Historias de contagios y confinamientos

Fuente: https://periodicogatonegro.wordpress.com/2020/04/01/historias-de-contagios-y-confinamientos/                                          8 Minutes

Primeras salidas, una boca amiga besa una boca desconocida en un boliche. Fiebre, malestar, desconcierto. El médico le pregunta si había hecho algo que quisiera compartir, el médico se ríe, mira cómplice, aunque su complicidad sea autoreferida, la amiga se sonroja. Mononucleosis -dictamina- “la enfermedad de los besos”, 45 días en aislamiento.

2005

16 años. Principios de agosto. Me levanto rara, me asusto, mi cuerpo muestra señales de que algo no está bien, no está bien o como debería. Aparecen, cual plaga, pequeñas manchitas rojas por todos lados.

Siento que soy un cosmos enfurecido, cuáles serán mis galaxias y mis infinitos, hasta dónde llegarán mis agujeros negros. ¡Cierto, que no eran míos! Llamamos al médico, mi madre no está en casa, está trabajando, es ahí donde tiene que estar para que pueda haber alguien conmigo que pueda cuidarme y llamar al médico, para que ella pueda trabajar para así también cuidarme y mantenerme, porque está sola con nosotras (mi hermana y yo), no tiene opción. Llega la médica, me revisa, me pide calendario de vacunas, me mira de nuevo.

Me dice: “Es raro, estás vacunada contra la varicela, debe ser otra cepa nueva. Tenés que estar preparada, cuanto más grande te agarra es peor, por eso antes juntábamos a los nenes cuando les daba, ahora tenes que estar aislada y tranquila, darle tiempo, que esto siga su proceso”.

Pienso: “Tengo 16 años, ¿cómo te preparás para un virus?” Se me llenan los ojos de lágrimas.

El médico replica: “Bueno, esto necesita aislamiento, sos muy contagiosa. Por un mes y medio no podés ver a nadie que no haya tenido varicela, menos embarazadas, tampoco adultos mayores que no la hayan tenido o no recuerden. Recordá que es más grave conforme van pasando los años”.

Mis ojos estallan, las lágrimas los rebalsan, ruedan y ruedan lágrimas por mis mejillas, dejan surcado un camino que parece tener circulación rápida. ¿Que significa todo esto? ¿No puedo ir al colegio? ¿Cuánto va a durar esto? ¿Soy un potencial peligro? ¿No puedo abrazar? ¿Besar?

No hay profilaxis, hay contagio, hay miedo, hay angustia. Esperemos que la espera llegue y que el tiempo pase. Segundo round con la cuarentena.

2009

Segundo año de facultad, gripe A. Primer cuatrimestre, se suspenden las clases dos semanas antes para que las vacaciones disipen el virus. ¿El alcohol en gel se pone de moda? Aparecen en todas sus formas y tamaños, colores, para la cartera de la dama y el bolso del caballero, para los gestos adolescentes y las manos del bebé, con perfume y aloe vera, de color azul, al rojo. Aprendimos a estornudar en el intersticio del codo, en el hueco, en ese extraño lugar es donde van a parar los agentes contaminantes. No entiendo bien lo que sucede, en principio lo minimizan en la tele, luego lo agrandan. La paranoia se activa, el miedo crece. Ya no se puede estornudar en lugares públicos, te miran mal, se alejan, el comportamiento social se vuelve hostil, persecutorio inverosímil.

Diciembre del 2019

Comienzan los rumores de que en Hong Kong las calles están quedando desiertas, se cierran los lugares de compras, se ven por la tele a algunas personas que están allá dando testimonio del aislamiento social. Lo veo en la tele de mi hermana. Hace años decidí que lo mío no es el cable, necesito administrar mis cuotas de contacto con la realidad que proponen. Los noticieros producen daño psíquico -me digo hace varios años. El Apocalipsis está llegando, pienso. Pienso pero no lo digo. Es como si decirlo le diera entidad al Apocalipsis como tal, pero ya está pasando– me digo. Pero muy lejos- me respondo y me consuelo. Pero enseguida llega -sospecho y otra vez no lo digo mientras sostengo el control remoto de la tele made in China.

2020

Mediados de Marzo me encuentra por viajar a Uruguay, lo dudo, temo que suspendan el viaje. Comienzan a rumorearse medidas. La empresa envía un mail en el que aseguran que el viaje es “seguro” y que viaje “tranquila”, que las medidas de seguridad están siendo aplicadas. Llego a la puerta de embarque, ya hay algunes con barbijos, antes de subir invitan a usar alcohol en gel. Nos miramos, respiramos, abordamos. Circulan memes, risas, se pasa de la preocupación al chiste en un solo paso. Llegamos. En Uruguay el número de infectados era 0 para nuestro primer día. Al cabo de dos días ya había 50.

Comienza a propagarse la paranoia, la gente sólo habla de eso: del Corona, del Covid-19, ya hay código de emoticones para nombrarlo. El bombardeo mediático comienza y las calles empiezan a vaciarse. Todas las conversaciones contienen el término virus. La tele mientras tanto, parece manejarse en otro plano. Los títulos van desde “cómo verse bien en cuarentena” hasta “20 nuevos infectados por día” y el imprescindible “ALERTA, ALERTA CORONAVIRUS” estallando urgencias de colores.

El mundo es un delirio compartido que se sostiene por pura suerte- pienso.

Comienza la hostilidad general, se cierran pueblos en cuarentena, que por infidelidad, que por falta de responsabilidad social, que es un tema de salud pública, que la cuarentena se vuelve obligatoria, que no se puede circular sin excusa.

