Humildad revolucionaria. Farruco Sesto

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Todos sabemos que, según la época y el contexto en que se pronuncian o escriben, las palabras pueden variar en su significado preciso. Pero, aun sabiéndolo, no hay duda de que todos suscribiríamos aquella frase de Bolívar a Santander, en una carta fechada el 29 de abril de 1823: “Ya no se puede mandar, sino por el amor al prójimo y con una profunda humildad”.

Ese concepto de la humildad como virtud indispensable en la política, lo manejaba insistentemente el comandante Chávez. Tan es así que cuando quería hacerle un reconocimiento a alguien, no es extraño que destacara “su humildad y entrega”.

Fijémonos en lo que decía el 24 de marzo de 2007 en el Primer Evento con Propulsores del PSUV, cuando estábamos prácticamente naciendo como organización: “Nuestro nuevo partido debe evitar esa tendencia, a sustituir unas viejas estructuras por otra que nazca vieja, elitista, de privilegios. ¡Cero privilegios! Mas bien desprendámonos de nosotros mismos, demos ejemplo de desprendimiento, de humildad revolucionaria”.

Humildad, humildad, humildad. Se lo hemos oído infinidad de veces a nuestros líderes, insistiendo en esa importante cualidad revolucionaria que debe ser de obligatoria observancia en el chavismo. Esa y no otra es la actitud que deben tener los cuadros bolivarianos cuando pasan a ocupar cargos de gobierno o son electos por el pueblo para determinadas posiciones de responsabilidad en el partido.

En estos días pasados, así nos lo recordaban tanto el presidente Nicolás Maduro como Diosdado Cabello, con relación al ejercicio masivo de renovación de las estructuras de base del PSUV.

Humildad, pues. Pero ¿Qué es la humildad, entendida en el sentido que le dan nuestros líderes?

Significa que, independientemente de la responsabilidad asumida, nadie se sienta más que nadie. Que nadie se crea por encima de nadie. Que todo trabajo político en el seno del pueblo se haga desnudándose de ventajas y privilegios. Que el único privilegio que se tenga sea el de trabajar más que nadie, entregarse más que nadie, como referencia y ejemplo.

Eso es la verdadera humildad y no otra cosa. La de mandar obedeciendo. La de practicar en todo momento la primordial enseñanza de Chávez de que nuestra tarea es traspasarle el poder al pueblo, recordando que para eso estamos ahí. La de asumir para uno los fracasos y las derrotas, cuando se producen, y la de entregarle los méritos siempre, siempre, al conjunto de los camaradas con los que se constituye equipo.

Todo esto en concordancia con la humildad estructural del pueblo venezolano (y, me atrevería a decir, de todos los pueblos trabajadores del mundo) para aprender de él, de ellos, de sus capacidades subterráneas, de sus intuiciones históricas, de sus poderes creadores.

(Publicado en Correo del Orinoco, el 25 de agosto de 2022)

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