil democracia estadounidense, y digo frágil porque nuevamente la forma no es fondo, y lo que se ha presentado por décadas como el estadio elevado de la democracia, hoy se vuelve a comprobar como la simulación de un poder herido y orgulloso que no permite la renovación ni el cuestionamiento.
El debate que se efectuó entre Biden y Trump mostró eso, ese aferrado deseo de poder de dos figuras decadentes, cuyas acciones de Gobierno han representado el incremento de la beligerancia imperialista en el mundo, la persecución de la inmigración con discursos de odio, el aumento de las guerras y la utilización de millonarios recursos para campañas militares en zonas estratégicas, como son Palestina, Ucrania, Taiwán, el apoyo actual de Biden a regímenes asesinos y genocidas como el de Israel con Benjamín Netanyanhu, o el neofascismo ucraniano de Volodímir Zelenski, al igual que lo hiciera Trump con Jair Bolsonaro en Brasil, su incremento del bloqueo a Cuba y sus campañas contra la Venezuela bolivariana. Además de su pérdida de hegemonía cada vez mayor, ante el avance de las alianzas económicas entre Rusia, China, Corea del Norte, y el avance de la influencia comercial y política de estas últimas naciones en América Latina y el Medio Oriente.
El atentado deja a Trump como un nuevo “héroe” al sobrevivir; la utilización de esa imagen podría darle mayor fuerza a su campaña y despertar aún más su discurso violento y de odio, ante un Biden que no suelta sus aspiraciones de continuar en el poder, sin importar lo vergonzoso que hoy resulta su situación física. Falta ver cómo se enfrenta este atentado al interior del Imperio y cómo repercute en el mundo, pero lo cierto es que, gane quien gane la elección presidencial, la degradación moral imperialista va alcanzando niveles profundos, mientras sus formas se pierden más. La forma no es fondo, pero sí puede ser un reflejo de cómo está el interior de un Imperio que vive su etapa final de dominio capitalista global. Ya veremos…