Las voces morales no toman cuarentena, no las detienen ni virus ni bacterias- sostengo.

Estar varada a la deriva, sin pasaje, sin respuesta. Que las fronteras encierran no es nuevo, ¿pero cómo volver? ¿Cómo volver a ese extraño lugar que llamamos casa cuando se rompieron tantas de las barreras que sostienen el sentido?

Consulado, papeles, permisos, burocracia. Devenir migrante, devenir migrante con un bebe, devenir migrante con un bebé dos pasajes cancelados, devenir migrante con un bebé, dos pasajes cancelados y la posibilidad de que en Uruguay también se decrete la cuarentena obligatoria. La posibilidad de ya no poder movernos, de estar lejos de los lazos que sostienen y abrigan, ahogan y contienen. Que estar con un bebé en el extranjero se vuelva el tema, un asunto de salud pública.

Sólo se puede cruzar a pié -nos dicen- pero esto que te digo es extraoficial: “Se toman un bondi a Paysandú y le piden a algún familiar que les vaya a buscar al puente de Colón, Entre Ríos”. “Por aire y por mar está prohibido”- adjudica otra voz.

Lo intentamos, en media hora sale un micro para Paysandú. ¿Qué otra opción queda? Cuatro horas de viaje. Se hace lo posible por no desesperar. Del otro lado, en Argentina, nadie puede, quiere, se anima, tiene la posibilidad de ir a buscarnos. El miedo siempre gana la partida. Llamados, mensajes, operativo vuelta comienza desinflarse y perder peso; agoniza. “El Estado no permite circular sin autorización”. La gente tiene miedo, pánico, terror, al virus; yo a las Fuerzas de “seguridad”.

Se hace lo posible para que la preocupación no se vuelva un asunto que pueda ser absorbido por bebé. Imposible.

Llegamos a la terminal de Paysandú, ahora. Esperamos una hora. Se habla con el cónsul. Nos consigue un lugar donde dormir. Solo por hoy. Solo por hoy puede ser un alivio o una calamidad. ¿Vivir varado?¿Vivir migrando? ¿Cómo hacer de cada movimiento un lugar llamado casa?

Llegamos, nos bañamos y por un rato jugamos a la casita, sabemos que esa noche podemos descansar ahí. Mañana quién sabe. Mañana, ya veremos. ¿Habrá mañana en esta cuarentena apocalíptica?

Amanecemos, vemos las noticias. La situación no mejora, empeora. Otra vez las tratativas con el consulado. Insistimos: tenemos que volver, estamos con un bebé- digo (como si significara algo en este contexto).

Otra vez esperar que nos llamen, que nos den una respuesta. Otra vez la lógica de pedir y que te den, causa pasiva, me entristezco. Esperamos, tratamos de que permanezca la tranquildad entre nosotros. Pasan dos horas. Suena el teléfono…

“Pueden volver, conseguí hablar con la gendarmería del otro lado, están autorizados. Van a cruzar la frontera caminando. Un taxi, los va a estar esperando del otro lado”- dice el cónsul.

Allí nos reciben dos militares con guantes y barbijos. “Los esperábamos”- dice ella con una profilaxis intachable. Nos piden nuestros datos. Hacemos migraciones. Cruzamos. Cruzan personas en autos con barbijos y guantes, algunos vienen desde Brasil. Hay poca gente, sólo dos autos pasan mientras cruzamos a pie la imaginaria frontera.

El taxista espera enfrente al peaje vacío. Le saludamos sin beso, él no lleva barbijo, él viaja con nosotros, sospechados de la peste. “Gracias por venir a buscarnos” le digo como si el gesto de venir lo convirtiera para siempre en alguien familiar.

De camino poco y nada de gente circulando. Solo camiones y algún que otro auto perdido. En cuatro horas estábamos en la capital. En uno de los accesos nos para gendarmería enfierrada. “¿Para dónde van?” “Estamos siendo repatriados (qué palabra tan extraña), tenemos la autorización del consulado y del alférez López. “¿Ah los manda el alférez López?” (teníamos el nombre). “Excelente, adelante”. No fueron necesarios los documentos. En este mundo de leyes y burocracias, saber el nombre correcto te lleva a donde quieras ir. Seguimos viaje. No nos para ningún otro control. Llegamos a capital, autopistas vacías. Llegamos a casa. ¿Estamos a salvo? Estoy aturdida de movimientos. Tenemos que hacer cuarentena. 14 días sin ver a nadie. Aislamiento otra vez.

Entre vueltas y voltajes retumban pensamientos poco nítidos:

Que la vida se vuelve yuta,

que ya no se escucha al comprador compulsivo de muebles, heladeras y cacharros sino a la policía pidiendo que nos quedemos en casa,

que la gente aplaude a las 21hs,

que es un 24 de marzo con las calles vacías y los milicos en la calle,

que hay miles sin casa, que a elles nadie nunca nada.

Lo que parecía un sistema fuerte, “el mejor de los mundos posibles”, puede tambalear por un virus, 14 días pueden lo que no han podido revoluciones…pararlo todo.

¿Cómo no lo vimos antes?

Casas cárceles.

Solo videollamadas.

Los cuerpos pierden contacto, lo olvidan, se acostumbran también a eso.

“Distanciamiento social” se diagnostica como cuidado.

Contagio ríe de medidas de aislamiento, contagio ríe de medidas, contagio se disemina sin más.

Aprender una vez más, a reír también de esto: “De Uruguay en la tan temida pandemia volvimos en Taxi, Tao”- digo y me voy a dormir.

Elsa Queo

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