Historia de C., el castigo de ser mujer y madre en un campo de desplazados

Fuente: https://kaosenlared.net/historia-de-c-el-castigo-de-ser-mujer-y-madre-en-un-campo-de-desplazados/ 

La llamaremos C. por la inicial de su nombre. Una congoleña del territorio de Rutshuru, en la provincia de Kivu Norte. Casada y madre de siete hijos, ella y su familia tuvieron que huir con lo puesto para preservar su vida y acabaron en un campo de desplazados. La limitada ayuda que los trabajadores humanitarios pudieron ofrecerles allí era insuficiente para que sus hijos comieran, se calentaran, se pudieran vestir… Con otras mujeres, un día decidió alejarse del campamento para buscar leña en los altos cercanos. A partir de aquí escuchamos su voz:

Eran las cinco de la tarde, estábamos tres mujeres y vimos arriba a tres hombres vestidos de civil y a otros abajo con uniformes y con armas en la mano. Parecían amables. Nos dijeron “venid para acá, os daremos cigarrillos”. Nos dijimos: “si huimos nos dispararán y si gritamos pidiendo ayuda… aquí no hay nadie, sólo el sonido del viento entre los árboles”.

Ofrecernos cigarrillos fue una trampa para llevarnos hasta donde pensaban cometer su crimen contra nosotras. ¡Se turnaron para violarnos! Cada vez que intentábamos gritar nos cerraban la boca mientras estaban encima de nosotras.

Al igual que a las otras mujeres, esto me causó mucho dolor y preocupación. Yo era la mayor de mi familia. Mi vida ya no tenía razón de ser.

Al cabo de unos días gritaba al orinar, mi espalda sentía el dolor como si algo se hubiera roto y pasaba el día mareada. Me dolía tanto que me preguntaba para qué seguía en este mundo. Quizá sería mejor el descanso eterno del más allá del que siempre nos habían hablado.

En los primeros días, consciente de cómo se mira a las mujeres que han sido violadas, preferí guardar silencio, limpiando mi vergüenza en la soledad de un rincón. Con que una persona se enterara de lo que me había pasado todo el campamento lo sabría y se reirían de mí a cada paso, como si fuéramos responsables de nuestra desgracia. Finalmente un grupo de mujeres me ayudó y me llevó al hospital de K. porque cada vez me encontraba peor. Allí me dieron medicación. ¡Tengo que tomarla todos los días! De lo contrario vivo en un infierno de dolor.

Casi no salgo a pasear por el campamento. El miedo a lo peor se ha colado en mi corazón. Tengo la impresión de que en cualquier momento pueden volver los que me hicieron daño. Si no estoy en mi refugio, estoy aquí o con los vecinos. No duermo por las noches, llena de pensamientos negativos. Es peor cuando no hay dinero, cada vez que trato de pensar en el futuro de esas siete personas inocentes cuya mirada está siempre fija en mí, una madre sola cuyo marido huyó al saber que me habían violado. Sufro más porque hago sufrir a mi familia.

Cuando mi madre se enteró de lo que me había pasado y de que mi marido me había dejado no pudo más. Ahora más que nunca temo por su salud. Ella también está desplazada y tiene la tensión muy alta porque no puede asimilar todo lo que está pasando.

Sueño con que un día regrese mi marido, con las tiernas noches que pasábamos. Sueño con verlo de nuevo a mi lado, luchando juntos para criar a nuestros hijos, que puedan ir a la escuela y abrirles camino hacia un futuro radiante. Quiero que se sientan de otra manera. Que dejen la vergüenza y la humillación y se sientan seres dignos. Pero lo dejo todo en manos de Dios, porque a mi nivel no puedo hacer absolutamente nada. Lucho todo lo que puedo con los medios a mi alcance, el resto lo decidirá el destino.

@CongoActual

Nuestro agradecimiento a JAMAA Grands Lacs por habernos facilitado este testimonio de una desplazada en los campos donde trabajan

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